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¿Cómo se llama la obra?

¿Cómo eligen quienes escriben los nombres de sus libros? ¿Llega primero el título o la historia? ¿Aceptan sugerencias? Fernanda García Lao, Vera Giaconi, Jorge Consiglio, Olivia Teroba y Diego Alfaro Palma nos responden.



Por Valeria Tentoni



   

La historia es conocida: 1984 se iba a llamar El último hombre en Europa, pero George Orwell cambió de idea a último momento, inspirado por la inversión de los dos últimos dígitos del año en que terminó de escribir la novela. ¿Por qué lo hizo? Comprimir un universo entero en dos o tres palabras: esa es la misión de los títulos de los libros, relucientes en las portadas, sobrevolando los nombres de sus autores. ¿Pero cómo se les ocurren, de dónde los sacan y cuánto trabajo les da encontrarlos?  

“Los títulos son, quizás, lo más difícil de escribir. A veces un texto puede tener un título durante mucho tiempo, que se cree definitivo, y de pronto un golpe de timón hace que obtenga un nuevo nombre y por ahí una nueva forma”, dice el poeta chileno Diego Alfaro Palma, cuyo último libro, de ensayos, se llama Valles sonoros. ¿Pero cómo llegó ese nombre? ¿Cómo llega el nombre de cualquier libro a la portada, de qué se trata el viaje que hace hasta ahí? 

El también autor de Litoral central nos cuenta: “Estuve cinco años escribiendo un libro que se llamaba El oído, un ensayo sobre la escucha, y por mucho tiempo pensé que era el definitivo, hasta que los editores de Alquimia me sugirieron ver variantes; eso me revolvió la cabeza, y buscando y buscando me topé con Valles sonoros, que unía puntos en el meridiano: el territorio, el sonido y a la vez la poesía. O sea que me pasé cinco años con un título y cinco semanas para cambiarlo. Fue para mejor, porque hasta me sirvió para redondear el tema, afinar los ensayos, ver qué podía faltar. En cambio, con Tordo supe en medio del proceso que ese debía ser el título, porque se había convertido en mi animal totémico, un protector en medio de un viaje oscuro”.  



¿Es un procedimiento que se puede compartir? ¿Hay reglas para elegir los títulos, pistas que puedan allanar el camino? “No hay fórmula para esto, solo fijarse en la tradición, más allá de que hoy se le da mucha bola a eso por un tema comercial. Pero hay que fijarse en los clásicos: muy pocos tienen títulos deslumbrantes hasta el siglo XIX, ahí explota todo”. Otra manera es admirar y hasta envidiar títulos de autores adorados, y Alfaro Palma tiene su propia lista al respecto: "Si tuviera que basarme en alguien sería en Stefan Zweig porque Momentos estelares de la humanidad es un titulazo, o Mary Shelley con Frankenstein o el moderno Prometeo, Stevenson y El club de los suicidas, De Quincy y Del asesinato considerado como una de las bellas artes, W.H. Hudson con Allá lejos, hace tiempo o Neruda con su monumental Residencia en la tierra”. 

Cómo usar un cuchillo, Nación vacuna, La piel dura, El tormento más puro: “Nadie se animó a sugerirme un título”, asegura por su parte Fernanda García Lao. Y sigue: “Llego a la instancia de la edición convencida de que no hay otro posible. Puedo haber dudado, pero el asunto ya ha concluido cuando lo lee un tercero”.  


 

Para encontrar los nombres de sus libros, la escritora argentina tiene sus modos: “En general el título está presente en el cuerpo del texto. El borrador de Sulfuro, por ejemplo, nació con ese nombre. Pero la palabra no se decía en ninguna parte. La planté con cuidado, elegí el momento. Después de tocarse, la protagonista huele sus dedos y descubre el olor. Necesitaba la palabra. Era su epifanía. El tiempo me demostró que la intuición no miente. Mi homeópata me dio a tomar Sulfuro. Una cucharada de mi propia medicina”, cuenta. Con El tormento más puro fue parecido: "Es algo que dice el protagonista del cuento con el mismo nombre. Y a su alrededor escribí el resto. La maternidad, el amor, las transformaciones biológicas son tormentos, pero la muerte es lo más puro. Me gusta cuando una frase es fuente de sentido. Yo la rescato, pero no es mía: ha sido creada por el personaje que la necesita. Después, Autobiografía con objetos se llamó así desde el minuto cero y supe cuál era su estructura gracias al título. A veces doy vueltas. Me pasó con Fuera de la jaula, con Cómo usar un cuchillo. Pero cuando doy con ellos, no puedo llamarlos de otra manera. Matan su prehistoria. Se imponen, no aceptan modificaciones”. 


“Creo que el título es el inicio del libro, de la historia, del ensayo que se va a leer. En el caso de los cuentos y ensayos, muchas veces el título me lo da el ritmo y tono del texto. Es una especie de intuición sobre un grupo de palabras que engloban las sensaciones que intento evocar. Con un libro entero es distinto: creo que es un proceso mucho más reflexivo, porque se trata de elegir la frase que estará al frente, antes que todo lo demás. Es una especie de presentación no solo del contenido, sino del trabajo de años, las dudas y todo lo que llevó a pensar el volumen. Suelo pensar el título al final de la escritura, y por eso llegar a ese momento me parece que implica cerrar el libro, que es también cerrar una etapa y abrirme a otras escrituras. Nunca me ha pasado que empiece un proyecto con un título en mente para el producto final", dice la mexicana Olivia Teroba. 


Sobre su libro, publicado por Las afueras, cuenta: “Un lugar seguro en una primera versión se llamaba Escritos, porque me gustaba jugar con esa simpleza, porque pienso que el ensayo literario es eso, la escritura en su formato más básico: un registro, pero del pensamiento. Llegué al título después de pasar por varios otros, y decidí quedarme con él porque me parecía que representaba la idea que impulsó aquella escritura: la de encontrar un refugio en un entorno de violencia”.  

 Teroba es también autora de libros como El fin del mundo y el inicio, publicado por Overol. “En el caso de los libros de cuentos, suelo elegir para el volumen el título de uno de los relatos, como en el caso de Respirar bajo el agua y El fin del mundo y el inicio. Este último libro tuvo otro título antes, Pequeñas manifestaciones de luz. Es un título que pensé demasiado (y quizá ese fue el problema) pero después me pareció muy literal, porque me di cuenta de que conducía a expectativas sobre el libro que no siempre tenían que ver con el contenido de los cuentos. Por eso decidí cambiarlo. Soy muy indecisa y suelo hacer cosas así: agregar nuevos textos a las nuevas ediciones de libros ya publicados, cambiar los cuentos de lugar, crear nuevos compendios con otro nombre. Me parece divertido pensar que la obra siempre es susceptible de cambiar, a verse de otro modo, y darme cuenta de cómo, en efecto, al cambiar el título, el orden de los cuentos, cambia por completo su lectura”. 
 

Jorge Consiglio, autor de libros como Pequeñas intenciones, Hospital Posadas o Gramática de la sombra acepta, sin vueltas: “Me cuesta un huevo titular. Doy vueltas y vueltas hasta que alguien me persuade del título indicado. Me pasó con Villa del Parque, por ejemplo. Iba a publicar el libro y no se me ocurría qué combinación de palabras podía cifrar la médula del texto. Un día nos juntamos con Hernán Ronsino en un bar y él tiró el nombre. Lo pensé tres días; al cuarto supe que era el adecuado. Villa del Parque es el barrio en el que nací, pero además es una atmósfera, un clima, una zona en la que se mezcla la infancia, cierto extrañamiento frente a lo real y una noción particular del tiempo. Esas mismas cosas, desde mi punto de vista, definen los cuentos de ese libro. Ronsino supo distinguirlas y darles nombre. Me parece que para titular, necesariamente, hay que hacer un juego de triangulación: jugar con las bandas, como en el pool, para que la bola entre en la tronera”. 


  

En su lista de autores admirados por sus títulos hay muchos, “pero hay una en particular que me deslumbra: Sara Gallardo. Los galgos, los galgos, Pantalones azules o El país del humo son títulos extraordinarios. Creo, además, que en el mismo nivel al de los de ella hay dos que la rompen y que me hubiera encantado que se me ocurrieran a mí: El juguete rabioso, de Arlt ¾sin duda, uno de los mejores títulos de la literatura argentina¾ y Cuando ya no importe, de Onetti. También se me vienen a la cabeza un par más. Uno de Molloy: El común olvido y otro de Saer: Nadie nada nunca. Pienso que en los títulos enormes, en aquellos que se destacan y se vuelven inolvidables, existe una condensación fuerte parecida, en algún punto, a la de las imágenes poéticas”. 


 

"Dejemos hablar al viento, El corazón es un cazador solitario, La rebelión de la flor, El sueño de los héroes ¾pasa lista la escritora Vera Giaconi¾. Esos son los títulos por los que suspiro y los que hubiera deseado para cualquiera de mis cuentos o libros, no porque me los mereciera sino porque un artefacto así de perfecto es también un regalo para el lector y un buen augurio, es la clase de presentación que te hace confiar en quien estará a cargo del relato mucho antes de leer la primera línea. Pero soy vueltera al momento de titular, quizá porque en mi búsqueda el objetivo está tan alto, y termino atrapada en una red de opciones que me hacen perder la fe en el proceso y me conformo con lo más práctico, cuando no soy rescatada a tiempo por esas voces amigas que aconsejan bien y justo antes de soltar el material”. 

La autora de Seres queridos o Carne viva confiesa, además: “No me gustan los títulos que usé hasta ahora, ninguno, y cómo podrían gustarme si lo que en realidad anhelo es un Octubre en el menú o Donde yo no estaba o Los detectives salvajes o Maldición eterna a quien lea estas páginas. Qué maravilla todos, ¿no? Qué fiesta”.   

 

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