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Iosi Havilio: "Me tira la charlatanería"

Eterna Social Club entrevista a Iosi Havilio

Una conversación con Iosi Havilio, autor de las novelas Opendoor, Estocolmo, Paraísos, La Serenidad, Pequeña flor y Vuelta y vuelta, entre otras.

Por Lala Toutonian

 

 



Iosi Havilio es un escritor argentino, hijo de la artista plástica argentina Mónica Rossi y del actor serbio-argentino Harry Havilio. Estudió filosofía, música y cine. Publicó las novelas Opendoor, Estocolmo, Paraísos, La Serenidad, Pequeña flor, Vuelta y vuelta, entre otras. Algunos de sus libros fueron traducidos al inglés, francés, italiano, hebreo, croata y turco. ¿Que si es un placer hablar con él? Claro que sí, fíjense.

 

Entropía publicó un tweet diciendo que estás con libro nuevo ¿Cómo va eso? ¿Ya está listo?

—Ya está casi listo y voy a hacer algo muy loco, se llama Vestido de sirena. La lectura en voz alta es muy importante. Lo creo y lo vivo todo el tiempo y también se lo digo a la gente en los talleres. Uno escribe para escucharse. Escribe para ir al encuentro de esa voz, y como que en la voz se suelta lo que uno escribe. Yo hablo y mi voz, si bien es emitida por mis cuerdas, lo que suena ya no es mío, es como inatrapable. Son vibraciones. Otro fluido. Creo mucho en ese rito, que es el más antiguo de todos y muy anterior a todo esto nuevo de la tecnología y las publicaciones y los PDF que, si uno piensa en una tecnología de punta extrema de acá a 5000 años, va a seguir siendo la voz. La voz de lo que sea ¿No? Un humano, un robot o un cangrejo. Creo mucho en ese lugar, porque lo siento muy liberador de todo el aparato neurótico que supone escribir y hacer circular textos y demás. Este texto en particular que trabajé en estos últimos dos años, es una enumeración del 1 al 1590, y a medida que lo leía me daba cuenta que el formato tenía como cierta voluntad ritual y performática. Había algo de stand up. Me divertía mucho leyéndolo solo.
Me divertí, me asombré, trabajé y entonces dije ¿Por qué no compartir eso? Y especialmente antes de que el libro estuviera publicado.

—Leer y compartir lo que todavía está en edición ¿Sería como publicarlo desde la oralidad?

—Claro, compartir lo que todavía está en elaboración y corrección, es como publicarlo con la voz. Publicarlo primero sin papel que, dada la situación de la industria del papel, sería hasta casi algo saludable. De hecho podría pasar que no salga publicado en papel ese libro, y sin embargo yo lo haya publicado con la voz. Lo pensé integralmente, lo imaginé y lo propuse y hoy me entusiasma que lo vayamos a hacer. Hay algo así como que quiere leerse de esa manera y al mismo tiempo se caga en la lectura. Para mí ese concepto es fundamental.

—¿Cómo es eso?

—Por ejemplo en las clases, leer en voz alta permite soltar, concentrarse y también olvidarse del texto. Los textos son lo de menos. Lo que quiero decir, es que todos los textos que están ahí son fundamentales, porque nos llevan eventualmente a algún lugar de cuestionamiento intelectual, moral, de imaginación, de nuestra historia, del lenguaje mismo, pero son cortísimos en un lugar, son pretextos.

—Estudiaste filosofía y eso se nota en tus libros, pero también estás formado en música ¿Cómo sentís que se transmite eso en tus textos?

—Este juego que voy a hacer de la lectura, es como una obra para una sola voz –que sería yo– que canta durante todo ese tiempo. Tenemos unas ideas sobre lo que es la música, que es lo armónico, lo que es ejecutado por cantantes o instrumentos, pero también es esto que hacemos y esto que suena atrás y el organismo mismo. Es la famosa experiencia que hizo Cage tratando de grabar el silencio y terminó grabando el bombeo de la sangre. Cuando no haya más formas de grabar el sonido, igual el sonido va a seguir produciéndose. Yo era pianista, antes que nada. Cuando uno escribe también teclea y se produce candencias, momentos más rápidos o allegros, errores, incluso cuando uno escribe a mano la pluma tiene una cadencia y sonido. Después también creo que se nota en una cuestión estructural. Como que la escritura es una composición y se pueden pensar como partes, las distintas voces que suenan y los distintos timbres. Ahí creo que está la música.

—Por tu formación en cine ¿Escribiste guiones también?

—Lo hice y lo sufrí muchísimo, lo padecí mal, pero también me encantó y me dio de comer. Las dos cosas. Lo sufrí y me encantó.

—¿Y la película que hicieron con tu obra Pequeña Flor, te gustó?

—La vi en distintos momentos. En primera instancia la vi durante la pandemia, en tu teléfono, era todo medio macabro. Después cuando lo vi en el estreno me gustó un montón y me sentí muy agradecido. Cuando me preguntan si siento que la novela está bien representada en la película o no, digo ¡Qué pregunta! Creo que muchas veces cuando un libro es trasladado al cine, está esa idea de que el libro es mejor, como un arte más alto, y que el cine te puede hacer mierda la novela ¿Qué es eso? Son lenguajes distintos y los seres y sujetos que asumen esas narraciones son particulares y tienen sus imaginarios. Uno tal vez hubiera hecho otra película tal vez, pero bueno, yo no hago películas
(risas) por suerte.

—Martín Kohan respondió algo parecido cuando lo entrevisté. A él le hicieron Bahía Blanca y lo que dijo fue: Yo no pretendía que hicieran literalmente el libro, sino que hubiera una mirada propia.

—Es como pretender que lean tu libro de una sola manera y te enojes si alguno lo lee de otro modo. Cada uno lo lee a su forma. Además, en mi caso, justamente en la apropiación del guion que hicieron tanto Santiago Mitre como Mariano Llinás, en la transformación, en los lugares que operaron y cambiaron la historia, es en donde más me divertí y es lo que más agradezco y celebro.

—Opendoor, que fue lo primero que publicaste, resultó un gran éxito y fue muy celebrado por la crítica ¿Eso te dio cierto vértigo o te animó?

—Yo te diría que fue todo lo contrario a paralizarme y decir: ¿Y ahora qué escribo? Además uno tiene su ego y va conversando con su ego a lo largo del tiempo. No es lo mismo el ego de los 29 que a los 39 años. No es sólo una cuestión de edad sino también de qué tiempos. Había ahí algo inesperado. El premio era publicar ese libro. Claramente. Nada más. No sólo publicarlo en el sentido de “Es mío”, sino también por lo que te decía antes con esta lectura que voy a hacer: uno escribe para escucharse y liberar. Para sacarse de encima esas cosas. Con algunas cosas se puede y otras no. Es como con los vínculos, que uno los vive también para poder liberarlos, y con algunos se puede y con otros no. Después viene lo otro y lo otro estuvo buenísimo, es algo que excita y al mismo tiempo tuve esa primera feliz o infeliz sensación de: me quiero separar mucho de esta escritura. Necesito tomar distancia de esta escritura. Y eso fue lo que pasó. Los libros siguientes son muy diferentes.

—¿Siempre te está recorriendo el fantasma de la filosofía?

—De la charlatanería, te diría (risas) La charlatanería me tira más. De hecho, este formato que tiene este libro nuevo, la enumeración, remite a la enumeración de la filosofía de Heráclito para acá, también a Wittgenstein y Nietzsche. Hay un libro de Héctor Libertella que se llama Zettel en donde él reescribe un libro de Wittgenstein que se llama también Zettel que está numerado y son aforismos. Emil Cioran es otro. A mí esos textos me llaman y me inspiran, porque son filosofía y al mismo tiempo ponen en juego eso como un niño. Lo alejan del tractatus y a veces hay boludeces, y en medio de ese mar de boludeces de repente aparecen cosas que decís ¿Qué es esto? Bueno, como aparece la filosofía. Nosotros tenemos la idea, desde el medievalismo hacia acá, de que la filosofía está en las facultades y la filosofía está en el tropiezo, en el baño y esencialmente en la enfermedad. En la enfermedad y muerte está toda la filosofía posible.

—Nombraste justo a Cioran, a quien leí mucho y compulsivamente, y tengo el libro de Conversaciones con Cioran y resulta que era un tipo re divertido. No era un dark absoluto ¡Era divertido!

—Era muy divertido y un seductor total. Yo me acuerdo que a los 19 años en mi grupo había un chico muy depre, muy loser, todo así para abajo, pero tenía un levante tremendo y era un nihilista total. Era todo no, al punto que mi novia y todas sus amigas estaban fascinadas con él, y él era solamente una persona “tirada”. Lo ibas a saludar y estaba tirado con una guitarra, que no tocaba pero la tenía también tirada encima. Hay una seducción muy grande en la composición de ese nihilismo. Primero porque te salva, si no te lo comés a ese personaje de todo es una mierda, que después cruza y se va a comer una hamburguesa y se toma seis cervezas. Cioran tiene mucho de jugar con ese nihilismo. Él tiene una frase del charlatán que me gusta mucho, que dice que el exitoso tiene siempre algo de charlatán. Hablando de sí mismo, por supuesto. Ahora que estoy transitando la madurez me agarró una cosa de escuchar Nirvana (Risas) Estoy haciendo yoga y Nirvana, que me pone en un lugar como muy fuerte. Y pensada en ese personaje y decía ese personaje de Kurt Cobain, claramente tenía algo como “Wow” por lo que representaba y al mismo tiempo tenía algo así como lo menos de lo menos. Lo que uno en términos humanos no desea, pero al mismo tiempo ese charme, esa seducción y esa locura.

—Todo tu bagaje familiar, artístico y tan particular de la historia de tu padre como inmigrante ¿Se refleja en tus obras?

—Está mi libro Vuelta y Vuelta, que es muy explícito en relación con la muerte de mi madre. Pero además, en Opendoor, mi primer libro, está la protagonista –que seguí visitando en otros libros, y que además seguiré visitando en otro nuevo que va a salir en algún momento– y siempre me decían sobre ella: Mirá esta mina, qué rara, parece que todo le resbala, todo le pasa por al lado, y era como una distinción literaria, digamos. Y me lo decían mucho y la verdad es que yo no entendía mucho muy bien, porque yo no podía argumentarlo mucho, decía simplemente: “Bueno, es así”. Cuando tradujeron el libro al inglés, me invitaron a un festival que hacen en Londres que se llama Jewish Book Week, que sería en español: la Semana del Libro Judío. Me mandaron un mail y me preguntaron si yo era judío, que me querían invitar, y yo les contesté que era súper judío. Me invitaban los pasajes, me invitaban a Londres, al evento, era algo imposible de dejar pasar. Se acercaba el evento y había un panel en inglés en donde iba a tener que hablar sobre mi escritura y el judaísmo, entonces empecé a arrepentirme, porque era ir a hablar de algo que no existe, porque ¿Dónde busco la raíz? Y en un momento tuve una revelación. La madre de mi padre era judía austrohúngara, una mujer muy observadora y mi bisabuelo fue rabino en Sarajevo. Entonces, pensando en escribir este texto que iba a decir en ese festival –que lo iba a escribir, porque en inglés no me daba para improvisar–, me vino que esa muchacha a la que parece que todo le resbala y sigue adelante, tenía algo de esa abuela judía. Ella había sobrevivido al Holocausto. Había perdido a toda su familia, salvo a su hermana, en un campo de concentración. En los 16 años que la conocí de vida, me parecía una mujer impecable, una austríaca y venía cargada con una historia muy fuerte de pérdida de toda su familia y la sensación era que no pasaba nada, y se sentaba y traía los budines de pescado y viajaba y no decía nada. A los ochenta y pico tuvo un ACV y perdió el habla. De hecho el habla de ella –el habla que más me quedó–, es de cuando quiere reaprender el habla a los ochenta y pico largos. Antes, era como esta chica, este personaje de mi novela. Entonces ahí encontré un tópico para llevar al festival.

—El origen de lo que uno escribe

—Hay algo que dice Enrique Lihn, el poeta chileno, y dicen otros tantos y que a mí me parece muy revelador, acerca de todo lo que uno escribe. No sólo lo que se publica, sino lo que uno escribe a cada rato. También lo que uno escribe sin escribir y que está en la testa. Incluso en los sueños, en donde uno escribe todo el tiempo. Dice Lihn, que nuestros relatos, –esos relatos que fabricamos en nuestra vida, lleguen a libros o no–, tienen un origen en la infancia analfabeta, es decir en los primeros seis años. Pero no sólo en términos cronológicos, sino que anidan en el momento en el que el habla no fue precisa. Entonces lo mismo le pasa a mis libros. Tienen alguna especie de nido, con la abuela, sin la abuela, en un sueño… en un lugar que es un misterio.

—¿Es el inconsciente?

—Es el inconsciente procesando y viviendo esa historia emocional, familiar, política, oral, etc. Nombrar con un mismo fonema muchísimas cosas. Dejar de tener la certeza de nombrar bien. Es que nombrar bien es lo peor. Escribir bien es una tragedia. Escribir bien en el sentido de concientizar una escritura dominada por algún oficio, pericia o recurso es trágico, porque sepulta el habla o la posibilidad de volver a alguna clase de balbuceo.

—¿Estás en las redes sociales?

—Estoy en redes amorosas. Voy y vengo (risas) Tengo un Facebook que está muy desatendido y que me pide todo el tiempo que lo cierre. Así que no estoy en las redes sociales. Hoy no me llama la atención. No las tendría para nada. No me doy cuenta cuál es el interés ¿Profesionalmente? ¿Sexualmente? También me pasa que entiendo que la gente con Instagram no para, y me conozco y sé que soy muy adicto a cualquier cosa, entonces me digo: ¡Uy!, si llego a caer en eso.

—La primera línea de cada libro, siempre decimos que es el primer gran disparador. En Pequeñas Flores, ni bien arranca, me pareció que había un desdoblamiento del yo ¿Es así?

—A mí me gusta mucho tener una primera línea muy segura y que después aparezcan otras primeras líneas. En relación al desdoblamiento, creo que es un ardid. Si vos te encontrás con alguien que no conocés, tenés una cita, vas a un café y charlás y la persona que tenés enfrente te dice: ”Yo ahora soy otro”, al instante decís: “No, gracias, paso” y te pedís un Uber, porque claramente está muy cerca de la psicosis. Es como cuando alguien dice: “He superado una etapa de mi vida” Es un engaño total, que es divino de decir, como que ya superaste ese momento, pero claramente estás en otra pelea.

—En tu obra veo que hay dos factores que se destacan. Por un lado un hiperrealismo y por el otro, un onirismo ¿Estás de acuerdo?

—Si uno va a dormir, no hay nada más hiperrealista que ese cuerpo tirado en un colchón, desnudo o no, solo o con alguien al lado, con posibles efluvios, con olores y flatulencias. Esa es la cuna del onirismo. Ahí es donde si te dicen: “No sabés el flash que soñé”, vos ves el sueño que te va a contar y pensás: Pero eso estaba a centímetros de la descomposición, y la descomposición sería el hiperrealismo máximo. Para mí la descomposición es lo más, en todo sentido, del cuerpo, del texto y del decir. Si uno descompone brilla el onirismo. Está muy claro si tomás, por ejemplo, este telescopio James Webb. Ese hiperrealismo que es ver las galaxias, es claro que son fondos de pantallas totalmente alucinados que ya se hicieron en el 82 (risas) Vas a un supermercado chino y ves el precio del papel higiénico que pasó de 150 a 500 pesos. Estamos hablando del papel higiénico, la caca y esa preocupación de la burguesía de tener el culo limpio y que el papel sea suave ¿No? Si vos ponés el foco en ese precio o en ese papel ¡Ahí está! Tenés el onirismo asegurado. Así que creo que estamos compuestos de esto. A mí me divierte extremar, está claro, a ver qué pasa.

—¿Tu libro más hiperrealista es Vuelta y Vuelta?

—Definitivamente poner el documento de tu madre en un libro es hiperrealista. Poner mi número de teléfono, también. Yo cuando lo puse, pensé que iba a ser: ¡Uy! Qué decisión que estoy tomando, y me deben haber llamado 5 personas en 3 años (risas) Pero es hiperrealismo y me parece divertido.

—Otro tópico que veo en tu lectura es que está escrito desde la poética y también hay mucha tragedia ¿Has escrito poesía y no lo sabemos?

—Soy poeta de la vida y hasta ahí (risas) Pero sí hay una poética en el sentido de palabra propia, singular y rota. Sobre la tragedia, así como te hablo de mi abuela, te puedo hablar de mi madre, que justamente era todo lo contrario al mutismo. Una mosca era una invasión extraterrestre que había que gritar y todo era ópera y dolor. La tragedia era el lugar de habitar. Así como para mi abuela austríaca, si caían meteoritos, ella se maquillaba y seguía. En este caso, con mi vieja, la tragedia estaba asegurada de la mañana a la noche. Con mucha fuerza y amor y también mucha pulsión creativa, porque era artista fenomenal. De hecho íbamos con mamá a ver La Traviatta a los 6 años y ¿Por qué me estaba mostrando a Violetta agonizando siendo tan chiquito? (risas) A veces uno se confunde en la vida y quiere encarnar la tragedia. Escribir la tragedia está bien, pero encarnar la tragedia es un garrón para uno y para los demás. Digo la tragedia, pero por la parte italiana de mi madre, sería más el melodrama. Las escenas melodramáticas me resultan encantadoras. El melodrama en conjunto con el hiperrealismo, es algo que me mata. Imaginar una escena melodramática en una oficina del ANSES, me mata.

—¿Hay algo de fábula también en tu obra?

—Claro. Ahí vuelvo a la oralidad. Fábula es una palabra hermosamente musical. De hecho, cualquier palabra que uno repita 23 veces, sea fábula, choto, anunciación o lo que sea, se vuelve una línea musical y pierde el sentido. Pienso que sí en lo que tiene de musicalidad y rito la fábula, más que en la construcción. El rito de contar, de jugar, de animalear un poco con los textos. Por momentos más declaradamente, en Vuelta y Vuelta, por ejemplo. Ahora me estuve metiendo con fábulas guaraníes, porque es algo que me atrajo mucho. Encuentro de teatro jesuita con fábulas guaraníes pero todo llevado a un terreno muy trash, te diría incluso porno, de hecho. Uno piensa en hiperrealismo u onirismo, pero también podés meter pornografía o discurso político. Distintos lenguajes y discursos que nos habitan y hay que ver de qué manera pueden querer o no llegar a las voces.

—Eso de la reiteración de una misma palabra que mencionabas, me remite a los mantras. Nunca lo intenté, yo no soy muy espiritual, pero definitivamente tienen una musicalidad.

—Creo que decir “Yo no soy muy espiritual” es mucho más sano que lo otro (risas) Conocés a alguien y te dice: “No, yo cambié un montón, ahora soy re espiritual” y otra que Uber, llamás a un helicóptero directamente (Más risas) ¿Qué sería ser espiritual y qué no? Hay lugares en donde uno paga y se convierte en espiritual. Está todo bien y espero que no se violenten, pero me refiero a esas propuestas en las que te espiritualizan por un dinero. La espiritualidad posta se cobra en dólares. Claramente. Hay espiritualidad en pesos pero obviamente no te asegura nada (risas) Yo llevo a clase algo que me gusta mucho y es que cuando uno dice algo que es o no es, o algo que hace o
no hace, es muy bueno llevarlo al terreno opuesto, jugar a hacer de la negación una afirmación y de la negación, una afirmación. De hecho, es algo que el cuerpo hace solo. Uno dice: “Yo soy tal cosa” y te das cuenta que en la vida te
van pasando cosas, y que eso que creés que sos, se trastoca.

—Para terminar, me gustaría que nos leyeras algo que elegí.

—¡Quiero! ¡Quiero! Me gusta mucho la lectura impuesta. Me parece una de las mejores cosas de la velada.

(Lectura en voz alta de Iosi Havilio de La Serenidad)

El eterno retorno, que no son los ojos, que es la mirada. El protagonista es propenso a trenzarse en discusiones baratas, prescindibles. Así ve. Así se justifica. Debatiendo las monadas domésticamente, en todo momento a toda hora. Tironeos a la hora de las cosas del más acá contra las cosas del más allá. Los labios y la sonrisa. La mirada y la mandíbula. El protagonista se tapa la boca con un pedazo de torta de limón. La emoción pareciera verdadera. No puede escucharse más hablar de lo mismo. Es incapaz. Es bueno, pero incapaz. Se le caen los cachetes. La simulación le cuesta mares. Abre la boca. Abre la boca más. Pastorea y se escapa modelando en el aire una excusa higiénica. El protagonista fue bebé. Un bebé mofletudo, pródigo, tierno y reprimido, adicto al amor. Abajo, todos se fueron descalzando. Empezando por Bárbara, hembra corrupta ideal, hechicera de prohombres y animalejos. Le gusta sentir sus plantas cuando baila. Pero ahora no baila. Nadie baila. La alfombra es un macizo de zapatos desparramados. El protagonista se ubica en un sillón sos pechosamente libre. Apenas muestra la mano, le dan vino en un vaso rojo. Todo un colegial. Bebiendo, inclina la cabeza, descubre una hoz y un martillo fabricados con neones. De frente, un cuadro multiplica ninfas que al amanecer abandonan las tinieblas en el rescoldo de la piel de los faunos ¿Cuál sería él entre los tres? El protagonista entrecierra los ojos, la coronilla al cielo, se entrega a las delicias cursis que le ofrecen las divinidades. Una trenza de piernas, brazos, sexos rasurados a la piedra. Un coro de vírgenes moldeadas en la mejor arcilla. Le lanzan miradas torpes, nostálgicas, lascivas, con el doble filo del arrepentimiento. Por haberse dejado tentar. Por no haber cometido lo suficiente ¿Cuántos besos en una noche entera hubiera podido robarle a las criaturas del bosque? La fiesta se anima y la conversación gira hacia los suicidios. Alguien vio un muñeco saltando desde la cúpula de la Municipalidad, entre los arbustos tallados en ciervos y cazadores. Otro, un espectador reventándose el cerebelo en una función de ópera bufa. Y más allá, un tercero fue testigo del ahogo de una cheta en una playa con fortines. Las comunicaciones suelen ser una guarida para trances como estos. Integrarse al cuerpo social, tiene el gusto del merengue. Ese baño de crema atroz. La acidez del cítrico chamuscado. El protagonista se despacha con la anécdota del ovejero alemán y la lesbiana comprometida. Su anécdota fetiche infalible. La pelirroja del pogo aficionada a la zoofilia. Conciencia viva de un espíritu sin ataduras. Muestra acabada de la militancia en tiempos de crisis, que preparaba el teatro de operaciones para sus noches de perro, cubriéndolo todo con ese plástico adherente, dos pares de medias, toalla, ajustadas con bandas elásticas para que no le lastimara. La maleza al alcance de la mano y la almeja con bife fresco y sangriento. El cebo que el ovejero podía ganar por horas, sin registro del tiempo, con esa lengua áspera deliciosa. El protagonista seguía las sesiones olímpicas. Espiaba desde el espejo superior, gracias a un juego de espejos oblicuos. Al final el perro se arrojó al vacío, desquiciado por tanto sexo la misma noche que el pueblo salió a exigirle la renuncia a un Presidente timorato. El protagonista se siente tentado a hablar de la pelambre que evita su propio suicidio. La anécdota adentro de la anécdota. Sería magnífico. Un espectáculo simbólico. Probó caer en desgracia. Fuma perdido entre las caras automáticas que pasan como mimos en el marco virtual. Justo a tiempo. Siempre a tiempo. El filósofo de toda una generación hace su entrada triunfal. Dice: Gracias, gracias por venir. Interpreta mal la sátira del anfitrión. Despotrica en clave por el grosor de los salames. Plantea una encrucijada entre estética y violencia. A la salida de un cine en Nueva York, el asesino de la pantalla terminó siendo el asesino en la vida real. Según él, ahí radica el malentendido madre. La ética sublingual de lo contemporáneo. Maximiza: Hay que ponerse en el lugar de la naturaleza al menos una vez al día. Todo lo demás es lamentable. El silencio elocuente. Ni para las velas queda aliento. El filósofo de toda una generación sale de escena con el pantalón manchado de crema, locro ¿o es excremento? Su fama queda increíblemente intacta. Una elipsis incómoda y muy lentamente renace el sonido de las copas detrás de una pirámide humana: Ama, Memo, Fer, Javi, Ben, Nuria, Víctor, Monster, Gong, Jero, Paul, Mica, Marcelín, Ego, Moni, Nery, Esther, Caro, Luis, Chato, Dan, Tumbas, Tol, Cate, Inés, Lena. Solnic, Ayelén, Vera, Necia, Natalie, Rita, Vasco, Misty, Mic, Mandy, Roy, Rudy, Selva, Iván, Jara, Galle, Guille, Shirley, Pic, Román, Camilo y Fin.

 

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