"No es posible empezar de cero en la literatura"
Inés Acevedo
Viernes 07 de abril de 2017
Este mes, la editora y autora de Una idea genial (Mansalva) volvió a las librerías por partida doble con un libro de cuentos que reúne dos décadas de producción y una novela, Quedate conmigo (Marciana). Autobiografía, ciencia ficción y derretimiento del iceberg de Hemingway.
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
“Mi drama es que he escrito una novela endemoniada. Todo empezó con un idilio que viví con Stephen King. Nos tomamos una semana de vacaciones con Martín, y yo había leído Carrie y la trilogía Otoño, verano, primavera y había quedado fascinada”, se lee en el primer cuento de Jajaja, que reúne las dos primeras décadas de producción cuentística de Inés Acevedo y publicó, hace poco, Mansalva, el mismo sello que había lanzado años antes Una idea genial, su primera novela. La “novela endemoniada” de la que se habla en ese cuento, “Nadie quiere a los extraterrestres”, es, justamente Quedate conmigo: publicada por Marciana, salió en tándem con Jajaja, aunque fue escrita en 2013. “Martín me dijo por qué no escribía una novela como las de Stephen King, y yo respondí diciendo que era una buena idea, que podría escribir sobre una perra extraterrestre preñada”. Y así lo hizo, con un ritmo sostenido que le tomaba todas las mañanas entre las seis y las diez durante unos dos meses.
Martín es Martín Llambí, su marido y compañero en La colección, una editorial digital de literatura contemporánea. En ese sello se publicó, entre otros libros, su nouvelle Panadera. Y antes habían salido, también en ebook, los cuentos de su Trilogía canina (los-proyectos, 2013), que ahora integran Jajaja junto a otras piezas que rescató de sus carpetas de documentos, desde 1998 a la fecha.
―El primer cuento de Jajaja se refiere, justamente, a Quedate conmigo: son dos libros cruzados no solamente por el momento de publicación sino también por las historias.
―Sí, porque el primer cuento fue escrito el año pasado, cuando estaba en el proceso de buscar editor para la novela y todo eso. Lo que me da risa es que el primer cuento de Jajaja es un poco spoiler de la novela, ¡el que lo lee ya sabe cómo termina la historia! A mí no me importa, igual; o sea, no me importa que me cuenten el final de una historia. Pero bueno, a mucha gente sí.
―¿De dónde salió el título, Jajaja?
―Fue una vez, hace muchos años, con Gregorio, mi psicólogo de aquel momento. Cuando le contaba las cosas todo el tiempo decía "qué gracioso", entonces una vez me preguntó: “¿Qué le ves de gracioso a esto?” Me quedé pensando que para mí todo es gracioso, y me quedó esa idea. Y después trabajé en panaderías o pastelerías y todo el tiempo me reía, todo el día. Me di cuenta de que tenía muchas ganas de reírme, y siempre tengo muchas ganas de reírme, pero no es fácil. Francisco [Garamona] hacía tiempo que me venía pidiendo armemos un libro con mis cuentos... Durante aquella época en la panadería yo no tenía tantos cuentos nuevos. Publiqué algunos con Cecilia Espósito en Los proyectos, la Trilogía canina, que ahora aparece en el libro, y Panadera, que es una novelita corta, que la saqué con mi editorial. Pero yo quería tener algún cuento nuevo para poner en el libro, fresco; de hecho quería publicar un libro con todos cuentos nuevos. Al final decidí elegir cuentos que eran de antes, y finalmente solo hay tres nuevos, los del comienzo. En general, uno quiere publicar lo nuevo. Pero cuando me puse a buscar había un montón de inéditos que me encantaban y así fue que se armó Jajaja, que iba a ser el nombre para un cuento nuevo que nunca escribí. En un momento me pregunté si el título se podía leer de manera irónica...
―¿No es irónico?
―No es irónico, no. Es ganas de reírse. Por supuesto, lo podés leer de otras maneras.
―Los cuentos de Jajaja van desde 1998 y el último es del 2016, son muchos años de material, ¿cómo lo trabajaste? ¿Cómo trabajaste con tus archivos, cómo elegías con qué quedarte, qué descartar?
―Son casi veinte años de escritura, sí, y me pareció bien poder agruparlos. Por supuesto que no es un libro homogéneo. Siempre tuve muy ordenadas las cosas que escribí, están en carpetas, por años. No soy ordenada en nada, excepto en eso. Siempre tenía en cuenta los cuentos que me gustaban porque los conozco, son cuentos que trabajé y muchos fueron publicados en revistas o vienen de talleres. Pero también descubrí otros de los que ni me acordaba, o que en el momento en que los escribí no les había dado tal estatuto. Por ejemplo, hay uno muy divertido que se llama "Las cataratas de Iguazú", y es simplemente un texto que una alumna mía escribió y yo reelaboré. Después fui imaginando cómo agruparlos, que es un poco cronológico, pero también temático. Sí decidí dejar de lado algunos cuentos que tengo sobre un personaje, que tiene demasiada dimensión como para ser incluidos. Esos nunca fueron publicados.
―¿Estás armando otro libro con ellos?
―Por ahí en algún momento sí lo arme, pero no inmediatamente. Hay una especie de novela corta que habla de ese personaje y un montón de cuentos satelitales sobre él. Son cosas que están ahí.
―¿En qué momentos escribís?
―Siempre, toda mi vida, escribí a la mañana bien temprano, antes de ir al trabajo. De seis a ocho o de seis a nueve, depende a qué hora entraba. Cuando estaba en la panadería yo entraba muy temprano, y ahí también me levantaba un rato antes, pero después que nació Gregorio, mi hijo, y madrugar para una madre es imposible. Ahora ya estoy madrugando más, porque él es más grande. Entonces ahí sí es a partir de las diez de la noche. Siempre guardo un ratito del día para hacer algo mío. Las seis de la mañana siempre fue un buen momento para mí para empezar a trabajar en mis cosas. Quedate conmigo la escribí así, de seis a ocho de la mañana, durante un par de meses.
―Estudiaste Letras, ¿tomaste talleres también? ¿Cómo fuiste armando el sistema de autores que te gustan?
―Sí, y me encantó la carrera, me tocaron re buenos profesores. Pasa que no podía seguir algo académico porque es demasiado formal para mí. Escribí algunos cuentos en el taller de Santiago Llach, que lo hice durante poco tiempo, un año. Y claro, cuando vas a un taller tenés más producción, más ritmo. Los autores que son más importantes para uno te van llegando por amigos o por talleres o por recomendaciones. Igual, si no hubiera sigo por Letras quizás no hubiera leído a Borges, o un montón de cosas que están buenísimas. Entre los que me gustan están Hebe Uhart, por ejemplo, a la que no leí por Letras. Federico Falco, Cecilia Pavón, Maga Etchebarne... Es bueno intercambiar, porque la verdad es que la escritura en el fondo es muy solitaria. El taller te motiva a producir más, e intercambiar es bueno. Ahora me junto con amigas, con las que leemos, pero es horizontal. Yo di un taller, focalizado en autobiografías; ahora no doy porque no tengo tiempo, pero aparte no me hallo tanto. Prefiero que seamos todos iguales, y es lo que hago ahora, y nos divertimos un montón.
―Con este rango temporal tan amplio de producción a vista, ¿cómo ves que ha ido mutando tu voz?
―La primera parte son tres cuentos que son los más nuevos y son claramente autobiográficos, y algunos de los demás cuentos del libro también lo son, pero no tanto. Y en los cuentos más viejos hay más fantasía, que me encanta, un poquito de ciencia ficción, que también aparece en la novela de Marciana, lo fantástico. Pero en general están en una primera persona. Es como la forma en que se escribe ahora; digo, es algo de la época, es lo que a uno le surge más. Y eso es algo del siglo XXI y es así, no vale la pena resistirse a eso. Sí podés analizarlo como dato. En estos cuentos autobiográficos me gusta mucho explorar los sentimientos, y quiero seguir este camino. No necesariamente escribir con el yo significa que vas a hablar de tus sentimientos, obviamente que no, pero tenés muchas más posibilidades de explorar eso. Y me parece que ese tema es algo que ha estado vedado hasta ahora. Pienso en el libro de Tamara Kamenszain, Una intimidad inofensiva, donde ella habla de estas cuestiones, de cómo se escribe ahora. Y ella dice eso, que en los setenta no se podía escribir el yo ni hablar de lo que a uno le pasaba o sentía. No importa si eras mujer u hombre, no se podía. En cambio ahora es diferente, hay una apertura, y a mí me gusta mucho eso. El tema es que también como que a nivel de mercado y que todo queda como en una etiqueta de que las mujeres escriben sobre sus sentimientos, también durante un montón de tiempo un falso feminismo lo rechazaba. Pero sentimientos tienen todas las personas, quizás siento mujeres tenemos más espacio para explorarlo, o un hombre no es tan consciente de eso: no es que no tenga sentimientos, pero capaz que no elige hablar de eso. Yo creo que sí es algo más de las mujeres, pero que es un falso feminismo el que dice que eso te rebaja. "¡Otro libro de mujeres que hablan sobre sus sentimientos!" Bueno, sí. Si no te gusta no lo leas. Pienso en autoras como Lorrie Moore, Lydia Davis, Claire Keegan, o Grace Paley. Porque si no, digamos, la influencia más grande que ha habido acá, Hemingway o Faulkner, a quien amo, pero claro, toda esta cuestión del iceberg, y de que eso está pero no está... Entonces vos leés un cuento de Hemingway y sí, claro, los sentimientos están pero son ¡oh, casualidad! la parte oculta del iceberg. Nosotros necesitamos que ese iceberg salga, ¿por qué no va a estar sobre el mar? Bueno, la literatura que me gusta tiene que ver con eso, con poder identificar algo y verlo, no que esté oculto.
―Una especie de calentamiento global literario.
―A mí esto me lo hizo pensar el libro de Tamara que explica claramente eso. Y después bueno, como ella dice, "los que escriben con lo que hay"; hoy en día imaginarse algo muy raro es más del siglo XIX. Hoy se escribe así, con tu vida cotidiana. Te aferrás al presente. Estamos no solo a comienzos de un siglo sino de un milenio, no podemos volar tanto, estamos en una gran crisis y la gente se aferra mucho a lo inmediato, que es lo más cierto que vos tenés.
―Decías recién que igual la ciencia ficción te interesa como lectora y como escritora, ¿cómo llegaste a la ciencia ficción, recordás los primeros libros que leíste?
―Yo de chica leía todo lo que se nombra en Quedate conmigo: Isaac Asimov, Ray Bradbury... Siempre me gustó leer un poquito de lo que viene y me cae, nunca fui de meterme a estudiar un tema. Y E.T. es una película que me emocionó mucho siempre, en mi caso fue la primera película que vi en un VHS, nunca había visto una película en un televisor y fui a la casa de unos amigos que tenían. Y yo quise hacer algo como E.T. en esta novela, y aparte había leído a Stephen King y quería hacer algo entretenido. Esto se opone a todo lo que digo de los sentimientos, en la novela en realidad es pura imaginación: lo que digo es que están muy bien los dos caminos. Me parece que hay que poder hacer un poco de todo, a mí me gusta eso. Y me gusta mucho copiar, por ejemplo el cuento de Simbad es una copia a su vez del cuento de Arlt sobre Simbad. Para Una idea genial también copie una estructura, de Machado de Assis en Memorias póstumas de Blas Cuba. Y en este caso, también: leí Carrie, un poco de E.T., Cuenta conmigo, la película y el libro. Para mí no es posible empezar de cero en la literatura. Por más que parezca que empezaste de cero, seguro que se lo sacaste un poco a alguien.
―En Quedate conmigo hay una conexión entre esoterismo y máquinas, estos androides. Hay toda una dimensión de fe, el catolicismo, que ya estaba en otras de tus historias. ¿Cómo trabajaste estos temas?
―Sí, es cierto, la cuestión religiosa siempre está porque para mí es quizás una diferencia, algo que es muy mío, porque obviamente no es muy común en mi generación. Ser católico y de izquierda es una mezcla rara, mis amigos no creen que soy católica, pero bueno. Yo bauticé a mi hijo, pero nadie me cree.
―¿Cuánto te costó escribir esta novela, armarla?
―Fue muy duro. La primera parte fue muy fácil, pero después llevó mucho trabajo. Siempre vuelvo a Hebe Uhart porque en sus decálogos de escritura dice que el don de escribir puede tener una gran contra que es esa, vos escribís un montón y después te pasás de largo del final. A mí me pasó eso, había escrito demasiado. Escribí sin pensar y sin mirar hacia atrás nunca. Después acomodar eso fue un trabajo. No se trata solo de borrar algo que por ahí está de más, sino que hubo que reestructurar un poco ese texto, ordenar los capítulos. Al final, cuando llegó al editor, Denis Fernández, hubo que hacer cambios pero no tan grandes, porque tuve que darle antes miles de leídas y fue mucho trabajo.
―¿La escenografía rural de Quedate conmigo es la de tu lugar natal?
―Claro, es la misma que la de Una idea genial. La misma. Solo que el pueblo tiene un poco más de protagonismo, pero el pueblo es imaginado porque yo nunca tuve amigos en ese pueblo. Conozco el pueblo pero no es que me inspiré en nadie. La casa donde vivía yo es igual. Es una casa de campo donde los niños están libres, si no no podrían tener aventuras.
―Y cuando vivías ahí, ¿de dónde sacabas los libros?
―Los primeros estaban en mi casa, yo leía cualquier cosa que hubiera. Por supuesto que muchos no eran para mi edad. Después había una amiga de mi mamá que tenía una biblioteca, y después estaba la de la escuela. Cuando iba a cuarto, quinto grado, había una biblioteca muy buena, infantojuvenil, en Tandil. Y después estaba también la biblioteca de la escuela donde trabajaba mi mamá. Y después, la biblioteca central de Tandil. O sea, nunca compré un libro, siempre los sacaba de otros lugares. Creo que nunca me regalaron un libro de chica, tampoco.
―¿En la escuela escribías, ya?
―Claro, mi primer cuento lo escribí a los diez, que está incluido en Una idea genial. Participé en un concurso y ahí fue que puse una mesa en mi cuarto, no tenía para escribir una mesa y tuve que mover un revistero y transformar mi espacio en mi escritorio. Pasar de nada a algo a mí me parece genial, es esa la ficción. Tener que crear de cero algo, ese es el gran movimiento. Una vez que creaste algo vos podés seguir. Uno, dos, tres: pero pasar de cero a uno, ahí hay algo.
―Esta novela podría tener doble público, público adolescente: ¿la pensaste así? Si un chico de catorce, por ejemplo, la lee, pienso que podría encontrar una historia para él acá.
―Sí, podría. No lo calculé, no. De hecho, eso me pareció un poco un defecto, como que era demasiado inocente la novela. Lo que pasa es que la narradora no es una niña, es claramente una persona que ha pasado por eso y lo cuenta desde otro lugar, entonces por ahí eso hace que no sea simplemente una historia tan de fantasía. Pero sí, un adolescente lo re podría leer.
―Los perros vuelven y vuelven en tus libros, ¿por qué?
―Es el animal más cercano que tenemos. Tengo varios cuentos sobre perros, los de la Trilogía y en la novela están, claro. También en Jajaja hay perros. Yo no sé por qué y tampoco soy amante de los perros y nunca tuve perros, pero si lo pensás es el animal más cercano y con el que también uno tiene sentimientos muy fuertes. Aunque no hable, te comunicás, y en la novela se trabaja bastante ese tema, cómo comunicar algo. De hecho creo que es la principal preocupación de la protagonista de la novela.
―¿Cómo te sentís en el cuento, cómo en la novela?
―Me gustan más los cuentos. La novela se lee más, pero escribir cuentos te lleva mucho tiempo. Quedate conmigo es el trabajo de dos años, a lo sumo, mientras que en Jajaja son veinte años de trabajo, reunidos. Los cuentos dan un trabajo tremendo porque cada cosa es nueva y tiene que estar muy estructurada, si no hay una buena estructura el cuento se cae. En cambio en la novela más o menos podés zafar aunque tenga algún defecto, pero el hecho de seguir una historia hace que el lector se interese y le perdone cosas. Pero a un cuento no le podés perdonar nada, si algo está mal no sirve, es más descartable un cuento malo.