Carmen M. Cáceres: “No me imagino un momento en el que sea más yo que cuando estoy escribiendo”
Martes 20 de agosto de 2024
La escritora, traductora e ilustradora, autora de Al borde de la boca y La ficción del ahorro (Fiordo), participó del Eterna Social Club.
Por Anne-Sophie Vignolles.
A partir de una historia mínima (y bastante “común”), la escritora, traductora e ilustradora Carmen M. Cáceres nos zambulle en una historia familiar densa que refleja la circunstancia de un país en una crisis descomunal. En La ficción del ahorro (Fiordo), su último libro después de Al borde de la boca, la autora no sólo habla del ahorro de la plata. No. Cuando escribe, también ahorra palabras. “Escritora de la economía”, cada cierta cantidad de páginas escribe una frase, tan solo una frase que es, para el lector, como un cimbronazo.
En otras palabras: no se dejen engañar con el ritmo suave y fluido que parece tener la narración. El río Paraná, sus remolinos, sus camalotes, su hedor, su falta de orillas y profundidades de todo tipo, también corre por la escritura de Carmen M. Cáceres.
¿Cuál es el origen del libro y de cómo se te ocurrió meterte tan de lleno con este tema: la plata y el ahorro?
Originalmente, era otra la historia. Se llamaba Provinciana. Siempre hablamos de que, en la literatura argentina, hay muy pocas ciudades de provincia. Está muy instalado el setting: o Buenos Aires o lo rural, más allá de que eso está cambiando en los últimos diez, quince años, pero la ciudad de provincia, una ciudad mediana, que tiene las pautas de consumo, crecimiento, ideología de una ciudad, pero es chiquita, como que no está. Yo lo que tenía era la imagen primera (que no es un spoiler): “Una chica va a sacar dólares del banco. Está con su segundo padre, que le forra de dólares el cuerpo”. Ese es el comienzo, y todo iba más por el lado del tema de la ciudad. Estuve cuatro años intentándolo hasta que un día mi marido, Andrés [Barba], me dijo: “Lo que vos querés contar es la historia de la guita”. Ahora, ¿por qué el tema del ahorro? Supongo que tiene que ver un poco con la edad. Hay algo del ahorro que, evidentemente, llega un poco más de grande. Te empezás a dar cuenta cómo, en tu presente, ahorrar o no empieza a condicionar tus decisiones cotidianas. No importa lo que ahorres o cuánto ahorres, sino que eso te va condicionando hoy, y va moldeando tu fantasía. Entonces es más la tranquilidad del presente que del futuro. Nunca vas a saber, y menos en este país, si ese ahorro te va a servir para algo. Pero en el presente, te ordena. La guita está operando en un lugar muy íntimo.
Dentro de las decisiones que tomaste en La ficción del ahorro está la de no ponerle nombres a dos personajes: el segundo padre (es decir, el padrastro) y la madre. Todos los demás llevan un nombre. ¿Por qué este distanciamiento en cuanto a la pareja de padres?
Porque me parece que son el núcleo de energía de la novela. No solo por el pasado que se cuenta en el medio, sino porque todo gira un poco en el accionar de ellos: qué hacen en el primer capítulo con el segundo padre, qué hacen en el último con la madre. Hay algo ahí como “del personaje vacío.” Evidentemente no es vacío porque están súper descritos, pero es el rol lo que importa, no los nombres propios. Es cómo ella vive el dinero, como él vive el dinero porque eso influye en las niñas. Son un personaje, un rol, son cualquier madre o cualquier padre… No fue tan decidido. Lo puse así y después pensé que quedaba bien.
¿En qué pensás que influye en tu escritura (y, más allá de la escritura, en tu estar en el mundo), ser de provincia?
Un montón, obvio, un montón. ¿Quién no está marcado por eso? Y más cuando decidís desde los dieciocho, no volver a vivir ahí. Yo volví a vivir a Posadas a los cuarenta años. Hay una vocación de no permanencia en ese lugar, y es lindo que salga esta novela ahora que volví a vivir ahí después de veintidós años de estar afuera. De alguna manera, me amiga con mi historia. Si esta novela se hubiese publicado en España, no sería igual. Además, me interesaba el tema de la territorialidad en la relación de pareja. Para mí, marca una erótica. Siempre hay uno que le está explicando el mundo al otro, sea cual sea el país al que le toca o la ciudad, no importa si es Trelew y Posadas, siempre hay alguien que tiene la prerrogativa de decir “yo no soy de acá”. Esa carta blanca. La territorialidad marca un montón.
Sos artista visual también. ¿Qué te da el lenguaje de la imagen, que no te dan las palabras? ¿Es para vos una necesidad trabajar con la imagen?
Para mí el collage analógico es libertad total. Se te cae el papel y de repente ves que queda re bien. Para mí fue el salirme de las palabras y tocar. Tocás y dependés de que este color de repente sabés que va a quedar así, no queda, y quedó de una manera que no esperabas. Es lo aleatorio total, no lo podés controlar mucho. Y el otro día, además, durante una entrevista, por una pregunta que me hicieron, me di cuenta de que yo escribo así, re-collageo. Collageo mucho el texto y el laburo enorme después es corregir y que suene como una secuencia. Escribo escenas y más escenas y después las empiezo a armar.
Ping pong de preguntas: ¿Cuál es el olor y el sabor de la infancia para vos?
La chipa es el olor rico. Y, por ahí, el sabor de las mandarinas al sol en mi casa. Terminar de tirarnos todos ahí en una galería a comer mandarinas era el summum, y lo fue hasta antes de ayer.
¿Cuál es el olor y el sabor de Posadas?
Cuando yo era chica el río olía fatal, porque no había costanera. Entonces era un lodazal. Mi casa quedaba a dos cuadras y el río olía. Además, todo el tiempo traía cosas. El Paraná, como dice Saer, es el río sin orillas. Entonces en Posadas, salvo que tires arena, es un lodazal lleno de camalotes y qué sé yo, no tiene un límite. Luego se hizo una costanera y está todo muy cookie, pero cuando era chica olía. Había crecidas, llovía, morían cosas y salían a la superficie. Pero era otro río. Era más lindo en otro punto. Ahora está encajonado, como los ríos europeos. Con arquitectura. Intervenido.
¿Escribir para vos es un lujo, un espacio de libertad, una necesidad o un servicio?
Es un privilegio. Poder separarte lo que sea de tiempo. Hoy por hoy, para leer y escribir, aunque salga mal, es donde más sos y estás. O sea, los dos verbos se juntan ahí. Sos y estás. No sé, no me imagino un momento en el que sea más yo que cuando estoy escribiendo. Sin complejos. Luego sí, luego vienen otras instancias, pero escribir es eso: un privilegio. Ojalá todo el mundo tuviera un lugar así.
Danos un par de autores o autoras que te dieron ganas de escribir.
Natalia Ginzburg. Algunas canciones de Nina Simone. Cada vez que leo un libro bueno, quisiera haberlo escrito, quisiera haberlo escrito así. Me da igual que tenga gente, mi edad más chica, más grande, leo algo que me gusta y lo quiero poseer, quiero haber sido yo.
¿Lees mucho?
Sí, siempre tengo un libro. Además, es un fetiche, como un talismán, sabés que no lo vas a leer pero lo tenés igual en la cartera. A veces para poder trabajar en otra cosa, necesito leer un ratito, media hora de literatura, por esto de “volver, ser y estar”. Bajás y ahí arrancás con lo que siga a continuación, una traducción, no importa.
¿Tenés registro de cuándo se volvió, dentro de las posibilidades de escribir, una necesidad?
Sí, obvio, me cambié de nombre. Acá lo sabe mucha gente. Yo ya trabajaba, había estudiado Administración de Empresas de eso, pero cada vez se volvía más importante para mí tallerear y escribir y qué sé yo… Tardé un montón en publicar. Era la mujer más rechazada del planeta, pero yo pensaba, “quiero seguir creyendo igual” y ahí, te das cuenta que es una necesidad que no depende de tener la suerte de encontrar a tu lectora o a tu lector. Ahí es cuando se vuelve una sociedad, cuando te rechazan y decís me da igual, no le quiero demostrar al mundo, lo hago porque quiero entender, porque deseo y porque estoy ahí. Es como decir no sé, “cuando sea vieja, siempre me quedará la literatura”. Está bueno tener un refugio.
¿Pensás en tu público cuando escribís?
Obvio. Yo creo que quien te dice que no, miente. Cuando escribís, estás pensando en un lector o una lectora ideal en última instancia, probablemente seas vos misma, pero digamos que estás también escribiendo con lo que leíste de otras personas, con lo que escuchaste que decían. El escritor es un ser social, escribe con la lengua de su tiempo. ¿Quién se cree que se cierra una habitación a no pensar en nadie? No es una persona con nombre y apellido, porque no funciona así, sino es más como alguien ideal, como alguien que entiende todo lo que querés decir.