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Florencia Gattari: “Los libros que me gustan son los que dan ganas de escribir”

La escritora y psicóloga regresa a librerías por partida doble con una novela para primeros lectores y un libro de ensayos que piensa la escritura dirigida a ese público.  




Por Valeria Tentoni.


 

Escritora, docente en talleres literarios y licenciada en Psicología, Florencia Gattari ganó el premio de literatura infantil El Barco de Vapor en 2007 y comenzó a publicar cuentos y novelas en Argentina, otros países de Latinoamérica y España. Entre ellos se encuentran Vestido nuevo, Nadar perrito e Historia de un pulóver azul, por el que ganó el premio Destacado de Alija y una mención en los Premios Nacionales. Escribió también el guion del documental Vicenta y la crónica familiar Tan temprano, por editorial Vinilo.  

Este 2024, Gattari publicó novedades por partida doble. Por un lado, Bruno a las patadas, en la colección “Mi primera novela” de Ralenti, que es la historia de un niño cuyos padres se están separando mientras que, en paralelo, descubre las maravillas de las artes marciales. Por el otro lado, La Crujía publicó Tengo hasta ahí, un libro de ensayos alrededor de los procesos de escritura de libros para niños y niñas. 


 
 

Bruno a las patadas se publica en la colección “Mi primera novela” de Ralenti, ¿cómo pensaste el desafío de escribir un libro que sería un primer encuentro con el género?  

Me gusta esto que dijo alguna vez Ema Wolf: que una historia para chicos es una historia sencilla. No aniñada, no empobrecida, no encogida. Sencilla. Eso es un norte. 

Después sucede también que tengo cierta afinidad con lo pequeño. Lo que escribo sin esfuerzo, sin mucha pretensión, suele ser breve. Y, a la vez, recuerdo ese momento de no querer que un cuento se acabara. Lo recuerdo en la infancia y lo tengo cerca ahora, con algunos libros que son una compañía de la que no me quiero separar. Pienso que hay algo de eso: un pulso breve pero sostenido, que puede armar una primera novela. Es un tema de proporciones. Pienso en capítulos chiquitos como un rato de lectura antes de irse a dormir, y en algo que quede sonando, algo que busca unas ganas de seguir la historia.  

En la novela se cuenta la historia de un niño cuyos padres se están separando, ¿en cuánto colaboró tu formación como psicóloga para abordar este tema con mayor profundidad? Y en líneas generales, ¿cómo se llevan en vos estos dos saberes, literatura y psicología, al momento de escribir?  

Las fronteras no son tan claras, creo más bien que los saberes académicos, de la vida cotidiana, de la experiencia, de internet, viven juntos y desordenados en el gran bolsón de verdura que somos. Pero diría que para escribir Bruno me orientó sobre todo mi propia experiencia de separarme y de que comunicar algo de eso a los hijos, por más cuidado que se ponga, siempre sale un poco raro. 

En Tengo hasta ahí, tu libro de ensayos publicado por La Crujía, comenzás advirtiendo que las notas del libro avanzan al tanteo, agarrándose de historias personales. ¿Cómo decidiste trabajar con estos materiales y de este modo?  

Yo no soy especialista, lo que tengo para compartir es una experiencia, un recorrido de lecturas y de escritura que se armó para mí de una manera particular y me permite pensar algunos asuntos. Intenté escribir un libro que, partiendo de esos retazos, no quedara en la pura anécdota. Y sobre todo que no fuera un libro mandón, en el sentido de indicar qué son o cómo se hacen las cosas, sino invitador. Los libros que me gustan son los que dan ganas de escribir, ojalá que este vaya a parar a ese estante.

“La ficción como costurero de la mente”, escribiste. ¿De qué se trata esa idea?  

La vida cotidiana tiene ciertas exigencias de claridad y de orden. Hay que dirigir un poco el tránsito de la mente para resolver cuestiones prácticas y no marear a los vecinos. Pero cuando estamos en pantuflas aparece esta otra dimensión de costurero. Quiero decir, no tiene caso querer ordenar un costurero. Tengo el de mi abuela Cora en casa hace años y sigo encontrando cosas que nunca había visto. Busco un botón, meto dos dedos decididos a agarrarlo, lo estoy viendo, pero sale un dedal. Tiro de una punta convencida de que así puedo llegar al carretel del hilo blanco y lo que viene una maraña de otros hilos que no se entienden nada. Hay cosas que pinchan a traición, sí, pero la experiencia es mayormente blandita: se sobrevive. Cada tanto aparece algún hilo perlé precioso, digamos verde, totalmente inesperado. 

En el libro, problematizás la idea de “escribir para chicos”: ¿en qué posición comenzaste y cómo fue cambiando tu perspectiva en este tiempo, libro a libro publicado?  

Empecé sin hacerme mucho problema: no conocía a nadie del mundito editorial, ni se me había pasado por la cabeza ir a un taller. Escribí una historia y la mandé a un concurso segura de que no iba a pasar nada. Y me la publicaron. Cuando miro hacia atrás, agradezco ese comienzo afortunado y extraño la sensación de escribir desprejuiciada de todo, sin más criterio que las ganas. Después di muchas vueltas, leí todo lo infantil que encontré y escribí bastante, fui a congresos y jornadas, conversé con colegas que escribían para chicos y chicas, fue una época muy lij. Pero los autores que más me gustaban además de libros para chicos escribían poemas, o teatro, o cosas que no tenían mucho nombre. Se movían, andaban por los bordes. Pensaban ancho. Y me fui moviendo yo también con lo que me interesaba. Ahora diría que el desafío de escribir es escribir, por más ridículo que suene. No importa tanto qué, importa encarar honesta y concienzudamente las páginas en las que una está. En qué se van a convertir esas páginas es algo que ocasionalmente podemos saber desde el arranque, pero la mayoría de las veces esa respuesta solo la tenemos al final.  

Sos también coordinadora de talleres literarios y en este libro abordás ese otro cruce en tu vida, ¿cómo afecta tu escritura?  

La decisión de empezar con los talleres nació de mis ganas de conversar sobre libros y sobre los atascos en la escritura. Nació bastante horizontal, eso es lo que quiero decir, y pienso los talleres así: como compartir una parte del camino. En el medio me hice amigas, presenté libros de otras personas, pedí opiniones sobre textos míos, hice sugerencias, me regalaron giftcards de librerías y mates, nos juntamos a tomar cerveza, viajamos a lugares. Fue en los talleres, cuando me encontré dando una y otra vez la misma respuesta sobre algunos asuntos, donde me enteré de la mayoría de las cosas que pienso sobre escribir. Diría que coordinar talleres literarios me afecta la escritura y la vida de la mejor manera.  

¿Qué referentes ensayistas tenías en mente al escribir tu libro? ¿Qué podés decirnos del estado del ensayo alrededor de estos temas?  

Cuando leí Hacia una literatura sin adjetivos por primera vez fue una felicidad grande encontrar, escritas con precisión y amorosamente, ciertas intuiciones que yo no sabía decir bien. Andruetto me acompaña mucho. Después, otras autoras que amo: Lydia Davis, Lorrie Moore, Hebe Uhart. No siempre encuentro las ideas que más me interesan en ensayos. Algunas autoras como Anne Carson y Laura Wittner tienen su obra sembrada de reflexiones sobre la escritura, y yo voy subrayando por ahí y atesorando. Siempre agradezco que las ideas vengan agarradas a algo con textura, una emoción, una historia, un cuerpo. Que no se pongan bravas con nosotros, que nos hagan la vida más vivible en lugar de entorpecernos todo. Ese es el tipo de ensayo que disfruto. 

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