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"Rulfo sabía oír"

Ph | Grisel Reyes

Cristina Rivera Garza, escritora mexicana

"Si Rulfo estuviera vivo y produciendo ahora mismo entre nosotros lo llamaríamos un artista interdisciplinario. Estamos más listos para comprender su obra en estos inicios del siglo XXI que en su propio contexto" dice la autora de Había mucha neblina o humo o no sé qué (Mondadori), una de las invitadas mexicanas al próximo Filba Internacional.

Por Gonzalo León.

Había mucha neblina o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza, es un texto híbrido que camina entre el ensayo, la novela y la biografía del más celebre narrador mexicano, Juan Rulfo, a quien sólo le bastaron dos libros para cambiar la narrativa de su país: El llano en llamas y Pedro Páramo. La premisa de Rivera Garza, próxima invitada del Filba internacional, es que Rulfo se conectó con la modernidad que estaba viviendo su país en la década de los 50 y escribió estos textos en sintonía con ella. Algo similar hicieron artistas y escritores rusos (Malevich, Maiakovski, Chagall) antes de la Revolución Bolchevique; creían que el arte y la literatura debían dar cuenta de esa revolución (incluso antes de ella), pero a diferencia de Rulfo que fue institucionalizado por el gobierno y hasta por la CIA, obtuvieron a cambio la prisión, el exilio o la muerte.

Desde este punto de vista el Rulfo que muestra Rivera Garza es un escritor alejado de las elites culturales y de la escena literaria: vive del trabajo que genera esa modernidad que está logrando su país, en constante movimiento y en una búsqueda permanente por ganarse el sustento. No estamos aquí ante un gran escritor con aires de suficiencia o con glamour, estamos ante una persona que le apasiona el alpinismo y la fotografía, que está en continua contradicción entre el progreso que lleva la modernidad y el costo que eso genera en las comunidades aborígenes. No hay crecimiento sin costos, parece querer decirnos Rulfo, el punto es saber qué tan alto es el precio, y a él por momentos todo precio le parece alto, pero por otra parte, es consciente de los beneficios. Y sin embargo, si el país está siendo asfaltado, Rulfo trabaja en una empresa de llantas; si el país es invadido por ciudadanos de otros países, él trabaja en migración; si el país necesita una represa, participa de una comisión para construirla. ¿Quién es este escritor? ¿Quién es este Rulfo?, parece preguntarse Rivera Garza, y muchas veces se contesta con su propia prosa o con su poesía, en definitiva desde su experiencia literaria. Y aquí surge otra pregunta, válida para cualquier escritor mexicano contemporáneo: ¿Cuánto de Rulfo tiene un escritor mexicano?

Entre los datos curiosos que consigna Cristina Rivera Garza a lo largo de las más de doscientas páginas está el hecho de que fue financiado indirectamente por la CIA, a través de las becas Rockefeller que apoyaban el Centro Mexicano de Escritores: “De acuerdo con Patrick Iber, la CIA, además adquirió a finales de los años sesenta un pedazo de tierra no lejos de Ciudad de México, esperando que Juan Rulfo volviera a escribir y pudiera, así, competir con la fama de escritores comunistas populares en sus tiempos, como Pablo Neruda”. El Rulfo que entrega Había mucha neblina o humo o no sé qué es el Rulfo de la autora, y no pretende imponer esa mirada, sólo exhibirla, mostrarla desde su escritura, como si Rulfo estuviera en cualquier escritor mexicano contemporáneo e incluso en cualquier lector.

 

“Nunca lo conocí. No fui su alumna; no coincidí con él en librería alguna; nunca tomamos un café juntos”, se lee en la introducción. ¿Cómo llegaste a Juan Rulfo entonces?

Medio en broma, medio en serio he dicho que llegué a Rulfo gracias a las políticas educativas del Estado Mexicano. Me explico. Estudié siempre en escuelas públicas y, ahí, Rulfo suele ser una de las lecturas requeridas en clases de literatura. Era muy joven en todo caso. Supongo que le debo a la belleza el libro, y también a su complejidad, el haber regresado una y otra vez a sus páginas.

Si bien está en la colección de narrativa de Random House bien podría ser un ensayo, y esa creo que es una de las gracias del libro, el coqueteo entre el ensayo y la ficción, entre la investigación y lo inesperado. Sin embargo, hay algo que queda a medio camino y es la biografía. ¿Alguna vez pensaste en esa opción?

Cuando los materiales son hondos, hay que recurrir a todo lo que se sabe (e incluso a lo que no se sabe) para abarcar su enigma. Eso me pasó con la obra y con la vida de Rulfo, especialmente con su vida laboral, que es lo que más me interesaba. Planear esas preguntas aparentemente básicas (¿cómo se produce una vida y se produce una obra al mismo tiempo?) me condujo a pesquisas largas en archivos y en montañas, y a ejercicios textuales que oscilan entre el ensayo y la ficción, la poesía y la crónica, sin quedarse con ninguno pero sin rechazar a los demás. Tal vez Piglia tenía razón y la verdadera historia de la literatura se guarda en los reportes de trabajo de sus escritores. Ése, en todo caso, se convirtió en el leit motiv de la exploración. En vez de limitarme al texto literario o de sólo recurrir al espectro biográfico del autor, preferí plantear un problema –uno que, además, me interesa de manera personal: nieta de agricultores errantes y trabajadores deportados de Estados Unidos, hija de universitarios, vivo de lo que trabajo desde los veinte años. Por eso me detuve con especial interés en los empleos de Rulfo tanto con la iniciativa privada como con el Estado mexicano (a través de la Comisión de Papaloapan) a mediados del siglo XX. Supe desde muy temprano que este libro no sería una biografía. Hay ya algunos buenos tratamientos biográficos de Rulfo que cumplen ya ese papel.

Exactamente, hay especial atención puesta en las condiciones de producción de Rulfo, basándote en ciertas ideas de Ricardo Piglia, para quien era necesario ver cómo los escritores se ganaban la vida. En Las tres vanguardias, Piglia establece de hecho que se podría hacer “una historia de la literatura argentina siguiendo los distintos momentos de la relación entre el artista y la sociedad literaria y el mercado”.

Abrir el espacio para esa cuestionante implica descreer de manera radical del estereotipo romántico del escritor (maldito, iluminado, lejos de la tierra) que sobrevive con tanta fuerza incluso en nuestro tiempo. Plantear la pregunta sobre las materialidades del proceso y del producto de la escritura tiene por fuerza que traer a la mesa de la conversación el cuerpo de la escritora y la serie de relaciones conflictivas, dinámicas, tensas tanto con el lenguaje como con el entorno. Es una pregunta que le haría bien a esas historias más bien patricias de la literatura de todos lados.

Uno de los descubrimientos de tu libro es que Rulfo fue financiado indirectamente por la CIA, esperando que después de Pedro Páramo volviera escribir y compitiera con escritores comunistas muy populares. ¿Él fue consciente de esto?

Este es un tema que toco muy brevemente, apenas una página o dos del libro. Es un tema que ha tratado bien Patrick Iber, por ejemplo. En todo caso, no creo que sea sorpresivo entender que parte de las estrategias hegemónicas del imperio incluyeron la utilización de la esfera de la cultura (especialmente de algunas disciplinas artísticas) para promover valores y visiones a su conveniencia. La bibliografía sobre este tipo de relaciones durante la guerra fría, por lo demás, es vasta. Los escritores no realizan su trabajo en una torre de cristal o en el vacío, su trabajo –sí, es un trabajo (que no necesariamente un empleo)– está relacionado de múltiples maneras con procesos económicos complejos y con realidades culturales que inmiscuyen el conflicto y la contestación.

Planteas que Rulfo y Octavio Paz son dos figuras de la modernidad mexicana del siglo XX; sin embargo, en El laberinto de la soledad, Paz es más antimoderno mientras que en Pedro Páramo, Rulfo vierte esa modernidad en sus textos, porque siente tal vez que México debe contar con una literatura moderna, a la altura de los cambios que vivía el país.

Así es. Por su talante experimental, por la gama de cuestionantes que explora, por la posición dinámica que exige del lector en ese recorrido por Comala, por su búsqueda interdisciplinaria y, también, por sus relaciones difíciles tanto con la empresa privada como con agencias del Estado mexicano que optaba, justo en esos años, por un proceso de modernización que no incluía a una porción importante de la población, por todo eso creo que Rulfo veía hacia el futuro, nos veía a nosotros acá, sufriendo las consecuencias bestiales de esas decisiones de mediados del siglo XX.

De la lectura de tu libro, la obra narrativa de Juan Rulfo fue como una especie de paréntesis entre su gran pasión que fue la fotografía y que practicó mucho más tiempo, de hecho escribes que siempre llevaba una Rolleiflex, que era una cámara profesional. ¿Cómo determinaste la importancia y la influencia de su fotografía?

Si Rulfo estuviera vivo y produciendo ahora mismo entre nosotros lo llamaríamos un artista interdisciplinario. Estamos más listos para comprender su obra en estos inicios del siglo XXI que en su propio contexto. Lo han dicho muchos: una escritora, si lo es, propone también modos de lectura distintos a los existentes. La apreciación de su trabajo como fotógrafo pasa por una crítica de la jerarquía vertical que coloca a la literatura como el pináculo de las artes –una versión bastante común entre escritores, por cierto. El haber visto, primero, sus fotografías en museos y casas de la cultura, exhibidas como incuestionables obras de artes, y el haber encontrado esas mismas fotografías en el Archivo Histórico del Agua, como imágenes que documentaban las condiciones de vida del sur de México con el fin de legitimar las actividades de la Comisión del Papaloapan (que en su afán de abrir al mercado los recursos naturales de la región, se hizo cómplice con el despojo y el desalojo de comunidades indígenas ahí asentadas) fue un verdadero golpe. Cualquier cosa que creamos acerca del arte, de su relación con lo que no es arte, entre otras cosas trabajos burocráticos u otros aspectos de la cultura popular, tendría que ser tratada con cuidado después de eso.

Si la fotografía tuvo importancia, ¿qué papel jugó su otra gran pasión, el alpinismo? ¿Se pueden ver rastros de esta pasión en su literatura o la influencia va por otro lado?

Hay tantos libros sobre la relación fructífera entre el caminar y el escribir que lo único que sorprende es que Rulfo no aparezca más frecuentemente en esos textos. Su movilidad continua (ya en auto, sobre las recién fundadas carreteras; o a pie, tanto en la ciudad como en el campo) tiñe su obra de principio a fin. En varias partes trazas paralelismos con Fanz Kafka sin nombrarlo directamente, sobre todo por lo del trabajo, pero Kafka, como plantearon Deleuze y Guattari, creó una lengua. Sé que también crees que Rulfo hizo algo similar (al inventar un modo de narrar donde el argumento no importaba), pero me gustaría que explicaras el paralelismo con el uso de la lengua y Kafka. Se dice mucho de Rulfo que capturó como nadie el habla campesina y que, al mismo tiempo, ningún campesino ha hablado nunca como aparece en los libros de Rulfo. Seguramente ambas posturas tienen razón. Todavía creo que Rulfo es un autor sagaz, ojos y oídos bien entrenados en literaturas ex–céntricas sin la necesidad de doblegarse ante los modos literarios de su momento histórico. Todo eso, entre otras tantas cosas, se nota en su relación ambivalente con la anécdota, su reticencia ante “la moraleja”, su trabajo muy orgánico con fragmentos y frases que parecen venir de la nada y que, sin embargo, conectan acción y paisaje de formas relevantes. Rulfo sabía oír, que es otra manera de decir que sabía traducir. Acaso esto sea otra de sus virtudes en producir un lenguaje propio.

Las lecturas que tenía no eran las que un escritor de su tiempo acostumbraba: dentro de lo latinoamericano le gustaba la chilena María Luisa Bombal, una escritora muy interesante, pero para nada central ni en su país ni menos en Latinoamérica, y también le gustaba Hambre, de Knust Hamsun, de una tradición nórdica, es decir tampoco era central. ¿Crees que en el caso de Rulfo sus lecturas descentradas también determinaron su escritura?

Tengo la impresión de que, si a esa relación entre autora y biblioteca le sumamos el contexto vital –toda esa serie de relaciones desiguales y concretas que conforman una vida cotidiana–, entonces tendríamos una conexión más cercana al proceso a través del cual una escritora dirime sus influencias y toma decisiones que son a la vez literarias y de vida.

Los investigadores que hicieron el libro Borges, libros y lecturas, reeditado este año por Ediciones Biblioteca Nacional, dijeron hace poco que la obra de Borges se saltó una etapa en la Argentina: la de ser leído. Pasó directamente de la periferia a la fama. A tu juicio, ¿qué tan bien leída es la obra de Rulfo en tu país?

Acabo de terminar una charla sobre Rulfo con estudiantes de preparatoria y universidad en el ITESM-Campus Toluca. A juzgar por las preguntas, por la amable tensión de la sala, todo parece indicar que, justo como en mi adolescencia, estos lectores siguen enfrentándose a la belleza y al estertor que es Juan Rulfo en su escritura con dosis similares de asombro y gozo. Si esto es cierto, tal vez este mundo dominado por payasos violentos que acusan sin fundamento y se colocan en ese limbo que se anuncia con el nombre de post-verdad, tiene todavía alguna esperanza.

 

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