Felipe Gana: “Somos el sello de una universidad, no un sello universitario”
Viernes 19 de julio de 2024
El editor general del sello de la Universidad Diego Portales, de Chile, visitó Buenos Aires para presentar el catálogo.
Por Valeria Tentoni.
La editorial de la Universidad Diego Portales es uno de los sellos chilenos más destacados de la escena, con un catálogo exquisito y arriesgado a la vez, que conserva su derecho a los rescates pero acumula apuestas novedosas mes a mes. Sus colecciones son bien independientes, incluso en cuanto a su diseño, y hasta Argentina llegan vía la distribuidora Big Sur desde hace un buen rato.
En este tiempo, han fidelizado un público lector que puede encontrarse con libros de Fleur Jaeggy, Nicanor Parra, Idea Vilariño, José Donoso o Álvaro Bisama entre sus últimas novedades, las antologías que prepara Leila Guerriero (además de autora del sello), o las entregas de sus más de veinte colecciones, entre ellas la “Poesía”, “Huellas”, “Vidas ajenas” o “Pensamiento contemporáneo”.
El editor Felipe Gana, quien trabaja codo a codo con Matías Rivas en el pequeño equipo de esta editorial, visitó Buenos Aires para presentar su trabajo junto a los autores Mauro Libertella y Mercedes Halfon. Aunque constituida en los ochentas, explicó que es a partir de 2003 cuando Ediciones Universidad Diego Portales se reestructura y gana el vuelo que ahora le conocemos.
Si se le pregunta, Gana responde que edita pero no escribe: "En realidad, sí. Contratapas. Pero sin firma”.
¿No empezaste a vincularte con el libro como escritor?
No, empecé directamente como librero. En librería Ulises, mientras estudiaba derecho.
¿Y cómo te convertiste en lector? ¿En la escuela lo estimulaban?
En el colegio no, hicieron todo lo contrario. No era la intención de la institución que salieran poetas de ahí, pero igual mi generación está llena de poetas. Recuerdo que, una vez, el profesor me echó del aula porque no me creyeron que estuviera leyendo El doble, de Dostoievski. Todos mis compañeros iban a sacar libros de la biblioteca, pero yo tenía los míos, los había llevado de mi casa. Había un club de lectura que te enviaba un libro al mes. Libros buenos, en general. Y, claro, yo estaba en ese momento con ese de Dostoievski que me había llegado y el profesor me dijo no, usted no puede estar leyendo eso. Y me echó.
¿Fue con el argumento de que estaba simulando leerlo o que era demasiado para un niño?
No era tan niño, tendría unos 15 años.
¿Y qué hiciste?
Me fui del aula. Y nunca me lo terminé. No era un colegio en el que te incentivaran a estudiar letras. Pero mi papá tenía muchos libros en la casa.
Imagino que tu papá también era abogado, ¿me equivoco?
Sí, pero mi papá me decía que no estudiara derecho. No es para ti, me decía. No me lo incentivaron nunca. Fue al revés: estudié derecho de rebelde, ¡cómo no iba a ser para mí! Debería no haber sido rebelde.
¿Entonces vos te encargás de los contratos en la editorial?
Sí. Pero también en derecho se aprende a argumentar. Para la crítica es buen aliado. Y como editor, súper bueno. En el sentido de los contratos, de saber qué estoy proponiendo. Hago muchas cosas para sobrevivir, como todos. Y en eso, también asesoro cada tanto a algún autor. Yo me consuelo un poco, digo que no perdí tanto el tiempo. Pensé en estudiar historia, literatura después, y al final derecho era la decisión más segura, la que te garantiza garantizaba un futuro esplendoroso... La cosa es que no lo tomé.
En ese contexto, ¿cómo se fue formando tu gusto lector? ¿Por intuición?
Leía lo que encontraba en librerías. Siempre he sido un lector intuitivo. Por suerte, tengo una buena intuición y en general le apunto. Nunca me he clavado con algo. Bueno, todos nos hemos clavado. Pero nada muy extremo.
Está bueno también eso para editar, ¿no?
Es una buena forma, porque además te sirve para editar cualquier cosa. Obviamente, hay unos libros que uno prefiere hacer. Prefiero hacer la colección “Vidas ajenas” que la colección de ciencias sociales, pero te sirve para ser un editor con un espectro más amplio y más libre.
Pregunto todas estas cosas porque la colección de Ediciones UDP es muy arriesgada para ser universitaria, llama la atención. ¿Desde cuánto trabajás ahí?
Desde el 2012. Y Matías Rivas está desde el 2003.
Él la fundó, tengo entendido, pero en la página web figura el origen en 1986. ¿Cómo es la historia del surgimiento de UDP?
En 1986 empieza, pero era otra universidad: una universidad pequeña que ocupaba una casa. Había libros de apuntes, textos de algunos profesores, pero no era una editorial. Ni universitaria ni una editorial. Después, en 2003, cuando entra Matías empiezan las colecciones de poesía y “Huellas”. Empieza a crecer el proyecto. Ediciones UDP es la editorial de una universidad, pero no es una editorial universitaria. En Chile esto no es tan raro, tenemos el antecedente de la colección “Cormorán" de la Editorial Universitaria, en los años 60. Preciosa. Luego, la Universidad de Valparaíso tiene su sello, la Universidad de Santiago de Chile, la Universidad Austral, en Valdivia, hay también tiene un sello universitario importante.
Y en este segundo momento, ¿con qué libros salieron?
Con El poema del otro, de Juan Luis Martínez, que es de los primeros. Con un libro de ensayo de José Donoso, libros de Gabriela Mistral, de Nicanor Parra. Ahí Parra empieza a hacer de UDP su casa editorial. Después aparece la colección “Vidas ajenas”. Ya en el 2007, 2008, el sello empieza a agarrar más fuerza y salen más libros al año. Hasta 2013, que fue una locura porque fueron los 40 años del golpe militar y se publicaron 40 libros con un equipo de personas igual al que tenemos ahora, incluso Leila Guerriero publica Plano americano ese año.
¿Cuántas personas trabajan en Ediciones UDP?
Tenemos también editores externos, pero de planta y trabajando todos los días en la editorial somos cuatro. Es poco.
¿Y siempre con esta idea de que sea una editorial de una universidad, pero no universitaria?
Sí, esa es una idea de Matías. Que sea una editorial literaria. Trabajamos con harta libertad. Planteamos con Matías un listado de libros del año y los vamos decidiendo junto a la universidad.
¿Cómo es la interacción con el resto de los sellos, con el ecosistema de editoriales chilenas?
Somos autárquicos, no pertenecemos a ningún grupo de editoriales. No pertenecemos a ninguna agrupación. Y en el ecosistema nos llevamos bien, creo yo. Es que hablar del ecosistema del libro en Chile es como mucho. Es muy pequeño todo. O sea, vender 2000 ejemplares de un libro es un éxito. Un exitazo.
¿Cuáles son las colecciones de UDP que más venden?
La colección de poesía es muy impresionante. Por ejemplo, la poesía reunida del Enrique Lihn se vende mucho para ser un libro de 600 páginas. La colección que más vende, como longseller, es la de poesía. Le sigue “Vidas ajenas”.
¿Y por qué crees que son las que más funcionan?
Está la cosa endémica de Chile y la poesía. Y luego la biografía: es de la única forma que podemos lograr algo que sea medianamente un bestseller. Son con los únicos libros que hemos estado en los rankings de venta, por ejemplo. Son biografías acotadas.
Hay un interés creciente por la biografía. Quizás incluso a veces hay más interés por la biografía que por la obra.
Es que yo creo que por ahí va la cosa. Hay más interés en el chisme que en la obra en sí. Con un autor como Pedro Lemebel, por ejemplo, hay muchas ganas de leer el chisme sobre Lemebel que de leer a Lemebel. Parra, ni hablar. A mí no me gusta el término “autoficción”...
¿Por qué?
No lo entiendo. Me parece que es demasiado periodístico. No me resulta real. Me parece que un paraguas que está abarcando muchas cosas que antes eran novelas, por ejemplo. Es un término que salió de una contratapa en los años 70. No un término que se le ocurrió a alguien dentro una academia, ni a un periodista; fue un editor que fue vivo y le puso así, le pareció bonito y lo puso en una contratapa y acá estamos. Era la contratapa de un libro francés, no me acuerdo. Un libro francés muy menor. Ese es el origen del término “autoficción”. Ahora todos lo usan, pero nadie habla de Proust como si escribiese autoficción. O, no sé, de Montaigne. Y todos esos son grandes “autoficcionadores”, digamos. No creo que haya ninguna amenaza en esto, lo que me parece es que es un término menor, y que al final estos paraguas que abarcan muchas cosas no abarcan nada.
¿Qué idea de literatura persigue Ediciones UDP, o qué idea de literatura los acompaña?
Eso está bien resuelto por colecciones. Tenemos la colección “Indicios”, de traducción, o entre las más nuevas la “Recta provincia”, que es la de narrativa chilena o sobre Chile. Está la colección “Humanidades”, de ensayos más libres, no necesariamente filosóficos. Y ahí está Mike Wilson o Beatriz Sarlo. Está la colección “Huellas”, de crónica latinoamericana. Luego están las antologías.
¿Cómo piensan el lugar de las antologías, de los editores agregados como Leila Guerriero, con libros como Ídolos o Los malos?
Leila fue casi al mismo tiempo autora y editora de UDP. Los editores externos le dan mucho aire al sello, porque llegan con proyectos, traen ideas. Es una buena forma de trabajar, tampoco podemos tener una planta muy grande; los presupuestos, como en cualquier universidad pública o privada, son súper acotados.
¿Tienen convocatorias abiertas de materiales, reciben textos?
Nosotros seleccionamos y elegimos. No sólo en el sentido amplio, con los editores externos también. Leila generalmente lo conversa bien con Matías, elige su catálogo de autores y a quiénes van a perfilar. Andrés Braithwaite llega con sus libros, Sebastián Astorga llega con sus libros, lo mismo Matías o yo. Al final de año tenemos una reunión con rectoría y ahí les proponemos un plan. Hay un gerente de la editorial ante quien deben rendir los números, por supuesto que tenemos los límites de un presupuesto.
¿Hasta dónde se mete un editor en el texto?
¿Hasta dónde se puede meter un editor? Yo creo que, siendo respetuoso y manteniendo el estilo del autor, se puede meter en todo. No me meto a cambiarles el estilo ni a pedirles que escriban como yo quiero, sino que busco sacar lo mejor de lo que tienen en el texto. Esto haciendo todas las cabronadas que pueda hacer un editor, como mandar a reescribir, etcétera. No soy de esos editores que tienen una fórmula de cómo se tienen que escribir las cosas y que al final pierden un poco la voz del autor. Eso no me gusta. Creo que cada uno tiene su fórmula y que la deben mantener así. Que salga lo mejor que tenga que salir, con su exceso de talento o con sus limitaciones, pero sí me tengo que ocupar de que hagamos un libro correcto. Después, tenemos procesos donde siempre hay un corrector, nunca es directamente un editor. Aunque hay editores que tienen mucha seguridad, igual hay que corregir.
¿Cuántos libros están publicando por año?
Veintitrés libros físicos. Y hay colecciones más académicas que son digitales.
¿Tienen imprenta, imprimen en Chile o mandan a imprimir afuera?
Imprimimos en Chile. El papel que se usa en chile es finlandés y está muy caro; algunos mandan a imprimir a China pero a nosotros no nos sirve esa lógica, no nos dan los tiempos. Nosotros trabajamos con una imprenta, la Imprenta Salesiano, que acaba de cerrar. Una imprenta que tenía 130 años y cerró de un día para otro. No salió ni una sola nota en ningún lugar, eso habla también del estado del periodismo en Chile. No hay ningún libro sobre la historia de Salesiano, ninguna nota sobre el tema, no hay nada. Y debe ser de las imprentas más antiguas de Latinoamérica.
La última pregunta podría ser al respecto del periodismo y de la crítica literaria, ¿cómo ves el estado de cosas en cuanto a la recepción de los libros en estos ámbitos?
Hubo una gran polémica el año pasado al respecto de esto. Mis amigos académicos dicen que la crítica debe ser académica, pero yo creo que la crítica semanal, periodística, es muy importante. Y en ese aspecto, en Chile estamos en un momento absolutamente desolador. Prácticamente no hay medios culturales, se achican o cierran los suplementos y lo poco que hay se escribe en blogs. Es que es un trabajo caro, y los medios no tienen cómo pagarles, o les pagan muy poco y nadie quiere tomar el trabajo. Porque tienes que pagarle a alguien para que lea un libro por semana y escriba, además de que muchas veces ese libro no le va a gustar. Efectivamente, se lee poca crítica y se escribe poca crítica. Pero es muy importante su papel: genera polémica, inicia la conversación, da un primer paso. Yo creo que la crítica es muy necesaria.