"No creo en el proyecto de escritor"
Mike Wilson
Miércoles 10 de mayo de 2017
"Escritor es el que quiere escribir y escribe, da lo mismo si publicas o no. No hay reglas, no hay fórmulas, no hay nada", dice Mike Wilson en su paso por Buenos Aires para presentar su segundo libro con Fiordo, Ártico, una lista, un inventario, una nouvelle en verso.
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
“Un inventario de impresiones, una nouvelle en verso, un poema largo, una lista”: Ártico es el último libro de Mike Wilson, publicado por Fiordo, sello local que también había sacado antes la muy celebrada novela Leñador. Para presentarlo y participar de la Feria del libro, el autor estuvo en Buenos Aires y se detuvo un rato en Eterna Cadencia para conversar acerca de él con respuestas breves y claras, como hachazos.
Wilson nació en Misuri, Estados Unidos, en 1974. A sus dos años, la familia (padre estadounidense, madre argentina, cinco hijos de los que es el último) se trasladó a Chile. Después a Paraguay. Después a Argentina. Se crió en Buenos Aires, y volvió a Estados Unidos para ir a la universidad. "Toda mi formación literaria ha sido entre Argentina y Estados Unidos. Viví en Chile de muy chico, mucho antes de que me interesara la literatura", explica, aunque en la solapa de Ártico se lo defina como “una de las revelaciones de la literatura chilena”. Quizás porque desde hace una década ya vive en Santiago, donde da clases en la Facultad de Letras de la Universidad Católica.
David Foster Wallace se refirió, en una entrevista, a lo que le ocurrió cuando empezó a publicar sus libros y ser leído, a cierto corte en el entusiasmo ["El problema empezó, creo, cuando vino el deseo de querer ser un escritor y obtener atención, y la obtuve. Todo llegó tan rápido, y me di cuenta que no me hacía feliz en lo más mínimo. ¿Para qué estoy escribiendo? ¿Qué sentido tiene todo esto?"]. En esa línea, tus primeros libros salieron por editoras grandes y después hubo un momento de quiebre, pasaste a editoras pequeñas. Hiciste, diríase, el camino inverso. ¿Cómo fue eso?
Fue raro. Con los años te vas dando cuenta de qué significa publicar en distintos lugares. No la pasé mal; estaba en Alfaguara, estaba bien. Pero había un aspecto de la editorial con el que no me sentía muy cómodo ni muy libre. Estaba con un agente literario también, en esa época, y todo eso me producía claustrofobia. Para las editoriales grandes claramente los libros son productos comerciales, y hay ciertas expectativas de ventas y de prensa. Eso nunca me gustó mucho, especialmente el sentirme un poco obligado a ir a promocionar un libro. También el hecho, básicamente, de que el libro se reducía a eso: a un número. Me fui de Alfaguara y de la agencia con Leñador. Tenía muy claro que ese libro no era para ese sello, y no quería sentirme atado a nada; quería estar completamente libre de expectativas y de cosas que para mí no tienen nada que ver con escribir. Fue eso. Soy muy fan de Foster Wallace, pero no había pensado ese proceso en relación a él. Ahora me siento muy cómodo con el camino que he tomado. Leñador lo saqué en una editorial chiquita, independiente, en Chile, que publica libros de filosofía. Y acá con Fiordo estoy contentísimo. Y además la distancia me amortigua todo, para mí es ideal.
¿Por qué creías que Leñador no era para ellos?
Yo pensaba que era un libro que nadie iba a leer. Es largo. Podría interpretarse como muy aburrido. No es narrativo. No pasa casi nada. Entonces dije: creo que podría hacer esto yo solo, sin agencia. Fue una conversación tranquila con ellos. Salí de la agencia y también de la editorial.
Leñador es un libro que se puede pensar muy cerca de otro que acá se tradujo por la época en que salió el tuyo: El peregrino, de Baker. ¿Qué libros fueron fundantes para vos al escribirlo? ¿Ese?
Con Leñador, Wittgenstein en general. También libros que leía cuando chico en la casa, pero eran libros de referencia, almanaques, enciclopedias, manuales de lo que sea, como un manual para arreglar la cocina. Ese tipo de texto que a veces recogía y leía, no sé por qué, pero que no era narrativo. Muchos puntos de referencia que tuve fueron lugares, lugares reales, fotografías. También la historia de mi viejo y la de mi abuelo. Mi viejo nació en Oregon, Estados Unidos, durante la gran depresión. Trabajó un tiempo como leñador. Es una mezcla de cosas, muy difícil identificar específicamente cuáles son los puntos de referencia más potentes. Salvo Wittgenstein, no son muy literarios. El peregrino nunca lo había leído, y solo he leído pedacitos, al momento, porque me lo recomendó Maximiliano Papandrea después de leer Leñador. Hay cosas que entiendo se asocien con Leñador, muchos ven Moby Dick o Walden, pero esos libros no eran para nada puntos de referencia para mí al escribir esa novela. Para mí era lenguaje, la naturaleza era como algo secundario.
También trabajaste sobre el lenguaje en Ártico, ¿cómo tomaste la decisión de drenar la página, de escribir la historia de este modo, como lista?
Trato de escribir de cierta forma que no me aburra, si no, no lo hago. En el caso de Ártico me puse a tomar apuntes, a hacer una lista, sin pensar. Empecé a escribir frases y me dije: esto funciona. Entonces seguí. Seguí hasta terminar el libro. Pero no era una decisión consciente, la de hacer un texto completamente distinto en su formato a Leñador. Trato de no cuestionarme mucho eso, de no pensarlo tanto y dejar que fluya. En ese sentido fue así con Ártico, casi accidental. Me puse a anotar esas ideas y me di cuenta de que no eran apuntes, eran el libro.
¿Dónde lo escribiste?
Empecé en Santiago y después me fui a Usuahia para escribir. Fui en pleno invierno, junio y julio. Era hermoso y frío, perfecto para mí. Justo en la época de vacaciones de invierno, en el espacio entre el primer y el segundo semestre. Nunca había ido antes. Hay que volar de Santiago a Buenos Aires, y el vuelo a Usuahia sale a una hora muy rara. Me acuerdo que cuando aterricé estaba oscuro y nevaba muchísimo. Tenía esta idea y estaba en Santiago y era otoño y no estaba haciendo frío. Pensé: tengo que buscar un invierno de verdad. Al sur de Chile había ido y todo, pero por alguna razón en mi mente el libro tenía mucho que ver con Argentina, y tenía la idea ya de que Usuahia iba a aparecer como punto de referencia.
El personaje deambula por los espacios como si éstos lo rechazaran, no se queda quieto. Ningún lugar lo recibe.
Sí, siempre se está moviendo. Se detiene en algún momento en un boliche a tomar un café, pero la única persona con quien habla es la moza, porque con el guardia nunca habla. La única interacción que tiene es con ella, el resto ocurre todo en su memoria. Así que sí, está en una ciudad muy desolada e inhóspita. No tenía tan planificado su recorrido: sabía que tenía que llegar al zoológico y a donde se supone que vive esta chica de la que él se había enamorado cuando era chico. Tenía la idea del desplazamiento. Pero trato de no tenerlo todo tan claro, porque parte de lo que a mí me gusta mucho de escribir es cuando me desconozco y el texto me sorprende. Me parece redundante pasarlo al papel.
Y cuando terminaste, y lo leíste, ¿con qué te encontraste?
Para mí funcionaba el texto. Siempre escribo para mí, siempre estoy tratando o de solucionar algo. El caso de Leñador es eso, exhaustivamente, tratando de resolver una duda existencial mía, propia, a través de un texto. Entonces tampoco me preocupo mucho por cómo se va a leer o si se entiende, lo que quizás no es muy bueno. Pero si yo lo entiendo y funciona para mí, estoy feliz y satisfecho. Igual releer un texto que uno está escribiendo es muy raro, el proceso de lectura más intenso es el de estar escribiendo. Con todos los libros, para mí el asunto es habitar un lugar, estar ahí.
¿Dónde te quedaste?
En un lugar que se llamaba La posada del fin del mundo. Una casa grande con cuatro o cinco pisos. La habitación estaba arriba y daba justo al canal Beagle, en bajada. La foto que aparece al final del libro es en Usuahia, soy yo caminando hacia el canal.
¿Escuchabas música mientras escribías? Hay un trabajo sonoro, los cortes como de verso.
No, en este caso no escuché música, porque me gustaba el silencio ese que hay en invierno cuando hay mucha nieve y la nieve absorbe los sonidos. Quise aprovechar eso. En los otros libros suelo escuchar algo, sí.
¿Siempre viajás para escribir?
No, no en todos los casos. En este yo creo que estaba intentando recuperar la noción del frío que había vivido cuando fui a la universidad, la Universidad de Cornell, en Ithaca, una ciudad chiquitita, un pueblo en realidad. Está en el estado de Nueva York pero cerca de la frontera con Canadá, y es un lugar muy muy frío, hay mucha mucha nieve, ahí llega a 30 grados bajo cero. Es un ambiente que va al extremo, y puede ser muy opresivo en ese sentido. Estaba tratando de recuperar un poco la sensación que tenía en ese lugar. Donde nací caía nieve, y siempre con mi familia volvíamos cada tanto a visitar primos. Para ellos era volver a casa, para mí nunca lo fue; mi casa siempre era o acá o en Santiago. Pero sí, en toda mi infancia a nieve siempre estaba ahí, dando vueltas.
Ártico y Leñador tienen finales simétricos; un árbol y un hombre caídos. ¿Los pensaste en juego?
No. Para mí Leñador sí tiene una cuota de melancolía pero no es un libro triste, mientras que Ártico es un libro muy triste. Nunca pienso en el libro que viene, por lo menos no de forma explícita, con respecto al libro anterior. No es parte de la experiencia, para mí.
No pensás en sistema todos tus libros.
No. No creo en el proyecto de escritor. No creo en encontrar la voz propia. En ninguna de esas cosas. Todo eso me da claustrofobia, siento que me limita. Si llega a haber nexos entre un libro y otro, ya, buenísimo, pero no me quiero restringir a eso. No tengo ningún proyecto de trayectoria o de obra.
¿Por qué estudiaste Letras?
Siempre me gustó, siempre me gustaron los libros y la literatura. Siempre me gustó la filosofía también. Era lo más lógico. Igual no lo vinculo mucho con escribir, para mí son dos mundos muy separados.
¿Y dar clases también lo separás?
Sí, completamente. Yo vinculo mucho más mi yo lector a la universidad, pero al escribir es otra dimensión de mi vida. No hay porosidades entre una cosa y otra.
¿Filosofía estudiaste?
En el doctorado había cursos que te permitían tomar. Y a mí siempre me interesó más la faceta existencial de la filosofía, volviendo a los escépticos, Hume, Berkeley, pasando por Wittgenstein, Heidegger. Esos eran mis puntos de referencia. Son obsesiones, preocupaciones o inquietudes que tengo desde chico. Siempre me he preguntado por qué todo, qué es esto. Y terminé en Wittgenstein y en el dejar de preguntarse, en que no es algo que cabe dentro del lenguaje y no tiene sentido. Es una simplificación, pero sí, para mí Leñador es eso: acallar ese ruido mental y ser.
¿Por eso deambula el personaje de Ártico?
Sí, pero el drama de ese personaje es mayormente amoroso. Y es un ejercicio de memoria. Hay cosas místicas, pero especialmente es un libro de desamor, y sobre un reencuentro que es imposible. Él quiere reencontrarse con algo que ya no existe. Que existe solamente en su memoria. Eso ya no está.
Y toda la simbología navideña, ¿de dónde salió?
Fue accidental. No accidental, sino esas cosas que no sé de dónde vienen. Termino de entender un texto cuando hablo con alguien que lo leyó y me dice lo que vio. Hay muchas cosas que ocurren de modo inconsciente. Igual lo prefiero así.
¿Te reconocés en tus primeros libros, todavía?
Cada libro es importante para mí, no jerarquizo los libros nunca. Pero siempre me siento más cercano a lo más reciente. Sí siento cierta distancia con esos libros, pero igual los siento míos y los veo con cariño. Pero no los vuelvo a leer. Una vez que uno termina de editar un libro, lo leyó tantas veces que no.
¿Corregís mucho?
Suelo escribir cuatro o cinco páginas, releer, revisar eso, y hasta el final así, donde hago una nueva pasada. Ahí se lo paso a dos o tres amigos. Y después a los editores.
¿Tenés tiempo para escribir?
Sí. Tiempo hay. Uno de los beneficios de la vida académica, en mi caso, es que tengo mucho tiempo para hacer otras cosas. Tiempo hay, el problema no es el tiempo. Yo no escribo con mucha frecuencia. Igual no es problema, no me hago mucho problema. Escribo cuando me obsesiona algo al punto que tengo que escribirlo. Entre Leñador y este pasaron años. Puede pasar mucho tiempo. Pero no me angustia para nada. Antes sí, al comienzo me angustiaba, pero entendí que para mí es mejor esperar a que algo me obsesione. Si no, si algo me interesa poco me pongo a escribirlo y lo abandono rápidamente.
El año pasado publicaste Scout, un libro que tiene la misma leyenda que las biblias: "Este libro no debe venderse".
Sí, por alguna razón me interesó el concepto de scout. Nunca fui scout. Pero la idea de un chico obsesionado con serlo, y que sus papás no le den permiso, la relación de él con los chicos del barrio. Es breve. La pasé muy bien con ese libro, para mí hay mucho humor, pero igual aparecen mis obsesiones con el lenguaje. Lo imprimí y lo distribuí yo, hice unos 500 ejemplares y lo dejé en librerías. Quería bypassear todo, el tema de ventas, de editorial. Es fácil: papel, tinta y eso. Y es cortito. Y ahora también se puede leer digital, en Issuu.
Es el único digital, ¿no?
Sí. Igual en libros como Leñador o Ártico prefiero que estén solamente en papel. El papel juega un rol importante en ambos casos. Leñador, suena raro, pero me gusta que de pronto desaliente al lector ver que esa cosa no se acaba, el libro largo. Creo que que el aburrimiento es también parte del libro. El hecho de que nos aburramos es porque no sabemos estar con nosotros mismos, tenemos que distraernos siempre, no sabemos estar solos sin hacer nada. Me interesaba eso. Ahora todo es desechable y rápido, consumes algo y lo olvidas. Somos parte de una generación digital que no necesita acordarse de nada porque puede googlearlo, no aguantamos videos de más de veinte segundos o leer un texto de más de un párrafo. Fue un poco en contra de eso.
Bueno, finalmente es un movimiento melancólico. En eso es cercano a Artico, hay la melancolía de mundo perdido.
La melancolía siempre está presente en lo que escribo. Incluso en Scout, que es una historia en la que siento que hay mucho humor.
¿Dónde lo escribiste, a Scout?
En un café, cerca de casa.
¿No necesitás un lugar especial, ni nada de eso?
No. No tengo esos fetiches.
Hay muchas cosas alrededor de lo que a veces se muestra como "ser escritor" que no te interesan, se ve.
Es que todos son inventos. Escritor es el que quiere escribir y escribe, da lo mismo si publicas o no. No hay reglas, no hay fórmulas, no hay nada. Me parece que eso es todo muy artificial y un poco absurdo. Y es muy egoísta, quizás, de mi parte, pero escribo para mi propio bien y no para otros. Entonces también el concepto de escritor-que-publica y que cumple con ciertos requisitos y aduanas como para volverse escritor, eso me parece absurdo. O que tengas que pasar por un taller literario, o que te apadrine alguien, que tu primer libro sea sobre esto o aquello y que para que te tomen en serio tengas que escribir algo político, todo eso me parece muy infantil. Es muy común, pero yo creo que no tanto ya, en los últimos años se está escribiendo con mucha más libertad. Por lo menos en Chile. Pero es triste que exista eso, porque todos empiezan a escribir más o menos igual y todo se pone muy predecible. Pierde la gracia.