Robert Walser flâneur de Boedo
Viernes 14 de setiembre de 2012
Esteban Feune de Colombi y Natalia Helo le dan vida a un Robert Walser que pasea por Boedo. La obra El paseo de Robert Walser, con dirección de Marc Caellas, se realiza en el marco del Filba 2012. Hoy, a las 14 y a las 16, las últimas funciones.
Por Mercedes Halfon.
Por la puerta de la Fundación Tomás Eloy Martínez, ubicada en pleno barrio de Boedo, pasan toda clase de vecinos: una madre y un nene con el disfraz completo del hombre araña, un muchacho de bigotes que canta un tango tratando de afinar, dos ancianas del brazo, adolescentes con inesperadas partes de la cabeza rapada. Pasa también un hombre muy particular: lleva un traje gris topo, sombrero y paraguas. Es extraño, el sol brilla en todo su esplendor primaveral, nada indicaría la necesidad de tales accesorios. Estamos, en realidad, frente a un actor que encarna al escritor suizo Robert Walser. La descripción de la escena es un poco tramposa, porque desde que estamos allí, frente a la Fundación Tomás Eloy Martínez, es a Walser a quien estamos esperando. Pero gran parte del efecto de la obra El paseo de Robert Walser, dirigida por el español Marc Caellas, reside aquí. En esa indefinición entre lo que es ficción y lo que es realidad, entre lo inesperado y lo que estábamos esperando.
¿Quién fue Walser? Un escritor de una obra no demasiado extensa pero sí muy influyente, que incluyó relatos cortos, poesía y autobiografía. Fueron sus admiradores, entre otros, Benjamin, Kafka y Hesse. El texto en el que está basada la obra se llama precisamente El paseo, una nouvelle que escribió en 1917. Walser murió el día de navidad mientras daba uno de sus largos y característicos paseos por los alrededores nevados del manicomio donde estaba internado en Suiza. Es triste y célebre la foto de su muerte. Se lo ve caído, sobre esa superficie helada y mullida, el sombrero a poca distancia de la cabeza, el cuerpo en una posición torpe, al final de la línea de pisadas frescas que manchan de dos en dos el impoluto paisaje de la nieve.
Nuestro Walser nos conduce en un lento paseo por el barrio de Boedo. Hay partes que parecen detenidas en el tiempo y otras en las que las épocas parecen entrecruzadas, tensas, en un equilibrio en el que el presente más desangelado, está a punto de arrasar con todo. La caminata incluye paradas en un antiguo y algo derruido local donde se arreglan manijas, una librería, una estación del subte E, una zapatería que conserva las máquinas originales con que se arreglaban calzados a principio del siglo XX, un cajero automático de un Banco local (si es que esto existe) de donde somos echados inmediatamente, un bar donde cree encontrarse con una actriz retirada. Mientras, esta versión pelirroja e hispanohablante de Walser va recitando hermosos textos, reflexiones sobre la vida en la ciudad, sobre la belleza y la fealdad que pueden encontrarse allí, sobre el tiempo que hace falta para apreciar las cosas, sobre lo que ama y sobre lo que desprecia. Junto a Walser paseamos, miramos, cambiamos nuestro habitual estado de percepción de la ciudad. Y esto ocurre de un modo prácticamente mágico. Como si se hubiera abierto la puerta a una dimensión desconocida y de la mano del escritor hubiéramos podido entrar allí. De pronto todo comienza a parecernos sutilmente violento, o encantadoramente costumbrista, o intolerable de bello, o de antiguo, o de secreto. Descubrimos, redescubrimos en verdad, todas esas cosas que siempre estuvieron ahí delante de nosotros.
Como un juego de espejos vemos la realidad como una ficción, pero esa misma realidad nos mira como si fuésemos nosotros quienes estuviéramos actuando. Los vecinos, los comerciantes, los que simplemente esperan el colectivo, observan a este grupo de paseantes soñadores que camina tras un hombrecito de traje gris y seguramente creen que algo raro está pasando. Un vendedor de boletos del subte E sale de su casilla (literalmente) y lo dice “¿pero esto qué es? ¿Arte contemporáneo?”. Entonces comienzan las preguntas: ¿Por dónde delinear los límites del arte? ¿Qué es un espectador?¿Por qué la ciudad en si misma no puede ser un espectáculo si tan sólo logramos enmarcarla?
Finalizado el recorrido urbano, Walser nos lleva de vuelta a donde partimos, donde somos recibidos por una dama, tal vez una mecenas del escritor, que nos estaba esperando con comida. Ellos discuten. Y Walser se va. Final de la obra. No nos queda otra que volver a la ciudad donde estuvimos antes, pero ahora con la mirada renovada.