Cómo hacer bien el mal, según Harry Houdini
Una lección brillante del ilusionista
Martes 22 de mayo de 2018
"No es del truco en sí mismo ni del saber ejecutarlo de lo que depende él éxito de su presentación, sino de cómo se comunica. Las crónicas cuentan que Demóstenes, que sufría un defecto en el habla, se metía piedrecitas en la boca y declamaba contra el rugido de las olas". Este texto es un diamante en el libro de Harry Houdini que Capitan Swing publicó.
Por Harry Houdini.
El grave problema que tienen los magos es que se creen mistificadores en mayúsculas cuando han adquirido un truco o un artilugio y conocen el modo de proceder. Lo cierto es que no es del truco en sí mismo ni del saber ejecutarlo de lo que depende él éxito de su presentación, sino de cómo se comunica. Las crónicas cuentan que Demóstenes, que sufría un defecto en el habla, se metía piedrecitas en la boca y declamaba contra el rugido de las olas. Durante buena parte de mi vida he tenido la ocasión de dirigirme a públicos muy numerosos, y un hecho pertinente me viene a la cabeza. En octubre de 1900, en el Winter Garten de Berlín, que en realidad es una especie de estación de ferrocarril, yo fui el único al que se pudo escuchar en todo el teatro. En el teatro Hippodrome de Nueva York, donde actué durante dos temporadas consecutivas, mi voz alcanzaba a todos los rincones del público. De hecho, me comentaron que se me podía escuchar en el vestíbulo. Las propiedades acústicas eran fabulosas en el Hippodrome, pero hay algo de la personalidad de un hombre que se pierde cuando se halla en un espacio gigantesco; del mismo modo que el hombre que está acostumbrado a hablar en círculos reducidos se siente perdido cuando sube al escenario y viceversa. No tengo objeción alguna en revelar a los magos el secreto de mi estilo de declamación ni cuál es, en mi opinión, el tono de voz apropiado.
A propósito, en una ocasión un periodista corrigió mi gramática. Sucedió durante mi primera gira por el Orpheum Circuit, y por raro que parezca, nuestro querido Decano, Harry Kellar,2 tuvo una experiencia similar. Allan Dale le corrigió del mismo modo en una de sus críticas. El comentario del señor Kellar fue el siguiente: «Cuando he hacido este truco...», etc. En su crítica, Allan Dale escribió: «Yo hice, señor Kellar, yo hice, señor Kellar, yo hice, señor Kellar». Kellar me contó que captó la indirecta y se puso a estudiar. Personalmente, dudo que Allan Dale haya llegado a enterarse todavía de lo mucho que agradeció Kellar su crítica. Cuando un artista, un mago incluso, es corregido por un crítico, aquél no debería sentirse consternado ni contemplar la crítica como algo inútil. Debería considerarla un buen favor y contemplarla como yo siempre he contemplado las críticas. La crítica constructiva es fabulosamente útil. Imagínense lo que significa que un periodista de los grandes presencie el espectáculo y luego escriba una crítica completamente gratis. Vaya, desde mi punto de vista resulta de lo más beneficioso.
Si uno hubiera de contratar a un critico para que corrigiese su actuación, éste le cobraría cientos de dólares; de modo que, en lugar de desaprovechar la crítica o ponerse en pie de guerra, uno debería aceptar agradecido cualquier corrección que el periodista sugiriese sobre la actuación. Cuando en el pasado he tenido un compromiso en un espacio muy amplio donde temía que mi voz no llegaría a todos los rincones, siempre me he preparado para actuar en ese lugar en particular. Por la mañana, corría a buen trote alrededor de la manzana y ponía así los pulmones a punto, pues es un hecho constatado que en mi trabajo necesito unos pulmones potentes para mis manifestaciones físicas ante el público. Acostumbraba también a dar largos paseos, en lugares apartados, y allí me dirigía a un público imaginario. Recuerdo que en Moscú, Rusia, en 1903, fui al hipódromo y dirigí mi discurso a mi público imaginario con todos los gestos, y en el curso de mis comentarios dije: «Desafío a los departamentos de policía del mundo entero a que me retengan. Reto a cualquier agente de policía a que me espose». Y, por raro que parezca, uno de los detectives espías, o policía secreta, me oyó. Apenas veinte minutos después, mientras paseaba por la pista, me encontré rodeado por la policía, que pensaba que yo era un loco, y cuando les ofrecí una explicación se echaron a reír a carcajadas. A continuación, les utilicé como público y ellos apuntaron correcciones a mi discurso, cosa que les agradecí. En 1900, durante mi primer viaje a Inglaterra, tuve la enorme fortuna de conocer a un buen número de estrellas legítimas.
Entre otros, conocí a Herman Vezin, el sustituto de Sir Henry Irving. A mí me llamaban por aquel entonces «El Americano Silabeador» porque tenía la capacidad de pronunciar las palabras, figurativamente, para que llegasen al gallinero. Jamás me dirigía a la primera fila. Mi método de dirigirme al público, como resultado de la experiencia, era el siguiente: avanzaba hasta las luces del proscenio, es más, colocaba un pie por encima de los globos eléctricos como si fuera a saltar sobre la gente, y entonces lanzaba la voz, diciendo: «Damas y caballeros». Un número nada desdeñable de hombres me contó que en la Policlínica de Boston y en un puñado de otras escuelas solían ilustrar mi método, y entonces la clase iba al Teatro Keith para escuchar mi enunciación y forma de expresión.
Cuando uno consigue que las personas del gallinero oigan cada sílaba, entonces puede estar seguro de que también lo hace a la perfección el público de delante, o de abajo. Al presentar un experimento, aplíquese y hágalo con seriedad. No piense, porque ejecute bien un truco o el aparato en cuestión esté a prueba de ser inspeccionado por un público corriente, que ha conquistado el mundo del misterio ni se considere el rey de los magos. Trabaje con determinación en su intención de hacerles creer lo que dice. Dígalo con convencimiento y como si usted mismo se lo creyese. Si cree en su afirmación de que es capaz de realizar un milagro y es sincero en su trabajo, el éxito está casi asegurado. La razón de que los magos no alcancen el estrellato con mayor frecuencia de lo que lo hacen ahora es que se contentan con la ejecución y creen que su actuación es eso y nada más; creen que todo lo que tienen que hacer es disponer sus artilugios sobre la mesa y saltar de un truco al siguiente. El experimento y los artilugios son secundarios. La determinación a la hora de mejorar la seriedad de tu empresa es la clave del éxito, y si eres un cómico por naturaleza (no me refiero a un bufón o a algo que no vaya con tu personalidad) puedes inyectar una pizca de humor en tu trabajo sin demasiado esfuerzo. Pero no fuerces ese rasgo; debería brotar de forma instintiva y con naturalidad, de no ser así mejor es descartarlo. El método de Herrmann con el público era el siguiente: tan pronto aparecía ante sus ojos, hacía una reverencia y sonreía hasta incluir a las luces del proscenio, como si le deleitase en sumo el honor de aparecer ante ellos, y el efecto en la audiencia era acogedor y se ganaba su simpatía de ahí en adelante. El método de Kellar, el Decano, consistía en salir al escenario como quien entra en una fiesta particular, dando a todos la bienvenida. Sabía que presentaba una serie de trucos que la mayoría del público probablemente conocía ya, pero ejecutaba cada número a las mil maravillas y sabía que al público le encantaba verle hacerlo. Así, cuanto presentaba inspiraba en el público un sentimiento de bondad y afinidad hacia él, como resultado de la apreciación de su trabajo. Si quiere usted tener éxito, hágase a la idea de que su forma de abordar al público será el aspecto más importante de su actuación.