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Entrevistas

Daniel Durand: "Cuando todo se mueve solo se puede ver lo que está quieto"

El poeta entrerriano regresa a librerías con Tulang Pinoy, un largo poema publicado por Fadel & Fadel. 




Por Valeria Tentoni


  

Nacido en Concordia, Entre Ríos, en realidad Daniel Durand pasó la mayor parte de su vida en Buenos Aires, donde actualmente reside y donde integró la generación de poetas de los noventa en la que surgieron proyectos como la revista 18 Whiskys. También editor, Durand estuvo detrás de los sellos Colección Chapita y Ediciones Deldiego y actualmente dirige la Escuela de Poesía y Edición.  

Después de la salida de Lupa de la inmersión por Caleta Olivia, la editorial Fadel & Fadel acaba de publicar Tulang Pinoy. Los días filipinos, en cuya contratapa se presenta: “Tenía 52 años, estaba soltero, tenía mi casa con libros, patio y amigos. Pensaba si seguir así, continuar envejeciendo de esa manera, o dejar esta vida y empezar todo de cero, vivir una segunda vida, vivir la vida de nuevo. Decidí esto último. En el año 2015 conocí a Niña Castillo, en una página de citas. Después de una relación virtual de 7 meses decidí ir a visitarla a Filipinas, donde finalmente me quedé a vivir durante 4 años. Formamos una familia, nos casamos y tuvimos dos hijos. Vivíamos en Dahican Beach, una playa paradisíaca con un mar turquesa y una playa de arena color manteca. Vivíamos en una casa de bambú con una terraza que daba al mar, que empezaba a los 40 metros. Ahí todas las tardes entre 2016 y 2018 escribí en un cuaderno, lentamente, todos los fragmentos que componen este libro”. 



 Sos poeta pero también editor, ¿cómo fue el trabajo de esta publicación de Tulang Pinoy en Fadel & Fadel?   

Estuvimos dando varias vueltas antes de encarar la edición definitiva de Tulang Pinoy, primero se llamaba “Pinoy Tulá”, también estaba la opción de “Los días Filipinos” y hasta “El país de las ojotas”. Finalmente quedó este que en idioma Tagalo significa simplemente “Poemas filipinos”. Luego nos juntamos un par de veces a releer todo el texto ya maquetado, fuimos corrigiendo viudas, huérfanas y frases desamparadas hasta dejar la versión final. Nos faltaba solamente la contratapa, yo no quería contratapista porque es generalmente un trabajo que se hace por compromiso y no suele dar buenos resultados. Malena Rey nos había aconsejado que era mejor que la escribiésemos nosotros mismos, así que a último momento, con el libro ya maquetado por completo y listo para ir a imprenta, nos conectamos a 420 una tarde, y salió ese texto tan autobiográfico y directo.  

Elegiste trabajar de modo muy claro con materiales de tu propia vida, incluso nombres propios, ¿por qué elegís esos materiales y qué podés decirnos del proceso mediante el cual los volvés poema?  

A mí siempre me ha interesado la gente para escribir poesía, los nombres, las caras, sus vidas, lo tomo como un objeto más, no hay misericordia ni compasión hacia mis personajes, son tal cual los veo, es una especie de “Le parti pris des gens”, De parte de la gente. Esta es una tradición que a mí me viene desde mi poema Segovia, de la poesía de Damián Ríos o la de Juan Desiderio, y a todos nosotros nos viene de Ricardo Zelarayán y de Leónidas Lamborghini.  

Sabemos que preferís no escribir siempre de la misma manera, no cerrarte en un estilo, ¿cómo llegó el de Tulang Pinoy? ¿Qué te proponías?  

Yo había perdido contacto con mi lengua, y había entrado en una oscuridad babélica, vivía por un lado ante la claridad del paisaje y por otro en esta mixtura de lenguas, por un lado estaba el inglés que es la superficie imbécil de toda comunicación entre extranjeros, por otro las innumerables lenguas nativas de filipinas como el tagalo, el bisaya, el kapanpagnan, el bicolano, el pangalatok y el chavakano. Por otro lado, el español de la conquista que está metido en un cuarenta o cincuenta por ciento en todas las lenguas nativas, y por último las lenguas musulmanas de antes de la conquista, como por ejemplo el mandayá de la zona de Davao oriental. Así que imaginate, yo emergí de este lodazal lingüístico con lo que me quedaba de mi lengua, no podía pensar, solo tenía un español ancestral, útil para la descripción lisa y llana de todo lo que veía, un español despojado de mezquindades personales o disputas ideológicas o estéticas.   

Hay un impulso narrativo sostenido en este libro de poesía, cuyo último paseo se escribe ocupando la totalidad de la hoja, como si la prosa hubiese avanzado cual planta trepadora. ¿Cómo pensaste ese cruce?   

Yo no pensé en nada, porque si pienso no escribo, pero a posteriori de las primeras páginas me di cuenta de que lo que estaba haciendo era un cruce entre dos de las líneas principales que tiene mi escritura, es decir una mezcla entre Segovia y El cielo de Boedo, y en ese tono intermedio me mantuve en todo el libro.  

¿Podemos pensar en este libro como un diario en poema? 

¡Sí! ¡Ya respondiste la pregunta! ¡Digamos que es un diario en poema! ¡O “diariema”!    

“Cuando todo está quieto solo se puede ver / lo que se mueve”, leemos. ¿Qué podés decirnos sobre el vínculo entre la quietud y la aparición del poema?   

Y su reverso, ¿no?: cuando todo se mueve solo se puede ver lo que está quieto.  

Por empezar es un simple juego logopeico que estructura el párrafo. Pero por otro lado ahí está la observación del que escribe, lo que ve cuando mira y trata de sacarle palabras al paisaje, y de encontrar lo diferente en la uniformidad y automatismo del mirar. Dicho de otra manera: mirar y mirar, mirar y pensar, hasta que aparece el poema. Había días que subía a escribir a la terraza y no aparecía nada, pero de última el momento en que el poema aparece es un misterio que no nos está permitido conocer.    


En una entrevista con Damián Ríos y Mariano Blatt respondiste que siempre te proponés escribir en absoluta libertad, negociando “lo menos posible o nada con el resto”. ¿Cómo afecta a tu escritura esta suerte de intransigencia, por qué te resulta imprescindible para escribir? ¿Siempre fue así o recordás algún momento clave en el que esta posición se te reveló como necesaria?  

Y de esa misma manera me sentí al escribir Tulang Pinoy, en una absoluta libertad, poniendo realmente lo que se me venía a la cabeza, pero muy tranquilo, en un estado de una intensa “slow emotion” dada por el extrañamiento de haber formado una familia con dos bebés en un lugar tan exótico, por un lado, y tan cercano por otro debido a todas las costumbres y palabras que quedan como residuo del español de la conquista. Todo esto es bastante indescriptible, yo me pongo a hablar de mi experiencia en Filipinas y puedo estar horas hablando de lenguas, usos, casualidades apofénicas, y varios etcéteras. Sin embargo, en este libro hay una negociación con la legibilidad, traté de ser siempre simple y claro y que todo se entendiese como yo lo estaba viendo, es decir que haya una conexión directa entre la imagen que se compone en mi mente y la que recibe el lector.    

¿Podríamos pensar que en Tulang Pinoy trabajás una idea de paraíso bajo? ¿O cómo te propusiste tratar a ese paisaje filipino con sus palmeras y montañas y mariposas en el que el poema se abre con una caminata a un basural?   

Sí, esa idea de paraíso bajo me atrajo desde un principio. Yo vivía en un gallinero con mar turquesa e interminables palmerales atestados de motos, kiosquitos y personas. Al principio estuve casi un año sin escribir ni una línea, acostumbrándome al paisaje, a las lenguas, a la comida y al ritmo de la vida filipina que empieza a las cuatro de la mañana y termina a las siete de la tarde. Después de dejar de sentirme un simple turista empecé despacio a describir el paisaje que me rodeaba, lentamente, sin otro propósito que el de ir sumando dos o tres líneas por día, tirado en una hamaca o escribiendo parado contra una baranda que daba un poco al mar y otro poco a la selva. Con la simple intención de escribir para conectar con mi lengua madre en el otro lado del planeta, en el reverso del español rioplatense.     

En el poema acecha permanentemente la voz del poeta, que cada dos por tres se hace presente como si hubiese estado escondido detrás de las cortinas (“a estas líneas solamente las escribo / para terminar la página treinta y siete /  y pasar a esta que en mi Word es la treinta y ocho”, o bien “me fui chau nos vemos se hizo de noche” al cerrar una estrofa). ¿Por qué elegiste este camino, qué te interesa de ese juego?   

Sí, son relámpagos de sinceridad que me asaltan cada tanto, que rompen con la monotonía del tono con el cual vengo describiendo lo externo y aflora la presencia física, como dejar de observar y volver a las necesidades del cuerpo y de la mente.   

“Cuando empiezo a imaginar no puedo parar”, leemos hacia el final. En la tradición de los largos poemas de un solo aliento, Tulang Pinoy parece haber sido escrito por un rapto duradero que ocupó varios días, pero ¿qué podés decirnos de este formato de “poema largo”, libro de un poema único?  

Ese rapto duró más o menos dos años. Si bien se lo puede leer perfectamente como un poema largo, también es cierto que son pequeños poemas encadenados por un mismo paisaje, escena o situaciones que se repiten.  

Por último, me gustaría que cuentes un poco sobre la Escuela de poesía y edición. ¿De qué se trata?   

Yo empecé a dar talleres bastante tarde, ya tenía más de cuarenta años, porque siempre pensé que era una estafa dar talleres cuando uno está en la etapa de formación, luego me di cuenta de que estaba equivocado y que tranquilamente podría haber empezado mucho antes. Ahora ya hace dieciséis años, por lo menos, que doy talleres y cursos formales de poesía. Antes lo hacía con amigos de manera más informal. 

La dinámica de mis talleres es simple: en la primera parte de cada encuentro leemos poetas contemporáneos, argentinos en la mayoría de los casos, vemos autores que puedan aportar una mirada contemporánea del mundo en el que vivimos y que por otro lado nos brinden herramientas, materiales y procedimientos útiles para la escritura de poemas. 

En la segunda parte de las reuniones leemos los textos de los participantes, a veces generados por consignas que voy dando, y comentamos, analizamos y corregimos esos textos, siempre tratando de mantener un equilibrio, nunca quedar en el aplauso o felicitación vacía que no colabora en nada al progreso de la escritura del participante, pero sin herir suceptibilidades, tratando de ver qué funciona y qué no funciona en un poema dado. Tratando de ser siempre claro y de establecer un conjunto de conceptos con los cuales manejarnos para el intercambio verbal que se produce en estos encuentros. 

Actualmente y desde hace tres años doy un taller en la Librería Malatesta de Carime Morales donde formamos un gran grupo de personas que muchas veces son mejores comentadores y analistas que yo, y en este caso el taller fluye de una manera en la que solo opero como coordinador. Para los interesados en mis talleres y cursos ver en Instagram _Escuela_de_poesía_ 

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