Mil Fogwills
Lunes 17 de setiembre de 2012
El autor de Los pichiciegos y Vivir afuera fue visitado en el Filba Internacional 2012 en un panel compuesto por María Pía López, Horacio González y Daniel Link, y moderado por Guillermo Piro.
Por Iosi Havilio. Foto: P.
Loco. Tremendo. Poeta. Escritor. Insoportable. Lúcido. Generoso. Aterrador. Quique. Trotskista. Sabio. Cínico. Sobreviviente.
Algunas de las palabras que se dijeron para nombrar a Fogwill el viernes por la tarde en la librería Eterna Cadencia. Una suerte de homenaje a dos años de su muerte. Un homenaje merecido del cual él seguramente se habría burlado riendo fuerte. Los participantes del encuentro: María Pía López, Horacio González, Daniel Link y Guillermo Piro. El título, precisamente: La larga risa de todos estos Fogwill.
Abrió Link leyendo el comienzo de Un guión para artkino donde según él se condensa el sarcasmo y la ironía que Fogwill imprimía a sus textos. Luego interpretó un bellísimo poema: "Contra el cristal de la pecera del acuario". Un poema sobre el adentro, el afuera y la tibieza de lo argentino. Por último, trajo una frase que Vera Fogwill escribió al poco tiempo de la muerte de su padre: “Escribo para no ser escrito, se limitaba a decir siempre él. Y ahora qué carajo hago, papá? Escribo para que no seas escrito o dejo de escribir? ” Una pregunta que según Link dispara Vera y nos alcanza a todos.
Horacio González por su lado leyó un fragmento de Memoria de Paso, un cuento de Fogwill tras las huellas de Orlando que narra un transformismo nacional, el tránsito de mujer a hombre que se inicia con la Revolución de Mayo donde la historia aparece, como en Los pichiciegos, sin drama. Para González, en Fogwill el mundo amoroso surge como un enorme intento de escaparse del mundo mecánico. Y es ese intento lo que hace de su literatura, una literatura dolorosa.
María Pía López habló sobre Fogwill y el asombro. O mejor, los asombros. Los de su mirada extrañada sobre el mundo y sus mecanismos. El asombro que producía en sus lectores. Y el que lo movía a escribir sobre las prácticas del habla. Ilustrando esta búsqueda, leyó el ya célebre comienzo de Los Pichiciegos y un fragmento de En otro orden de cosas. Y concluyó: Si reímos con Fogwill es sobre nosotros mismos, sobre la experiencia de lectores, escritores, de habitantes de una sociedad y una lengua.
Revisando algunos temas motores de la escritura de Fogwill, Link se refirió a esa preocupación por el afuera, recurrente tanto en sus poemas como en la narrativa. Ahí López habló sobre la posibilidad de narrar como clave de supervivencia, tal el caso del último de los pichis que resiste para contar y así se salva. Una redención que encuentra en la forma poética el paso a una vida literaria. González por su parte rescató los poemas de Runa y Lo dado. Un trabajo que horada las palabras en búsqueda del origen y la experiencia, y volvió a subrayar esa pulsión de Fogwill por pensar críticamente los usos del lenguaje.
Entonces, Guillermo Piro invitó al resto a encarnar a Fogwill. Tarea difícil y riesgosa. Fue el tiempo de las anécdotas que, se sabe, en el caso de Fogwill, son inagotables. Link relató sus primeros encuentros cuando trabajaba en Ediciones de la Flor y Fogwill había irrumpido con el manuscrito de Los pichiciegos. Recordó el pavor que le producía atender el teléfono y toparse con su voz. En sintonía, María Pía López dijo que la admiración que le generaba como escritor contrastaba con el temor que sentía por cruzárselo en la calle. González contó una buena anécdota. Fogwill solía correr alrededor de la Biblioteca Nacional y cada mañana, terminado el trote, subía al primer piso y se presentaba en el escritorio de González para advertirle: Vas a terminar preso.
Piro, que fue el editor de sus últimos artículos, hizo lo propio. Resumió el vínculo con Fogwill como un ida y vuelta entre el amor y la agresión. También se refirió al Fogwill lector. Exquisito, omnívoro y profundo, especialmente de literatura argentina.
En efecto, así como denostaba a viva voz esos libros que le producían indignación, se convertía en promotor fervoroso de los textos que lo entusiasmaban y que él llamaba verdaderos. Urdía tramas, conectando éste con aquel, escritores con críticos, editores con poetas, lectores con libros, rebelándose contra la hipocresía timorata del mundillo literario.
Las caras de Fogwill parecen infinitas. De hecho, seguramente quedaron muchos afuera de la charla. Se me ocurre, por ejemplo: el padre, el melómano, el cocinero, el polemista, el nadador.
Sí, se lo extraña. Y es que en el reino de los tibios además de malos poetas, se necesitan muchos Fogwill. Locos, tiernos, pendencieros. Insufribles, apasionados, viscerales. Deteriorados por el alcohol, descerebrados por la droga, hipnotizados por el sexo, odiados, amados. Dos, cien, mil Fogwill, se necesitan, para sacudirnos la modorra y que estallen las diez mil flores del poema.