Letra y música
Sábado 15 de setiembre de 2012
Los cancionistas del Río de la Plata musicalizaron el festival internacional de literatura Filba en el club La oreja negra.
Por Matías Capelli.
La velada “Escribas musicales” en La oreja negra le inyectó un poco de aire fresco –otras voces, otros ámbitos– a un festival monopolizado por literatos de toda calaña: escritores, críticos, periodistas culturales, traductores, editores, etcétera. Anoche la palabra la tuvieron los músicos Pablo Dacal, Alfonso Barbieri, María Ezquiaga y Pablo Grinjot, y giró alrededor de la relación con la literatura, de los cruces entre ambos campos –y también de las zonas de exclusión– y, por último, del proceso de escritura de una canción. Porque si algo define a los cuatro es el hecho de hacer sus propias canciones, a veces con un pie en tierra del rock, otras en arenas del folclore latinoamericano, en especial la música rioplatense. De hecho la excusa subyacente al evento era el libro de entrevistas Cancionistas del Rio de la Plata, una cartografía de la escena rioplatense llevada a cabo por el periodista Martín Graziano y editado el año pasado por el sello melómano Gourmet musical.
Además de compartir una sensibilidad afín, tanto Dacal como Grinjot, Barbieri y Ezquiaga tienen años de escenarios y proyectos compartidos; se conocen bien, son amigos o al menos eso parece. El clima fue alegre y distendido –por momentos, demasiado, comentaron algunos a la salida– y el moderador Humprey Inzillo casi que no tuvo que remar para impulsar el bote de la conversación. Inzillo rompió el hielo preguntando si sentían un afecto especial por los libros, y qué importancia tuvieron estos a la hora de dedicarse a hacer canciones. Dacal dijo que para él los libros siempre fueron grandes consejeros, que en su casa –es hijo del director y dramaturgo Enrique Dacal– los había a montones. Barbieri contó que también él se crió en una casa de gran biblioteca y que desde chico leer y escuchar fueron a la par como actividades. Entre las consecuencias más intensas de esa simultaneidad sobresale el caso de Grinjot, quien contó que leyó La isla misteriosa, de Julio verne, al tiempo que escuchaba Yendo de la cama al living, de Charly García. El resultado fue una sobreimpresión; de ahí en más las canciones de una de las obras cumbres de García quedarían asociadas de modo indeleble con los paisajes del relato de Verne. La familia de Ezquiaga, en cambio, no era lo que se dice intelectual. Estaban, sí, los clásicos, “pero si tus padres no fomentan la lectura, no sirve de nada,” dijo. El acercamiento a la lectura fue, en su caso, una decisión autónoma que tomó promediando la adolescencia. “Lo primero que leí fue un libro de Henry Miller y creo que no lo entendí,” confesó entre risas la líder del grupo Rosal, cuyo debut, La educación sentimental, es un claro guiño flaubertiano. Si bien Dacal reveló haber escrito cuentos y una “novela mala”, y Ezquiaga algunos ensayos y llevar diario, los cuatro dejaron en claro que para ellos la escritura y las palabras siempre están en función de la canción. “Nos expresamos a partir de canciones,” sintetizó Grinjot. Y así como hay palabras que en un tema quedan bien, en un poema son un espanto, agregó Ezquiaga. ¿Por ejemplo? La palabra “corazón”.
Vaso de whisky en mano, Grinjot fue el más locuaz de la noche. Uno de los picos de la charla tuvo que ver con el proceso creativo, que Grinjot desentrañó y graficó a partir de su experiencia. Para Dacal más que agregar o sumar elementos a una idea inicial, muchas veces componer se trata de quitar lo que sobra, como hacen los escultores. Ezquiaga citó el libro de la poeta Laura Wittner Balbuceos en una misma dirección. Escribir canciones es un poco eso, agregó.
Aunque estuvo lejos de ser un recital, unas cuantas canciones sazonaron la velada. Acompañado por la guitarra, Grinjot interpretó un soneto propio al que le había puesto música; luego Dacal cantó a capella y mantuvo en vilo al público que se repartía entre las mesas del lugar. Sorpresivamente, a la media hora de comenzada la charla, irrumpió otro cantautor, Tomi Lebrero. Irrumpió, literal y atolondradamente, porque llegó y subió al escenario por la parte de adelante, bandoneón en funda, recién desembarcado del avión que lo había traído de Colombia.
¿En qué momento está terminada una canción?, arremetió Inzillo. Frente a esa pregunta, que acucia a cualquier artista (se publica para dejar de corregir, reza el dictum borgeano) tampoco hubo una única respuesta. Cuando la mostrás en público por primera vez, disparó. Dacal: “el fin-fin-fin es cuando se graba, y a veces ni siquiera”. Lebrero: “A veces uno graba para intentar cristalizarlo, pero el tema sigue abierto”. Según Dacal, lo que define a una canción es la armonía –o la secuencia de acordes, para ser más pedestres–, la melodía y la letra. ¿Y el ritmo? El ritmo no, dijo, para él el ritmo es un momento de la canción, que tranquilamente puede tener otro. El ritmo puede operar como una relectura, dijo, trazando otro paralelismo entre música y literatura.
Luego Grinjot tocó un tema hecho a partir de un texto del escritor uruguayo Alejandro Ferreiro, “La bella durmiente”, y Ezquiaga hizo lo propio con uno que compuso a partir de una letra de la fotógrafa y escritora Guadalupe Gaona. Después Tomi Lebrero presentó una obra flamante, recién salida del horno, que había escrito el día anterior en Santa Fe de Antioquia, un pueblo en las afueras de Medellín. Dacal y Barbieri no pudieron con su genio y se levantaron de sus sillas para acompañarlo en batería y teclados. Y es que, más allá de las palabras, las anécdotas y las reflexiones, todo el tiempo quedó en evidencia que arriba de un escenario lo que mejor saben hacer y más disfrutan, los cinco, tiene que ver con la música. Es por eso que no había otro fin que no fuera una canción. Eligieron una que sabían todos; al menos, todos ellos. Fue La era del sonido, de Dacal. Y fue la nota final de la noche.