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Literatura infantil y juvenil

Cuando escriben los chicos

Pequeños grandes talleres literarios

¿Qué ocurre cuando los chicos cuentan sus propias historias? ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo se llevan con lo que escriben? Conversamos con responsables de talleres, revistas y espacios que potencian la capacidad creativa en los años del despertar imaginario. 

Por Valeria Tentoni.

“Lo más interesante de proponer actividades relacionadas con la escritura y con la lectura en un ámbito que no es el escolar es justamente abrir el juego y que cada uno de los chicos vaya sintiéndose cómodo en la búsqueda de su propia voz”, dice Malena Rey, escritora y editora. Junto al autor infantil Nicolás Schuff mantiene por tercer año consecutivo talleres en distintos espacios municipales de Vicente López, como la Quinta Trabucco o la Biblioteca Froilán González. Son gratuitos y abiertos a la comunidad. Rey venía de experiencias anteriores, en forma privada y en La Nube. “Se trabaja, en particular, con la imaginación, con actividades y consignas, que pueden ser individuales o colectivas, y que funcionan como disparadores para la escritura. Además leemos cuentos y poemas de autores conocidos y desconocidos, y hay un buen rato que dedicamos en cada clase para que los integrantes del taller lean y comenten su producción. Hay momentos de escritura bien marcados en los que reina el silencio en el aula, porque está cada uno en su mundo, inventando una historia”.

¿Cómo llega un chico a un taller literario? Por lo general, algún adulto alrededor suyo advierte el interés por los libros y se lo propone, pero hay casos también en los que llegan ya escribiendo por su cuenta. “Los papás identifican que ahí hay algo que disfrutan mucho. También están los casos de quienes se acercan al taller para poner en práctica de forma creativa todo eso que en la escuela no disfrutan tanto. Es interesante ver cómo en los grupos el entusiasmo se va instalando y cómo aprenden casi naturalmente a escucharse y a perder la timidez a la hora de compartir sus textos en voz alta”, cuenta Rey. La clave, para ella, es el juego: “Es una herramienta permanente en todos los encuentros, y toma diferentes formas. De hecho, creo que a muchos escritores adultos y consagrados les falta este componente lúdico tan necesario para que la literatura no se vuelva solemne”. Los disparadores para llegar a la escritura pueden provenir tanto de un mazo de cartas como de otras disciplinas artísticas: fotografías, collages, música, teatro.

“Al principio muchos tienen vergüenza de mostrar la producción, pero a medida que ganan confianza en lo que escriben casi se desesperan por leer”. En sus talleres se organizan muestras anuales y se imprimen cuadernillos con los mejores textos de todos los participantes. El año pasado investigaron el género entrevista y fueron elegidos por la Fundación Filba para entrevistar nada menos que a Luis María Pescetti.

“Muchos van formando lo que podría llamarse ‘un estilo’, y es muy interesante lo que pasa cuando sus compañeros de taller también lo identifican”, sigue Rey, quien junto con Ezequiel Alemian es responsable del tomo sobre OULIPO publicado por Caja Negra. “Lo mejor de trabajar con chicos es justamente observar cómo funciona su imaginación, y qué pocos prejuicios tienen a la hora de construir relatos. Todos parten de la misma consigna y llegan a lugares completamente inesperados. También es notable lo bien que se llevan con el absurdo y el sinsentido. Se ve que a medida que crecemos vamos perdiendo la capacidad de asombro y vamos adquiriendo más y más trabas y prejuicios que nos impiden jugar con el lenguaje. Es realmente sorprendente lo que logran los chicos: sus tonos, sus voces, el manejo del humor y las derivas que construyen con sus personajes no dejan de asombrarme nunca. Y también me gusta promover la poesía, que se acerquen a ella por fuera del canon escolar y la rima, y prueben con el verso libre. La capacidad de contar historias está a flor de piel, y es fabuloso verlos entusiasmados con sus propios escritos”, agrega.

Este año, el Filbita va del 23 al 26 de noviembre en Buenos Aires, y 24 y 25 en Montevideo. "Ya estamos pensando en los talleres y encuentros con autores, para que chicos de todas las edades puedan participar del Festival", explica su responsable, Larisa Chausovsky. "La programación de Filbita destinada a los niños y familias siempre busca proponer encuentros creativos en torno a los libros. La literatura es algo que nos habilita un espacio común".

Si bien son actividades con duración limitada, porque comienzan y terminan en el marco del festival, pueden ser disparadores para que los padres identifiquen un deseo en sus hijos, o para que los chicos descubran una pasión. "Por lo general buscamos que haya propuestas para lectores de todas las edades, para explorar el arte, la escritura, y la creatividad", explica Chausovsky.

Desde otro lado de la cordillera responde Marian Lutzky. Es psicopedagoga, escritora, especialista en literatura infantil y juvenil y una de las responsables de Qué lindo leer, un archivo de LIJ chilena contemporánea. Es argentina pero vive desde hace años allá, donde trabajó con chicos en centros comunitarios, escuelas, bibliotecas y proyectos en torno al libro y la cultura infantil, siempre introduciendo la escritura a través de talleres: “La considero vital si queremos fomentar la lectura. Son inseparables”. La experiencia más rica en aprendizajes, dice, fue en las Bibliotecas LibroAlegre en Valparaíso, donde impartió talleres con chicos para la revista Calcetín con Papa en varios de sus números y aprendió del método que allí utilizan para hacer una revista para niños hecha por niños. 

“Lo más importante es generar motivación. Yo no puedo partir de una orden, es como cuando el verdulero elige los tomates que va a poner en tu bolsa. Cuando la propuesta parte de los chicos, de su realidad más cercana, los vas a ver juntarse, dialogar y proponer ideas. El tallerista, más que transmitir un saber, debe crear incertidumbre y potenciar la responsabilidad innovadora y creadora de los alumnos”, dice. “Los chicos al escuchar sus propios relatos actúan con mucha respetuosidad. Se apropian de los textos, y opinan críticamente sobre los de sus compañeros también, más motivados aún si esos textos van a lograr hacerse públicos en revistas o fanzines, por ejemplo. Son ellos los escritores”. La clave es bucear, primero, su universo, antes que imponerles intereses. “Si les gusta el mundo de la narrativa gráfica, si son jugadores empedernidos de videojuegos, si les gustan las series de Netflix, si les gusta el regeaton, si son lectores asiduos de algún blog, si les gusta o no leer, qué han leído o siguen algún canal de YouTube, si les gusta su profe de lenguaje”: todas esas indagaciones van primero, para Lutzky, antes del armado de los encuentros. “El tallerista en sí entonces es un intérprete, un mediador, y el lugar es un espacio de construcción de conocimiento y obras compartido”. Al igual que el resto de las entrevistadas, nota que siempre es motivador que haya un producto; revista, fanzine, libro, muestra, lectura barrial con invitados, impresión de postales con sus creaciones, una presentación. “Algo que mostrar y compartir en su comunidad para que la escritura se vuelva lectura para otros. Al fin y al cabo escribimos para ser leídos”.

Foto | Muestra de los talleres Rey & Schuff

“Yo soy una enamorada de la capacidad de los chicos para jugar con las palabras y las historias. Creo firmemente que es una capacidad innata de todos los chicos, y que solo se trata de tirar del hilo para que esas historias salgan”, dice Melina Pogorelsky. Escritora, docente y especialista en literatura infantil, desde 2013 coordina el espacio Rato Libro en Agronomía. Hay diferentes grupos por edades, pero una dinámica se suele repetir: los chicos van llegando a ese espacio donde se reparten libros, pizarrones, títeres y juegos con palabras. “Después leemos juntos uno o varios libros que por algún motivo abran una puerta para que ellos como autores puedan crear ya sea una historia o un poema, delinear un personaje, inventar un universo, lo que sea. En el caso de los más grandes, nos apoyamos mucho en la palabra escrita. Con los más chiquitos todo pasa por el juego, la plástica, la dramatización y la palabra oral”, explica. Una de las actividades, por ejemplo, fue la de salir a "cazar poemones" y tuvo que ver con pasear por el barrio buscando inspiración, y después repartir a los vecinos los textos que habían nacido de esa búsqueda: limericks, haikus y fanzines.

Los más chicos, como en los casos anteriores, llegan por lo general porque los padres detectaron en casa una predilección por los libros y las historias. “En el caso de los que son un poco más grandes, a partir de los 8 años, suele pasar que se acercan porque son muy lectores y les gusta escribir y buscan un espacio para llevar adelante esa pasión y especialmente juntarse con otros chicos a los que les pase lo mismo. Con el paso de los años, algunos chicos que empezaron viniendo en jardín al taller se volvieron grandes escritores”. ¿Y cómo detecta ella que se llevan con lo que escriben? ¿Lo guardan, lo muestran, les da vergüenza? “Hay chicos a los que les gusta compartir lo que escriben y otros que prefieren no leérselo a los demás. Yo respeto mucho eso. A los chicos, como a los grandes, les pasa que cada texto que escriben les produce algo distinto. A veces quedan encantados con su producción, a veces se enojan, a veces prefieren dejarlo como una idea y pasar a otra cosa”, cuenta.

“El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde”, creía Gabriela Mistral. Para Pogorelsky la búsqueda de los talleres va en esa línea y es, antes que mero entretenimiento, un ejercicio más alto: “Cuanto más acceso tengan todos los chicos a los libros, cuanto más los adultos nos ocupemos de darles voz y espacio, estaremos sembrando una infancia más feliz y libre”.

 

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