El producto fue agregado correctamente
Blog > Ensayos > El poder de la educación según María Montessori
Ensayos

El poder de la educación según María Montessori

¿Por qué la educación puede hoy tener alguna influencia en el mundo? La pedagoga, médica, filósofa, psicóloga y una de las pioneras del movimiento feminista italiano responde en Educación y paz (Altamarea).




Por María Montessori. Traducción de Guadalupe Borbolla.



El tema que me han pedido que analice tiene una importancia especial dado que se manifiesta en forma de interrogante: ¿Por qué la educación puede tener hoy alguna influencia en el mundo?

Esta manera de formular la pregunta implica que la educación no ha tenido tal influencia en todo momento y en toda circunstancia. Si la educación es tan influyente por sí misma como para combatir en forma eficaz la movilización de ejércitos poderosos, por ejemplo, ¿por qué no ha tenido ese efecto en el pasado? Durante miles de años el cristianismo, y antes las grandes filosofías de la antigüedad, han apelado a los sentimientos de amor y hermandad ocultos en el alma humana. No obstante, los hombres han continuado con sus luchas como impulsados por una fuerza implacable, en una pelea similar a la que se produce entre las especies y que fuera descrita por Darwin. Quizás algunos dirán que las cosas siempre han sido y seguirán siendo así.

Sin embargo, en la actualidad existen fenómenos tan nuevos y formas tan inusuales de guerra que tenemos buenos motivos para creer que toda la historia del pasado se ha desarrollado en un plano muy distinto al de la historia de nuestra época. Si analizamos las guerras del pasado, veremos que se produjeron por la necesidad imperiosa del hombre de vencer a otros y de defenderse; y a pesar de que podían haber recurrido a otras soluciones para los problemas de la humanidad, esas guerras trajeron consigo ciertas ventajas para un bando a expensas del otro. Aún más, tales guerras contraponían una civilización con otra y, por lo tanto, eran un medio de selección muy oportuno. Incluso en ocasiones produjeron una mezcla de pueblos y una expansión de la civilización, aunque esos resultados, como dije anteriormente, también se podían haber alcanzado sin la guerra.

En la actualidad no podemos ver en la guerra ninguna ventaja. Algunos podrían objetar que la conquista de otra nación constituye una ventaja, pero tenemos buenas razones para cuestionar esa afirmación. Dinamarca ha alcanzado un alto nivel de civilización sin sentir la necesidad, en épocas recientes, de conquistar a otros pueblos. ¿Y por qué habría de sentir esa necesidad? ¿Acaso para obtener una mejor provisión de alimentos? Para ello lo único que tiene que hacer una nación es comprar y producir mejores alimentos por su cuenta. ¿O tal vez para promover el progreso cultural adquiriendo mejores medios de transporte? Para eso lo único que tiene que hacer una nación es comprar y construir. No hay nada en el mundo que no se pueda producir y utilizar. Me parece evidente que sería más fácil vivir sin tantas ansiedades y procurar los productos necesarios de sus lugares de origen en lugar de conquistar a otros y adquirir bienes materiales por la fuerza. ¿O quizás las naciones recurran a la guerra para apropiarse de los descubrimientos de algún genio que ha vivido en el país conquistado y explotarlos en beneficio propio? No obstante, no existe descubrimiento alguno —ni siquiera el avance intelectual más insignificante— realizado en cualquier rincón del mundo que en poco tiempo no se conozca desde un extremo a otro de la tierra, como el líquido contenido en diversos vasos comunicantes busca el mismo nivel. Por consiguiente, las razones de antaño ya no tienen validez. Sin embargo, hay un hecho llamativo que queda por analizar: se ha producido una evolución en el ámbito social, en particular en los últimos años, una evolución repentina, milagrosa, debida a un grupo de hombres. No es necesario que mencione sus nombres porque lo importante es que representan las fuerzas de la inteligencia, esa gran energía, ese tesoro inconmensurable que puede generar beneficios para el mundo entero aunque brille en un único individuo.

Todos los descubrimientos e inventos que aparentemente le debemos a un solo individuo dependen de un oscuro sustrato de trabajadores siempre presentes, que crean un producto que nadie puede conquistar y arrebatarles por la fuerza. Este trabajo no es patrimonio de una nación en particular; es, en mayor o menor grado, común a todas ellas. Es un estrato supranatural, que ha creado un mundo supranatural, una civilización que se ha extendido por doquier.

La sociedad ha sido transformada por esos logros prodigiosos y ni siquiera somos conscientes de ese cambio, porque es la característica distintiva de nuestra era. El admirable poder del hombre para vencer la fuerza de gravedad y los elementos que una vez le fueron inaccesibles son los signos distintivos de nuestro tiempo.

Además, todos los hombres se han vuelto más ricos. Podría incluso arriesgarme a decir que son tan ricos que son víctimas de su riqueza. Si comparamos nuestra época con el pasado, podríamos decir que esta es la era de la riqueza. Todos nuestros hogares tienen agua y luz; todos los hombres tienen medios de transporte a su disposición. ¡Qué afortunada es la humanidad por haber llegado a un nivel tan alto de riqueza universal! Sí, la humanidad es tan rica que al hombre le gustaría volver a un estilo de vida más simple. Siente la necesidad de recurrir a remedios que en cierta oportunidad se consideraban un castigo: a muchas personas hoy les resulta muy deseable comer con sencillez y vivir al aire libre en una carpa.

Asimismo, contamos con una gran cantidad de riqueza monetaria, pero aunque la gente está buscando una forma de vida que en ciertos aspectos es más sana y simple, se ha habituado a sus comodidades y no estaría dispuesta a abandonarlas. Nuestro discurso caería en oídos sordos si abogáramos por abandonar las formas externas de la vida civilizada. Nadie puede negar que lo que hoy disfrutamos —nuevos medios de transporte, electricidad, radio y cosas por el estilo —representa una forma de progreso muy valiosa.

Uno podría sugerirle a un contemporáneo: «Observa el tipo de civilización que produjeron Demóstenes, Cicerón y otras grandes figuras del pasado que tenían una intensa vida espiritual. Vivamos como ellos lo hacían; abandonemos los logros de nuestra civilización; ¡renunciemos a la luz eléctrica!». Se opondría; nadie querría volver al pasado. Todos pensarían que un sacrificio así sería ridículo, y si se sugiriera: «Prescindamos de nuestros baños con agua corriente y utilicemos agua de pozo», todo el mundo se opondría diciendo: «¡Pero eso no tiene nada que ver con el progreso!». Incluso algunos podrían recomendar: «Amigos, es mejor eliminar todos los nuevos medios de transporte: aviones, automóviles, autobuses. Movilicémonos a pie o a caballo. ¡Si volvemos a esas formas de transporte seremos personas más dignas!». Todos pensarían que ese discurso es absurdo, porque nos hemos dado cuenta de que el progreso intelectual no está peleado con el progreso técnico, sino que marchan a la par. Tengo la certeza de que si un heroico franciscano con una voluntad de acero se dedicara a predicar un mensaje como ese, en la actualidad no lograría captar discípulos.

¿Cómo hemos llegado a que nuestro nivel de moral humana represente un retroceso en el camino que conduce a la civilización? Si alguien proclama la necesidad de matar a otros, ¿por qué todos lo siguen? ¿Por qué sentimos la necesidad de ser héroes, igual que en el pasado, sin que nuestra idea del heroísmo haya cambiado en lo más mínimo? Por nuestra parte responderemos: el género humano ha experimentado grandes progresos exteriormente pero no interiormente. El hombre no tiene una idea completa de los problemas que lo acechan. No se ha hecho nada por fomentar su desarrollo espiritual. Su personalidad no ha cambiado en absoluto comparada con la de los siglos pasados, pero la gran cantidad de cambios producidos en sus condiciones sociales lo obligan a vivir en un entorno que no le resulta natural. Por lo tanto, el hombre se encuentra débil e indefenso ante los estímulos tanto de su entorno físico como de otros hombres. No tiene confianza en su propio criterio, y su personalidad está fragmentada.

Así es el hombre contemporáneo, utilizando términos suaves. Quienes han realizado estudios científicos del hombre han usado palabras mucho más duras. Dicen que la lucha desesperada del hombre por adaptarse a su entorno, sin estar preparado para ello, provoca cambios en su personalidad que se podrían describir como patológicos. Ese es el problema más interesante de nuestro tiempo: en la actualidad todos nos sentimos satisfechos por tener algo de anormales.

Las estadísticas prueban que nuestras instituciones mentales, nuestros hospitales para enfermedades nerviosas, están repletos de pacientes y que casi todos los hombres en algún momento de su vida necesitan consultar a un especialista en enfermedades mentales, aunque solo sea para enterarse de que están padeciendo una de ellas.

No somos los únicos que hemos notado que algunos niños a los que se considera normales en realidad no lo son, pero fuimos los «primeros» en advertirlo y en percatamos de que ese flagelo psíquico es aún más devastador ahora que en el pasado, porque hoy el niño se encuentra en una posición sin precedentes. Su situación no se puede describir en pocas palabras. Nos limitaremos a señalar que en el mundo contemporáneo no hay lugar para el niño. El mundo del niño es como un cono que continuamente reduce su tamaño, dejando al pequeño sin espacio. Cuando afirmo que en el mundo no hay lugar para el niño, lo que quiero decir es que no hay espacio físico ni tampoco hay lugar para él en la mente y el corazón de los hombres. La humanidad crea sus propias leyes y evoluciona; y las condiciones para el niño empeoran a medida que mejoran las que existen para el adulto. Hasta los padres parecen estar descuidando a sus hijos porque tienen demasiado que hacer. Y la humanidad, hoy tan débil, tan enferma, víctima de tantas tentaciones, ya no tiene la fuerza de cambiar su curso. La humanidad misma es el problema más importante de nuestro tiempo.

El desequilibrio entre el desarrollo del ambiente externo y el desarrollo espiritual interno del hombre es bastante asombroso. Es un fenómeno curioso, que presenta aún más contradicciones de las que plantea el fenómeno de la guerra. ¡Los hombres han alcanzado tantos logros y han obtenido tantas riquezas, y sin embargo son pobres e infelices! En este mismo momento cada uno se pregunta cómo puede seguir viviendo. Todo evoluciona, todo cambia, la humanidad produce tanto —de hecho, demasiado— y es ese mismo exceso el que en ocasiones nos hace sentir el deseo desesperado de volver al pasado.

¡En el mundo reina una gran confusión! El hombre contemporáneo, ese hombrecillo atrofiado, está lleno de contradicciones. Ni siquiera sabe si se encuentra en un estado de pobreza o de riqueza, si está enfermo o sano. Es víctima de la ansiedad, de una angustia típica de una persona gravemente enferma. Se pregunta cómo puede seguir. «¿Cómo puedo hacer para salir adelante?» es la frase que todos exclaman en este mundo maravilloso colmado de recursos y de nuevas formas de vida. El hombre está dispuesto a sacrificarlo todo por ese torbellino de angustias, que se parecen mucho a las de los pacientes que sufren neurosis patológicas. Los hombres de la antigüedad eran más simples. Decían: «Dios proveerá». En su mundo todavía había lugar para el pobre entre otros que eran pobres y el individuo estaba dispuesto a hacer sacrificios por el bien de su prójimo. Hoy nuestras angustias vitales son algo parecido al intento desesperado por salir con vida de un edificio en llamas. El hombre está dispuesto a abandonar casi todo, hasta su conciencia y sus principios; incluso está dispuesto a abandonar esta humanidad civilizada si eso le permitiera seguir viviendo.

Observemos lo que ha sucedido con el tipo de educación impartida por nuestros padres y maestros. Le dicen al niño: «Vamos, debes dedicarte de lleno al estudio. Debes obtener ese diploma. Debes obtener tal trabajo. De lo contrario, ¿de qué vas a vivir?». Los padres y los maestros de hoy olvidan pregonar las palabras que alguna vez fueron el pilar de la educación: «Todos los hombres son hermanos».

Los hombres de nuestra época pasan por la vida hastiados y aislados unos de otros. Son como granos de arena en el desierto. Están concentrados en masa, pero separados. El suelo de su vida social es estéril; hasta una pequeña brisa puede arrastrarlo y arruinarlo. Un poco de agua espiritual sería suficiente para convertirlo en una tierra más fuerte y menos árida. Con un poco de vida que allí se desarrollara se produciría un cambio provechoso, porque es la vida la que convierte a la arena en tierra fértil. La verdadera amenaza que hoy se cierne sobre la humanidad no es tanto la guerra sino esa aridez terrible, esas trabas para el desarrollo. La infelicidad del hombre «es» la característica más alarmante de la realidad de nuestra época. Ya no siente auténtica alegría. Está aterrado. Se siente inferior a causa de algo que está en su interior. ¡Oculta dentro de sí mismo un gran vacío! Y la naturaleza detesta los vacíos y anhela llenarlos de alguna manera.

El verdadero peligro que amenaza a la humanidad es el vacío en el alma de los hombres; el resto es sencillamente una consecuencia de ese vacío.

Es significativo que en esta era de progreso el hombre haya descubierto dentro de sí esa forma de enfermedad moral denominada «complejo de inferioridad». El hombre, la criatura que vuela por los cielos, que captura la música de las esferas, que está dotado de un poder que linda con la omnipotencia, se queja de ser débil, incapaz e infeliz.

El problema fundamental es curar a la humanidad y tomar como norte y guía para el desarrollo de la individualidad el noble concepto del hombre como rey del universo. Este ser humano que ha aprovechado todo tipo de fuerza física debe ahora dominar y explotar sus propias fuerzas internas, convertirse en amo de sí mismo y en soberano de su período histórico. Para lograrlo, se debe liberar y utilizar el valor de su individualidad, debe experimentar su poder. Al hombre se le debe enseñar a ver el mundo en toda su grandeza, para ampliar los límites de su vida, para hacer que su personalidad individual se extienda y alcance las de otros.

El rey del universo, el rey del cielo y de la Tierra, el rey de los objetos visibles y de las energías invisibles, ¡ese es el tipo de hombre que debe gobernar! Sin duda la Tierra entera es su territorio, pero su verdadero reino es el que se encuentra dentro de sí mismo.

Voy a terminar este discurso con una parábola que tal vez parezca bastante modesta, pero que puede arrojar algo de luz sobre lo que he expresado hasta ahora.

Imaginemos a un príncipe que posee un palacio magnífico, lleno de espléndidas obras de arte, alfombras de Oriente, objetos preciosos, y cosas por el estilo. Este príncipe se casa con una sencilla aldeana. La buena mujer va a vivir al palacio como princesa, pero camina sobre las regias alfombras sin advertir su valor y no aprecia ni admira las obras de arte. El príncipe se da cuenta de que no basta con casarse con una mujer de pueblo para convertirla en una auténtica princesa: también se la debe educar. Se ocupa de que la eduquen y entonces la mujer regresa al palacio como una princesa y disfruta las cosas que el destino ha puesto en sus manos.

Artículos relacionados

Miércoles 24 de julio de 2019
La sabiduría del gato

El texto de apertura de El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo): "La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir".

Por Marc Augé

Lunes 23 de agosto de 2021
La situación de la novela en la Argentina

“El problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales”. Un fragmento de la primera clase de Las tres vanguardias (Eterna Cadencia Editora).

Por Ricardo Piglia

Martes 16 de febrero de 2016
Morir en el agua

La sumersión final: algunas ideas en maelstrom alrededor de Jeff Buckley, Flannery O'Connor, John Everett Millais, Edvard Munch, Héctor Viel Temperley, Alfonsina Storni y Virginia Woolf.

Martes 31 de mayo de 2016
De la fauna libresca

Uno de los ensayos de La liberación de la mosca (Excursiones) un libro escrito "al borde del mundo" por el mexicano Luigi Amara, también autor de libros como Sombras sueltas y La escuela del aburrimiento.

Luigi Amara
Lunes 06 de junio de 2016
Borges lector

"Un gran lector es quien logra transformar nuestra experiencia de los libros que ha leído y que nosotros leemos después de él. (...) Reorganiza y reestructura el canon literario", dice el ensayista y docente en Borges y los clásicos.

Carlos Gamerro
Martes 07 de junio de 2016
La ciudad vampira

La autora de La noche tiene mil ojos, quien acaba de publicar El arte del error, señala "un pequeño tesoro escondido en los suburbios de la literatura": Paul Féval y Ann Radcliffe, en las "fronteras de la falsa noche".

María Negroni
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar