Canciones para mis oídos
Viernes 14 de setiembre de 2012
En el panel "Melodía desencadenada" de Filba Internacional 2012, seis escritores hablaron de las canciones protagonistas de su educación sentimental.
Por Cecilia Boullosa. Foto: Santi Ochoteco.
Del iPod como autobiografía, de las canciones que agitan recuerdos de la infancia o siguen resonando en el inconsciente, de canciones que escuchamos cuando estamos tristes o rabiosos, las que ponemos en repeat diez veces, las que nos fanatizan y compartimos con amigos. De todo esto se habló en la mesa “Melodía desencadenada” –la primera del Filba que se organizó en el Centro Cultural Recoleta- que reunió a seis escritores y poetas para que contaran cuál es la música que marcó su vida y, en muchos casos, su obra. Moderados por el periodista Diego Erlan, participaron de la mesa el consagrado novelista noruego Kjartan Fløgstad, el joven suceso de las letras francesas Laurent Binet, la española Mercedes Cebrián y los locales Selva Almada, Lucas Soares y Paula Peyseré.
Dada la divergencia generacional y de procedencia de los autores, el resultado de sus afinidades electivas también fue de lo más dispar: desde el Cuchi Leguizamón y su Zamba del pañuelo hasta Cenizas y Diamantes de Palo Pandolfo, pasando por Los Iracundos, Joan Manuel Serrat, el cantante francés Mano Solo y hasta una fuga austríaca.
Por ejemplo, la entrerriana Selva Almada, autora de El viento que arrasa, leyó un texto en el que recordaba las noches de verano de provincia en las que su tía y las amigas –“todas tienen tetas muy blancas y chiquitas”- se cambiaban en su pieza antes de ir a los bailes del Club Santa Rosa mientras en el pasacasete sonaba “la voz dorada de Eduardo Franco”. “Hace frío ya es mi favorita y cuando llega el estribillo yo también canto y muevo el pelo largo haciéndome la mona” (…) Y cuando se van, el sábado nos queda demasiado grande y silencioso. Con mi primo cerramos la puerta de la habitación para que no se vaya tan pronto el olor a sus perfumes y cosméticos y dejamos puesto el casete, lo damos vuelta una vez que termina y así hasta que mi hermano entra, desenchufa el aparato y se lo lleva, sacando con asco de adolescente rockero el casete de Los Iracundos y revoleándolo por el aire”.
Al filósofo y poeta porteño Lucas Soares (El río ebrio, El sueño de las puertas, Mudanza) todavía se le aparecen en ráfagas inconscientes los versos “saludo y pateo la mirada del dolor” del tema Cenizas y Diamantes, de Palo Pandolfo, que descubrió a los 14 años gracias a un intercambio de casetes con su amigo Ringel. “Esta canción constituyó un permiso revelador para mi poética en ciernes, dejándome intuir por dónde podía llegar a ir mi voz, al punto que algo –no sé bien qué- de esta canción lírica, ruda y oracular a la vez resuena todavía en lo que escribo”, relató durante la charla Soares, quien es un convencido de que las canciones “nos encuentran, no las buscamos”. “Lo que aprendí de esta canción de Palo fue que en poesía el sonido de una palabra puede ser más importante que su significado o, lo que es lo mismo, que el sonido detenta por sí mismo un significado. El poema como una caja de resonancia de significantes”.
También casi adolescente descubrió Laurent Binet a Mano Solo, un músico que cultivó el punk rock y apeló a un lenguaje poético en sus letras (murió en 2010, de HIV). “Su primer álbum, de 1993, es una verdadera obra maestra que escuché miles de veces, sobre todo cuando estoy triste”. En particular le gusta una canción de ese disco –Le monde entier- que fue la que compartió con los asistentes: “Más allá de su tristeza, hay una formidable lección de vida que galvanizaba al joven que yo era entonces. Una de sus máximas las sigo usando con regularidad: lo que cuenta no es el resultado, sino el combate”.
La elección de Fløgstad fue sorpresiva. Nada de cantantes escandinavos. En cambio, se despachó con Las nanas de la cebolla y eso de “tu risa me hace libre, me pone alas”, un tema que popularizó Joan Manuel Serrat y cuya letra es de Alberto Cortéz sobre la base de un poema de Miguel Hernández. “Me gustaría reflexionar sobre qué queda de la clase obrera, de sus valores y sus ideas”, dijo al público el noruego, quien además de haber escrito unos cuarenta libros se hizo tiempo para traducir a su lengua a Neruda, Cortázar, Borges y Carpentier. La interrogación quedó picando mientras pasaban imágenes de Guerra Civil Española en el video de la canción en Youtube.
La narradora y poeta Mercedes Cebrián (traductora, además, de autores como Miranda July y Georges Perec) eligió Fuga geográfica del compositor austriaco Ernst Toch, una de las más interpretadas de la Alemania de los años ´20. “Me permitió aprender que con una estructura académica, seria y formal, se puede hacer un juego, una transgresión”.
Hacia el final, Paula Peyseré (La racha, Llorona, Va a venir un huracán, Las afueras) hizo una apasionada promoción de la Zamba del pañuelo, del Cuchi Leguizamón. “Me conmueve, me deja muda, con la sensación de estar siempre a punto de ver algo que se va a abrir”. “Cuando la descubrí, en abril de este año, la escuché sin parar por tres semanas todos los días”, contó. “La silbaba en la calle, la tarareaba en la oficina, la linkeé en Twitter, en Facebook, la mandé por mail, traté de que la conociera toda la gente”. El plus de la zamba está concentrado, según Peyseré, en la introducción, en el silencio voluminoso entre nota y nota, en las respuestas atrasadas de la melodía y en la densidad de la interpretación del Cuchi. “Por qué me gusta tanto, porque no puedo parar de escucharla, qué tiene, me preguntaba”. Encontró la respuesta y por azar en una frase de Ezra Pound: “Ante una verdadera obra de arte se experimenta una sensación de repentino crecimiento”.