"La noche es más extraordinaria y menos profana que el día"
Por Henry David Thoreau
Lunes 26 de octubre de 2020
"Seré un benefactor si conquisto algunos de los reinos de la noche, si informo a los periódicos algo revelador de aquel momento digno de atención (si puedo mostrarles a los hombres que existe una belleza que se queda despierta mientras ellos duermen), si contribuyo al campo de la poesía". Leé el arranque de La noche y la luz de la Luna (Ediciones Godot) de Thoreau.
Por Henry David Thoreau. Traducción de Maria Paula Vasile.
Hace algunos años, luego de aventurarme en una caminata memorable bajo la luz de la Luna, decidí dar más de estos paseos y conocer otro lado de la naturaleza. Y así lo he hecho.
Según Pliny, existe en Arabia una piedra, llamada selenita, “de un blanco cuya intensidad aumenta o disminuye con la Luna”. En este sentido, mi diario, desde hace un año o dos, ha sido selenítico.
¿No es la medianoche como África Central para la mayoría de nosotros? ¿No nos sentimos tentados a explorarla, a penetrar las orillas del lago Chad y descubrir el nacimiento del Nilo, es decir, tal vez, los montes de la Luna? ¿Quién sabe qué fertilidad y belleza, moral y natural, pueden encontrarse allí? En los montes de la Luna, en el África Central de la noche, allí es donde todos los Nilos tienen ocultas sus cabezas. Las expediciones por el Nilo por ahora solo se han extendido hasta las cataratas, o tal vez hasta la desembocadura del Nilo Blanco. Pero es el Nilo Negro el que nos importa.
Seré un benefactor si conquisto algunos de los reinos de la noche, si informo a los periódicos algo revelador de aquel momento digno de atención (si puedo mostrarles a los hombres que existe una belleza que se queda despierta mientras ellos duermen), si contribuyo al campo de la poesía.
Sin duda, la noche es más extraordinaria y menos profana que el día. Pronto descubrí que conocía solo su aspecto y que, en lo que respecta a la Luna, solo la había observado como a través de una pequeña hendidura, de manera esporádica. ¿Por qué no caminar un poco bajo su luz?
Supongamos que uno escucha las sugerencias que hace la Luna, generalmente en vano, durante un mes: ¿diferirá de lo que encontramos en la literatura o la religión? ¿Por qué no estudiar este sánscrito? ¿Y si acaso la Luna ha ido y venido con su mundo de poesía, sus enseñanzas misteriosas, sus sugerencias oraculares —una criatura divina repleta de consejos para mí—, y yo no la he aprovechado? ¿Fue acaso una Luna que pasó inadvertida?
Creo que fue el doctor Chalmers quien dijo, criticando a Coleridge, que por su parte él quería ideas que pudiera ver a su alrededor, y no ideas que tuviera que buscar lejos y alto en los cielos. Un hombre así, podríamos decir, nunca observaría la Luna, ya que ella nunca nos muestra su otra cara. La luz que viene de ideas cuya órbita está tan lejos de la Tierra, y que no es menos esperanzadora e ilustrativa para el viajante nocturno que aquella de la Luna y las estrellas, por supuesto, es desprestigiada como propia de lunáticos. ¿No arrojan acaso una luz lunática? Bien, entonces, viajen de noche cuando no haya Luna para iluminarlos; pero yo agradeceré la luz que me llega de la estrella de menor magnitud. Las estrellas son mayores o menores de acuerdo a nuestra percepción. Me sentiré agradecido de ver al menos un lado de una idea celestial, un lado del arcoíris y del cielo al atardecer.
Los hombres hablan de manera muy superficial acerca de la luz de la Luna, como si conocieran bien sus cualidades y las menospreciaran, como si los búhos hablaran de la luz del Sol (¡qué saben de esa luz!), pero por lo general esta palabra remite a algo que simplemente no comprenden: ante ella, permanecen en cama y dormidos, por más que valdría la pena que estuvieran levantados y bien despiertos para verla.
Debemos reconocer que la luz de la Luna, si bien es suficiente para el caminante meditabundo y no es desproporcionada respecto de nuestra luz interior, posee una calidad e intensidad muy inferior a la del Sol. Pero no debemos juzgar a la Luna solo por la cantidad de luz que nos brinda, sino también por su influencia en la Tierra y sus habitantes. “La Luna gravita en torno a la Tierra, y la Tierra gira recíprocamente alrededor de la Luna”. El poeta que camina bajo la luz de la Luna es consciente de una marea en su pensamiento que debe atribuirse a la influencia lunar. Procuraré separar la marea en mis pensamientos de las usuales distracciones del día. Quiero advertir a quienes me escuchan que no deben juzgar mis pensamientos según los parámetros de la luz del día, sino esforzarse por comprender que me expreso desde la noche. Todo depende del punto de vista. En la publicación de los viajes de Drake, Wafer dice lo siguiente sobre un grupo de albinos entre los indígenas de Darién: “Son muy blancos, pero su blancura es como la de un caballo, distinta del cutis claro o pálido europeo, ya que carecen de cualquier rastro de rubor o tez rojiza. […] Sus cejas son de un color blanco lechoso, como lo es el cabello en sus cabezas, el cual es muy fino. […] Rara vez salen durante el día, ya que tienen aversión al Sol, el cual provoca que los ojos, débiles y porosos, les lagrimeen, especialmente si aquel brilla en su dirección, pero ven muy bien con la luz de la Luna, por lo que reciben el nombre de ojos de Luna”.
Tampoco en nuestros pensamientos durante estas caminatas bajo la luz de la Luna, me parece, existe el menor “rastro de rubor o tez rojiza”, pero somos albinos intelectual y moralmente hablando, hijos de Endimión, tal es el efecto de conversar mucho con la Luna.
Me quejo de aquellos viajeros árticos que no enfatizan lo suficiente la constante y peculiar monotonía del paisaje ni la perpetua luz crepuscular de la noche ártica. Por lo tanto, quien tenga por tema la luz de la Luna, aunque le resulte difícil, debe ilustrarla, por así decirlo, solo con la luz de la Luna.