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"Yo no me considero un escritor rupturista"

Ph Alejandra López

Sergio Olguín

"Yo trabajo con la realidad como si fuera un elemento de la ficción", explica el autor de 1982 en esta entrevista con Luciano Lamberti alrededor de esa nueva novela, una suerte de pausa en la saga de sus policiales protagonizados por Verónica Rosenthal.

Por Luciano Lamberti.

Sergio Olguín nació en Buenos Aires en 1967. Es periodista, escritor, guionista, fue fundador de la revista V de Vian y jefe de redacción de La mujer de mi vida. Ha publicado, entre otras, las novelas Lanús, Filo, Oscura monótona sangre (ganadora del premio Tusquets) y actualmente está abocado a la saga de novelas policiales protagonizadas por la periodista Verónica Rosenthal, que lleva ya tres títulos. Nos juntamos una mañana en el bar de Conde y Lacrozze a charlar a propósito de su última novela, 1982 (Alfaguara), historia de un amor prohibido en el marco de la Guerra de Malvinas, con claras resonancias de la tragedia Fedra. Olguín llega tarde y para resarcirse insiste en pagar el café.

 

¿Reeditarías Las griegas, tu primer libro de cuentos?

No sé si la reeditaría como está, me gustaría rescatar un par de cuentos. Hay otro par que me da un poco de vergüenza, ahora. Sobre todo uno. Y los demás los sometería al comentario de algunas personas en las que confío a ver si sobreviven, porque Las griegas es algo muy distinto a lo que yo desarrollé en mi narrativa, son cuentos en los que yo no tenía todavía mi propia voz. Hay algunos cuentos donde empieza a aflorar lo que sería después el tono de Lanús. Y después también me gusta el tono de otro cuento que es “El preservativo justiciero”. Ahí creo que hay un encuentro con lo que sería la voz que después voy a usar sobre todo en Lanús y en Filo, mis dos primeras novelas. Y hay un cuento que a mí me sigue gustando pero que está en un tono o en un registro falso, se podría decir, que es el primero, el que abre el libro. Hay algo de búsqueda en el personaje de Karl Lagerfeld pero lo volvería a hacer en primera persona, no como está planteado ahí.

¿En V de Vian tenían un proyecto estético grupal? ¿Cómo te ves vos en relación a eso?

Había una idea de la literatura. Rescatar ciertas narrativas de los años sesenta y setenta de la Argentina, que había sido dejado de lado en su momento, y lo que implicaba era poner más en discusión en la narrativa lo político, lo sexual. Briante, la tradición de los cincuenta. Lo que va de Viñas, Kordon, hasta Medina y Asís. Es un realismo pero desde una perspectiva distinta, porque nosotros mezclábamos eso con Expedientes secretos X, la idea era la suma. Después cada uno tenía sus intereses. Claudio Zeiger, por ejemplo, que fue fundamental para la revista, estaba muy interesado en ciertos autores olvidados como Silvina Bulrich. Eso que en algún momento era como la tilinguería que publicaba La Nación. Que es una narrativa cuya característica me parece que era la de contar con un público. Un público minoritario pero fervoroso en los cincuenta, hasta la cosa más masiva de los sesenta y los setenta. Y por otro lado era rescatar todo lo que tuviera que ver con la sexualidad, con la influencia de una cultura de clase B. Sacarla de lo académico y que la literatura pudiera mezclarse con lo otro. Nosotros hicimos un especial, me acuerdo, "Las mujeres que amamos". Y había personajes literarios rescatados sin vergüenza como Alejandra de Ernesto Sábato mezclada con la Rachel de Jeniffer Aniston en Friends, con las Madres de Plaza de Mayo. Había como una intencionalidad de mezclar discursos. Y creo que mi búsqueda narrativa siempre fue por esos lados. Yo no me considero un escritor rupturista, me considero un continuador de esta tradición literaria. También buscábamos generar un lenguaje en el sentido de lo que se habla ahora. Y la cruza de géneros, estar influido por una serie, por una película, por un cómic. Filo es la que más se acerca al manifiesto de V de Vian. Una narrativa que se hiciera cargo del tiempo en el que vivíamos. Salir de los gauchos, salir de los malevos, salir de la literatura que hablaba de otra época. Salir incluso de temas como la Dictadura, de moda en ese momento, había más papers en Estados Unidos sobre el tema y había que escribir una novela sobre la dictadura para que te inviten a dar una charla.

¿Y ahora leés revistas literarias?

No busco mucho. Ahora estoy más abocado a leer lo que no había leído. Qué sé yo, literatura inglesa que me encanta y no había leído todavía. Evelyn Waugh y todos escritores que tengan algo parecido a él. Hay uno que publicó Periferia ahora que es excelente, David Gardner, que lo descubrí gracias a Natalia Méndez, que es una gran lectora. La dama zorro, se llama. Es la historia de un tipo cuya esposa se convierte en una zorra, mucho más terrible y mucho más jugada que La metamorfosis de Kafka. O Bárbara Pym. En los últimos años aflojé con leer novedades y me dediqué más a eso.

¿Cómo se cuela lo real en tu literatura?

Yo trabajo con la realidad como si fuera un elemento de la ficción. La realidad funciona en tanto me sirve para una narrativa que es ficcional. Me facilita mucho el trabajo. Te doy un ejemplo muy práctico. Estoy escribiendo la nueva novela de Verónica Rosenthal. Tengo que hablar un poco del Estudio Rosenthal. Le pregunto a un par de amigos periodistas y me pasan links del estudio Beccar Varela, y utilizo lo que me sirve de esa realidad para hacerlo ficción. Cuando encuentro algo de la realidad, lo apropio y lo transformo. Lo mismo pasa con lo biográfico o lo autobiográfico. Desde la anécdota que me contó un pariente hasta cosas que me han pasado a mí, qué sé yo, lo voy metiendo en las novelas, no con esa intención. Queda todo tergiversado, lo hago todo el tiempo. Me gusta poner las calles por donde van los personajes. Ahora bien, si esa calle va hacia el oeste y necesito que doble hacia el este, le cambio la mano.

Estudiaste Letras, ¿no?

Disfruté mucho más la carrera cuando la dejé que mientras estudiaba, que me peleé mucho con la carrera. Después vi lo importante que había sido. Me arrepiento de no haber terminado la carrera. Tendría que haber estudiado Letras clásicas, que es lo que más me interesa hoy. Y tendría que haberme esforzado un poco para terminarla y no haberme pasado tantas horas pelotudeando en el bar.

Muchos de tus personajes estudian humanidades, pero vos sos un escritor más bien popular.

Sí, el tema es qué se entiende como popular. Creo que hay un tipo de literatura que se hace cargo de revolucionar las letras, modificar la literatura, cambiar el rumbo de la narrativa de un país, poner en discusión la tradición literaria para romperla y desde ahí pensar algo nuevo. Después están los que, como yo, se hacen cargo de una sola cosa, que es entretener al lector. Yo me quedo con la cosa fácil, los demás, los importantes, los buenos, se hacen cargo de cambiar las cosas, y nos dejan a nosotros el trabajo fácil. Que los lectores se sientan identificados con lo que uno escribe, que sientan que esa literatura tiene que ver con su época, que tengan una expectativa previa al leer el libro. Yo decía medio en broma que a mí me pasa lo mismo que a Rowlling, la autora de Harry Potter, pero un millón de veces menos. Me llamaba mucho la atención que varios lectores estaban esperando que saliera 1982. Me doy cuenta por Twitter. Me pasa con cuatro, cinco lectores. A ella le pasa con cuatro millones. Más allá de la diferencia económica, creo que hay una emoción similar: tener un lector que está esperando tu libro, que lo esperan, que están atentos, que se sacan una foto con el libro y se quedan pensando en lo que vos hacés, a mí me da una satisfacción equivalente a la de esos escritores que, más allá de que no los lea nadie, o solo un profesor, entienden que han revolucionado la literatura argentina.

¿Escribís rápido, no?

Depende de lo que se entienda por escribir. Yo puedo escribir rápido una primera versión, pero después paso un año corrigiendo. Después hago otra cosa. Escribo un artículo periodístico, escribo un guión, mientras corrijo. Pero cuando escribo trato de que la novela ocupe el espacio fundamental, no solo laboral sino también mental. Estoy charlando con un amigo en un café y estoy pensando en los personajes. Eso no lo podés hacer durante un año porque te volvés esquizofrénico. Entonces trato de que eso dure lo menos posible, que cada vez es más. Cuatro meses, cinco meses.

¿A 1982 la escribiste con un esquema?

Me pasó al revés que los policiales, donde tengo una idea de comienzo y una idea de final, y todo lo demás es nebuloso. Sé quiénes son los buenos y quiénes son los malos, y sé que maldad tiene que hacer Verónica Rosenthal en esta novela, no sé mucho más. En 1982 fue todo al revés. Yo cuando me senté y puse la primera frase de la novela, la que quedó, yo ya sabía todo. Sabía cuándo se incorporaban los personajes secundarios que después son fundamentales en la novela. Sabía qué les iba a pasar a cada uno. Sabía todos los giros de la historia. Qué iba a hacer Pedro, el padre, Fátima. Lo sabía antes de empezar la novela. Fue una cosa rara. Acá tenía esa sensación con el agregado de que me sentía muy cómodo con los personajes. Pedro, Fátima, y mucho más Luna, son personajes con los que no veía la hora de ponerme a estar con ellos, porque escribir era convivir con ellos. Siento por ellos cierta nostalgia.

¿Y cómo salió el uso del punto de vista variable en la novela?

Eso es influencia más de ciertas series. Hay una serie que nadie vio, Boundtown, con una periodista que anda con un tipo casado. Pero esa serie tenía un cambio de perspectiva todo el tiempo. Y acá lo quise extremar y dividirlo en partes. Quería mostrar una multiplicidad de miradas.

¿Y no tenías miedo de trabajar con la Dictadura, que se transformó durante el kirchnerismo en una cuestión casi oficial, y es un tema tan transitado?

Creo que hubiera estado más incómodo durante el kirchnerismo escribiéndola, ahora que está Macri es más válido. Creo que no se ha tratado mucho la intimidad de la dictadura. Sobre todo de lo que podríamos llamar los militares de alto rango en el ejército. Yo siempre me preguntaba eso. ¿Qué hace un milico cuando vuelve a la casa? ¿Come el mismo guiso de lenteja que como yo, que comía el flaco antes de que lo torturaran y desaparecieran? Me interesaba la vida íntima de esos personajes. Cómo una familia, que ya venía de una tradición militar, se manifestaba en su vida cotidiana en un momento de crisis. Ya sea la de la guerra, pero también una crisis donde tu mujer te mete los cuernos con tu hijo. ¿Cómo es el amor y el odio fuera de lo social, o lo ideológico, fuera del enfrentamiento que significaba la guerrilla o la militancia de izquierda para los militares. Es un poco dejado de lado. Yo nunca había escrito una novela sobre el tema, y en todos esos cuentos lo que remitía era la relación entre lo íntimo, lo sexual, el deseo y los milicos, para decirlo de forma brutal.

¿Esta novela significa un descanso de tu saga?

Un día había ido a comer con la gente de La mujer de mi vida, que ya no existía como revista, aunque nos seguimos viendo, y alguna integrante de la revista, no recuerdo exactamente quién, me dijo: "Dejá de escribir esas novelas pedorras y escribí una como Oscura monótona sangre", y como yo soy un tipo muy respetuoso de la opinión del público lector, me di cuenta de que era un momento para dejar de escribir por un tiempo de Verónica (que me divierte y me gusta mucho, de hecho estoy escribiendo el cuarto libro de la saga) para escribir algo distinto. Más allá de que hay puntos de conexión en todo lo que escribo.

¿Se puede pensar en Fátima como integrante de una tradición de mujeres que responden a su naturaleza, que rompen con lo que la sociedad espera de ellas?

No me gustaría hablar tanto de naturaleza por esa cosa de lo femenino como natural, no estoy de acuerdo con esa idea. Creo que en Fátima hay un pensamiento claro. Ella es mucho más intelectual de lo que ella misma se imagina a sí misma. Tiene claro todo, el deseo, la maternidad, y a veces tener demasiado claras algunas cosas hace que te confundas, la claridad enceguece. Ella se encegueció con respecto a Augusto, al padre de su hija. Ella no tuvo en cuenta que estaba bajo una dictadura. Estaba en una cosa más familiar. Responde a su pensamiento y a su deseo. No da vueltas. Toma decisiones que la convierten en un personaje que a mí me gusta mucho. Es el que se hace cargo de su propia historia. Y en ese sentido hay ahí un link bastante fuerte con el resto de mi narrativa. Siempre hay personajes femeninos con muy poco sentido del humor, medio amargas, que parecen muy frágiles, que están en una situación social de riesgo, porque vienen de familias pobres, y sin embargo son capaces de imponer sus decisiones con respecto a su vida y son muy seductoras para los hombres. En Lanús, en Filo, en Springfield, en Oscura Monótona Sangre, en Las extranjeras. Es como una constante: esa mujer que tiene todo para perder, se impone a sus limitaciones sociales para hacer lo que realmente quiere hacer.

 

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