"Ahora que todo se volvió un poco irreal"
Cruce epistolar: Débora Mundani & Santiago Venturini
Martes 28 de abril de 2020
"Aquellos días que hablábamos de poesía en redes sociales sin el cerco del encierro pisándonos los talones, los encuentros no tenían fecha de vencimiento. Decir festival, feria, ciclos de lectura, asados, mates, río, era decir 'allá voy'": leé las primeras cartas entre Débora Mundani y Santiago Venturini, parte del Filba Nacional Rosario en su versión online.
Buenos Aires, 13 de abril 2020
Querido Santiago,
Te escribo como si nos conociéramos desde hace tiempo, en aquel tiempo en que los minutos se despegaban de las horas interminables. Imagino que esta conversación la comenzamos antes del aislamiento, una tarde cualquiera por alguna red social a raíz de unos versos de Juan L. En aquel tiempo también compartíamos poemas entre desconocidos.
Toda la dulzura del rocío que no llora, tímidamente, aún.
Cada uno sumaba sus versos preferidos.
Y ella estaba en el sueño del aire.
Quién dijo que no se iba a vencer al “río largo”?
Después nos despedíamos con un simple “nos vemos en unos días en Rosario”.
Aquellos días que hablábamos de poesía en redes sociales sin el cerco del encierro pisándonos los talones, los encuentros no tenían fecha de vencimiento. Decir festival, feria, ciclos de lectura, asados, mates, río, era decir “allá voy”. Cada palabra implicaba un movimiento. “Primero fue el verbo”. ¿O no? Hoy, confinados, somos presas de la quietud y la espera. Hasta hace pocos días, el futuro inmediato, y el no tan inmediato, eran puro presente. No se nos ocurría pensar que de un día para otro, una fuerza externa nos obligaría a permanecer encerrados. Mucho menos, que nuestra voluntad funcionaba a control remoto y que ese aparatito estaba en manos desconocidas. Pero el deseo siempre encuentra un espacio para discurrir. Como el hilo de agua se hace camino hasta alcanzar la desembocadura.
¿Pero hacia dónde deberíamos ir? A medida que el afuera, dominio absoluto del Coronavirus, de los discursos de especialistas, jefes de estado, intereses económicos y mercenarios de la comunicación, se agranda y se nos viene encima, nuestros pequeños mundos cotidianos parecen estrecharse cada vez más. Sin embargo, alguna poción debe haber como para revertir este estado, ¿no? No creas que pretendo una respuesta, son todas las preguntas que resuenan las que quiero compartir con vos. ¿Será posible habitar desde la libertad el encierro? ¿Se trata de inventar un plan de huida? ¿O fundar nuevos afueras desde la intimidad de cada casa?
La palabra ha venido en mi ayuda en más de una oportunidad. He escrito en situaciones de las más difíciles que me han llevado a creer que la escritura también puede ser una guarida. Pero en cada una de aquellas ocasiones, siempre hubo una mano extendida que lograba traspasar el encierro. Aun en soledad, la palabra remitía a la existencia de alguien más. Aunque hoy las calles estén vacías, aunque estemos muy lejos unos de otros y tengamos prohibido, por nuestro bien y el de los demás, fundirnos en un abrazo, la ilusión de reencontrarnos nos mantiene despiertos. Un nuevo capítulo sobre el encierro se está escribiendo, no podemos quedarnos callados, mirar día y noche las pantallas y esperar a que alguien golpee nuestra puerta y nos autorice a salir. No dejemos en manos ajenas nuestra versión de esta historia.
Qué curioso cómo aparecen los recuerdos. Mientras escribía esto recordé una línea que asentó Kafka en su diario el día del compromiso matrimonial de su hermana. “El presentimiento del único biógrafo”. Siempre creí que podía tratarse de un sentimiento que lo atravesó durante toda su vida. Un renglón notable, aislado, como si no entablara un diálogo con las líneas que lo precedían y las que lo continuaban. La soledad del que observa, de quien nunca llega a sentirse parte de los hechos. Quizás éste sea el tiempo de entramar un texto colectivo para que el día que volvamos a abrir puertas y ventanas, las paredes de la calle cuenten esta historia. Para que sea nuestra voz la que la cuente.
Con cariño,
Débora
17 de abril 2020
Querida Débora:
Aunque siempre fui algo anacrónico, me resulta raro escribir una carta. Pero ahora que todo se volvió un poco irreal, me gusta escribirte, es una forma diferente de llegar a alguien. Gracias por empezar la conversación; gracias por Juanele, por tu razonamiento y tus preguntas.
La ciudad en la que vivo imita al mundo, a su manera. Los lugares y las personas son los mismos, pero la paranoia los transformó. Hasta los árboles de esta cuadra parecen diferentes. Aunque acá todo es más lento. Estamos en la inminencia. Las mujeres que viven enfrente de mi casa se asoman a la puerta, al menos una vez por día, para ver si ya llegó el desastre. ¿Qué ves vos en el lugar en el que estás?
Algunas cosas que me pasaron fueron una especie de presagio, aunque después me reí de mí mismo. Los grillos invadieron mi casa, me taladraban la cabeza. Los buscaba detrás de las puertas o debajo de los muebles, para tirarlos al patio. Mi gata se quebró, quedó colgada de una pata en una reja, a las cinco de la mañana. La rescaté en la oscuridad, dormido. En estas semanas me acostumbré, tal vez como todos, a cierta ciclotimia cotidiana. Paso de bailar en el comedor a quedarme en la cama, anestesiado, mirando en la pantallita de mi celular como un instagrammer de 21 años al que siguen quince millones de personas se maquilla o desfila en su mansión sobre unos tacos altos, porque la cuarentena lo aburre. Subo y bajo. Como en un poema de Estela Figueroa (te regalo estos versos):
Si estoy contenta me siento en el patio
y me contagio de la frescura de las plantas.
Si estoy triste ordeno hasta que la tristeza es soportable.
Estela debe estar ahora encerrada en su casa, en esta ciudad, no lejos de la mía.
Estoy bien, si hasta puedo darme el lujo de sentarme a pensar esta carta. Vuelvo a leer lo que dijiste sobre la escritura en la soledad. Me hubiera gustado escribir más durante estos días, pero no lo hice. Este es un tiempo fuera del tiempo, a veces más tolerable, otras veces menos, pero donde todos nos volvimos un poco irreconocibles. Siempre pensé que la escritura me ayudaba a soportar algunas cosas. Hace unos días escribí un poema y sentí que había podido hacer algo con este cautiverio. Pero esa sensación desapareció. No creo que escribir sea un consuelo, no uno simple, en todo caso: su salvación se ve en el futuro. Sí tengo libros, música, imágenes, eso que siempre necesité. Con eso puedo alejarme de los que, como bien decís, quieren contar esta historia. La cuentan, pero no la escuchemos. Pensé más de una vez, en estos días, que lo peor del virus somos nosotros, nuestra especie que parece condenada, casi siempre, a sufrirse a sí misma. Y a vos, Débora, ¿qué cosas te ayudan? ¿Cuál es, como me escribiste, tu “poción para revertir este estado”?
En el barrio todos están en sus casas. Escucho más que nunca la vida de mis vecinos, tal vez porque pasaron a ser los otros más cercanos. Uno de los chicos que está del otro lado de la pared tose en su pieza, su hermano aprende a tocar un instrumento. Otra vecina hace aerobic en el patio con su hija adolescente, siguen clases por youtube. Una tarde se ríen. Al otro día, su voz de madre rompe la paz de la siesta y grita: “pendeja de mierda”. Los altibajos de la vida familiar. Saber que todos siguen con sus vidas, me da cierta tranquilidad.
Mi gata me mira, ya apoya su pata para caminar. Los dos estaremos esperando tu próxima carta,
Un gran abrazo,
Santiago.