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Entrevistas

Fogwill

El escritor Rodolfo Enrique Fogwill, autor de Los pichiciegos, Vivir afuera, En otro orden de cosas, está considerado como uno de los escritores más importantes de la literatura argentina.

Por Patricio Zunini.
Fotos: Lucio Ramírez

Vuelvo a tocar el portero eléctrico, esta vez sin convicción: tengo la sensación de que no va a contestar nadie. Tras un par de minutos de silencio, regreso al auto adonde tengo el papelito con los teléfonos. Llamo a la casa, salta el contestador: "Soy yo, ¡yo!", dice la grabación. Llamo al teléfono celular:

-Ah, Zunini, me olvidé de vos. Estoy en el bar de la esquina de Callao y Santa Fe, el que está en diagonal a Lázaro Costa. Vení para acá.

"Llamame la semana que viene de ocho a diez de la mañana". "Llamame hoy a la una". "Llamame el viernes a las cinco". "Llamame el lunes a las nueve". "Nos vemos el domingo a las seis". Desde la primera vez que hablamos comprendí que mi tarea era ajustarme a él. Llego al bar Filippo y lo encuentro haciendo tiempo con un amigo argentino que vive en España y está de visita. "El es el periodista que me viene a entrevistar para un medio gay", me presenta.

-¿Viniste con el auto? Vamos a mi casa y después traeme de nuevo.

Nos subimos al auto, prendo el grabador. Entre pregunta y respuesta se escuchan sus indicaciones: "seguí por esta", "en la próxima a la izquierda", "la segunda a la derecha". Yo estoy  al volante, pero maneja Fogwill.

*

El auto avanza tranquilo por las calles de Palermo. El grabador sobre la guantera, la luz roja encendida apunta a la boca de Fogwill.

-¿Estará grabando esa mierda? Porque quisiera leer las cosas que digo.

-Sí -contesto-, el bichito funciona bien.

-Ojalá pudiera decir lo mismo -se señala el pantalón-. Anoche me traicionó dos veces.

Fogwill, que dice que dejó de llevar la cuenta de las mujeres con las que se acostó cuando superó a Kennedy, asegura que nunca tomó Viagra:

-Tengo Viagra: una médica que me garché en Chile me regaló Cialis, que es un Viagra que dura tres días. Pero no lo usé nunca, no me interesó. Si no se me para quiere decir que mi cuerpo no quiere coger. Y yo tampoco. Que se joda la mina: que espere o que se busque a otro, el mundo está lleno de machos.

*

fogwill

El edificio donde vive Fogwill parece estar hecho a la medida de Fogwill, empezando por el hecho de que en el portero eléctrico hay que tocar el tercer piso y en el ascensor el segundo. Es un edificio moderno en un Palermo al que hace rato se le borró lo viejo. El ascensor es más bien pequeño, el pasillo estrecho. Fogwill señala una puerta.

Entramos a un departamento despelotado. De la escalera cuelgan unas cinco o seis camisas. Hay ceniceros en el piso; también atados de cigarrillos y libros. Hay varias bibliotecas, pero no tantas como imaginaba. Los libros de Fogwill están mezclados con los de otros autores. En una mesa está la notebook sucia con la que trabaja, el monitor está salpicado de manchas -según él son de chocolate-, el teclado está tan mugriento que debió conectarle otro por usb. Más allá, junto al balcón, hay un sillón largo de dos plazas, repleto de ropa: es el sillón de los periodistas. En el caos todo tiene un lugar.

Fogwill practica natación, hace yoga, gimnasia. Sin embargo, el breve trayecto desde el auto al departamento lo ha dejado muy agitado. Tiene un enfisema pulmonar. Respira desacompasado, las frases salen entrecortadas. Le propongo seguir la entrevista otro día.

-Está agitado, Fogwill.

-¿Pero qué? ¿Te quejás?

-No, me preocupa: a ver si se queda duro acá, qué hago.

-Cagaste porque ya dejaste las huellas digitales. No toques nada más.

Se toma unos minutos: busca entre los papeles del escritorio de la computadora el inhalador para asmáticos, pone agua para el mate, prende un cigarrillo, se sienta en un silloncito frente a mí, se relaja. Conoce el ritual: "con esto se me pasa", dice. De a poco la respiración vuelve a la normalidad.

En este ir y venir por la casa, Fogwill habla desde la cocina, desde el baño (mea con la puerta abierta para no frenar la conversación), lo sigo sin seguirlo tratando de no perder detalles. Pateo un CD abandonado en el piso: Miles Davis.

-Me lo regalaron justo a mí que odio el jazz -dice-. Yo fui jazzero cuando había un sentido ideológico. En el '50 había un solo lugar donde escuchar jazz: los sábados a la mañana en Radio El Mundo. Era una manera de ser antiperonista.

Entonces enumera la música que le gusta: Atahualpa Yupanqui, Schumann, Schubert, Wagner, Vivaldi, folclore pakistaní ("es muy hermoso porque es música árabe pero con raga hindú"), música francesa popular, música celta antigua, flamenco, chamamé ("me encanta, voy a todos los festivales que hace Nito Artaza").

-Me cayó muy bien la parodia de Sid Vicius a Frank Sinatra- dice, y pienso que para acostarse con una muchacha punk no hace falta escuchar su música.- Y no creo que los Beatles fueran músicos sino que tenían atrás un aparato, algún profesor de armonía. Harrison tenía talento, pero no lo soportaría.

-¿No? ¿Y a Lennon?

-Menos todavía.

-A mí me encanta Lennon.

-Y bueno, está bien: tenés mal gusto, loco.

*

En algún momento llega José -el cuarto de cinco hijos, adolescente- y Fogwill vuelve a presentarme como periodista de un medio gay. En algún momento llama por teléfono un periodista de La Nación y Fogwill le dice que está en medio de una entrevista con un pibe muy piola e inmediatamente le da un nombre que no es el mío. (En otro momento dirá, como si me empujara a una competencia tácita -algo que de alguna manera consigue- que las mejores entrevistas se las hicieron Roka Valbuena y Agustín Valle).

*

-Es frecuente que en las entrevistas surja el tema de la cocaína -ensayo abrir el tema.

-Vos lo sacás; todos los boludos como vos lo sacan -lo cierra.

-Yo nunca me drogué -reabro.

-Hiciste bien, no te perdiste nada -se interesa-. Se puede vivir muy bien sin conocer Miami. ¿Fuiste? Yo tampoco. Se puede vivir muy bien sin conocer Mar del Plata. Se puede vivir muy bien sin conocer la cocaína.

La droga es una cincelada más en el tallado mito Fogwill. Son famosos los 12 gramos de cocaína con los que escribió Los pichiciegos en una carrera contra el reloj: en medio de la Guerra de Malvinas,  quería tener la novela terminada antes de que llegara el Papa a Buenos Aires.

En los años 50, Fogwill se reunía con amigos anarquistas en un bar que se llamaba Siberia. La noche lo vinculaba con otros grupos políticos y con gente del hampa: ladrones de guantes blancos, timberos. A través de ellos conoció la cocaína: los jugadores la usaban para durar, porque apostaban toda la noche y luego se tomaban un avión en Aeroparque para seguir jugando en el casino de Uruguay que abría desde la mañana. En aquel tiempo, la cocaína le parecía algo deleznable. La marihuana no era común, sólo se fumaba en los bares gallegos de Salta y Avenida de Mayo porque la traían los marineros españoles; casi nadie la conocía.

-En el 65 llegó el hash, que se convidaba en las fiestas. Viví fumado durante siete años, pero sin afectar mi comportamiento en nada. Un día probé la cocaína y me hizo muy bien. Creía que pegaba con mi personalidad. La magia de la cocaína es hacerte creer que vos sos el dueño de la irrupción de adrenalina, pero no es así. La cocaína te da la conciencia de que estás haciendo cagadas pero que vos la podés arreglar. Te da esa omnipotencia. Yo diría que es útil probar los alucinógenos como ayahuasca u hongos bajo control. Vale la pena porque te muestran ciertas facultades asociativas que tenés y que luego podés recuperar por tu propia cuenta sin la droga. En cambio las facultades que te da la cocaína son todas de la cocaína: no podés recuperarlas sin cocaína. Además no sirven porque vienen tan asociadas a la omnipotencia y a lo que sería la mala fe, la mentira y la traición, que no podés evocarlas en una situación normal moral. Una vez una mina me dijo "no me acuesto nunca más con vos, no te quiero ver nunca más porque cuando cogés hacés trampa". Yo tomaba droga, ella no. La mina no tenía la menor experiencia, no había leído ningún libro ni era moralista, pero sentía que yo hacía trampa si cogía drogado. Y efectivamente el cocainómano hace trampa en la vida. En todo: sus afectos son falsos, sus lealtades son falsas, no conocí ningún cocainómano que sea buena persona.

*

Mil novecientos setenta y siete: Fogwill vivía en un décimo piso, el ascensor llegaba hasta el noveno y después tenía que subir por la escalera. Una noche escuchó ruidos en el departamento de abajo, donde vivía un matrimonio. Ruidos, gritos, golpes. No supo de sus vecinos hasta tres años más tarde. El hombre había adelgazado, pero lo reconoció en seguida cuando se lo cruzó en un kiosco.

-Lo habían cagado a trompadas y lo habían tenido 3 meses en el Olimpo preguntándole por un montón de personas que estaban vinculadas a mí. Se habían equivocado de piso.

Fogwill estuvo vinculado con el PRT hasta que al partido le salió un brazo armado. Entonces los abandonó: habló con gente del ERP, del ERP-22, con montoneros amigos, con la vanguardia comunista y les explicó que él era liberal, que eso no implicaba abandonar el marxismo ni ser represor, pero que, debido a las prácticas que habían empezado a tener, ya no podía mantener relación con ellos.

La persecución de la dictadura era intensa. Fogwill dirigía la agencia de publicidad Ad Hoc (sí: él pensó "el sabor del encuentro", pero inicialmente no era para Quilmes si no para una tabacalera) y la dictadura le prohibía los avisos "con argumentos cada vez más boludos". Por ejemplo: hizo una publicidad para Pall Mall en la que una mujer se iba de una fiesta con un hombre para ver el amanecer, en un paneo de la cámara, se veía la mano izquierda de ella sin alianza. La censuraron porque el hombre no era el marido: suponía un atentado a la moral. Repitió la publicidad, pero ahora con dos amigos en un avión: la censuraron porque tenía música en inglés.

-¿Por qué no se fue del país?

-Yo sentía que estaba afuera. En Brasil había una pequeña réplica de mi agencia de investigación de mercado y viajaba una vez por semana, o por lo menos dos miércoles por mes, y me quedaba un día y medio. Cada dos o tres meses saltaba a Londres porque mi cliente principal estaba ahí. Pero yo era un cocainómano grave. Mi abogado me dijo que vendiera todo y pirara. Podría haberme ido a Brasil, podría haberme ido a España. No le di pelota porque yo era cocainómano, tomaba un gramo y me sentía inmortal.

El cerco se cerró finalmente en 1980 cuando fue acusado de estafas y subversión económica. Primero lo tuvieron secuestrado en un "buzón" (el baño de hombres de una escuela de Villa Luro), luego lo metieron preso y pasó seis meses en la cárcel. Cerraron sus cuentas y tuvo que venderlo todo para afrontar sus compromisos. Fogwill dice que la persecución no era política: lo perseguían porque se negaba a pagar las coimas que le pedían desde la Secretaría de Información Pública.

Cuando lo liberaron, consiguió trabajo en la Universidad de Belgrano que le alcanzaba para comer. Dos meses más tarde se hacía cargo de la dirección general de D'Annunzio Publicidad, agencia atribuida a Roberto Viola hijo.

-Yo laburé muchos años para Dupont, que se instaló en Argentina aparentemente como fábrica de nylon pero en realidad lo que instalaron en Ezpeleta era una fábrica de explosivos. Laburé para la Esso, que no fabricaba explosivo pero hizo caer 80 gobiernos en el mundo. Laburé para Nobleza, que debe ser responsable de por lo menos el 20% de las 45 mil muertes de cáncer de pulmón por año: matan a 9 mil personas. Después de eso, puedo laburar para cualquiera. Laburo para el que me paga.

*

fogwill

-José, boludo, vení, probate las zapatillas y la ropa.

Fogwill interrumpe la entrevista para hablar con su hijo. La montaña de ropa que tiene sobre el sillón era de su "hijo millonario", el director Andy Fogwill, que la trajo para que la use la familia. Hay cuatro o cinco pares de zapatillas, camperas, remeras, pantalones. Hay una campera negra con calaveras: esa se la quiere quedar él. Yo me llevaría alguna remera, pero no me invitan al saqueo.

-Poné todo en la Samsonite que después él -yo- nos alcanza hasta tu casa -decide.

*

-No son tantos mis libros -dice-: escribí tres o cuatro novelas, 25 poemas, 21 cuentos y se acabó Fogwill. Qué más quieren, loco.

Tiene algunos textos más, pero a fuerza de intervenir brutalmente sobre su propia obra, Fogwill consigue redefinirla. Es autoexigente hasta el extremo de desechar cuentos que lo acompañaron durante treinta años. El año pasado la editorial Alfaguara publicó el  volumen Cuentos completos, pero, en realidad, el libro no trae todos sus cuentos sino aquellos que al propio Fogwill le gustaría fueran tomados en cuenta a la hora de hablar de él como cuentista. Pidió que los cinco o seis excluidos nunca vuelvan a aparecer. El libro pudo haber sido un volumen de cuentos seleccionados, pero allí se comprende el peso de la palabra completos: los que quedaron afuera dejaron de existir.

Pasado un año de esa edición, la palabra completos tiene, además, un peso profético: Fogwill dice que ya no puede escribir cuentos.

-Hace años que no puedo escribir cuentos. Yo escribía veinte cuentos por año, después diez, después cinco, después uno, después uno cada cinco años. En economía, eso se llama rendimiento decreciente. Perdí el oído para los cuentos, pienso algo y si lo empiezo a escribir me entra justo en una novela. Es otro género, otra actitud. En la novela uno se puede permitir escribir pensando qué hay  que poner. En un cuento no: si pensás que tenés que poner, sonaste, no terminás el cuento nunca más. El cuento se escribe al dictado.

*

La silla en la que trabaja es poco común. El asiento está inclinado hacia adelante, Fogwill se sienta como si se arrodillara. No necesita respaldo: la postura lo mantiene erguido. Mientras hablamos se balancea hacia adelante y atrás, suave, como si bailara. Le gusta la silla, pero tiene que dejar de usarla por la próstata.

-Como todo viejo de mierda tengo próstata gigante. Y sentado así -vuelve a balancearse- me la masajeo todo el tiempo. Acabo que es una maravilla. Pero ya hice dos retenciones de orina que es la cosa más fea que te puede pasar. La próstata te aplasta la vejiga y te tienen que meter una manguera para mear durante una semana.

De todas maneras, no pasa mucho tiempo sentado. Por la mañana usa la computadora dos horas, la primera es para leer los diarios: Nación, Clarín, Página/12, Journal do Brasil, algunas veces La Folha de San Pablo, a veces el ABC de Madrid, siempre El mercurio. Después contesta por mail a editores y periodistas. Si le queda tiempo escribe.

-¿Cuánto tarda en escribir una novela?

- Mirá, si me dijeran que mi próxima metástasis es en el lóbulo frontal y que me tienen que operar el cerebro dentro de dos meses, en ese tiempo te hago tres novelas. Dos que están semiescritas y una que te invento en el momento. ¿Tengo dos meses libres? Perfecto, pero tengo que largar todo. Dejo el deporte, dejo de hacer las cosas, dejo de cocinar. Yo cocino tres veces por semana, no es tanto, pero para atender las compras me lleva no menos de tres horas por vez: que a la nena le gusta la ensalada rusa de tal lugar, que al nene le gusta el jugo Tropicana que dejó de distribuirse y hay que salir a buscarlo, que a mí me gusta la carne de Antonito y hay que ir de mañana porque cierra a las dos de la tarde. Dejo todo y te liquido dos o tres novelas perfectamente.

*

Las preguntas que más lo irritan son las del oficio. Las debe haber contestado más de mil veces. Responde con frases breves, cortas, cerradas.

Dice:

-En la aduana, en migraciones, pongo escritor. Podría poner sociólogo, pero pongo escritor. Es más fácil, nadie te pregunta. Si ponés sociólogo te preguntan qué pensás de la juventud, qué pensás de la droga. ¡Es rica la droga, qué querés que te diga!

Y dice:

-Yo escribí siempre. Laburaba de escribir, loco. Escribía 200 páginas por semana, informes de marketing, campañas de publicidad, discursos de políticos, discursos de empresarios ante las Cámaras. Cada semana tenía una changa boluda distinta. Siempre escribí.

Y dice:

-No sé con qué personaje me siento más relacionado... Con el que dice "yo" en las novelas. Los críticos dicen que con Gilwolf: son muy astutos, se dieron cuenta que es un anagrama de Fogwill. Yo usaba Gilwolf en una época medio clandestina para firmar artículos, me quedó.

Y también dice:

-Tengo cuentos del '73, todos muy malos. Tenía los elementos para saber pero no sabía literatura. Se me había ocurrido mezclar lo que sabía de lingüística con narrativa. Empecé a escribir y a mezclar algunos cuentos viejos en el '77.

*

-¿Cuál es la obra que lo define? ¿Los cuentos, Los pichiciegos, Vivir afuera?

-Ningún libro me define.

-Yo creía que Pichiciegos era su libro más famoso.

-Pero vos no preguntaste por el libro más famoso.

*

Coca Cola aparece dos veces en la vida de Fogwill. La primera vez en los ochenta, cuando la empresa patrocinó un concurso literario que ganó con el cuento "Muchacha punk". El mito de Fogwill también es el mito de la velocidad: se suele decir que escribió  Los pichiciegos en tres o cuatro días y "Muchacha punk" en tres horas. Cuando quisieron publicar el cuento, Fogwill pidió más plata. Resultado: el cuento salió en un libro autoeditado. La "Muchacha punk" publicada por la autogestión -un concepto bien punk- incluida en un libro con título de no-future: Mis muertos punks.

Treinta años después, la agencia Santo le propuso a Coca Cola utilizar un poema de Fogwill para una publicidad de Coca Light. Había nuevos gerentes, pibes sin la edad suficiente para conocer aquella historia antigua. El propio Fogwill iba a ser quien recitara el poema. Licitaron la filmación del comercial y la ganó Andy Fogwill que desconocía el rol fundamental del padre en el proyecto. "Ponete en el lugar de mi hijo cuando se enteró que iba a estar yo. Encima era mucha guita, no me podía dejar afuera". En lo que podría ser una nueva provocación de Fogwill, pero esta vez yendo por el extremo opuesto, el poema "Llamado a los malos poetas" se desvanece en una interpretación domesticada apta para todo público.

-Después de Los pichiciegos, ese poema es el que más guita me dio. Pero Los pichi me dio mucho porque vendí el guión dos veces. Sumando eso y los derechos de todo el mundo gané más guita que con Coca Cola. Claro que Los pichiciegos tiene más laburo: escribirlo fue muy fácil, pero hubo que defenderlo, situarlo, posicionarlo. Son miles de días de laburo.

*

José Fogwill se demora guardando la ropa en la valija. Dobla las camisas con una prolijidad innecesaria teniendo en cuenta cómo estaban amontonadas sobre el sillón. La valija es grande, muy grande, no estoy seguro de que quepa en el baúl del auto. Fogwill se levanta y busca algunos libros.

-Te voy a mostrar los libros de Periférica. Te regalo alguno, pero uno malo. Los buenos me los quedo yo.

Trae una pila de libros de autores que no reconozco. Trae también Los pichiciegos, que en la edición madrileña de Periférica es un poco más grande que en la argentina de Interzona. La portada está partida en dos: arriba, en una tipografía espartana sobre fondo rojo, figura título, autor y editorial; abajo, un grupo de soldados posan con sus armas en un invierno blanco y negro. Desde la contratapa saludan Beatriz Sarlo e Ignacio Echevarría.

Las primeras copias de Los pichiciegos circularon mimeografiadas entre críticos y editores durante la guerra, con la urgencia de expresar la certeza de la derrota argentina. En diciembre del '83, ya bajo el gobierno democrático, la novela fue publicada por la Ediciones de la Flor. Interzona la reeditó tres veces más, respetando aquellos originales. Este año volverá a salir gracias a que la Editorial El Ateneo pagó lo conveniente. No revela la cifra, dice: "poné que me pagaron una fortuna".

En el '82, Fogwill trabajaba en Callao y Santa Fe y todos los días a las cuatro de la tarde se iba en taxi ("no caminaba por razones químicas") a tomarse un café al Florida Garden y compraba el Journal do Brasil o el New York Times, que llegaban a esa hora. Así saltaba la barrera de los comunicados militares oficiales y se enteraba de lo que estaba sucediendo en las islas.

-Me acuerdo que había una mesa que se llamaba "la mesa de los servicios" donde efectivamente iba gente de los servicios, pero también dirigentes opositores como el Coti Nosiglia, Federico Storani, Sergio Renán y mucha gente de servicios navales porque laburaban en la esquina. ¡Estaban en pelotas! Alejandro Horowicz, jefe de economía de Clarín, me decía [imita la voz] "Fogwill, yo te voy a explicar, las condiciones de las luchas de clase en Europa impiden que la OTAN intervenga porque la Argentina representa una evolución superior de las fuerzas productivas..." ¿Entendés? Horowicz se sentaba con Marcelo Moreno y usaban una escarapela así de grande. Yo les decía: "pelotudos, no hundan más barcos porque los van a tener que pagar, se los van a cobrar uno por uno". Y se los cobraron.

Por aquellos días circuló un chiste que Fogwill dice haber inventado o que tendría que haber inventado: ¿Por qué los ingleses no pueden perder? Porque no se dejan poner la capucha.

*

La entrevista continúa tres días más tarde. Pero ya no se genera la misma corriente. Fogwill está apurado, en cualquier momento vienen a verlo de un diario español. "Nos teníamos que ver a las cuatro y llegaste cuatro y cinco", me reta. La casa, aunque no reluciente, por lo menos está bastante ordenada. Tuvo que mover la mesa de la computadora más cerca de la ventana a pedido del fotógrafo del diario. La notebook inunda el ambiente con un aria de Bach.

Cuando llega la periodista me hace bajar a abrirle. Fogwill parece un gato que ya no quiere jugar con este ratón, le interesa el otro. Una vez, años atrás, vi cómo el gato de mi escuela perseguía a un ratón por el patio. Jugó durante media hora: lo dejaba ir y volvía a atraparlo. Lo hizo varias veces, hasta que se aburrió y se lo comió.

Ella espera paciente a que termine mi entrevista. En una libretita va tomando notas de lo que Fogwill responde. Él lo sabe: me mira a mí, pero en realidad ya le está respondiendo a ella. Habla bien de Iosi Havilio ("yo lo llevé a España"), habla bien de Meret, habla bien de Busqued:

-La novela de Busqued es muy buena, lástima que la editó por Anagrama. Herralde es un ser deleznable, es deleznable la editorial y es deleznable lo que hace con los autores argentinos. Les obliga a poner un desaparecido por novela.

*

fogwill

Ahora se queja de que no puede entrar por ftp al servidor web de su hosting. Sorprende que un hombre de 68 años que habla en pesos ley se mueva con tanta comodidad hablando de sistemas. Si hasta en el prólogo de Vivir afuera menciona unos videos en Youtube.

-Tengo computadora desde el 78. Yo escribía en la Digital, que era una pantallita y un tecladito y tenía al lado una oficina grande como esto con tres monumentos de lata, dos de los cuales eran las disqueteras y otro la memoria. Había que prenderla, esperar que cargara el programa, era un infierno, backupear cada diez minutos o media hora porque no sabías cuando ibas a cagar fuego. También tuve una Commodore que se la afané a mi hijo porque no la usaba. Cuando llegó la PC, compré la primera. En la época del DOS sabía programar en htm, sabía el código de memoria. En esa época no tenían los signos de mayor y menor, había que hacerlos con el alt. Entonces yo los escribía una vez, hacía copy-paste, ponía insert y escribía en el medio. Te puedo hacer un margen, una negrita, itálica, puedo centrarla.

*

-¿Los poetas le prestan más atención a las palabras que los novelistas?

-No: vos estás hablando de los novelistas malos como los argentinos.

-¿Pero los poetas argentinos son buenos?

-Los buenos escritores pueden ser buenos poetas que no quisieron hacer poesía por algún motivo. Zelarrayán. Saer, el caso clásico en Argentina. Aira es un escritor en serio. Aira ha hecho poesía en todas sus novelas. El tratado de economía argentina y china que hay en El divorcio es un poema. Laiseca es un poeta de la puta que lo parió: cualquier poema de El jardín de las máquinas parlantes vale más que la obra de Kohan y de Pauls. Ni hablar de los Poemas chinos.

*

Demora más que con ninguna otra pregunta. Y responde:

-No, no tengo padres literarios. La función del padre es muy diferente. Diría que tengo paradigmas: Borges. El día que lo asumí como paradigma yo ya era grande y sabía que no iba a ser Borges. Yo decía en chiste "el escribe mejor, yo veo mejor". A Borges no le envidio la literatura, eso se lo envidiaría más a Arlt o a Gelman, a Borges le envidio la habilidad estratégica.

En la época de estudiante Fogwill detestaba a Borges, como le pasaba a muchos alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras. La clase de literatura inglesa de Borges terminaba a las cuatro de la tarde, hora en la que comenzaba la de Epistemología de Klimowski. El aula magna se llenaba de marxistas que venían hasta de la Facultad de Exactas. Fogwill recuerda la satisfacción que sentía al ver que Borges tenía cuatro alumnas y Klimowski cuatro cientos.

-Después lo vi en el subte. El subió y se sentó frente a mí. Y cometí un error: él iba contando las estaciones, se bajaba en la estación San Juan. Cuando se paró yo le agarré la mano y le dije "maestro, lo ayudo". Me pegó un sacudón, tenía mucha fuerza, me dijo "¡no, señor!". Esa fue toda mi relación física con Borges.

Borges premió a Fogwill por el cuento "Sobre el arte de la novela":

-Es uno de mis mejores cuentos, él le dio el premio de Círculo de Lectores que después su entorno personal le pidió que lo retirara. Pero le encantó. Se lo leyeron Pezzoni y Josefina Delgado. Y los dos hicieron lo mismo: se salteaban la parte en la que el personaje se pone a coger. -Fogwill se ríe y remata: - Borges dijo de mí: "este hombre domina el arte de la elipsis".

Alguna vez, Borges dijo que Fogwill era "el hombre que más sabe de autos y cigarrillos". Fogwill estaba contentísimo con la definición hasta que Pezzoni lo puso en vereda: "no te pongas contento, idiota, ¿no ves que dice hombre y no escritor?".

-Borges no era Martín Kohan: cuando usaba un sustantivo sabía qué estaba diciendo.

*

Como si se hubiera contenido. Como si se hubiera acordado de su papel de provocador. Había mencionado a Kohan un par de veces, pero ahora se desata con Cuentas pendientes:

-Desprecia al tipo por toda la novela con un desprecio repugnante porque es el desprecio de los judíos cultos de clase media hacia la clase media que no tiene cultura pero sí tiene el mismo estándar de vida que ellos. Cada capítulo es una denigración más, el pobre tipo no tiene alma, no tiene nada, lo va humillando, humillando, humillando y en la página 93 le pone que la hija es robada. ¿Cuál es la gracia de eso? Ese chiste ya lo hizo Puenzo con una película malísima. Mirá el libro, abrilo y mirá: pone copyright Kohan-Schavelzon. Eso no lo hace el único autor que le interesa a Schavelzon, que es Andahazi. Kohan, por lo mismo que cede con Schavelzon, cede también a la presión ambiental. Lo mismo que Ciencias Morales: esa historia es idiota, qué tiene que ver el estado disciplinario de un colegio con la dictadura. Por otra parte en cuanto a ética social, yo estoy a favor de la celadora, estoy a favor de que se prohíba que los chicos fumen.

*

Podría seguir demoliendo pero interrumpe el portero eléctrico: es el fotógrafo que estaban esperando. Mi tiempo con Fogwill se terminó. Ahora es la periodista del diario español que me acompaña para abrirme. En mi grabador me voy con dos archivos, cuatro horas y un guiño: "publicá todo que yo después digo que no es verdad, que me sacaste de contexto, que me cagaste".

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