"Cuando te separás, tu subjetividad cambia”
Matías Moscardi y Andrés Gallina
Miércoles 09 de noviembre de 2016
En tiempos hipervinculados, Andrés Gallina y Matías Moscardi escribieron un Diccionario de separación, auténtico inclasificable que actualiza la mirada sobre las relaciones: "La tecnología es una máquina de generar espera y el amor también, entonces juntos son dinamita".
Entrevista y fotos Valeria Tentoni.
En tiempos hipervinculados, Andrés Gallina y Matías Moscardi escribieron a cuatro manos un Diccionario de separación (Eterna Cadencia Editora). El subtítulo reza: "De amor a zombi". Auténtico inclasificable, es muchos libros en uno y familiar de tantos otros a la vez, entre los que es imposible no fichar los Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes. Pero no es el único. Erudito y popular a la vez, paródico y empático, el diccionario abrió las tranqueras para una cantidad de materiales asombrosa, trenzada con vocación de servicio para el uso y abuso de lo que han dado en llamar "sujeto posamoroso". En el epicentro de este libro hay dos máquinas de leer, encastradas y amigas. El fuego que disparó la combustión fue una conciencia venida de la experiencia personal: "Cuando te separás, tu subjetividad cambia”.
Enviamos algunas preguntas por correo, aquí la devolución:
¿Qué libros tenían presentes cuando idearon el Diccionario? Suponiendo que estaba Barthes por ahí, ¿cómo creen que juega este libro con aquél?
Matías: Claro, Barthes fue una referencia para nosotros, por supuesto. Pero a la hora de resolver, nos pareció que la indagación en las posibilidades de cada letra le daba mayor espectro a la variedad de situaciones, figuras e imágenes que queríamos buscar. Por otro lado, creo que hay una diferencia marcada en cuanto a los materiales en uso: nosotros quisimos dar cuenta de los objetos y dispositivos heterogéneos que construyen la sensibilidad posamorosa. Por decirlo de algún modo, no alcanzaba con la teoría: el psicoanálisis, la literatura, el zen, la filosofía, no eran suficientes para dar cuenta de la separación como objeto. Creo que sentimos la necesidad de pensar desde otro lado. Desde las películas románticas de Hollywood, desde las bandas que nos gustan a nosotros, y mezclarlo todo, sin ironía, sin distinción entre lo alto y lo bajo, para poner a dialogar los elementos en un mismo plano de igualdad, de indistinción. Y buscamos que el registro literario o poético sirviera como red para amalgamarlo todo. Por eso, el Diccionario de separación se puede leer como una novela. Después, también, hubo otros diccionarios que sonaban a la par: el Exonario, de Jorge Mux; el Diccionario del diablo, de Ambroise Bierce; el Diccionario de lugares comunes, de Flaubert, e incluso el volumen colectivo Mestizajes. De Arcimboldo a Zombi, de François Laplantine y Alexis Nouss, donde resuena el título.
Andrés: Aunque todo eso vino después. Al principio, no hubo libros. Lo que nos pasó es que nos separamos, a la vez, al mismo tiempo, hace ya varios años. Ese fue el bautismo, ahí empezamos a escribir. La idea inicial fue la de un Manual de supervivencia. Queríamos escribir un libro que nos consuele. Creo que hay un resto de ese manual inicial que quedó en este diccionario y que está bueno que haya permanecido, como una huella o un registro del origen. Después, empezamos a hacer, de un modo muy abierto, un archivo donde todo podía ser catalogado en clave posamorosa: todos los libros, todas las películas, todas las canciones. En este sentido, Barthes fue tan importante como Ricky Martin.
Cuando pensaron en el formato, ¿qué tipo de recorrido imaginaron haría el lector, qué tipos de recorridos querían habilitar dentro del libro? ¿Hay un recorrido ideal?
Andrés: Me parece que hay cierta amabilidad en el modo de lectura que el libro propone. No te obliga a ir por la totalidad, el libro no hace esa demanda: más bien te invita a entrar y salir, a leer salteado, como decía Macedonio. A la vez, en términos estructurales, arma rutas posibles: desde el índice alfabético, hasta el índice onomástico, pasando por los reenvíos internos de cada palabra. El dispositivo es como el de esa colección de libros infantiles Elige tu propia aventura. De todos modos, a pesar de la autonomía que implica poder ir hacia una sola palabra, hay algo en forma de red que el libro construye, hipervínculos, sistemas, no sólo desde lo conceptual, sino también desde lo tonal, desde el armado de una voz, y eso un poco se genera con la sucesión, con el recorrido. A mí me gusta preguntarles a mis amigos que lo leyeron, cómo es que lo leyeron. Creo que el libro contiene la pregunta acerca de cómo se lee.
Matías: Allá por 2007, en su forma embrionaria, el libro tenía capítulos. Después nos dimos cuenta de que un lector posamoroso no podía someterse a la lógica lineal, a un ritmo de lectura sucesivo, a una temporalidad paciente. Pensamos que un lector así necesitaría tragos cortos, picoteos veloces y arbitrarios, instantaneidad. Por eso, la estructura genérica del diccionario nos cerró por completo: al libro entrás por donde querés, por donde pone el ojo tu propia experiencia, tu curiosidad. No hay una forma privilegiada de lectura. Hay algo experimental ahí, pero también algo lúdico.
¿A qué lector tenían en mente, si a alguno, con este libro?
Matías y Andrés: Pensamos en un lector en sentido amplio. Creemos que el gesto del Diccionario es el de la apertura. Por supuesto, esto no implica perder pie en cuanto a la complejidad teórica del tema. Lo que quisimos fue retener la complejidad a la vez que abrirla en términos de lectura, de registro. Nunca tratamos de simplificar nada. Creo que la ejemplificación –hacemos referencias constantes a películas, libros, letras de canciones– sirve, por el contrario, para materializar esa complejidad, para volverla tangible y pensable, sin reducirla. El lector que imaginamos, en este sentido, es un lector abierto y heterogéneo. No nos interesa el lector específico como lector exclusivo del libro: proyectamos lectores, en plural, lectores distintos, diferentes entre sí y con distintos intereses, expectativas, recorridos y usos del libro.
¿Con qué se fermentó en ustedes la idea del sujeto posamoroso?
Matías: la expresión “sujeto posamoroso” apareció casi promediando el libro. En un momento nos dimos cuenta que, sin demasiada direccionalidad, había algo así como una teoría dando vueltas: la idea de que cuando te separás, tu subjetividad cambia. Dejás de ser la misma persona. Cambian tus gustos, tus ideas, tu vida cotidiana, la música que escuchás. Cuando estás en pareja, además de construir un mundo con el otro, te autogestionás un Yo. Y eso desaparece con la separación. Pensamos que el “sujeto posamoroso” podía ser el protagonista del libro: la figura que diera cuenta de la experiencia sensible de la separación más allá de toda distinción genérica, que siempre intentamos abrir, ampliar, volver heterogénea, múltiple, porque creemos que, precisamente, lo afectivo, la afectividad, es algo del orden de lo común, de lo igualitario.
Andrés: A su vez, pensamos que hay como una hiperinflación en el uso del “post”, que aparece por todos lados. Por eso nos pareció paródico ubicarlo delante de la palabra “amor” justamente porque la palabra desactiva una parte de su sentido y reactiva otra: ya no la superación como lo que viene después de algo, sino ese “después” como momento crítico, problemático, en donde lo anterior sigue operando incluso con más fuerza. En este sentido, una separación sería una experiencia crítica –en crisis– del amor.
De amor a zombi, dice el subtítulo: ¿qué idea de amor quisieron masticar en el libro?
Matías: Del amor hablamos muy poco. La figura central sería, en cambio, la del posamor, que es lo que sucede con el amor una vez que un vínculo se rompe. Esto difiere, me parece, del desamor. El prefijo “des” denota negación, inversión o bien privación. En cambio, el “pos” es claramente temporal: el problema de la separación, según lo planteamos, creo, no es el problema de “dejar de amar” a alguien, sino justamente el problema de seguir amando. En este sentido, también nos interesaba asociar la figura del posamor a ciertos modos de producción, a ciertas formas del sistema económico, a la cultura, a la industria cultural, a la tecnología, que habilitan esa continuidad.
Andrés: Podemos citar parte de la definición del diccionario. “Separarse no sería expulsar el amor, sino atesorarlo, guardarlo para siempre en una caja con forma de corazón, como la que imagina Kurt Cobain en una canción. El amor es un palimpsesto: una escritura que se escribe encima de otra hasta cubrirla por completo y hacerla desaparecer, aunque jamás se borre”.
El diccionario incluye peripecias y escenas en las que celulares, ventanas de Internet y chats de Facebook tuercen el destino de los separados. Ustedes, los dos, no son nativos digitales y nacieron en una era en la que todavía se escribían cartitas de amor. ¿Cómo repensaron los vínculos amorosos a la luz de las nuevas tecnologías? Podríamos citar de la entrada "google" el asunto de la representación "espectacular" del amor en redes. ¿Creen que el amor ha salido de la instancia privada para pasar a la instancia pública?
Andrés: Hay algo de eso. Y el libro, un poco en vínculo con el tono del discurso amoroso, lo exagera, lo multiplica, lo satura. Yo prefiero creer que el amor se puede preservar de sus representaciones, de su espectacularidad, prefiero pensar que el amor conserva algo de sociedad íntima, alienante, secreta, donde no llega Google. Pero también creo, claro, que lo digital nos atraviesa y hay una escena del libro, en la entrada ansiedad, que me da risa y me entristece mucho: es cuando el sujeto posamoroso manda un mensaje, se arrepiente, y le clavan el visto. Creo que hay algo en términos de espera que es una novedad. La tecnología es una máquina de genera espera y el amor también, entonces, juntos son dinamita.
Matías: Creo que, muchas veces, también, existe algo así como una histerización de los afectos en las redes sociales. La opción “A tiene una relación con X”, que propone Facebook como parte de la información de nuestro perfil, es un buen ejemplo de esto: como si lo afectivo se constituyera en ese muestreo espectacular. Claro que no siempre es así. Algunos no le dan importancia a eso. Pero también están las fotos que posteamos, los videos que compartimos. Más que lo público, pensaría que la tecnología, en todo caso, espectaculariza algo de lo afectivo, es decir que moldea los afectos no sólo de acuerdo a un tipo de accesibilidad o circulación –pública– sino de acuerdo a una forma concreta que remite al espectáculo.
Los ingresos, incesantes, de canciones populares y still frames de cine para ilustrar las entradas, ¿cómo tomaron la decisión de incluir esos elementos, por qué?
Andrés: Me parece que hay algo que es conceptual: el libro se propone procesar todo lo que toca en términos posamorosos. Por otro lado, hay algo afectivo: ahí están los libros que nos gustan, las canciones, en muchos casos los amigos, como si el libro fuera armando una novela sentimental de nuestras lecturas.
Matías: Me gusta algo que un alumno de Deleuze decía acerca de Deleuze: que siempre intentaba, en sus clases, abolir la frontera entre los gustos y los saberes. Eso me encanta. A nosotros nos gustan todas las bandas y todas las películas que aparecen en el Diccionario. ¿Por qué no incluirlas, si hablan de cómo nos sentimos? Ni siquiera fue una decisión. Sucedió como algo orgánico que, a medida que el libro crecía, fuimos sistematizando.
Hay una voluntad enciclopedista que es de algún modo un movimiento antiguo, ¿por qué un diccionario para recibir estos materiales?
Andrés y Matías: Una amiga lacaniana nos dijo que una persona desesperada necesita definiciones. Por eso la idea del diccionario como formato accesible, ágil, inmediato. Esto también nos dio un tono: un tono acotado a una entrada, a una escena, a una película, a un libro, a una frase, a una circunstancia o a un sentimiento, y la necesidad de resolver textualmente en esa brevedad. En este sentido, las entradas se conectan sin perder autonomía, se sostienen como unidad. A la vez la idea del diccionario funciona de un modo distinto que el convencional. En realidad hay mapas, recorridos, redes que se arman a partir de la deriva de una palabra, diccionarios en plural que se van tejiendo adentro del diccionario, y eso lo hace el lector, con sus movimientos. Lo que ocurre es casi lo contrario a un diccionario: no se cristaliza nada, no se fija el sentido de ninguna cosa, sino que más bien se pone en marcha un sentido que aparece por desplazamientos, derivas, conexiones múltiples. Esta estructura hace que el diccionario sea un dispositivo fluido y constante: los reenvíos entre palabra y palabra no se detienen nunca. El diccionario no tiene fin, vuelve a empezar siempre. A la vez, un diccionario implica una serie de opciones disponibles en una lengua dada: esto significa que la separación moviliza sus propios sentidos, sus propias resignificaciones de la experiencia, de las cosas, de los signos. La separación funda su propia micro-lengua, su lengua menor, su idioma en miniatura, que es la lengua posamorosa.
¿Cómo fue el proceso de corrección?
Andrés: Se viene corrigiendo desde el principio, porque leer al otro era estar escribiendo; entonces, de algún modo, es difícil discernir las instancias de escritura, de lectura, de corrección. Hicimos un poco todo, todo el tiempo.
Matías: Cerramos el libro en Miramar. Aprovechábamos los jueves, porque yo hacía sushi en el Hotel Domani, donde trabaja Andrés los veranos. Después de la jornada escribíamos entradas y corregíamos. Ahí terminamos el libro. Después, una vez que supimos que se editaba, volvimos de viaje a Miramar, en invierno, y pasamos una semana trabajando desde que nos despertábamos hasta que nos acostábamos. Por eso es un libro muy costero: el mar, los balnearios, la playa aparecen todo el tiempo. En un momento del proceso de corrección, había quedado todo el archivo de Word en rojo, sangrando, herido. Fue muy puntillosa esa barrida final antes de armar el archivo definitivo. Bajamos como 40 entradas, como quien dice bajé 40 kilos. Reescribimos 20 desde cero. Y agregamos nuevas. Siempre corregíamos “al nivel de la frase” –esa era la arenga. Cuidamos mucho la cuestión del ritmo, de la resolución en cada entrada, que cada una funcionara como un texto autónomo, y la sucesión entre ellas. También nos llevaron mucho trabajo los reenvíos, pensar las redes posibles que se arman entre cada una de las entradas. Al mismo tiempo, quisimos conservar algo más punk, a la vez universal e hiperlocalizado, incluso caprichoso y bizarro, que no queríamos que la corrección borrara porque formaba parte de cierta espontaneidad y sinceridad con respecto a nuestra experiencia y a nuestros gustos.
¿Cómo fue la experiencia de trabajar a cuatro manos? ¿Cómo se conocieron? ¿Qué aportó cada uno?
Matías: Nos conocimos en el primer año de la facultad, en Letras, en Mar del Plata. Yo me acuerdo que había leído un libro de Andrés que se llama Adela. Ese libro me llevó a escribir poesía. Una vez estábamos en una lectura en un bar y le mostré unos poemas a Andrés que tenía en un cuaderno y él los agarró y los leyó en vivo. O sea que para mí, la primera vez que leí, leí a través de Andrés. Después empezamos a escribir juntos libros de poesía: El fiat de Gustavo, que es un libro sobre un taxista que lee a Bécquer; y otro, que es una parodia de Luna de enfrente, de Borges: se llama Looser de enfrente, sobre un skater principiante y fundamentalista del skate, que imaginábamos ser nosotros. El proceso de escritura del Diccionario fue muy orgánico. Como vivimos en ciudades distintas, teníamos un archivo de Dropbox en el que cada uno subía una entrada y, a la vez, comentaba las entradas del otro. El archivo final está lleno de cartelitos y colores por todos lados. Cuando dimos con el registro que queríamos –eso fue lo más difícil quizás: encontrar el tono– ahí rápidamente nos mimetizamos, también porque nos conocemos mucho y, sobre todo, porque compartimos el mismo tipo de humor. Hay algo de la amistad en esa posibilidad de borrar las fronteras entre uno y otro. Yo creo que no podría distinguir qué aportó cada uno, justamente porque en un momento no había diferencias.
Andrés: Nosotros, prácticamente, empezamos a escribir juntos, de la mano de Ana Porrúa y de Gastón Franchini. Eso siguió hasta ahora. Yo le robo un montón a Matías, de todos sus libros, frases enteras, y él me deja robarle todo. Con este libro nos mandamos mil mensajes de audio, leyendo entradas en voz alta, buscando el sonido, durante mucho tiempo. Nos gusta pensar que es un libro de amor, de posamor, pero también y, más que eso, de la amistad que lo hizo posible.