Claudia Masin: “Nada más alejado de la soledad que escribir poesía”
Martes 23 de julio de 2024
La poeta Claudia Masin participó del Eterna Social Club: poesía, política, ternura y más en esta conversación con Anne-Sophie Vignolles. El miércoles 31 de julio recibiremos a Magalí Etchebarne.
Por Anne Sophie-Vignolles.
Hablar de la obra de Claudia Masin es hablar de las relaciones: relación con el lenguaje, con los otros, con lo audiovisual, el cuerpo, la naturaleza, la compasión (“un sentimiento que se ha vuelto revolucionario”, según dijo en otra entrevista), relación con la ternura o la crueldad, relación con los acontecimientos y con el poder de transmutación que tiene la poesía, ese poder de “correr lo que pensábamos inamovible”. En resumen: estar en relación como forma de estar en el mundo.
En Lo intacto usás varios títulos de películas como punto de partida y título de los poemas. Está Tomboy, La vida de Adèle, Las lágrimas amargas de Petra von Kant… ¿cuál es tu relación con lo visual en la vida en general y en tu escritura?
La relación es tan estrecha que me costaría mucho definir qué me gusta más, si la literatura o el cine. Por suerte no tengo que decidir. Puedo quedarme con las dos cosas y disfrutar las dos cosas, pero desde siempre el vínculo con el cine fue muy pregnante. Encontrarme con una película que me hable es tan conmocionante como encontrarme con un libro que me habla de alguna manera. Hay cuatro libros míos que están basados en la premisa de tomar una cierta película y, a partir de la voz de un determinado personaje, armar una especie de “versión”. Está claro que las películas están perfectas como están y no necesitan ningún versionado, sino que más bien tiene que ver con lo que produce en mi subjetividad, esa subjetividad ajena. Ese proceso de transformar la propia voz en una voz otra es lo más hermoso que me dio el trabajo con las películas. Igual, está por publicarse La reparación, que viene a cerrar la serie de poemas ligados al cine. Me he prohibido escribir más poemas “basados en películas”. Es como dejar el cigarrillo: es hora de dejar los poemas sobre películas, basta.
Escuchándote, en estos días, armé una suerte de constelación de poetas: Susana Villalba, Alejandra Pizarnik, Diana Bellessi, Juana Bignozzi… Vos hablás mucho de la transmisión, pero también hablás de la función social o política de la poesía, hablás de volver a hilar la trama social, hablás de armar red. En tu trabajo cotidiano, ¿qué conversación establecés con estas autoras que, a su vez, participan de lo que llamás “proceso de sanación personal y de la tribu”?
Diría que es un diálogo que se establece casi diariamente en mi cabeza, en mi corazón y en la escritura. Un diálogo que no deja de producirse porque además tengo sus libros siempre cerca: La pequeña voz del mundo, de Diana Bellessi, es como una especie de talismán y está siempre ahí. Mary Oliver (que no es argentina y conocí fuera de mis años “de formación”) es otra poeta a quién recurro constantemente. Sus libros son una especie de amuleto, siempre va a haber alguno ahí cerca. Susana [Villalba], obviamente. Susana está detrás, en la biblioteca, justo detrás mío. Me doy vuelta y ahí hay un libro suyo: éste es el movimiento que hago cuando estoy dando talleres, por ejemplo, cuando estoy escribiendo. Me doy vuelta, agarro el libro y pienso: ¿a ver, Susana, qué tenés para decirme? Sharon Olds también, una poeta más cercana en el tiempo, ¿no? La lectura también tiene eso y la transmisión de una experiencia tiene eso, que sigue extendiéndose en el tiempo. No se agota ni se extingue… Cuando empecé a escribir en los años 90 había un linaje impresionante entre las poetas que nombraste: Diana, Susana, Irene Gruss, Juana Bignozzi, Mirtha Rosenberg, me estoy olvidando de Alicia [Genovese], etc., es decir, las poetas que en ese momento estaban (de hecho, muchas de ellas siguen publicando hoy, casi todas ellas), eran las voces que yo escuchaba. Por supuesto se han incorporado cientos de poetas nuevos, nueves, pero estas voces del origen, digamos, siguen estando.
Sigamos con la función política de la poesía, en la que insistís mucho. Hay una necesidad grande, rabiosa diría, del discurso poético en este momento, acá, y en todas partes. En una entrevista escuché que decías que “no hay escisión posible entre poesía y política. Ambas son herramientas de emancipación de los múltiples mandatos y esclavitudes”. Hablás de la política y de la poesía como posibles invitaciones a poner en duda, a interrogar, a crear la posibilidad de lo imposible. ¿Cómo puede ser que todavía no sepamos “hablar poesía”? ¿Cómo explicás que, en general, la poesía queda medio relegada en un plano de algo inalcanzable?
Sí, cada vez menos, igual. La pregunta, en gran medida, es: ¿en qué fallamos nosotros, los lectores, y ustedes, lectores y poetas, en eso? Bueno, ¿qué decir? Primero: existe una escisión entre poesía y política que, a su vez, genera una escisión entre poesía y pueblo, digamos, para llamarlo de alguna manera. ¿Por qué no hablamos poesía? Yo amaría que la poesía fuera popular porque eso significaría que la dirección en la que va nuestra sociedad ha sufrido un interesante cambio, o ha disfrutado un interesante cambio. En principio, creo en una política que involucre lo poético. Sería “una política de los afectos”. Por eso creo que las políticas emancipatorias, las que apuntan a las mayorías populares, son las políticas que sí tienen una ligazón con el lenguaje poético o con lo que hace la poesía: que nos encontremos. Generar un encuentro entre quien escribe, quien lee. Un encuentro en y con la tribu. Es un término que muchas veces uso. La poesía es aquello que nos habla de esas cuestiones que a todos nos atraviesan y que no tenemos muchas ocasiones de compartir: hablar, escucharnos hablar, ponerle nombre a ciertas cosas que están ahí muy cerquita de lo inefable, de lo que no se puede decir, ir rondando estos terrores, estos amores, estos miedos, estas alegrías que son de la condición humana, estos espantos y crueldades de la condición humana. La poesía vehiculiza un modo de nombrar todo eso. Digamos que, como poeta, mi apuesta personal es que mi poesía pueda ser accesible, y esto no implica ningún tipo de juicio de valor con relación a que algo accesible sea menos elaborado. Todo lo contrario. Lo sencillo requiere muchísimo más trabajo que lo recargado. Digamos que lo literario, entre comillas, exige muchísimo trabajo. Transmitir ideas, sensaciones, imágenes complejas de una manera accesible. Que otre pueda sentir en el cuerpo. Mi apuesta va por ahí. Hace poco leía una entrevista a Robin Myers a quien le preguntaban qué es para vos la poesía, y ella decía algo que a mí me parece que es prácticamente lo mismo que yo contestaría: “yo busco hacer contacto”. El escribir tiene necesariamente que ver con une otre y tiene que ver con hacer contacto. Nada más alejado de la soledad que escribir poesía. Para mí es un espacio de reunión.
En un país tan centralizado, ¿en qué medida pensás que el hecho de ser “provinciana” influencia tu escritura?
La verdad es que en un montón de cuestiones me siento re provinciana, y está todo bien para mí con eso… tiene que ver con ciertos ritmos internos. En mi poesía, por ejemplo, pese a que yo nací en una ciudad, en una ciudad pequeña, en una ciudad que tiene una relación directa con la naturaleza, pero bueno, nací en una ciudad y siempre viví en ciudades. Vine a Buenos Aires, me fui a Córdoba y, sin embargo, mi paisaje tiene que ver con los paisajes más ligados a lo rural del Chaco y de Corrientes. Siempre que intenté, porque fue un intento voluntario, ubicar algo de lo citadino o lo urbano en mis poemas, sonó forzado. No hubo manera de que un edificio entrara a un poema… Mi tendencia es a encontrar mayor dicha y mayor paz en lugares más pequeños, con otra temporalidad, con otros tiempos, con otros ritmos, en realidad, donde pueda darme mis espacios para leer, mis espacios para simplemente estar.
Ya que estamos hablando de ciudades, Buenos Aires es la ciudad en la que vos más ejerciste el psicoanálisis. La pregunta que te quería hacer es ligeramente capciosa: ¿podríamos decir que es mejor leer poesía que ir a un terapeuta?
Está bueno hacer las dos cosas: vayan al psicólogo, escriban y hagan terapia, toda la terapia que puedan. Obviamente tiene que ver con lo personal. No estoy diciendo que todo el mundo necesite hacer terapia ni escribir poesía, pero hay algo ahí, algo de una relación entre esas dos actividades. Son terrenos que pueden convivir perfectamente: hay cosas que la escritura puede hacer y que el análisis no, y viceversa. Hay cosas que la escritura, por sí sola, no alcanza. Y lo mismo digo con el psicoanálisis. Hay ciertos lugares donde la poesía puede acceder y la palabra, en una sesión de análisis, no, no podría llegar a tanto. Digo, “a tanto” en el sentido de horadar ciertas zonas. La poesía se nutre de contenidos inconscientes, por decirlo en jerga más psicoanalítica. O sea, justamente eso que nos sorprende o que aparece sin que lo busquemos, nos sorprende porque no sabíamos que estaba ahí.
Ahora, si querés, te propongo un ping pong de preguntas. Tenés que responder sin pensar. ¿Cuál es el olor y el sabor de la infancia o/y del Chaco?
Voy a nombrar dos cosas que no me gustan particularmente, pero son lo primero que me vino a la mente. Primero: el gusto del mango. A mí no me gusta mucho el mango, pero en el jardín de la casa de mi infancia teníamos un árbol de mangos y tenía una dálmata que era adicta a los mangos. Se sentaba y esperaba que cayeran los mangos, y se los comía. Y el mango tiene mucho valor nutricional. A los dos meses era un animal enorme.
Una pantera, más bien.
Sí, era como de la selva, era como un animal salvaje. Y hay un olor que siempre reconozco en el Chaco, que es como un… olor a tierra mezclada con humo, que no es particularmente un olor agradable, pero tampoco es en absoluto, para mí, desagradable. Es el olor del Chaco, tiene que ver con un viento, viento norte, porque incluso en el invierno hay muchos días de viento norte que llegás y sentís ese ramalazo de aire caliente o tibio, con ese olor mezcla de tierra y humo, ¿no?
¿Cuál es el olor y el sabor de tu Córdoba actual?
Ay, eso está más difícil porque estoy siendo adoptada recién… pero te diría que para mí huele a algo fresco y poco contaminado, lo cual no es cierto porque hay incendios forestales, hay mucho olor a humo a veces. Pero esto es subjetivo, o sea, no es algo que exista. Hay olor a casa también, olor a “estoy en casa”, que es un montón.
Dentro de este “estoy en casa”, ¿escribir es un lugar, un espacio de libertad o una suerte de sacerdocio?
Yo sé que es un lujo, yo sé que es un lujo que otras no tienen. Y también, sí, claro, es un lujo tener ese espacio de libertad. Es un enorme espacio de libertad y de liberación. Sí, las dos cosas.
¿Qué tal te llevás con vos misma cuando escribís?
Bueno, depende de que esté escribiendo. Ahora estoy escribiendo narrativa y me llevo muy mal. Estoy escribiendo una novela y la novela es autobiográfica y me hace sufrir un montón, lo cual es bueno, en un punto… Pero como poeta yo me venía llevando bárbaro conmigo. Vino esto y me desacomodó.
¿La poesía puede salvar el mundo?
La poesía no sirve para nada en el sentido de que no tiene una función, pero yo creo que, definitivamente, tiene efectos. O sea, la palabra tiene efectos. Todas las palabras que hemos escuchado en la niñez: en la manera en que esas palabras nos han definido y en lo mucho que nos ha costado sacarnos algunas de encima o en lo hermoso que ha sido tener otras encima como escudo frente a un montón de cosas. Entonces, ¿cómo las palabras no van a tener un poder? Y en la poesía yo creo que, además, las palabras tienen un poder hasta encantatorio, ¿no? Tienen un poder de buena palabra, que es que no sabemos de dónde viene y no sabemos por qué produce el efecto que produce, pero definitivamente produce un efecto. Entonces sí, yo sí pienso que puede cambiar el entorno próximo (no iría tan lejos como “cambiar el mundo”, el mundo es grande). Puede cambiar a una misma y desde ya, desde esa transformación, puede cambiar todo aquello con lo que entres en contacto, que entre en contacto tu poesía y la poesía de otros. A mí me ha cambiado la vida, definitivamente. Me cambió leer a ciertos poetas y he transmitido a muchas otras personas qué cosas esos poetas me han enseñado. Por ende, algo ha sido transformado. Pequeño, no tan pequeño, no sabemos… ¿Qué sabemos del efecto que tienen las cosas? Sabemos del efecto en lo inmediato, pero después la resonancia de las lecturas… ¡es una completa apuesta! Y como toda apuesta, no sabemos: es un misterio si va a dar este resultado o no, pero me parece que la maravilla está en seguir apostando, y la derrota más grande es abandonar esa apuesta.
La última es una pregunta francesa: si tuvieras que elegir, ¿qué elegirías? ¿Liberté, égalité o fraternité?
Parece que la igualdad es imperativa, ¿no? De alguna manera todas estas palabras se involucran entre sí. Están imbricadas entre sí. Lo intrincado es cómo llegar a cierto grado de equidad. Creo que precisamente estamos siendo en la dirección opuesta, no es por ahí, pero sí, definitivamente creo que lo nombraría más como equidad. Pero no se puede lograr sin fraternidad, seguro, ni sin libertad.