“La nacionalidad es una desgracia”
Viernes 14 de setiembre de 2012
Fernando Vallejo participó en una entrevista pública a cargo de Ariel Schettini ayer en el Centro Cultural Recoleta en el marco del Filba Internacional 2012
Por Jorge Consiglio. Foto: Santi Ochoteco.
Fernando Vallejo es un hombre que viste con elegancia. Avanza con paso cauto: está preparado para todo tipo de rutas. Mira siempre de frente. En sus ojos, la certeza se mezcla con un toque de displicencia. En sus setenta años, hizo muchas cosas distintas en el campo del arte. Todas estuvieron determinadas por su talento y por una refinada sensibilidad orientada, sobre todo, a la lengua y a la imagen. Escribió varias novelas –algunas autobiográficas–, ensayos, biografías y una exquisita gramática del lenguaje literario. También escribió y dirigió en México dos películas sobre la violencia en Colombia. Su último film La derrota (1984) lo coescribió con el escritor argentino Kado Kostzer. Vallejo nació en Medellín, Colombia, pero pasó gran parte de su vida en México y en el 2007, motivado sobre todo por la reelección de Álvaro Uribe, renunció a su nacionalidad y obtuvo la mexicana. Su obra recibió numerosos reconocimientos —entre ellos, el Premio Rómulo Gallegos y el FIL de Literatura en Lenguas Romances—, pero ninguna distinción modificó el tono ácido de su poética, cuyos ejes se asientan en una crítica a la falsa moral, a la violencia y a la iglesia católica como mal social.
Ayer por la tarde, un poco después de las siete y media, en el marco de las actividades del Filba Internacional, Fernando Vallejo dialogó con Ariel Schettini en el Centro Cultural Recoleta. Asistió tanta gente que tuvieron que dejar las puertas abiertas de la sala. Aquellos que no consiguieron entrar pudieron al menos escuchar desde el pasillo.
Desde el primer momento, Schettini mostró sus dotes de buen facilitador: creó el clima ideal para generar el diálogo. Su primera pregunta tuvo que ver con las biografías y las autobiografías, claves en la obra del colombiano. ¿Cuáles serían los límites entre realidad y ficción? Vallejo, de respuesta abierta, se centró en el narrador. Su reflexión tomó como eje su ateísmo: si no hay Dios, por qué tolerar que cualquier hijo de vecino aspire a ocupar su lugar. El yo, la primera persona, es la única alternativa. Dijo que el “yo” creado por él abarca todas las contradicciones. Es tan amplia esta primera persona que incluye el diálogo, como formato socrático para la reflexión, que no se trata de una interacción entre dos personajes sino un autodiálogo del yo con su propia conciencia. En cuanto al tema del registro de lengua escrita, comentó que él emplea el lenguaje literario vivificado con el coloquial de Antioquia. Aclaró que esta división aristotélica, a pesar de su obviedad, es uno de los grandes hallazgos de su vida.
Otro punto destacado de la charla tuvo que ver con las tanatobiografías (la de José Asunción Silva y la de Ángel Cuervo), espirales narrados a partir de la muerte del personaje. Vallejo habló de las biografías estrictas, las que se atienen puntillosamente a la vida del personaje. Dijo que es imposible hacer con ellas un género mayor debido a que el autor debe abrir y cerrar comillas permanentemente. La única alternativa de renovación del género consistiría en desarmar el artificio; esto es consignar lo que el biografista sabe del biografado y aclarar las fuentes en el mismo texto. Este recurso iguala al biografista con el lector: los dos tienen una curiosidad idéntica por la vida del personaje. Su juicio hacia la biografía novelada fue taxativo. “Es un género miserable”, dijo.
Schettini, después, entró en el tema de la nacionalidad. Y Vallejo dio una respuesta contundente: “La nacionalidad es una desgracia”. Pero enseguida reconoció que, en ciertas ocasiones, la ira es una forma del amor.
La conferencia abarcó, además, consideraciones sobre sus ensayos que constituyen críticas virulentas a la ciencia y a la religión. También sobre estos temas Vallejo fue implacable: “La universidad y la ciencia están llenas de charlatanes e impostores”, afirmó. Después focalizó los cañones en las distintas religiones. Comentó que los móviles que lo llevaron a escribir La puta de Babilonia, su mordaz ensayo sobre la iglesia católica, fueron su amor a los animales y el hecho de la iglesia nunca los ha considerado como prójimos.
Ya en el cierre, dijo que había perdido el interés por la literatura porque no encontraba en ella la forma para decir exactamente lo que estaba pasando, no daba cuenta de la vertiginosa caída que había provocado el hombre. A las inquietudes del público dio respuestas rápidas y esmaltadas de humor. A una chica que le preguntó en qué creencias fundaba su vida le respondió que él creía que la religión era una porquería, que tenía esperanza en que se iba a morir y que la caridad la practicaba con los perros. Todo un cierre su declaración de principios. Después, solo los aplausos.