"Mis historias son como explosiones, y no sé explotar despacio"
Ph | Moti Kikayon
Etgar Keret
Miércoles 03 de mayo de 2017
"El incentivo más grande que tengo para escribir es el de enterarme qué ocurrirá después. Si me quiero enterar, tengo que escribirlo. Yo leo y escribo a la vez. Si supiera lo que va a ocurrir, si conociera ya el final, creo que mi curiosidad se perdería y también la del lector". Por Valeria Tentoni.
Por Valeria Tentoni.
Etgar Keret (Ramat Gan, 1967) está desayunando en el lobby de su hotel en Buenos Aires, a tres cuadras de la plaza San Martín. Ya dio un montón de entrevistas y esa misma tarde deberá dar otra, en vivo, en la Feria del Libro. No es la primera vez que viene a esta ciudad ni que participa de ese monstruo de pasillos alfombrados; en 2004, Emecé ya había publicado en Argentina El chofer que quería ser dios. Ahora sus libros se consiguen en Buenos Aires vía Sexto Piso: hay cuentos en De repente un golpe en la puerta, con portada de Liniers, y crónicas en Los siete años de abundancia.
Quizás sea la dificultad extra que supone, para cualquiera, dar una entrevista en una lengua que no es la propia, o quizás sea sin más parte de su carácter, en cualquier lengua: la entonación de Keret, la dulce y piadosa música con la que Keret deja caer suavemente cada una de sus palabras, sugiere el fondo de un ser de competencias empáticas sobrenaturales. Hijo de sobrevivientes del Holocausto, vive en Tel Aviv con su esposa y su pequeño hijo, Lev. Desde allí viaja a todo el mundo. Ha sido traducido a dieciséis idiomas y es uno de los autores más importantes de la narrativa contemporánea en hebreo. Al terminar esta entrevista, mostrará de su celular una foto que recibió desde Japón. Es un aula completa de chicos que sostienen uno de sus libros de cuentos. Todos sonríen. Él también.
En uno de los cuentos de De repente un golpe en la puerta hay un argentino, en "Mentiralandia"; ¿hay más argentinos por ahí en tus libros?
Creo que ese solo, pero tiene un rol muy pequeño. De cualquier modo, nunca escribo historias sobre los lugares a los que voy. Escribo más bien sobre incidentes. Pero sí, en ese cuento una de las mentiras que andan por Mentiralandia es la de un argentino, no porque piense que los argentinos son mentirosos, sino porque cuando escribo un personaje siempre imagino a alguien, y cuando era chico, en mi ciudad, había un argentino que tenía una pizzería llamada "El sol". Yo imaginé que el hombre en la historia se veía igual a él, porque como el de la historia pronunciaba mal el hebreo. Los argentinos tienen un acento latinoamericano muy fuerte y hermoso.
¿Es cierto que tu nombre, Etgar, significa "desafío"?
Sí. No es un nombre muy común, cuando yo era chico era el único llamado así. Ahora hay otro, pero le pusieron ese nombre por mí. En hebreo los nombres siempre tienen significados, así que podés llamar a alguien "el fuerte", "el rápido", "el blanco", "el hermoso", todo tipo de significados. Los nativos americanos lo hacían así, se llamaban "gran pájaro", por ejemplo. Así y todo, a nadie lo llamaban "desafío", pero el asunto fue que mi mamá tuvo un embarazo difícil. Soy el menor de tres; ella quería tener un hijo más después de mis hermanos, pero perdió cinco o seis embarazos, y se estaba volviendo demasiado grande para tener otro cuando quedó embarazada de mí. Yo además tenía vuelta de cordón en el cuello, e ictericia. Así que los doctores dijeron que no había chance de que fuera a vivir. Querían que ella abortara, pero mi mamá se negó. Cuando nací tenía solo seis meses y no pesaba siquiera un quilo. De nuevo, le dijeron que me iba a morir, y ella dijo que no, que yo me iba a mantener con vida. Que la vida era un desafío. Y mi apellido también tiene un significado: gran ciudad. Así que mi nombre vendría a ser "desafío urbano"; yo diría que es un muy buen nombre para una marca de zapatillas, pero no tan bueno para una persona. Cuando empecé a publicar todos creyeron que era un seudónimo.
¿Y cuánto duró esa confusión?
Poco, porque cuando comencé a dar entrevistas todos me vieron la cara. Pero mis iniciales, E.K., son las mismas que las de otra escritora, un poco más grande que yo, y todos creían que era ella escribiendo como un hombre, porque su escritura es muy femenina. Después nos hicimos amigos ella y yo, pero al principio creyeron que éramos la misma persona.
¿Te parece que se escribe distinto, por ser un hombre, que una mujer, y viceversa?
No sé si se puede establecer una regla que se aplique a todos los escritores. Creo que sí hay una voz masculina y una voz femenina en literatura, pero no necesariamente de un modo predecible. Por ejemplo, Proust tiene una voz muy femenina.
Hay varios personajes femeninos en tus libros.
Sí, pero creo que me es más fácil escribir hombres que mujeres. Y a la vez, más fácil para mí escribir personajes niños que adultos.
¿Esto cambió cuando tuviste a tu hijo?
Hay muchos temas en mis historias que regresan y regresan, y uno de ellos es la dupla padre-hijo. Cuando empecé a escribir, lo hacía casi siempre desde la perspectiva del hijo. Pero cuando me convertí en padre, empecé a escribir como padre.
Escribís también libros para chicos, ¿le leés las historias antes a él? ¿Las escribís para él?
La primera la escribí antes de que naciera, pero después sí. Le cuento historias antes de que se duerma, ahora ya lee por sí solo pero antes le contaba todas yo, y una de las que le conté y le gustó mucho se convirtió en libro. Él me pidió que la convierta en libro. Y con el último, que salió hace muy poco, se lo mostré y le pedí que me diga si le había gustado o no. ¡Puede ser muy crítico a veces!
Los siete años de abundancia, tu libro de crónicas, va desde el nacimiento de tu hijo hasta la muerte de tu padre. ¿Por qué la crónica, siendo vos un escritor de ficción?
Es muy distinto escribir ficción que crónica. Cuando escribo ficción, básicamente, nunca sé qué voy a escribir. Escribo historias a partir de situaciones, como los dibujitos animados cuando están corriendo por un acantilado y cuando se quedan sin tierra bajo sus pies sacan un lápiz del bolsillo y dibujan una línea para continuar el piso que evita se caigan. Básicamente, el incentivo más grande que tengo para escribir es el de enterarme qué ocurrirá después. Si me quiero enterar, tengo que escribirlo. Yo leo y escribo a la vez. Si supiera lo que va a ocurrir, si conociera ya el final, creo que mi curiosidad se perdería y también la del lector. Y en la no ficción es distinto, porque ya sé lo que ocurrió. Para mí, escribir ficción siempre es como ir de aventuras, y escribir no ficción es como contar una aventura. Así que siempre preferiré la ficción a la no ficción. Pero creo que cuando mi hijo nació y mi padre se enfermó, hubo algo en mí; yo no sabía cómo incorporar estas emociones a la ficción, y me vi forzado a escribir crónicas. Pero mi primera opción siempre será ficción.
¿Y cómo manejás las emociones en la ficción?
Creo que siempre comienzo a partir de una sensación de fracaso. A partir de una oportunidad perdida, de una situación ingobernable, de un error. Por ejemplo, el cuento del libro "¿Qué traemos en los bolsillos?": lo escribí porque un día fui al shopping, y en Israel en los shoppings hay detectores de metales, porque la gente a veces carga bombas. Y cuando voy al shopping siempre me pasa que me suena la alarma, y entonces el guardia me hace sacar todo lo que tengo en los bolsillos. Y el asunto es que yo llevo de todo en los bolsillos, mi esposa dice que parecen los cachetes de un hamster. Pueden aparecer llaves, chicles, todo lo que puedo tomar de mi hijo, le digo: dámelo. Y nunca más lo saco. Y la otra gente que está esperando para entrar mientras yo vacío mis bolsillos empieza a mirar, se arma un público, y el guardia me tiene pena y se aburre conmigo, pero me tiene que esperar hasta que saco todo, paso, está todo bien, y vuelvo a guardar las cosas. Esa secuencia es muy humillante, la gente pensará que soy un perverso o algo así cuando ve mis bolsillos. Y siempre quiero decir algo pero nunca sé qué decir. Así que me voy y después escribo una historia. Y esta es la manera en que, muchas veces, vienen las historias. Los cuentos te dan una segunda oportunidad.
¿Cómo es vivir y trabajar en tu ciudad? Aunque, antes, ¿tiene que ser en tu casa o podés escribir en cualquier lado?
No necesito escribir en ningún lugar que sea especialmente lindo. Pero sí necesito estar solo para escribir. Hay una historia que escribí hace unos años en un avión. Me habían dado uno de los asientos del medio en una fila de tres, y a cada lado mío había un hombre y una mujer que eran pareja. Les ofrecí cambiarme, para que pudieran viajar juntos, pero no quisieron, me dijeron que estaban mejor así. Transpiraban mucho y eran muy ruidosos, y se hablaban entre sí conmigo en el medio. Era muy estresante. En un punto del vuelo, la mujer me avisa que va a dormir. Saca una almohada y la apoya en mi hombro, ¡y apoya su cabeza en mi hombro! Le digo, de nuevo: quizás preferirías dormir en el hombro de tu marido. Y ella responde que no, que su marido se mueve mucho y prefiere en el mío. Yo no sabía qué hacer, estaba muy incómodo, me babeaba y todo. Y cuando me siento estresado, escribir me libera. Así que saqué un cuadernito y empecé a escribir esta historia, con esa mujer apoyada en mi hombro. Si no hubiese escrito no sé cómo lo hubiese soportado. Escribir es una cura para todo. Si uno está solo, se acompaña. Si uno se aburre, se pone a escribir y se vuelve una aventura. Si uno está enojado, también; a veces, cuando me enojo con alguien, escribo una historia desde su punto de vista, y te permite empatizar con esa persona. No podés odiar a alguien si escribís desde su punto de vista.
Rubinstein dijo en una entrevista que dio a los 90 años que no tenemos derecho a juzgar lo que no entendemos.
Lo que yo creo, básicamente, es que cuando uno odia a alguien eso viene de la alienación. Por ejemplo: si uno quiere estacionar su auto y viene alguien y te roba el lugar, lo odiás. Pero si supieras que esa persona acaba de recibir un llamado, y su madre tuvo un paro cardiaco, sería más difícil enojarse. Así que cuando me doy cuenta de que estoy pensando con odio sobre alguien, escribo una historia como si yo fuera esa persona, para poder empatizar con ella y para curar ese sentimiento, la ansiedad y el miedo. Yo escribo historias con todo eso que no puedo resolver en la vida real. El plan A, es resolverlo en la vida real; el plan B, en la ficción.
¿Nunca está el riesgo de que te tiente más usarlo en el plan B y se te arruine la vida?
Para mí la vida es más importante que la escritura. Si me preguntás si preferiría ser un mejor escritor o una mejor persona, preferiría ser una mejor persona. Un cuento es como un salvavidas; si estás en el océano, necesitás un salvavidas para sobrevivir. Pero es mejor no caer al agua.
Tus historias son, en general, muy breves: ¿por qué creés que esa es tu extensión natural?
Como una vez dije: mis historias son como explosiones, y no sé explotar despacio.
Hacés cine también, e incluso has trabajado en películas con tu esposa. ¿Cómo es ese proceso?
También escribimos libros para chicos juntos. Estamos los dos de acuerdo en que nos es mucho más fácil trabajar juntos que vivir juntos. Es más fácil cuando hay un objetivo así en común; somos felices al mismo tiempo, estamos tristes al mismo tiempo, hay algo muy natural en el modo en que nos relacionamos trabajando.
Comenzaste a escribir a los 19, ¿verdad?
Sí, en el ejército. Nosotros tenemos que hacer servicio obligatorio. Yo me gradué en matemáticas y física, y después estudié ingeniería. El ejército fue tan difícil para mí que necesité encontrar un plan B. Estaba enojado, deprimido, oprimido, me sentía mal. Escribir fue liberarme. Tuve que quedarme ahí por tres años. A las mujeres las hacen quedarse dos.
¿Todavía es así?
Sí. Estuve tres años en el ejército y después quedé en reserva, y hasta que cumplí cuarenta tuve que ir cada año por tres semanas. En Israel, tener un ejército es una necesidad, no sobreviviríamos sin una. Habiendo dicho eso, creo que el gobierno, el Primer Ministro, deberían hacer todo lo posible por alcanzar una posición en la que ya no haya guerras. Pero el gobierno actual no hace nada para terminar el conflicto, solo esperan. Y creo que lleva mucho más coraje cambiar una situación que actuar dentro de la situación. Y ellos no tienen coraje. Todos los países alrededor de Israel fueron sus enemigos, pero logramos hacer paz con Egipto y con Jordania, y esas paces fueron sólidas. No es que crea que los palestinos quieran la paz y nosotros no, creo que los dos lados no están haciendo lo que tienen que hacer, pero que la responsabilidad de Israel es más grande, porque somos la parte más fuerte. Es como cuando tenés dos hijos, y pelean, y le decís al más grande: tenés que ser más responsable que tu hermano. No podés comparar Israel y Palestina en su desarrollo democrático, en su situación económica, tecnológica. Y el Primer Ministro está esperando que ellos vengan y propongan la paz. Y yo creo que no, que si hay decisión para hacer un cambio tenemos que hacerlo nosotros.
¿Te dan ganas de irte?
Para mí pensar en irme de mi país es como pensar en ir al gimnasio: pienso en eso, pero nunca lo hago. Mis papás son sobrevivientes del Holocausto y este país fue su sueño. Hay muchas cosas que no me gustan de este país, pero tengo que hacer lo mejor que pueda para cambiarlas. Si en algún punto siento que se vuelve imposible vivir ahí, especialmente siendo padre, quizás me vaya. Pero creo que no estoy ni cerca de ese punto. Y creo que, de hacerlo, sería muy infeliz. Es mi casa, es mi lengua. Vivo a cinco minutos de la playa. Es el lugar donde mi papá tuvo su heladería cuando yo era chico. Creo que en toda mi vida debo haber vivido en un radio cuadrado de cinco kilómetros, entre mudanza y mudanza. Toda mi vida la pasé atravesando distancias a pie. Soy como Immanuel Kant, solo que sin su cerebro.
¿Tus padres leían? ¿Cuándo te familiarizaste con los libros, había biblioteca en tu casa?
Mis papás fueron chicos de la guerra, así que no terminaron la escuela, pero los dos leen y escriben en seis lenguas distintas. Son autodidactas. Mi mamá alemán, polaco, yiddish, francés, inglés y ruso. Mi papá no sabe francés, pero sí italiano. Y hebreo, así que siete. Nuestra casa estaba llena de libros en muchas lenguas, pero mi mamá, cuando éramos chicos, no nos leía de los libros. Inventaba las historias. Porque cuando ella era chica, en el ghetto, sus papás no podían leerles porque no había libros, así que inventaban las historias y ella decía que eso la hacía sentirse especial, porque sabía que cada historia que escuchara sería contada solo una vez, y que ella era la única persona escuchándola. Así que se concentraba mucho, porque si no la escuchaba la historia desaparecía. Cuando nosotros éramos chicos, creía que si bien podía ir a comprar un libro y leérnoslo, eso era una especie de holgazanería. Como pedir pizza en vez de hacernos la comida.
¿Qué escritores fueron marcantes para vos?
Creo que Kafka, Cortázar, Borges, Boris Vian, Kurt Vonnegut, Gógol... Me gustan muchos escritores, pero si tuviese que elegir uno, sería Kafka.
¿Y cuándo lo leíste por primera vez?
En el ejército.
¿Tenían libros, ahí?
No, la cosa es que cuando estaba ahí muchas veces me metía en problemas. Y lo que usan de castigo es hacer que te quedes cuando todos se van a casa. Y cuando me castigaban, había un oficial que tenía una pequeña biblioteca y me dejaba leer sus libros. Así que leí La metamorfosis ahí. En el ejército yo estaba muy nervioso, abatido, pensaba que era una persona arruinada. Y cuando leí eso me dije: ok, existe alguien más arruinado que yo.