Alejandra Costamagna: "El recuerdo es también una creación"
Lunes 23 de setiembre de 2024
La escritora chilena está en Buenos Aires participando de la residencia MALBA y del Filba Internacional.
Por Valeria Tentoni.
Hija de padres argentinos, Alejandra Costamagna nació en Santiago de Chile en 1970 y es una de las autoras trasandinas contemporáneas más presentes en nuestro país. Escritora, periodista y doctora en literatura por la Universidad de Chile, es autora de las novelas En voz baja (Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral, Lom ediciones, 1996), Ciudadano en retiro (Planeta, 1998), Cansado ya del sol (finalista Premio Planeta-Casa América, 2002), Dile que no estoy (Planeta, 2007) y El sistema del tacto (finalista Premio Herralde de novela, Anagrama, 2018), ambientada en Argentina.
Además, Costamagna ha publicado los libros de cuentos Malas noches (Planeta, 2000), Últimos fuegos (Ediciones B, 2005), Animales domésticos (Mondadori, 2011), Había una vez un pájaro (Cuneta, 2013) e Imposible salir de la Tierra (Laurel / Almadía, 2016).
Actualmente se encuentra participando de la residencia de escritores del MALBA, siendo la primera chilena en ser seleccionada. Además, Costamagna será parte de la nueva edición del festival Filba internacional, donde incluso entregará el premio del concurso Buenos Aires en 100 palabras convocado por Fundación Plagio.
Estás en Buenos Aires como residente MALBA por una estancia de escritura, ¿qué podés decirnos de la importancia de estos espacios para la finalización o el desarrollo de un texto?
Atesoro estos espacios, porque generan una disposición distinta en la lectura y la escritura. Permiten leer el material con otros ojos, tomar distancia, abrirse a otras resonancias, dejar que se cuelen nuevas pelusitas en el texto. Y abrirse también al desvío. Mis rutinas de escritura son un poco dispersas, suelo distraerme con facilidad. Por eso mismo aprecio este tiempo continuo.
También participarás de la entrega de un premio de microrrelatos con Buenos Aires en 100 palabras: ¿qué importancia le das a los premios, especialmente en estos casos en que convocan público amateur?
Este premio, en particular, tiene la virtud de dar escucha a voces anónimas y de tomar el pulso de lo que experimentan las y los habitantes de esta ciudad tan heterogénea. Armar una especie de mapa de miradas y sensibilidades. Y ver cómo se traduce eso en literatura, ante todo. En este concurso no cuentan solo el talento y la astucia verbal. También importa la capacidad de crear, en una extensión mínima, un universo propio y generar un relámpago en el lector.
Según entiendo, estás trabajando una novela. ¿Qué dificultades específicas tiene este género, para vos? ¿Y qué cosas te permite, a nivel escritura?
Estoy trabajando en una novela que a veces quiere arrancarse, tomar unas derivas inesperadas. A veces se encabrita, a veces se contrae. Trato de no predisponerme demasiado, dejar que el propio material vaya guiando la escritura. Al final es un vaivén entre tomar y soltar las riendas. Quizás la mayor dificultad del género para mí está en la demanda de un tiempo sostenido, no sirve una horita suelta, un asomarse un rato y pasar a otra cosa. Se hace necesario habitar el material con mucha presencia, disposición, entrar en su atmósfera y quedase a vivir un tiempo ahí. Y lo que permite el género deriva de lo mismo: pasar una temporada en la que todo lo visto, lo escuchado, lo leído, lo soñado, lo alucinado, lo conjeturado, en fin, parece estar diciéndome algo que podría asomar en la escritura.
Sos la primera escritora chilena que viene a esta residencia, pero sos hija de argentinos. ¿Qué podés contarnos de tu vínculo literario con este país y qué lecturas argentinas considerás que te han marcado?
Mi vínculo literario con Argentina estuvo desde chica, sin darme mucha cuenta. No es que mis padres fueran grandes lectores, pero en la biblioteca de la casa había sobre todo mucha narrativa contemporánea. Me acuerdo de La traición de Rita Hayworth, quizás uno de mis primeros deslumbres de esa biblioteca, porque ahí encontré una resonancia, transmutada en literatura, con la vida de pueblo de mis propios padres y por añadidura de mis veranos en la infancia. El oído de Puig, la atención a la minucia, a lo menor, a lo periférico, el acercamiento gozoso a la lengua, en fin. Ampliada a lo rioplatense, en esa biblioteca estaba, por ejemplo, Onetti. Y recuerdo también un deslumbre ahí. El tono letárgico, la quietud de sus movimientos, su prosa, sus atmósferas, su modo de decir sin decir. Ese primerísimo universo más tarde armaría otras constelaciones lectoras, en las que cabrían desde Felisberto Hernández hasta Hebe Uhart, por poner dos hitos, dos caminitos por los que siempre me gusta andar.
En libros anteriores has trabajado el vínculo entre memoria e imaginación, ¿qué podés decirnos de ese cruce?
Es un cruce que nunca desaparece, porque el recuerdo es también una creación. Al mirar los recuerdos con los ojos del presente y escribirlos, al verbalizarlos, al darles una trama y fragmentar el tiempo, esa memoria se vuelve literatura. “Voy a crear lo que me sucedió”, escribe Clarice Lispector en La pasión según GH. Natalie Leyer en En busca del cielo lo dice de otro modo: “Es algo que vi, pero que también inventé”. Y Grace Paley hace lo propio en el cuento “Conversación con mi padre” cuando dice “esa mujer vive al otro lado de mi calle, yo la conozco y yo la he inventado”. Son tres variaciones sobre lo mismo: la memoria y la imaginación siempre se están pisando la cola.