Corro por mi vida
Por Maru Leonhard
Martes 09 de noviembre de 2021
"Tardo varios minutos en terminar de salir del sueño, en dejar de pensar que estoy fundida con una piedra": el sueño de la autora de Transradio en el último Filba Internacional.
Por Maru Leonhard.
Corro por mi vida. No sé dónde estoy ni por qué me dispara ese tipo pero sé que quiere matarme. La gente alrededor aparece y desaparece sin motivos claros. Lo que veo son unas sierras, un río tranquilo, piedras desde donde podríamos tirarnos de palito y morirnos de risa pero no, yo acá corro para no morir. Y los disparos siguen. ¿Habré hecho algo o esto es el capricho de un hijo de la mierda?
Cuando paro un segundo la corrida feroz estoy agitada pero contenta: creo haber zafado. Ahí me da. Lo siento en la cabeza, el tiro, cerca de la nuca. Llevo el pelo suelto, largo y muy rubio y el chorro de sangre empieza a teñirlo de un bordó oscurísimo, casi negro, la sangre es tan poco cinematográfica. Me toco la herida y me arde pero vuelvo a correr y pienso que me pegaron un tiro en la cabeza, que me voy a morir. ¿Me quiero morir?
Llego al lago, me dejo caer al agua y dejo que el agua me lleve, que el agua me lave el pelo, la herida, que el agua se meta en mi cabeza, que se transforme en pinzas que me saque la bala, que me cure de milagro. La corriente es suave. Veo el cielo limpio, casi turquesa, las copas de los árboles se mueven lentas, las hojas verdes se chocan y suenan como un cascabel suave. Y vuelvo a pensar que me voy a morir. Ya está. ¿Esto fue todo? Hago la plancha. No la veo pero sé que la sangre que sale de mi cabeza está dejando una estela que marca mi recorrido, una ruta sangrienta que es la huella de mi final pero que va a disiparse en unos minutos, igual que mi existencia. No hay flashes de mi vida, no sé ni siquiera cuál es mi vida.
El agua no está fría y por primera vez no tengo miedo a lo que pueda haber ahí: ni los bichos ni las algas ni la basura del lago pueden asustarme, tengo un tiro en la cabeza. A los costados, en tierra firme, todo parece haberse detenido y los ojos se me cierran solos. Abro los brazos, inspiro y hago fuerza para volver a abrir los ojos y ese cielo limpio y esos árboles y ese agua transportándome se convierten en un impulso que me obliga a moverme.
Me doy vuelta para poder nadar mejor. Estoy pesada y sin energía, ya soy casi un cuerpo muerto. En unas piedras ahí nomás hay alguna gente que me mira. Llamen a una ambulancia, les suplico con un hilo de voz, mientras uso la poca energía que me queda. Me miran impávidos. Cuando llego a la orilla me acuesto sobre una piedra, ya no siento dolor, ya casi no siento el cuerpo, estoy como anestesiada. La cabeza se me cae a un lado, siento los ojos inyectados en sangre. El pelo húmedo sigue empapándose con la sangre que sigue saliendo del agujero de mi cabeza. El tipo que me disparó está entre la gente. Se me acerca un poco sonriente, triunfante. Me apoya una frazada doblada en el pecho y vuelve a apuntarme, ésta vez al corazón. Suplico para mis adentros que se termine todo esto de una vez. El último disparo, mi tiro de gracia, suena en cámara lenta y llego a ver cómo se despedaza la frazada que tengo encima, las pelusitas vuelan sobre mi cabeza. Siento el eco del tiro recorriéndome por completo. El cuerpo se derrite por dentro, la bala consume todo lo que soy. Los ruidos se escuchan afuera, lejos, en otra dimensión. Me hundo y me fusiono con la piedra, siento vértigo en la panza, un vértigo lento y profundo, eterno. Mi campo visual se reduce a una línea horizontal, los brazos ya no me responden, están bobos al costado de mi cuerpo, ya ni siquiera puedo mover el cuello. Y después, nada.
Cuando me despierto me quedo inmóvil. Tardo varios minutos en terminar de salir del sueño, en dejar de pensar que estoy fundida con una piedra. Todavía me parece sentir el ardor en la herida de la cabeza y el vértigo en la panza. Estoy en un cuarto cualquiera. Miro para el lado de la ventana y no siento nada raro en el cuerpo. Por las dudas me chequeo el pelo. Está seco. El corazón lo tengo intacto.