Discos Gato Gordo
Un cuento de Cecilia Pavón
Jueves 25 de noviembre de 2021
"Soy la dueña, fundadora y única capitalista de la compañía discográfica Discos Gato Gordo", arranca este relato que integra Los sueños no tienen copyright, reedición de Blatt & Ríos.
Por Cecilia Pavón. Foto Valeria Tentoni.
Soy la dueña, fundadora y única capitalista de la compañía discográfica Discos Gato Gordo. El nombre está copiado de un sello británico underground, Fat
Cat Records. El objetivo de mi empresa es registrar los sonidos nuevos, es decir, promocionar a los músicos experimentales de la ciudad de Buenos Aires.
Pero ¿es música lo que hacen?; abrí esta empresa con mucha esperanza y ahora me doy cuenta qué difícil es lidiar con los obstáculos del mercado. ¿Es difícil batallar con los obstáculos del mercado, o soy yo la que no hago bien mi trabajo?
Mi cabeza está llena de dudas y da vueltas como un trompo mientras miro los barcos pasar. Barcos de carga, que quién sabe qué traerán y qué llevarán (mi oficina queda en un piso 29 muy cerca del Río de la Plata). ¡Ah! el aire del río, es lo único que me renueva mientras tengo que luchar con ellos, los artistas. Aunque en realidad abrí esta empresa para estar en contacto con ellos.
Ya he sacado tres discos que se venden moderadamente y me han permitido recuperar algo del capital invertido, pero se me hace cada vez más difícil promocionar a la gente con la que trabajo. La música electrónica tiene
sus límites, no la quieren en cualquier parte, los clientes se acaban pronto, el nicho es muy pequeño. Sobre todo ahora que la música latina hace furor en Buenos Aires. Buenos Aires, que antes era tan cosmopolita, poco a poco parece ir quedándose sin rostro, perdiendo su identidad. Aunque quizás se trate simplemente de una transfiguración como cualquier otra. La cumbia villera, una especie de gangsta rap mal hecho, avanza a ritmos impensados, dejando un campo reducido de acción a las productoras vanguardistas como yo.
En fin, tampoco es que los artistas del disco rígido (todos los discos que he sacado han sido compuestos exclusivamente con computadoras) sean fáciles de tratar, y como ya dije antes, mucho menos de vender. Es una música sin estridencias, monótona, sin letras, sin cuerpo, sin rostros, y sin sexo –los videos están hechos sólo de animaciones con figuras geométricas de colores– pero es el futuro, aunque a la mayoría les cueste entenderlo. Por eso voy a insistir con mi proyecto. Pero si hasta a los mismos artistas les cuesta entenderlo, bah, entender no lo entienden, tampoco es que deberían hacerlo, (¿debe la música surgir de la reflexión?), es sólo que me apena ver cómo son producto de la misma alienación que hace que nuestra empresa no crezca. Hacen esta música pero están peleados con esta música. Es muy extraño, y me cuesta intentar definirlo. Quizás tenga que ver con el entorno. Dicen por ahí, creo que lo leí en un libro, “tu ciudad es tu mente”. Todos mis artistas viven
en Buenos Aires o sus afueras, el Gran Buenos Aires. Una megápolis del así llamado tercer mundo, lo cual, por otro lado, no significa que no se pueda producir un sonido único, vital, en otras palabras original y que llame la
atención a escala planetaria.
Buenos Aires no es una ciudad especialmente bella, los espacios verdes se redujeron de 17 m2 por habitante en 1912, a 4 m2 por habitante en 2002. La organización mundial de la salud recomienda unos 13 para obtener una calidad de vida respetable. Vivimos en un tapiz de cemento, una telaraña de asfalto, que crece día a día sin dirección ni control urbanístico, o al menos eso es lo que creemos porque con todos los problemas de la deuda externa, los funcionarios de parques y jardines no se toman el trabajo de informarnos de su labor. Hoy, por ejemplo, hubo un incendio en la Reserva Ecológica, esa mancha de vegetación que se encuentra antes de llegar a la ribera marrón y lodosa del Río de la Plata, el que por otra parte no está integrado a la ciudad de ningún modo bello o armonioso, como lo puede estar el Limmat que atraviesa Zurich o el Rhin que atraviesa Colonia. Dicen que el incendio fue intencional, provocado por emprendedores inmobiliarios ambiciosos, que quieren literalmente allanar el camino para que el predio se privatice y poder construir allí sus grandes torres de cristal con piscina y sauna privado. Buenos Aires no es una ciudad bella, porque vivimos, claro, del lado salvaje del capitalismo.
Una nube de humo negro atravesó el cielo hoy, la vimos desde la oficina. Las cenizas llegaron hasta el centro. Marisa Berquis y yo estábamos en medio de la audición de su último demo y allí apareció esa nube con forma y color de moretón. Al principio no sabíamos si reír o llorar. Aunque no lo dijimos, las dospensamos que podría tratarse de algo tóxico, una guerra, un atentado, o el
estallido de alguna fábrica en malas condiciones. Y a la vez, había algo fascinante en el modo en que esa masa se abría paso, pintando el cielo con formas absurdas en fracciones de segundo. Fue emocionante porque fue
extraño, y enorme. Y fue en el cielo. ¿Cómo describir el clima que se creó cuando esa imagen se unió con la música de fondo?
“Es una música densa, viscosa y caliente, como la cera que la depiladora deja caer sobre tus muslos cuando se aproxima el verano” dijo Marisa, y de repente la cera viscosa y caliente se apoderó del cielo. Y nos quedamos
inmóviles.
Y con esto no quiero decir que esta música que trato de promocionar tenga este efecto, el de inmovilizar a la gente. En absoluto. Algunos la podrán interpretar así, claro, son los amantes de la cumbia villera, los amantes de las canchas de fútbol.
Marisa tiene 23 años y vive en un departamento de 18 m2 alfombrado de turquesa, que dice le recuerda el color del mar. No tiene otros muebles además de una cama plegable, y come sobre la alfombra. El resto del ambiente está ocupado por discos compactos sin tapas (baja todo de Internet) dispersos por el piso. La primera vez que entré a su casa tuve la sensación de estar en un acuario. (El baño también está alfombrado, y la puerta de madera se había hinchado, lo que le impedía cerrarse bien, y cada vez que se duchaba, siempre lo hacía con agua muy caliente, el monoambiente se llenaba de vapor).
Creo que es una de mis artistas más importantes y sus creaciones me emocionan hasta la médula. Su música me gusta porque es visceral, melancólica y leve en iguales proporciones. Me hace llorar cuando la escucho
sola, con las luces apagadas. Al respecto, creo que todos los discos que edité deberían ser escuchados con las luces apagadas, en completa oscuridad.
Ninguno de mis discos tiene beats, y a veces me gusta verlos como piezas que propician largos viajes introspectivos o viajes al sueño, como si escuchar
música y morir fueran lo mismo. Imagínense que todas esas grandes masas sumidas en la pobreza que escuchan cumbia villera escucharan la música de Marisa Berquis, como cera viscosa y caliente, acostados en la oscuridad, sin beber alcohol, sin moverse, ¿cuál sería el resultado?, ¿qué es lo que pasaría en nuestro país? O si en vez de fútbol, los domingos hubiera audiciones de música ambient en los estadios. Claro que esto no sucederá, pero me gusta imaginarlo: todos sedados por la música pegajosa de Discos Gato Gordo. Una utopía totalitaria pero a la vez pacifista, porque si algo odio es el fútbol.
Y a esto no tengo que explicarlo demasiado, porque cualquiera que esté leyendo este informe odia el fútbol, ¿verdad?