Crónica y fotos: Valeria Tentoni.

Es un mediodía completamente abierto, milagroso: en Buenos Aires llueve hace semanas y se nublará apenas un par de horas después de ese paréntesis. Jeff Koons (61) está por primera vez de visita en el país desde que comenzó su carrera en los 80, aunque la Fundación Constantini prometió iniciar las gestiones para una retrospectiva que podría traerlo de vuelta pronto.  

Auténtico oasis climático el que la suerte le destinó al súper cotizado Koons, uno de los artistas contemporáneos más famosos del mundo: heredero de Warhol y Duchamp, ex marido de la Cicciolina, habla de la autoaceptación, cree que todo es perfecto, que todas las personas somos perfectas tal cual somos, y se resiste a vivir por fuera del aquí y ahora.

Los rayos del sol caen sobre una estructura de dos metros que, cuando se descubre, genera un oooooh en la audiencia. Artistas, periodistas, transeúntes, curiosos, estudiantes y críticos se disponen alrededor de las cintas. Nadie se empuja, apenas se ponen en puntitas de pie para conseguir una vista, casi como bailarines: es un evento de arte contemporáneo, no un recital, aunque Jeff Koons recorre como un rockstar la pasarela cuadrangular que separa al público de su obra, la “Bailarina sentada”. Firma autógrafos, le sacan fotos, se le acerca Marta Minujín y le pide una selfie. Después recibe regalos y posa alegremente, como un chico, cuando se lo solicitan desde una esquina de ese ring que orbita alrededor de su bailarina, inspirada en una pequeña figura de porcelana.

“Quedamos maravillados por la calidad de la obra. Su trabajo es es el resultado de un profundo conocimiento de la historia del arte”, dice Eduardo Constantini, quien antes lo acompañó en un recorrido por la colección del museo. Según le contó entonces, Koons trabaja los materiales con gran sofisticación y los colores que consigue, a veces, son el resultado de la mezcla de unas veinte tonalidades distintas: “Cada paso de la obra requiere de una gran calificación tecnológica”.

Esta escultura iridiscente es parte de su serie “Antigüedad”, prima hermana de “Celebration”, de la que salió la obra de arte más cara hecha por un artista vivo: “Balloon dog”. Casi 60 millones de dólares se pagaron por una de sus cinco versiones. La naranja, para ser más específicos; 58.4 millones, para ser más específicos.

“Ha creado una iconografía única y personal, a menudo controversial y siempre atractiva. Sus meticulosas terminaciones son logradas con la ayuda del personal de su estudio y de habilidosos fabricantes, que constituyen una herramienta invalorable para el artista. Focalizándose en modelos y objetos inesperados, las obras de Koons rehúyen de los estándares típicos del buen gusto en el arte y apuntan precisamente a las vulnerabilidades de los sistemas de jerarquías y valores”, así lo presentaba el Museo en su página web. Antes de la inauguración, Agustín Pérez Rubio conversó en el auditorio con el artista, focalizando en su biografía y en sus preocupaciones principales: la integridad de los objetos, el equilibrio, la simplicidad, el lujo y la degradación, la trascendencia y los reflejos, el erotismo, el deseo y la libertad.

Sus desarrollos con objetos cotidianos, con materiales como el acero inoxidable o el plástico, y con elementos de la publicidad, lo revelan además como un observador atento de su propia era. Sus diálogos de apropiación con el entorno pueden tener por motor viajes en subte por Nueva York, paseos por los jardines en Pensilvania o la contemplación de infancia de un cenicero japonés que había en casa de sus abuelos. En su obra, “los niveles estéticos pueden ir de lo infantil a lo perverso”, apuntó Pérez Rubio. 

Muy interesante fue la reflexión de Koons acerca de la apariencia volátil que sus obras metálicas consiguen: “Me gusta la contradicción ahí; se supone que son livianos pero son bastante pesados”. Ante el “Bunny” y los demás de la serie de “Inflables” dijo: “Si lo mirás, pensás en su interior y te da la sensación de que está vacío. Pero en nuestra vida interior, como seres humanos, hay una densidad; hay órganos, sangre, tejidos. Así que nuestra vida interior es densa y el mundo exterior está más vacío, hay todo ese espacio... Para un inflable es diferente; está vacío por dentro, así que de repente el afuera tiene un poco más de densidad, y eso te da una sensación de seguridad. De pronto el adentro se convirtió en el afuera. Creo que es un aspecto intrigante de los inflables, una suerte de diálogo filosófico”, dijo. 

“Lo que realmente me importa son las personas. Me importan los espectadores y sus repuestas, ese es el ready made que de verdad me interesa”, explicó Koons antes de contar su historia de amor con llona Staller, con quien se conoció realizando la obra “Hecho en el cielo”. 

Ante la serie “Banality”, agregó: “Todo acerca de nuestro ser es perfecto, cualquier cosa que nos pase es perfecta. Una vez que lográs la autoaceptación, tenés la confianza suficiente como para salir del yo, y eso te llevará a un nivel superior del ser: la aceptación de los otros. Estas obras son metáforas de esos procesos de salida hacia fuera del yo. Lo que realmente importa es esa trascendencia, eso es el arte. El objeto solo es un transformador, solo es algo que estimula a una persona hacia un viaje. Lo que le ocurre al público es donde el arte está”. 

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