El producto fue agregado correctamente
Blog > Ensayos > Hildegarda de Bingen: abandonar la celda, tomar la palabra
Ensayos

Hildegarda de Bingen: abandonar la celda, tomar la palabra

Claudia D'Amico estudia a la teóloga, visionaria, poeta y dramaturga del lejano Siglo XII en Filósofa de lo invisible (Galerna).


Por Claudia D'Amico.


Contamos con muchos datos biográficos de Hildegarda, los cuales son de diversa confiabilidad dependiendo de las fuentes de las que procedan. En este sentido, el documento más importante es su biografía “oficial”. Todavía en vida de Hildegarda, Volmar, su secretario y amigo, comenzó a escribir esa biografía que fue continuada por otro monje, Gottried, al morir Volmar. Ambos aseguran haber plasmado en el escrito los relatos que la misma Hildegarda les transmitió. En muchas ocasiones interrumpen el discurso para hacer escuchar la propia voz de la abadesa, incluyendo citas en primera persona. Todo esto será retomado en la definitiva Vida de Santa Hildegarda de Bingen (Vita Sanctae Hildegardis) de Theoderich de Echternach, escrita en 1179, es decir, apenas después de su muerte.²

Por otra parte, Guillermo de Gembloux, quien primero tuvo con ella una abundante correspondencia y más tarde decidió trasladarse al monasterio que ella había fundado en Ruperstberg para ser su secretario y director espiritual en el convento, completa algunos aspectos de esta obra en vistas a iniciar el proceso para su canonización. Respecto de esto último, hay que considerar que Hildegarda fue nombrada “santa” en su propio tiempo, pero el proceso de canonización por el cual se la declara oficialmente así llevará varios siglos. Lo cierto es que han intervenido cuatro manos distintas en la obra que hoy se conoce como Vida de Santa Hildegarda de Bingen: Volmar, Gottried, Theoderich y Guillermo. La obra se divide en tres partes, la primera relativa a los principales acontecimientos de su vida, la segunda dedicada a sus visiones, la tercera a sus milagros. Así pues, lo que allí puede leerse es por momentos una autobiografía —cuando se descubre que ella misma indica qué escribir a sus secretarios—, y por otros, una exaltación de su personalidad —cuando ese escrito se convierte en el insumo fundamental para el inicio de su proceso de canonización—.

Otra fuente de información importante para la construcción de su biografía es el profuso intercambio epistolar: se conservan más de trescientas cartas entre Hildegarda y muy importantes figuras gracias a las cuales es posible reconstruir parte de su actividad en el ambiente eclesiástico y político de su tiempo. Por último, pueden recogerse datos biográficos también en sus obras en las que, como anticipamos, siempre se detallan las circunstancias históricas pero también personales que ponen marco a la escritura. Cuando exploramos la vida de Hildegarda, entre los numerosos elementos que la conforman, propios de una vida activa, fecunda y de gran incidencia pública, encontramos acontecimientos recurrentes y determinantes: sus visiones. Leemos en su libro Scivias:

...desde mi infancia, desde los cinco años, hasta el presente, he sentido prodigiosamente en mí la fuerza y el misterio de las visiones secretas y admirables, y la siento todavía.³


Las visiones no le producían necesariamente gozo, a veces todo lo contrario. Después de tales experiencias, la niña Hildegarda se sentía desfallecer y de hecho enfermaba. En la cita mencionada arriba, Hildegarda dice haber tenido su primera visión a los cinco años, en su biografía se dice que a los tres, sea como fuere, deberán pasar muchos años para que venza la vergüenza y el temor que le provocan tales experiencias y logre contárselo a otros. Hildegarda recuerda haber preguntado a su nodriza si veía lo mismo que ella percibía y el consiguiente terror que se apoderó de ella cuando comprendió que no. Tales visones aparecían repentinamente, sin control alguno de su voluntad.

A mi me sorprendía mucho el hecho de que, mientras miraba en lo más hondo de mi alma, mantuviera también la visión exterior y así mismo el que no hubiera oído nada parecido de nadie, hizo que ocultara cuanto pude la visión que veía en el alma.⁴


Este es el modo especial de la experiencia que relata Hildegarda: la visión interior no cancelaba la visión exterior sino que ambas coexistían, lo que le resultaba todavía más aterrador. A partir de esa experiencia interior quedaba paralizada y en ocasiones pronunciaba sonidos incomprensibles y, como ya dijimos, enfermaba severamente. 

Como podemos sospechar, la infancia en la Edad Media no era un tiempo con privilegios, tampoco tenía una larga duración. Particularmente las niñas, desde muy pequeñas, eran confiadas a la vida religiosa o bien a un matrimonio incluso cuando debieran esperar un tiempo para su consumación. A Hildegarda le tocó el primer destino. Nacida en 1098 en una familia noble de Bermersheim, en la zona oeste de Alemania cercana a la frontera con Francia y Luxemburgo, fue la menor de diez hermanos y estuvo destinada desde su nacimiento a ser consagrada a la vida religiosa. Con este propósito a los 8 años fue entregada a otra mujer solo 6 años mayor que ella, Jutta de Sponheim, hija de un conde, quien la instruyó en su propio castillo. Dos niñas: una maestra, la otra discípula. Jutta le enseña a leer los salterios en latín y el canto gregoriano para alabar a Dios.⁵ En 1112 —es decir cuando tenía 14 y Jutta 20—, ambas, junto con otra niña, toman sus votos en el monasterio benedictino de Disibodenberg, encerrándose en una celda de reclusión. Disibodenberg era un monasterio de varones que, por excepción, había aceptado que estas tres jovencitas vivieran recluidas en una celda anexa. 

La reclusión era muy habitual en esta época y podía tener mayor o menor rigor. Guillermo cuenta que Jutta había elegido Disibodenberg debido a su ubicación apartada y al celo religioso de la población local. También afirma que la “maestra” hizo construir ella misma el claustro allí. Si bien la reclusión era estricta, había personas que se acercaban a Jutta para que sus hijas se inicien en la vida espiritual, logrando formar así una pequeña comunidad de reclusas, es decir, de niñas y mujeres apartadas del mundo, encerradas en una pequeña celda y dedicadas a la oración. Hildegarda permanece en el claustro nada menos que 24 años, precisamente hasta la muerte de Jutta en 1136. Su maestra muere a los 44 años, producto de un durísimo ascetismo, ayunos y mortificaciones, y es posible que la aversión de Hildegarda por este tipo de prácticas proviniera del impacto de esta muerte y de haber descubierto bajo el hábito de su maestra un cuerpo lleno de vejaciones. Además de los salterios y los cantos, esa primera y larga formación con Jutta la puso en contacto con las Escrituras y, presuntamente, con algunos escritos de los llamados “Padres”, es decir los santos fundadores del pensamiento cristiano, como san Jerónimo o san Agustín, quienes presentan las bases doctrinales de la fe. Al parecer no recibió mucha más formación en estos años pues ella misma afirma que su tutora no era una persona ilustrada. Sin embargo, no solo reconoce en ella magisterio y santidad, sino también cierta sororidad: cuando vivían juntas, Hildegarda tenía visiones que no relataba a nadie, sin embargo, refiere: 

... cuando cesaba algo la fuerza de la visión... me avergonzaba y lloraba, y habría preferido callarme si hubiera sido posible. Por miedo a los hombres, no me atrevía a decir a nadie lo que veía. Pero la noble mujer que me educaba lo notó [...].


Después de la muerte de Jutta, Hildegarda con 38 años fue electa por sus hermanas como sucesora de su maestra. Se resistió a asumir el cargo, pero finalmente aceptó, alentada por su propia comunidad y por la autoridad del abad de Disibodenberg, Kuno. Es entonces cuando se produce un giro en su vida y personalidad: comienza a abandonar paulatinamente la celda para enseñar y predicar; ahora ella sería la maestra para otras monjas. Muy pocos años después, a los 42 años —o 43 según otro testimonio— recibe una visión que cambia su vida. Esta llegó con una indicación especial desde lo alto: se le ordenó proclamar y escribir aquello que veía. Inmediatamente, dirige una carta a un personaje muy reconocido en la espiritualidad de su tiempo, Bernardo de Claraval: 

Padre, estoy muy angustiada por esta visión que se me apareció en el espíritu del misterio, y que jamás vi con los ojos exteriores de la carne. Yo, miserable y más que miserable en mi condición de mujer, vi desde mi infancia grandes maravillas que mi lengua no puede relatar, a no ser porque el Espíritu de Dios me ha instruido para que crea, y confíe.


Bernardo consulta al Papa que en ese momento se encontraba muy cerca del monasterio, en la ciudad alemana de Trier. El Papa envía una comisión para confirmar la “veracidad” de tales visiones. Nos resulta difícil pensar con qué criterios puede establecerse la verdad de una mirada interior, intimísima. Hildegarda dice que ve, esto es un hecho. Lo que ve, y en ocasiones oye, son imágenes desligadas de lo real, maravillosas, en las que aparecen figuras humanas, animales, elementos naturales, edificios, monstruosidades propias de un bestiario, todo enlazado sin una lógica aparente; sin embargo, ella les impone sentido, no solo ve, sino que interpreta lo que ve. La iglesia debe cuidar que tales visiones no provengan del demonio sino, como ella afirma, provengan de la “Luz Viviente de la divinidad”. Sean cuales fueren los elementos de juicio que se pusieron en juego, las visiones fueron consideradas provenientes de la divinidad e Hildegarda fue autorizada a escribir. Con todo, es necesario llamar la atención sobre esto: a pesar de contar con el reconocimiento del mismísimo Papa, Hildegarda menciona algunas opiniones adversas de los varones que se preguntan, tal como se relata en su biografía:

¿Qué es esto de que tales misterios sean revelados a esta mujer inculta y necia, cuando existen tantos hombres fuertes y sabios?⁹


Las objeciones misóginas tenían fundamentos bíblicos. Abundan los textos en los cuales la palabra de la mujer aparece vedada. En la primera Carta a los Corintios, Pablo de Tarso expresa claramente: “En las iglesias que las mujeres callen, pues no les está permitido hablar…”. Y como bien señala Azucena Fraboschi, aunque el apóstol Pedro también en una carta recuerda la profecía de Joel: “Y sucederá en los últimos días, dice el Señor, que derramaré Mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas”, el carisma profético en la mujer queda reservado para un tiempo futuro, mientras que en el presente solo se le permite hablar y escribir a mujeres para edificación espiritual de otras mujeres —religiosas o laicas—, y en el ámbito privado. 

Hildegarda no pudo desconocer la advertencia de Pablo y por esa razón, a pesar de haber tenido visiones desde pequeña, como ella misma confiesa, tardó tanto tiempo en comenzar a escribir; este silencio autoimpuesto explica los largos períodos de enfermedad.¹⁰ Recién alcanzó el alivio cuando obedeció a la misma Luz Viviente que le ordenó comunicar sus visiones, cuando las imágenes ofrecidas por esa voz y luz interiores se hicieron palabra: 

Y de nuevo oí una voz que me decía desde el cielo: ‘Anuncia entonces estas maravillas, tal como has aprendido ahora: escribe y diʼ.¹¹


La orden es interior pero viene de lo alto y a pesar de sus propias dudas la escritura se vuelve inevitable.¹² Para Hildegarda este tipo de experiencia, que podemos llamar “mística”, en cuanto consiste en un contacto directo con lo absoluto, debe ser comunicada.¹³ Sin embargo, como bien señala Rabassó, hablar y escribir eran dos actos poco comunes para mujeres de su mundo. La escritura se vinculaba con el género masculino pero también con la vanidad. De hecho, no era completamente aceptado en el ámbito monacal que un escritor firmara su obra: si se consideraba solo un vehículo de la verdad, su nombre debía permanecer anónimo. ¡Cuánto más podía valer esto para una monja! Por otro lado, como adelantamos, los conocimientos que Hildegarda tenía del latín, la lengua de los escritos con valor, provenían únicamente de las lecturas directas de la Escritura y los salterios. Para que su obra fuera tomada en serio debía ser redactada en un latín legible y no en lengua vulgar. Finalmente, necesitaba ser avalada por la autoridad eclesiástica que solo la leería si estaba correctamente escrita.

Con la ayuda de su secretario Volmar y Ricarda, su discípula dilecta, comenzó la redacción de su primer gran escrito, Scivias o Conoce los caminos. Envió la primera parte para la supervisión eclesiástica y la obra pudo comenzar a circular cuando obtuvo la autorización papal.

Entre tanto, en 1150, completa otra proeza: fruto directo de una de sus visiones, decide trasladar su comunidad de 20 monjas a Rupertsberg, cerca de Bingen, de donde procede el toponímico con que la conocemos. A pesar de haber declarado que había recibido la misión de autonomizar a su comunidad en una visión, el traslado fue resistido por el abad y por toda la comunidad de monjes varones de Disibodenberg. El mismo que en el pasado la alentara a dirigir su grupo de mujeres, ahora no la dejaba volar por sí misma. La objeción tenía varias razones: la comunidad de monjas contaba con prestigio, sobre todo la propia Hildegarda, quien recibía y aconsejaba a personas adineradas quienes, en agradecimiento, ofrecían donativos que beneficiaban a todo el monasterio; por otra parte, las niñas que ingresaban a la comunidad dirigida por la abadesa lo hacían con dote, y si se trasladaban, restaban otra fuente de ingresos al monasterio.¹⁴

Curiosamente, las propias monjas se quejaban de la separación: ya no estarían tan cómodas como en el consolidado monasterio benedictino de varones. Hildegarda no cedió a las presiones y con la mediación de Ricarda von Stade, que además de ilustrada pertenecía a una influyente familia, pudo trasladar a su comunidad. El vínculo de Hildegarda con Ricarda merece una mención especial. Es posible encontrar en diversos textos testimonios del intenso amor que une a la abadesa con su protegida. Era para ella un importante soporte tanto para su actividad intelectual como pastoral. Sin embargo, el estrecho vínculo se rompe cuando un año después de la mudanza a Rupertsberg, a instancias de su poderosa familia, Ricarda es obligada a ser ella misma abadesa en otro convento. La insistencia desesperada de Hildegarda ante la familia de su discípula para que permanezca en el convento y el dolor por la decisión de Ricarda se expresa en un intercambio epistolar en el cual pueden advertirse los durísimos términos contra quien, según Hildegarda, “eligió los honores y la posición social al amor”. Ricarda disfrutó poco tiempo de su papel de abadesa: muere solo un año después de la separación de su maestra.¹⁵ 

Hildegarda nunca pudo olvidar que Ricarda había sido su asistente en la escritura pero valoraba todavía más su apoyo en la audaz proeza conjunta: la fundación del primer monasterio femenino autónomo, el primero que no guardaba dependencia alguna respecto de una abadía de varones.

El alejamiento de Hildegarda y su grupo de monjas del monasterio de varones acarreó severas consecuencias. Varias cartas reflejan la hostilidad de los monjes de Disibodenberg contra Hildegarda, hostilidad a la que ella responde con convicción acerca de la decisión tomada tal como se manifiesta en esta respuesta al abad:

Y algunos de entre la turba de tus hermanos rugían sobre mí como sobre una ave negrísima, o incluso como sobre una horrible bestia; y tensaban sus arcos contra mí para que yo huyera de ellos. Pero en verdad estoy segura de que Dios, en sus misterios, me sacó de aquel lugar, puesto que mi alma había sido conmovida de tal modo con sus palabras y sus milagros, que casi hubiera muerto antes de tiempo, si hubiese permanecido en aquel lugar.¹⁶


La pluma de Hildegarda revela su pasión y el carácter existencial de sus decisiones: hubiera muerto si no se independizaba, tal como hubiera muerto si no escribía cuando la voz en la visión se lo ordenó. 

Desde la fundación del monasterio de Rupertsberg, la fama de Hildegarda se extendió todavía más atrayendo numerosas vocaciones; esta fama llegó a los oídos del emperador Federico Barbarroja quien, en 1150, pidió conocerla. Durante esa entrevista nació un vínculo que se cristalizó en una correspondencia recíproca y en la protección que el propio emperador dio a partir de entonces al monasterio de Rupertsberg. Como podemos ver nuestra abadesa contaba con amistades poderosas tanto en la iglesia como en el Imperio Romano Germánico.

Este es un tiempo de cartas, viajes y predicaciones, y también de escritura en tanto continúa completando textos que había iniciado en los tiempos de Disibodenberg y comenzando otros.¹⁷


Entre 1158 y 1171 realizó cuatro viajes en barco y a caballo por Alemania atravesando las localidades a orillas de los ríos Nahe, Meno, Mosela y Rin. El objetivo de los viajes era la predicación. Sus sermones no solo se llevaban a cabo en los templos y abadías sino también en las plazas y podían ser escuchados por religiosos y laicos. En esas prédicas, Hildegarda era implacable contra los herejes pero también contra los clérigos, los canónigos y el pueblo en general a quienes consideraba faltos de piedad y entregados a una vida disoluta, terreno fértil para que florezcan las herejías. Sus amonestaciones llegan hasta el mismo Papa.¹⁸ Más adelante nos detendremos sobre su batalla contra las herejías.

Entre tanto, funda una segunda comunidad en Eibingen, al otro lado del Rin. Atiende simultáneamente ambas comunidades, mientras no deja de viajar. Los traslados, los sermones y las cartas tienen muchas veces motivos pastorales y otras tantas motivos políticos. Un hecho puntual marca parte de su actuación: en 1159 se produce una gravísima ruptura entre el emperador germano Federico Barbarroja y el Papado, una de las más importantes entre el poder eclesiástico y el poder temporal durante la Edad Media. Federico, quien fuera un fuerte aliado de la iglesia, había sido también, como dijimos, protector del monasterio de Rupertsberg tal como lo acredita su correspondencia con Hildegarda. Sin embargo, cuando el emperador rompe con Roma y llega al extremo de nombrar a su propio Papa, ella se aleja definitivamente de él, aunque no abandona el escenario político tanto desde el punto de vista práctico como teórico. De hecho, sus textos reflejan una clara idea política acerca del juego de relaciones entre el poder espiritual y el poder temporal. En muchas de sus visiones aparecen profecías acerca del fin de los tiempos preludiadas por edades históricas que conducen a tal fin y muchos investigadores tratan de vincularlas a situaciones y personajes muy cercanos a su mundo. En la última visión de su primera obra, Scivias, visión que se titula “Venida del impío y plenitud de los tiempos”, se describen las cinco cruentas edades de los reinos de este mundo que precederán a la llegada del Anticristo. Las visiones de esa naturaleza no están exentas de contenido ético y político. Cada una de las edades se simboliza con un animal: el perro de fuego representa la justicia humana que olvida la divina; el león cobrizo representa a los hombres beligerantes; el caballo pálido simboliza el tiempo de los lujuriosos; el cerdo negro, el tiempo de los príncipes del mundo que acorralan a la ley divina; y por último, el lobo gris que representa el tiempo de la rapiña. La descripción de esta visión fue escrita dos décadas antes de la ruptura entre el imperio y el papado, y cuando esto sucedió fue inevitable entender aquella visión que había tenido Hildegarda como una profecía. Durísima desde entonces con el poder político cuando se separa de la virtud, no se priva tampoco de las consideraciones acerca de los laicos y los clérigos en lo que concierne a sus posesiones y a sus jurisdicciones. Así se expresa en una obra posterior, el Libro de las obras divinas, también en el marco de una profecía de tono apocalíptico: 

Dios no ha ordenado que la túnica y el manto fueran dados a uno solo de sus hijos, dejando el otro desnudo, sino que ha dispuesto que al uno sea dado la capa y al otro el manto. La capa les corresponde a los laicos, por la amplitud de sus deberes y porque no dejan de crecer y multiplicarse en sus hijos. El manto debe ser concedido al pueblo de los religiosos, para que no les falten comida y vestidos, pero no para que posea más de lo que precise[...]¹⁹


Ahora bien, a la hora de amonestar, las reprimendas de Hildegarda se dirigen siempre más duramente a los miembros de la iglesia que equivocan el camino cuando quieren tener la capa y el manto:

Por tanto nosotros juzgamos y disponemos que todas las antedichas cosas sean divididas con equidad, y dondequiera que los religiosos posean la capa además del manto, la capa les sea quitada para darlo a los indigentes, para que estos no se consuman de miseria.²⁰


En medio de las fuertes controversias políticas de la región no es menor la incidencia, sobre todo en la zona de Colonia, de la herejía de los cátaros, a la cual también Hildegarda combatió vivamente. Los cátaros quienes sostenían la presencia del mal en el mundo, como una especie de maniqueísmo renovado, eran por este entonces un movimiento no solo religioso sino social con fuertes demandas acerca de la degradación de las costumbres. En su lucha contra ellos, Hildegarda nuevamente culpa en gran parte a los clérigos que deberían ser los primeros en llevar una vida recta y mostrar, de ese modo, que el único Dios es el Dios bueno. Con todo, la advertencia moral de Hildegarda tiene también un ingrediente que la pinta de cuerpo entero: nadie que observe la belleza de la naturaleza puede sostener que hay mal en la creación. En una carta dirigida a los pastores de la iglesia y referida a la cuestión cátara les ofrece algunos argumentos para disuadirlos poniendo en boca de Dios:

Yo he puesto el firmamento con todo su ornato , pues tiene ojos como para ver, orejas para oír, una nariz para oler , una boca para gustar. Pues el sol es como la luz de Sus ojos, el viento como el oír de Sus orejas, al aire como Su fragancia, el rocío como Su sabor, la fuerza vital [uiriditatem] que exuda es como el aliento de Su boca.²¹


En el marco de un intercambio epistolar, esta bellísima imagen de un universo viviente que se pone en vinculación con los sentidos externos nos ofrece la ocasión de penetrar lentamente allí donde pondremos nuestra atención: la escritura de Hildegarda y su carnadura filosófica.

Es muy significativo ver de qué manera después de la muerte de su maestra, Hildegarda comienza a hacer escuchar su voz. El tono de sus cartas y de sus textos ponen en evidencia que se trata de una mujer que considera la palabra como una herramienta imprescindible para la persuasión y la transformación de una realidad política y social en la que, una vez salida de la clausura, comenzó a tener una influencia inusitada. La palabra se presenta multiforme, no es solo escrita o proferida. En la década del cuarenta, también comienza a escribir canciones tal como lo testimonia una carta que le enviara un maestro de París donde elogia sus composiciones.

Sin embargo, acaso lo más importante para la perspectiva adoptada en este volumen son sus libros, los que son fruto directo de sus visiones internas y los que proceden de sus observaciones empíricas. En esto nos concentraremos en lo que sigue.

Tres obras importantísimas fueron resultado directo de sus visiones, cada una de las cuales le lleva muchos años de composición. Se conoce como su “trilogía profética”. La mencionada Scivias o Conoce los caminos, redactada entre 1141-1151, el Libro de los méritos de la vida (Liber meritorum vitae) redactado entre 1158-1163 y el Libro de las obras divinas (Liber divinorum operum) entre 1163-1173. Como dijimos, en el comienzo de cada uno de estos libros Hildegarda sitúa a los lectores y lectoras en las circunstancias de la redacción del texto. Citamos unas líneas del comienzo del Libro de los méritos de la vida como una buena síntesis de una Hildegarda madura que alude las circunstancias que la llevan a escribir, el efecto que dejan en ella los episodios visionarios, el contexto político en el cual estos hechos se inscriben y su propia opinión sobre esa situación, y el irrenunciable mandato de comunicar lo que ha recibido:

En ese tiempo, después de las dichas visiones [las que la condujeron a escribir Scivias] me quedaba luego una debilidad intensa y una molesta y grave pesadez del cuerpo. Y así durante ocho años. Cuando cumplí los sesenta tuve una poderosa y admirable visión por la que también padecí durante un quinquenio. Así pues, el año en que cumplí los sesenta y uno, que es el 1158 de la Encarnación del Señor, reinando Federico como Emperador de Romanos, por desgracia para la Sede Apostólica, oí una voz del Cielo que me decía: ‘Tú, a quien desde la infancia se ha dado el don de la revelación verdadera, no corporal sino espiritual, por el Espíritu del Señor, transmite las cosas que ahora ves y oyes. Verdad es que al principio de tus visiones se te manifestaron algunas cosas a modo de leche espiritual, pues unas se te desvelaron como alimento suave y ligero, pero luego otras te fueron manifestadas como alimento sólido y perfecto. Ahora habla, no desde ti sino desde Mí, y escribe desde Mí y no desde ti’.²²


Una introducción similar inaugura su tercera obra profética. Nuevamente la circunstancia de sus visiones, los efectos y el contexto político. 

A esta trilogía visionaria hay que añadir pequeñas obras que fueron compuestas entre 1150-1170 entre las que destacamos dos textos naturalistas en los cuales los conocimientos parecen provenir más bien de la observación empírica, Física (Physica) y Causas y Curas (Causae et Curae); una obra donde inventa un lenguaje, titulada La lengua desconocida (Lingua ignota), y dos obras artísticas El orden de las virtudes (Ordo virtutum) que es una suerte de auto sacramental cantado, y una Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes (Symphonia armonie celestium reuelationum) que reúne unas 70 composiciones musicales creadas a lo largo de dos décadas.²³

Hildegarda muere el 17 de septiembre de 1179 a los 81 años, una larga existencia considerando el promedio de vida del siglo y los problemas de salud que declara haber tenido desde pequeña. En el siglo XIII comienza un proceso de canonización con varias idas y vueltas a lo largo de los siglos, y si bien se la ha llamado “Santa” desde la redacción definitiva de la Vida…, la canonización oficial recién llega en el siglo XXI cuando en 2012 el Papa Benedicto XVI la declara doctora y santa de la iglesia católica.²⁴

² Ver el texto 1 de la selección de textos de este volumen

³ Scivias, Testimonio.

 Vida de Hildegarda, p. 51. Ver el texto 4 de la selección de textos de este volumen

 Ver el texto 2 de la selección de textos de este volumen

 Vida de Hildegarda, pp. 51-52. Ver el texto 4 de la selección de textos de este volumen.

 Carta a Bernardo de Claraval, 1146-7. Ver el texto 10 de la selección de textos de este volumen. 

 Ver el texto 11 de la selección de textos de este volumen.

 Vida de Hildegarda, pp. 55-56. Ver el texto 18 de la selección de textos de este volumen. 

¹⁰ Ver los textos 3, 5 y 6 de la selección de textos de este volumen.

¹¹ Scivias, Testimonio. Ver el texto 7 de la selección de textos de este volumen.

¹² Ver el texto 12 de la selección de textos de este volumen.

¹³ Ver el texto 13 de la selección de textos de este volumen.

¹⁴ Ver los textos 14, 15 y 16 de la selección de textos de este volumen.

¹⁵ Ver los textos 19, 20 y 21 de la selección de textos de este volumen.

¹⁶ Carta dirigida al abad y fechada alrededor del año 1155.

¹⁷ Ver el texto 9 de la selección de textos de este volumen. 

¹ Ver el texto 23 de la selección de textos de este volumen. 

¹ Libro de las obras divinas, Parte III, visión quinta, XVI.

² Ibidem.

²¹ Carta a los Pastores de la Iglesia, 1163 (?). Ver el texto 41 de la selección de textos de este volumen.

²² Libro de los méritos de la vida. Prólogo

²³ A partir de aquí mencionaremos sus obras con el título en español a excepción de Scivias, cuyo título en latín es de uso frecuente en el original latino en la mayoría de los textos modernos que lo abordan y también lo preferimos en este volumen.

² Ver el texto 83 de la selección de textos de este volumen.

Artículos relacionados

Miércoles 24 de julio de 2019
La sabiduría del gato

El texto de apertura de El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo): "La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir".

Por Marc Augé

Lunes 23 de agosto de 2021
La situación de la novela en la Argentina

“El problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales”. Un fragmento de la primera clase de Las tres vanguardias (Eterna Cadencia Editora).

Por Ricardo Piglia

Martes 16 de febrero de 2016
Morir en el agua

La sumersión final: algunas ideas en maelstrom alrededor de Jeff Buckley, Flannery O'Connor, John Everett Millais, Edvard Munch, Héctor Viel Temperley, Alfonsina Storni y Virginia Woolf.

Martes 31 de mayo de 2016
De la fauna libresca

Uno de los ensayos de La liberación de la mosca (Excursiones) un libro escrito "al borde del mundo" por el mexicano Luigi Amara, también autor de libros como Sombras sueltas y La escuela del aburrimiento.

Luigi Amara
Lunes 06 de junio de 2016
Borges lector

"Un gran lector es quien logra transformar nuestra experiencia de los libros que ha leído y que nosotros leemos después de él. (...) Reorganiza y reestructura el canon literario", dice el ensayista y docente en Borges y los clásicos.

Carlos Gamerro
Martes 07 de junio de 2016
La ciudad vampira

La autora de La noche tiene mil ojos, quien acaba de publicar El arte del error, señala "un pequeño tesoro escondido en los suburbios de la literatura": Paul Féval y Ann Radcliffe, en las "fronteras de la falsa noche".

María Negroni
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar