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Entrevistas

Eugenia Pérez Tomas: "Este es un libro oscilante armado desde los ojos del puerperio"

Literatura argentina contemporánea

Escritora, dramaturga, directora teatral y editora en Bosque energético, Eugenia Pérez Tomas publicó libro nuevo en Paisanita: La canción del día: "Los límites entre géneros son un tanto líquidos para mí", dice.

Por Valeria Tentoni. Foto de Luisina Jacinto.

       

Nacida en Buenos Aires en 1985, Eugenia Pérez Tomas es escritora y dramaturga. Egresada de la escuela de Dramaturgia de la EMAD y Magister en Escritura Creativa (UNTREF), estenó obras de teatro en colaboración con Camila Fabbri como En lo alto para siempre y ¡Recital Olímpico!. También escribió y dirigió Las casas íntimas, Rodolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio, y Disparo de Aire. Rara Avis publicó sus obras en el libro Hacer un fuego. También se editaron en Libros Drama, Universidad del Sur y Libros del Rojas (UBA), y fueron traducidas al francés y al inglés.

Publicó la novela Frutas tardías (Paisanita), el libro de poemas Los buenos deseos (Elefante) y la obra Las luces (Libretto) junto a Andrés Gallina, con quien también arma el inminente sello editorial Bosque energético, dedicado a la publicación de diarios íntimos. Además, coordina talleres y acompañamiento de escrituras. 

Ahora, también con Paisanita, acaba de publicar La canción del día, una obra alrededor de la maternidad y la crianza, del cuerpo, la noche y el deseo.

 

 

Sos dramaturga y directora teatral además de escritora, ¿en qué creés que influye esto a la hora de escribir libros? ¿Cómo aprovechás esa experiencia de tridimensionalidad al escribir?

Mi formación es la del teatro, de ahí vengo, es lo que estudié y es lo que me trajo la idea de que una creación debe ser una experiencia que nos conmueva. El teatro tiene una íntima relación con el cuerpo y es puro acontecimiento, esos ingredientes están en mi lente cuando escribo. Además, la dramaturgia que me interesa es esa que no se ocupa tanto de la representación en la escena. Los límites entre géneros son un tanto líquidos para mí. No tengo separado ahora soy dramaturga, ahora tal otra. De alguna manera intento que eso que el teatro sabe desplegar en los procesos de ensayos, de prueba, falla y búsqueda, me influya para bien cuando estoy escribiendo un libro a secas. 

La canción del día se inscribe en una serie de libros sobre maternidad, como In vitro de Isabel Zapata o incluso Madre soltera de Marina Yuszczuk. ¿Quisiste sumarte a una conversación o pensaste este libro más allá de una cuestión generacional?  

Bastante antes de imaginar mi embarazo leí con fascinación el libro de Marina Yuszczuk, autora que en aquel entonces me dio pie a creer que una escena puede en su potencia íntima arrasar con el resto de los imaginarios cotidianos y también me hizo pensar que después de todo es eso lo que me atrae e interesa de la literatura: algo que nace de un gesto muy personal y que termina por trascender la referencia. Años después, quedé embarazada y felizmente me topé con Nueve Lunas de Gabriela Wiener que me abrió un sendero a muchísima más literatura sobre maternidad y ahí sí, por obvia sintonía, leí todo lo que podía con mucha pasión, porque el embarazo es un tiempo hermoso para leer a puras anchas. Descubrí una tradición de autoras de diferentes procedencias y géneros que están pensando sobre sus experiencias y leí en la clave que propone ese texto de Margo Glantz que pone en relieve que, si la historia la hiciesen las mujeres, se registraría el descubrimiento de la aguja y del hilo como el inicio de la era moderna. Pero tuvo que pasar tiempo y marea para que se organice la atención y es gracias a esas autoras que abrieron paso a otras como yo, que en el mejor de los casos puedo intentar sumarme a una conversación. Para mí, este es un libro oscilante armado desde los ojos del puerperio. Ese punto de vista puérpero me dio como resultado un ensayo -en su mejor estilo teatral- sobre las formas del nacimiento. Y no creo que sea un tema agotado. Cuando aparecen no decimos: ¡otro libro de guerra, otro de viajes! Es una picardía quedarse en la encerrona del valor por la novedad o de lo original. Prefiero pensar con la alegría que da el hallazgo por ligar una serie de libros. Y exclamar con frenesí: ¡otro libro sobre maternidad! 

En La canción del día trabajás con una segunda persona, una opción no tan común, ¿por qué tomaste esa perspectiva para narrar? ¿Qué te permitió la segunda persona?

Pensé trabajar la voz con el uso de la segunda persona para dar rienda a una narrativa afectada por una experiencia hormonal, simbólica y física muy específica. Es un recurso que está en toda la primera parte del libro, de hecho, así titulé el inicio. Tiene que ver con una puesta en escena de la disociación que experimenta una persona durante la gestación y primeros meses luego del nacimiento, parecido por momentos a un proceso de despersonalización y también plenitud. En mi caso, el deseo fue protagonista y aún desde el deseo, el embarazo es monstruoso y magnífico casi que por igual. Me gusta poner en juego en la escritura algunas imágenes que me resultaron muy pregnantes en aquel tiempo, como esa idea ingenua o literal de caminar por la calle con dos corazones o tener un pequeño laboratorio interno que arma otro cuerpo. También me permitió detenerme sobre el movimiento que genera la maternidad en el lenguaje. No solo se usan diminutivos y palabras cariñosas para nombrar a la hija, hay un fenómeno muy particular que pasa en la lengua de la madre, una boca que se convierte en el refugio, cada vez que nombra y da alimento con la lengua y el consuelo de la nana, esa música inventada para pasar la noche (la noche, con una recién nacida, puede aparecer a las tres de la tarde). Y también me interesaba ver cómo a la narradora le lleva un cierto tiempo recuperar la posibilidad de hablar en primera persona. El tiempo para recuperar el habla no es lineal. Me gusta pensar que en ese tránsito la narradora se sacude la piel y se saca de encima varios yoes, como si eso fuera posible, y liberador como cuando los animales se sacan el agua atrapada entre los pelos después de un chapuzón.

¿Cómo decidiste manipular los materiales que abonaron el imaginario y las historias de este libro? ¿Con qué distancia y con qué procedimientos?

Lo empecé durante los primeros meses de embarazo y lo continué hasta los primeros años de mi hija que ahora tiene cuatro. Lo leo y veo que es una sucesión de ideas relacionadas a mi vínculo con el teatro, los miedos y el hecho de convertirme en mamá. Hay algo de la dupla vida - creación que puede venir de mi amor por el personaje Nina en La Gaviota de Chéjov, ella dice "desde que creo en mi vocación ya no le temo a la vida".  Creer en el andar intuitivo es muy poderoso. Eso trae la maternidad y eso trae la tarea del arte. Después hay algo de hacer y olvidar que está muy en juego en mi escritura, como un desentenderme de lo que hice. Intenté pensar un libro donde el núcleo esté desplazado y que eso dé cuenta del movimiento que hace la maternidad en el cuerpo y en el discurso. En una primera instancia me sentía segura pensando que ser mamá me había revelado cosas en relación al pasar de nuevo por lugares en los que yo había estado como hija y, al ver todo de nuevo en su doble vara (otra vez y por primera vez) algo se reparaba. 

Mientras escribo estoy con varias lecturas a la vez, siento que me cuidan las espaldas y, además, porque leer me otorga un silencio que no tiene que ver con un ostracismo o un aislamiento, sino con algo mucho más económico y hasta simple, que se relaciona con entrar en el pulso - ritmo que me va a dar el flujo de la escritura. Recopilo frases, citas, cosas que alguien dijo y que luego empiezo a engrosar y despejar. Esas dos acciones casi opuestas comienzan a trabajar en colaboración. Y es una tarea de hormiga. 

Ir trabajando el libro me hizo pasar de atender el sentido de la vista al sentido de la escucha. Una de las primeras versiones se titulaba “El mar de las cosas nuevas” y en el trabajo de la rescritura (que fui y vine sobre el borrador, lo di a leer, reescribí y corrió agua bajo el puente), en ese péndulo, se fue agudizando en mi oído el sonido del libro y quedó como es ahora La canción del día.

Hablar del cuerpo me resultó transformador porque me hizo dar cuenta de que escribo desde un registro sensorial y táctil. Veo en lo que hice un libro chiquito hecho de varios libros chiquitos y me acuerdo, que, para pensar la escritura escurridiza, me ayudó otro libro chiquito que se llama Flâneuse, de Lauren Elkin, donde ensaya sobre 'la paseante'. Me atraen las combinatorias que tienen como resultado narraciones anfibias y hay algo de ese tiempo del paseo, fuera de la rueda de producción y todo turismo, que me interesó particularmente para pensar el oficio de la escritura y las tareas de crianza. La idea de una escritura que pasea está muy presente.

 

Ima, Río, Saturno: ¿cómo fue el trabajo con los nombres? ¿De dónde vinieron? ¿Qué importancia les diste?

Son nombres que me gustan por su sonoridad, el recorte siempre es arbitrario y fue una necesidad de poner un filtro sobre la fotografía personal. Hace poco leí en un cuento de Lorrie Moore “El amor es arte, no verdad” y pienso que sí, que recordar es poner en práctica una invención, el recuerdo es una artesanía. En mi colección de escenas de crianza aparecen nombres y lugares verseados que me mandan a otras escenas de mi memoria infantil. Es una forma en la que me siento más experimentada para narrar, a partir de cómo suena y con las imágenes que se arman. El pueblo que la narradora nombra de sus antepasados es un collage hecho con la ciudad La banda en Santiago del Estero y las hojas de lavanda que mi mamá seca para poner en los cajones de la ropa. La imagen construye una vibración, un sonido casi sin audición y tengo una debilidad por ese tipo de atmósferas.

El sueño y el miedo son dos estados que se repiten para el cuerpo de la protagonista, ¿qué potencias buscabas ahí?

Me interesa pensar lo que pasa con el cuerpo en esas instancias de umbral que pueden ser el sueño y el miedo. El miedo funciona como borde perceptivo, el sueño es un vehículo para cabalgar durante. El sueño es un reparo. Yo necesito dormir para escribir, necesito dormir para leer. Necesito dormir para poder cuidar. Es para mí un momento de mucha plenitud. Hay un cuento para ir a dormir que leemos con mi hija y me calza perfecto. Un niño, Héctor, le pide a la mamá un cuento sobre lobos para ir a dormir, justamente porque los lobos le dan miedo le pide escuchar lo que le va a impedir conciliar el sueño. El ir persuadiendo la figura del lobo es, de alguna manera, una forma de ir construyendo la imagen de lo que le da terror. Contar es un efecto tenso en el que se acercan mucho para tomar distancia. Después de esa narración a dos voces, que hacen madre e hijo al pie de la cama, el niño se queda dormido. El cuento ofrece una última página sin palabras,  así: en la cama el niño, en el sumun del sueño, está rodeado de lobos. Porque un poco lo que sigue al relato del miedo es otro relato del sueño y así sucesivamente. 

Con Andrés Gallina desde hace un tiempo están dirigiendo la editorial Bosque energético, dedicada exclusivamente a los diarios íntimos. ¿Por qué les interesa ese género? ¿Qué creen que dice de la época que ese género tenga cada vez más lectores?

Nos interesa el género porque es una escritura que se piensa lateral. Los diarios están al lado de otra cosa. Los diarios son compañeros. Me podrás decir que los libros en general lo son. Y, sí, es cierto. Pero lo específico del diario es estar en paralelo, ahí dando soporte a una época, a una experiencia, a una práctica. Se mueven en ese terreno lindante entre la confesión, la observación, el registro del detalle inútil. Con todo esto de la inteligencia artificial y los bots ingeniosos creo que equivocarnos va a ser nuestra verdadera conquista. ¿Un bot puede escribir un diario? Me pregunto qué puede decir del deseo una máquina. Con Andrés imaginamos armar un catálogo desde ese placer que compartimos por la lectura y la premisa de volvernos específicos nos abrió una dimensión donde tenemos mucho todavía por explorar, y hacía ya vamos.

 

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