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"Tenemos que militar para profundizar este proceso"

Eduardo Jozami, director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti habla del espacio que dirige y de la compleja situación que significa ser un intelectual que acompaña críticamente al gobierno: “el drama personal que tiene el intelectual que quiere mantener un espíritu crítico pero al mismo tiempo que apoya el gobierno es absolutamente desconocido y bastardeado por la crítica”.

Por Patricio Zunini.

eduardo jozami

El Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti ocupa lo que antiguamente fuera el edificio Centro de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra Naval, en el predio de la ex ESMA. Desde 2009, presenta una agenda de actividades, seminarios, muestras, exhibiciones en las que, desde las artes visuales, el teatro, la fotografía, la música, etc., se persigue el objetivo de «transformar este lugar emblemático de privación, de exclusión y muerte, en un espacio de vida, abierto a la comunidad. Es el mayor compromiso y desafío para contribuir a la construcción de un país basado en la justicia».

El director del CC Conti es el escritor Eduardo Jozami, destacado intelectual autor del ensayo Rodolfo Walsh (2006), en el que recorre la vida del autor de Operación Masacre, y la recopilación de artículos Dilemas del peronismo (2009) en el que analiza los primeros años del kirchnerismo. Es también un hombre de militancia de larga data: integrante de la Juventud Peronista en los setenta, opositor al menemismo en los noventa, participó en diferentes frentes progresistas hasta que se acercó al kirchnerismo durante la presidencia de Néstor Kirchner. En 2008 fue uno de los fundadores de Carta Abierta.

 

Esta semana, Eduardo Jozami nos recibió en el Centro Cultural y durante una hora se prestó a una entrevista que abordó diferentes temas: la gestión del Centro Cultural, el análisis de la muestra “200 años 200 libros” y los desafíos a los que se enfrenta el kirchnerismo para asumirse como un movimiento que funde una nueva etapa en la política de la Argentina.

Un espacio para reflexionar sobre la memoria

¿Cómo evalúa los tres años de gestión del Centro Cultural?

No sería sincero si no dijera que estamos satisfechos. Con los riesgos que eso supone: primero, por parecer inmodesto; en segundo lugar, porque uno tiene que seguir pensando en lo que falta, en lo que hay que mejorar. Pero estamos satisfechos porque era un desafío muy importante. Teníamos pocas seguridades sobre cómo trabajar en el predio de la ESMA, algo que hoy nos parece absolutamente natural, pero que al principio generaba inquietudes e interrogantes. Cómo iba a responder la gente a nuestra convocatoria, había quienes pensaban que era discutible hacer espectáculos artísticos y culturales en un predio como este. Y más importante que eso: no había una definición clara ni de la Secretaría de los Derechos Humanos ni de quienes veníamos a trabajar aquí acerca de lo que podríamos llamar una cultura de la memoria. Aunque existía la suficiente claridad sobre la importancia de que no se encarara solamente desde una perspectiva de investigación histórica o de discusiones teóricas sobre qué es la memoria, si no también que pudiéramos impulsar acercamientos a la historia argentina reciente desde la literatura, el cine, la fotografía, etc.

¿Buscaron algún consenso sobre la palabra “memoria”? ¿Desde dónde pensarla o cómo definirla?

La idea del Secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, fue crear un Centro Cultural de la Memoria. No discutimos el término “memoria” porque, más allá de las posibles interpretaciones, estaba claro que reflexionar sobre eso era nuestro trabajo. Teníamos dudas acerca de cuál era la manera adecuada de impulsar las actividades culturales: si la reflexión sobre los años setenta era excluyente —naturalmente se impone por el solo hecho de estar en este predio— o si se podían encarar los derechos humanos con una mayor amplitud temática y no tener miedo de que hubiera expresiones culturales que no aparecieran directamente relacionadas con esa cuestión. Vimos que si nos ateníamos a una mirada exclusivamente centrada en la rememoración de lo ocurrido en la ESMA o en los años de plomo o en la dictadura, ese mismo tema se empequeñecía. Había que abordarlo desde miradas muy diferentes. Entonces, por ejemplo, el año pasado entregamos el Premio  anual Centro Cultural de la Memoria a una obra de teatro llamada El miedo. Fue un ejercicio interesante. Todos pensábamos que el miedo tenía que ver con la dictadura militar, pero eso era porque se daba acá adentro. La obra habla de una relación enfermiza entre dos personas en la que una manifiesta permanentemente sus miedos. Después llegamos a la conclusión de que era una manera de pensar desde otra perspectiva el miedo adentro de la ESMA. Cuando se presentan espectáculos musicales, que no tienen relación directa, el sólo hecho de que se hagan acá motiva algún tipo de reflexión de los artistas y del público. Comprendimos que algo que debía fomentarse era la libertad de las diversas áreas para ampliar la mirada sobre la memoria y el único límite que empezamos a ponernos fue el de la calidad de lo que se producía. Algunos se sorprendieron cuando hicimos un seminario sobre Walter Benjamin: obviamente Benjamin no tuvo nada que ver con la dictadura argentina porque murió 36 años antes, pero es una figura importante para pensar en términos teóricos la reflexión sobre la memoria, sobre la relación entre historia y memoria. Por eso, volviendo al principio, cuando decimos que estamos satisfechos es porque creemos haber superado aquellos interrogantes. Creo que vamos definiendo con mayor precisión qué significa trabajar desde el ámbito cultural el tema de la memoria.

Cuando murió Kirchner, usted publicó en Página/12 una nota titulada “El presidente de la memoria”. ¿Cómo es la relación entre el objetivo del Centro Cultural y la figura de Néstor Kirchner?

Kirchner tuvo que ver con el traspaso de la ESMA, con la iniciación de una política de derechos humanos, los juicios a los genocidas y la recuperación de los sitios de memoria. Implicaba un cambio de 180 grados respecto de lo que se venía haciendo. Haríamos mal en no reconocerlo, sería profundamente injusto. Néstor Kirchner es una figura que está siempre presente, sin necesidad de que llenemos el Centro Cultural de sus retratos. Tratamos de que este sea un ambiente acogedor para el debate y el pluralismo poniendo el eje en la identificación con temas básicos como el repudio a la dictadura, el terrorismo de Estado, las políticas neoliberales que impulsaron el golpe, pero es natural y termina manifestándose en el público, en los debates y en todas las actividades, que está muy presente la figura del presidente por cuya decisión debemos la posibilidad de estar funcionando aquí.

¿Por qué el Centro Cultural de la Memoria se llama Haroldo Conti y no Rodolfo Walsh?

A mí me hubiera gustado que se llamara Walsh por dos razones: primero porque sé más de Walsh que de Conti, me hubiera resultado más fácil relacionar la figura que da nombre al Centro con las actividades; segundo porque estoy afectivamente muy ligado a la figura de Walsh. Pero yo no tomé la decisión: me convocaron cuando ya estaba pensado ese nombre. Me parece absolutamente justo porque Haroldo Conti estaba postergado en el recuerdo, en la valoración de su obra, su trayectoria. Es un caso diferente al de Rodolfo que es una figura necesariamente recordada por ser el autor de Operación Masacre, de la carta a la Junta Militar. Walsh pasó por la ESMA con lo que también era razonable pensar el nombre de Walsh —por el aniversario de los 35 años van a haber varios homenajes en este predio—, pero es un acto de justicia el haber recuperado a un tremendo escritor como Haroldo Conti, un intelectual tan comprometido, que quedó como símbolo de la barbarie de la dictadura. Es sabido que cuando lo fue a ver el Padre Castellani, Conti había sido tan ferozmente torturado que no lo reconoció. Cualquiera de los desaparecidos podría merecer el nombre del Centro; podría haberse llamado Paco Urondo, por ejemplo, pero ya hay otro centro cultural que tiene ese nombre.

Un tren cargado de libros

¿Cómo surgió el proyecto de la muestra 200 años 200 libros?

Lo pensamos con la Biblioteca Nacional: con Horacio González y María Pía López. La idea surgió de aquí. Como la gente de artes visuales tuvo bastante que ver, al principio habíamos pensado en una muestra donde lo gráfico y lo pictórico fueran más importante. Un proyecto más ambicioso y más costoso que finalmente no se concretó porque tanto desde la Biblioteca como desde los bibliófilos que estamos aquí pensamos que había que darle un lugar central al libro. El problema más complicado fue, obviamente, la selección de los libros. Optamos por pedirle a cada selector que eligiera 10 libros. Tal vez hubiéramos debido pedirle a todos que eligieran 200 libros…

Es lo que interpretó Beatriz Sarlo: al principio entregó una lista de 200 títulos.

Pero Sarlo es una trabajadora infatigable y una profesional de la crítica y del estudio de la literatura argentina. Muchos de los selectores que elegimos —por ejemplo, queríamos que hubiera gente dedicada a la historia del arte— no hubieran enviado 200 libros. Nos pareció que eso era ilusorio. Elegimos este sistema que, no diría que garantiza un resultado más justo si es que acaso existe esa justicia, pero sí garantiza una pluralidad de miradas. La lista no puede ser criticada diciendo que “incluyeron solamente a Borges y no a la gente de la tradición popular argentina” o viceversa. Como los electores fueron elegidos con un criterio muy amplio, la lista resultante también lo es.

¿Cuál fue ese criterio para convocar a los selectores?

Primero había algunos nombres que inevitables: David Viñas, por ejemplo. Ricardo Piglia, que no estaba en aquel momento, no pudo ser, también nos parecía inevitable. Después, cuando teníamos ya algunos nombres más, no sólo estos inevitables sino también algunos otros escritores más, fuimos buscando que hubiera menos uniformidad. Nos parecía muy importante que estuviera Norberto Galasso que representa un tipo de mirada sobre la historia argentina y así como también Halperín —que no pudo estar— porque expresa otra corriente, otra trayectoria diferente. Tratamos de que hubiera algunos escritores más jóvenes seleccionados, lo que es difícil porque, en general, los jurados son gente de cierta trayectoria, y entonces los escritores más jóvenes no están. Pero de algún modo, para ese tipo de compensaciones, Horacio González y yo nos incluimos en la lista de los selectores. Se han hecho algunas críticas sobre el resultado. Algunas fueron hechas por los que no están: esas no tienen sentido de discutirlas. Tienen todo el derecho de pensar que tendrían que haber estado y tal vez yo también piense que deberían haber estado, pero yo solo elegí diez libros. Otras son las críticas políticas que han sido injustas porque cuestionan la inclusión de libros de Eva Perón: “si ella no escribía”. Lo cual, suponiendo que fuera cierto que Eva Perón no escribía, es tener una idea muy tradicional, muy limitada de lo que es un texto. Pero, además, quienes decían eso y de algún modo mostraban que esta elección podía estar volcada hacia el lado de lo nacional y popular, no solo reconocían que había siete textos de Borges sino que señalaban lo absurdo que hubiera tantos textos de Borges. Siempre tuvimos claro con Horacio González que la crítica sería bienvenida si no se hubiera criticado habría sido no por acertar con el consenso ideal si no porque había resultado tan irrelevante que nadie se tomaba el trabajo de discutirla.

¿Pero pensaban que iba a generar el revuelo que generó?

No, aunque esperábamos que se generara algún revuelo. Incluso por eso, antes de iniciarse la selección, todos los que tendíamos que ver con la muestra nos pusimos afuera.

La metáfora del tren, que resulta muy efectiva como medio para enlazar los libros, es también un símbolo como peso propio.

Yo diría que es casi el corazón de la muestra. Es lo que más llama la atención. A partir de la metáfora ferroviaria la muestra es vista como una unidad. Fue discutida porque hubo quien dijo que los ferrocarriles se asocian con lo viejo de la Argentina, pero otros dijimos que lo viejo de la Argentina también es lo irrealizado de la Argentina. La demanda actual de la sociedad, creo, es que haya más ferrocarril. Pero, además de la discusión sobre el ferrocarril y su significado en la historia argentina, el trazado a partir de la metáfora ferroviaria es muy apto para mostrar que las relaciones entre los libros no eran unilaterales, necesarias, si no que también podía haber cruces con libros que estaban en diversos ferrocarriles y ramales. Nos pareció que era un juego divertido.

Llama la atención que salvo Cristian Alarcón —que tiene 40 años— no haya escritores jóvenes seleccionados: ¿puede tomarse como un indicador de la situación actual de la literatura?

Estamos en una época en que un escritor viejo es aquel que tiene más de 70. Y por otro lado, los integrantes de La Cámpora tienen 35 o 38 años. Nosotros veíamos a Carlos Gamerro y a Martín Kohan como jóvenes, sin perjuicio de que podrían haber estado otros más jóvenes. No hubo una idea de marginarlos. Pero volvamos al método de la elección: se elegían los 10 mejores libros. Es muy difícil que un escritor menor de 35 años haya escrito uno de los diez libros que a un selector le pareciera de los más valiosos de la literatura argentina. Ese es un poco el equívoco del método, pero insisto que nos pareció que garantizaba la pluralidad más que otros.

La muestra se desmantela el 22 de enero: ¿cómo continúa?

No está previsto que continúe. Tenemos que levantarla porque hay otros compromisos y la muestra ocupa casi la totalidad del espacio de arte. Nos interesaría mucho montarla en otro momento y, eventualmente, en otra parte. Habría que coordinarlo. Tenemos la idea de la itinerancia de otras muestras; en general, garantizar la circulación es algo que excede las posibilidades del centro como tal, pero con el apoyo de algunos otros organismos tal vez podríamos hacerlo. Con respecto a esta muestra no lo hemos hablado con la Biblioteca Nacional.  Nos gustaría que tuviera continuidad, aunque es cierto que no abundan los espacios en que pueda instalarse. Estamos trabajando la página web que marcará la continuidad.

Acompañamiento crítico y militancia

En el primer tomo de Peronismo, José Pablo Feinmann dice que peronismo, de tanto uso, ha perdido significación. En una entrevista que le hizo Blaustein, usted dijo que ser antiperonista es como ser antidemocrático en el sentido de que todas las fuerzas políticas reclaman la pertenencia en ese universo. Y, además, en Dilemas del peronismo usted intenta encontrar los límites del peronismo. Estoy muy tentado de preguntarle qué es el peronismo.

Yo creo que, efectivamente, decir hoy que un político es peronista no puede agotar ninguna definición. Yo creo que Eduardo Duhalde es peronista —me refiero al ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires, no al Secretario de Derechos Humanos—. Hay diferentes maneras de ser peronista. Pero no diría que el peronismo no significa nada porque hay un conjunto de valores que la gente sigue asociando con el peronismo, que tiene que ver con alguna forma de presencia de los trabajadores, con cierta defensa de lo nacional. Menem, que estuvo en contra de todo eso, siempre trató de retomarlo en el discurso porque se daba cuenta que si bien no tenía mucho problema para usar el nombre del peronismo y el 90% del partido Justicialista lo apoyaba, era necesario rescatar algo de la cultura popular, aunque más no fuera su origen riojano, la tradición federal… El peronismo es un recipiente que puede contener diferentes maneras de ser peronista y a mí me gusta la manera de ser peronista del kirchnerismo. Ahí entramos en otra discusión que también planteo en Dilemas… acerca de si el kirchnerismo puede ser la superación del peronismo que ya planteaba Cooke. Y yo digo que puede llegar a serlo, pero no está escrito en ningún lado: depende de la capacidad del kirchnerismo para convertirse en una nueva identidad política. A partir de las transformaciones significativas de 2010 y 2011, de la vuelta a la participación política que se manifestó en estos últimos años, de la fuerte presencia juvenil en la política, me atrevería a decir que, más allá del desenlace de este proceso, así como existió el momento peronista, o el momento yrigoyenista, ya hay un momento kirchnerista en la política argentina..

 

¿Kirchnerismo como un momento político fundacional?

Kichnerismo como una identidad que se está construyendo, que está lejos de tener expresión orgánica pero que, cuando un gobierno mantiene durante ocho años la adhesión popular o mejor aún: que tiene un traspié y puede rearmarse con la fuerza que se ha rearmado este, producir transformaciones tan significativas y obtener un consenso popular tan notable como el de la última elección y despertar un nuevo ímpetu militante, estamos en un nuevo momento de la política argentina. Y la historia le va a dar el nombre de los que fueron protagonistas, planteando que es una continuidad del peronismo, pero que no significa que sea igual que el peronismo, sino que es la profundización de algunos rasgos del peronismo y el agregado de otros como por ejemplo la política de derechos humanos.

 

La derrota electoral de 2009 pudo servir como motivo para la autocrítica. Dos años después, Cristina Kirchner es reelecta con el 54% de los votos. ¿Es un momento para autocríticas?

2009 era un momento para la autocrítica porque se habían cometido errores. No sólo el error instrumental en torno a cómo se manejó la resolución 125, si no que en un sentido más profundo, la derrota electoral demostró que había algunos sectores populares donde la política del kirchnerismo no había penetrado demasiado profundamente. Allí hubo autocrítica en los hechos, en las decisiones políticas. La Asignación Universal por Hijo es una respuesta a esta situación: hay un sector al que no estamos llegando en los intentos de política redistributiva y hay que tomar esta medida. Valoro mucho esta decisión porque dentro de una concepción que suele llamarse desarrollista había ciertas dudas acerca de si era bueno seguir con estos subsidios que no tenían una contrapartida de empleo. Creo que fue importante que se viera que efectivamente este sector que quedaba al margen del crecimiento de la economía era suficientemente importante e irreductible como para dar una respuesta con la Asignación por Hijo. Yo diría que no hubo un gran debate autocrítico pero se corrigió el rumbo. Cuando se obtiene el 54% de los votos es más difícil decir que hay que corregir el rumbo. La situación es muy distinta. Lo que hoy se plantea es otra cosa: cómo profundizamos el proyecto y cómo avanzamos más claramente en el terreno organizativo para que el kirchnerismo adquiera más realidad de movimiento político. El 54% de los votos no es el equivalente a un movimiento político más o menos organizado. Esas son las tareas y exigen, no autocrítica, pero sí espíritu crítico.

 

En la última Carta Abierta, que fue hace una semana, hay una intención de explicar el por qué se alcanzó el 54% pero también hay un cuestionamiento hacia la Ley Antiterrorista.

Hay otros más también. Yo diferencio la autocrítica del 2009 de lo que hay que corregir y debatir ahora. En 2009, frente a una derrota electoral, se veía necesario un replanteo más global. Después del 54% la situación es diferente, pero eso de ninguna manera quiere decir que hemos llegado a resolver y que no tiene sentido corregir nada. Carta Abierta se ha pronunciado sobre la política minera, sobre el régimen de la tierra, sobre la situación que viven los pueblos originarios. Hay muchos temas donde la llamada profundización del proyecto tiene que pasar por dar respuesta en esos terrenos.

 

¿Es complicado el lugar del intelectual que acompaña críticamente?

Muchas veces se dice con un tratamiento peyorativo, que los intelectuales kirchneristas se “animan a criticar”, algunos llegan a sugerir que “los dejan criticar”. Es una ridiculez, no sólo por la autonomía que tiene Carta Abierta respecto de cualquier estamento del gobierno, si no porque olvida el problema fundamental que desarrolla la propia conciencia del intelectual. Cuando uno es opositor critica con la libertad más absoluta porque dice lo que piensa y sabe que contribuye al deterioro de un gobierno con el cual tiene diferencias profundas. Pero cuando uno forma parte de un movimiento que apoya al gobierno, sabe que como intelectual es importante mantener un espíritu crítico, señalar cosas, pedir correcciones, plantear debates, pero al mismo tiempo se hace cargo de la parte que le corresponde de mantener y consolidar este gobierno. Es importante decir lo que uno piensa porque un modo de alentar la profundización del proceso es ir marcando, sin ninguna soberbia, algún objetivo, algún caminito, algún avance. Pero por otro lado uno siente permanentemente la necesidad de apoyar a este gobierno. Este drama personal que tiene el intelectual que quiere mantener un espíritu crítico pero al mismo tiempo que apoya el gobierno es absolutamente desconocido y bastardeado por la crítica que dice “se animan, los presionan, los dejan”. La experiencia de Carta Abierta no tiene nada que ver con eso. Sí con una cuestión de responsabilidad política.

 

En el libro La astucia y el cálculo, Beatriz Sarlo plantea que el kirchnerismo ganó una batalla cultural. Esta semana se presentó Plataforma 2012. Hubo antes otros intentos como el grupo Aurora. ¿Puede Plataforma 2012 salir a discutir la hegemonía cultural del kirchnerismo?

Depende del kirchnerismo. No se debe a la claridad de pensamiento y de los textos de Carta Abierta que haya contribuido a construir esa hegemonía. Carta Abierta jugó un papel interesante, pero lo fundamental es que apareció un gobierno con un programa progresista, de centro izquierda, popular, como se le quiera llamar. La línea divisoria pasa por los que reconocen eso y por los que no. Si uno se imagina un futuro con otra situación política todo esto puede ser muy diferente. Pero en este contexto político, un grupo como ese que se está formando sólo puede contribuir a señalar algunas cosas más duramente. En general la tradición de la izquierda juzga a los gobiernos a partir de un programa que después descubrimos que no se había realizado nunca en ningún lugar del mundo pero que de cualquier manera jugaba como criterio de valoración de los gobiernos. Esa es la discusión que debe plantearse. Lo que vi del texto de Plataforma 2012 no me parece que haya una modificación de esta mirada; al contrario, es llamar ingenuos a los de Carta Abierta que no se dan cuenta todavía… Lo mismo que planteó Grüner: que esta era una política del capital y lo que nosotros criticábamos era una consecuencia natural, no asignaturas pendientes. Me parece que esta sigue siendo la discusión.

 

Usted tiene una extensa carrera política. ¿En qué momento lo sedujo el kirchnerismo?

Yo me daba cuenta que Kirchner era diferente a otros dirigentes del peronismo, pero al mismo tiempo veía que estaba dentro de la estructura del PJ, un lugar al que no me gustaba volver. Pero el 23 de mayo de 2003, dos días antes de asumir como presidente, Kirchner hizo una declaración que motivó que Escribano, subdirector de La Nación, anunciara que el gobierno iba a durar un año. Declaración que a mí me impactó y me sorprendió muchísimo. Nosotros estábamos acostumbrados a presidentes que decían mucho antes de la elección y decían poco después. Este hombre que había dicho poco en la elección, tal vez por las circunstancias comprensibles, que había sido candidato de un sector del PJ con el apoyo fundamental de Duhalde, cuando ya había sido electo y se acercaba al gobierno mostraba que tenía un programa mucho más avanzado. El 25 de mayo confirmé eso y no diría que me hice kirchnerista en ese momento pero me di cuenta de que algo había cambiado en el país y que era fundamental discutir con eso y desde ahí. En los meses siguientes fui confirmando que no era simplemente la política de derechos humanos, que no era simplemente alguna declaración interesante, hubo una serie de medidas. Pero el momento en que me planteé una mirada diferente en relación con Kirchner fue en mayo de 2003.

 

¿Cuáles son las críticas que el kirchnerismo debería tomar nota?

Uno de los puntos a mejorar tiene que ver con avanzar en ciertas políticas que en un modelo de inclusión social y de defensa del mercado interno y consumo han quedado absolutamente rezagadas: el caso de la política ferroviaria, por ejemplo. Hay que discutir la política minera. En buena medida son las que están en la última carta abierta. Pero además, creo que salvo las críticas exageradas o de mala fe, hay que escucharlas a todas porque hay cosas que se pueden modificar ahora y hay cosas que comprensiblemente a lo mejor no se puedan modificar ahora. Todos aprendimos que la política es una relación entre objetivos y recursos. Es bueno tomar conciencia de cuáles son las carencias de este modelo. Me parecería equivocado pensar que hemos llegado a un punto donde no hay cosas que corregir. Estamos mucho mejor que antes, estamos en el buen rumbo, pero hay muchas cosas que han quedado en el camino.

 

En Argentinismos, Martín Caparrós dice —y cito mal— “estamos peor que en los setenta, en aquellos años en que la realidad nos parecía insoportable y por eso salimos a la calle”. Frente a su última respuesta y esta frase de Caparrós, ¿cuál es el rol de la militancia hoy?

El análisis de Caparrós es incorrecto porque parte de ignorar la historia argentina. Después del setenta vino la dictadura, el menemismo, el 2001-2002, hasta llegar a una situación de crisis cada vez más profunda de la sociedad argentina. Uno mira si hoy estamos mejor respecto a si estamos saliendo de esa situación y cuánto mejor estamos en relación a 2002. Comparar esto con 1973 y 1974, que eran años de cierta bonanza económica, es absolutamente equivocado. Nosotros no podemos desandar la historia y decir que queremos volver al 73. Evidentemente uno debería explicarse por qué si militábamos y peleábamos por un país mejor, después retrocedimos tanto. Bueno: fuimos derrotados. A lo mejor nos va a costar mucho llegar a los niveles de los años setenta. En aquel entonces militábamos porque teníamos un objetivo que se identificaba con el socialismo y la realidad Argentina en términos económicos nos parecía absolutamente limitada para quienes creíamos la posibilidad de superar el capitalismo. Lo que hoy hizo crisis en el mundo es la idea de revolución, la idea de una sociedad sustitutiva al capitalismo. Esto no quiere decir que piense que nunca más se vuelva a hablar de revolución ni que uno tenga que pensar que el capitalismo es el fin de la historia. Lo cierto es que hoy los objetivos políticos en este proceso tan profundo de América latina que se está dando—aunque Chávez hable de un socialismo del siglo XXI— plantean objetivos más generales, sociedades más justas, más autónomas, con mayor reconocimiento de los pueblos originarios y la diversidad. Nosotros tenemos que militar para profundizar este proceso. No tiene sentido preguntarse para qué vamos a militar hoy si estamos peor que en los años setenta. Tampoco militamos para volver a los setenta. Se milita para hacerse cargo -comprendiendo cuál es el proceso que estamos viviendo- de que hay una lucha en la sociedad argentina, como siempre, entre quienes quieren seguir avanzando y quienes quieren volver para atrás. La política exige  identificación, entrega, reconocimiento de liderazgos y al mismo tiempo, aunque suene contradictorio, exige mirada crítica. Si uno toma en cuenta la experiencia de la generación de Caparrós —que también es la mía, lo que pasa que él era bastante más chico— uno no debería criticar el compromiso militante que tenía esa generación, pero también debería tomar en cuenta la experiencia de esa generación y decir que ahí no sobró reflexión. Cuanto más podamos aportar sobre la base de la experiencia de aquella derrota vamos a contribuir para que la militancia discuta, reflexione, tenga una mirada crítica. Pero esto no sirve si nos quedamos con que hay dos bandos: los que piensan y discuten, y los que militan y se comprometen.

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