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Caminar por el costado

Robert Juan-Cantavella, Damián Tabarovsky y Guillermo Fadanelli, con la moderación de Maximiliano Tomas, hablaron del rol de la crónica luego de Carlos Monsiváis. El encuentro fue en la Fundación Tomás Eloy Martínez en el marco del Filba Internacional 2012

Por Ana Prieto. Foto: Santi Ochoteco.

las aguafuertes después de monsiváis

En 1966 Tomás Eloy Martínez le preguntó a Victoria Ocampo por qué Sur nunca había sido hospitalaria con la obra de Roberto Arlt. “Porque Arlt no se acercó a nosotros”, fue su escueta y brutal respuesta, por otro lado muy esclarecedora, porque el entonces joven periodista de Primera Plana comprendió que lo que se entiende por canon en Argentina es y ha sido siempre un lugar de poder, y que para pertenecer hay que buscar el centro o, como él mismo reflexionaría más tarde, “situarse junto a él, aunque uno camine por el costado”.

 

Fue justamente la Fundación Tomás Eloy Martínez el escenario de una charla que llevó el sugestivo nombre de “Las aguafuertes después de Monsiváis”, lo que ya de plano remitía a una continuidad entre Roberto Arlt -y sus famosas aguafuertes-, y Carlos Monsiváis, el gran cronista mexicano que falleció en 2010. Las Aguafuertes Porteñas elevaron la tirada del diario El Mundo a medio millón de ejemplares, cifra nada desdeñable en un país que entonces frisaba lo diez millones de habitantes. Y Monsiváis llegó a ser una célebre figura intelectual, que en México gozó de una fama semejante a la de una estrella de rock. Siendo tan populares los dos, sin embargo, nunca dejaron de caminar por el costado. Y ese “costado” no refiere a los temas sobre los que eligieron escribir, sino al lugar en el que eligieron situarse como autores, y desde los que reflexionaron sobre la realidad que les tocó en suerte.

El desafío de pensar qué géneros o formas pueden hoy apropiarse de la realidad que nos toca en suerte estuvo anoche en manos del escritor mexicano Guillermo Fadanelli, del valenciano Robert Juan-Cantavella y del escritor argentino y actual editor de Mardulce, Damián Tabarovsky, con la moderación del periodista Maximiliano Tomas. Él abrió el debate retrucando la consigna: “¿Qué géneros literarios, finalmente, no se han ocupado de la realidad?”

-Haciendo una gran abstracción –comenzó Fadanelli –todo lo que se escribe es ficción. Cuando escribes un ensayo y crees que estás lidiando con la realidad, tienes al lenguaje como intermediario. Y ese lenguaje nos precede: ya existía antes de que nos sentáramos a escribir, y no lo dominamos del todo. Pensar que dominamos  la frontera entre ficción y no ficción es algo ambicioso.

Juan-Cantavella estuvo de acuerdo; para él la separación entre ficción y no ficción es de una “imposibilidad metafísica”, y agregó que la “refinación exagerada” de la no ficción puede llevar al escritor hasta a inventar un testimonio extra porque el editor o el fact checker de turno así lo pide. Esa “voluntad de exquisitez” genera entonces una paradoja: llevar al cronista al terreno de la ficción a una velocidad más rápida de la que maneja un novelista.

Después de tales declaraciones, los espectadores nos habíamos dado cuenta ya de que estábamos ante una charla sobre crónica poco convencional, en la que los abordajes híper recurrentes sobre el género (cómo se lo distribuye, cómo se lo escribe, cómo se enseña a escribirlo, cómo se es guardián de la realidad, cuánta dosis de literatura, cuánta dosis de datos duros, qué es exactamente la crónica, etc.), iban a pasar de largo.

Pero había algo indelegable. La crónica tiene ya un espacio en las estanterías y en las góndolas: Tomas recordó la visibilidad que ha cobrado en los últimos cinco años, y su lugar cada vez más amplio en el mercado.

-A mi manera de ver –dijo Tabarovsky, cuya editorial publicó Antología esencial de Carlos Monsiváis hace pocos meses –a medida que la crónica se acerca al centro, pierde interés. A medida que la crónica se profesionaliza, pierde lo más interesante. Me gusta que esté en el hiato, en la grieta. A diferencia de la narrativa (de ficción), la crónica tiene una puesta en escena de lo in situ, del haber estado allí.

Para Tabarovsky la “condición irredenta” de la crónica es la periferia y su estandarización e ingreso al gran mercado editorial da como resultado su opuesto. Nombró entonces a dos cronistas argentinos que admira, y que sin duda no están en el “canon de la crónica” actual, si tal expresión existe: Ricardo Ragendorfer, y el fallecido  periodista de policiales Enrique Sdrech[1].

Monsiváis

Maximiliano Tomas planteó dos extremos: en uno el de las “aguafuertes”, tan asociadas a Arlt, y en el otro el de la crónica profesional, legitimada por el mercado. En el medio, Carlos Monsiváis: “una figura rara”, que escapa de esas dos puntas. La pregunta para los invitados: ¿cómo se lo concibe dentro del género?

Guillermo Fadanelli fue el primero en responder: -Algo que me gusta muchísimo de él es que fue escritor, cronista, y a la vez personaje. Él estaba allí, su voz, su humor. A la postre, formó parte de la crónica que él mismo escribiría, en un matrimonio extraño, obsceno, promiscuo, entre el cronista y la sociedad que narra. Me gusta mucho la idea de un cronista que forma parte de su crónica, y de romper con la idea de objeto para referirse a lo narrado.

-Me pasó de caminar con Monsiváis –recordó Tabarovsky –y escuchar cómo le gritaban por la calle. En su entierro hubo miles de personas, fue un acontecimiento público.

Y era así; el escritor Adolfo Castañón dijo alguna vez que Monsiváis  fue “quizá uno de los últimos nombres que las multitudes mexicanas sean capaces de reconocer”.

-No hay país latinoamericano con una tradición tan fuerte en la crónica como México –continuó Tabarovsky, recordando también a Salvador Novo, que hasta tiene una calle con su nombre. Y por algún motivo Monsiváis no dejó una escuela: “no se es Monsivariano”, dijo el editor de Mardulce, y contó acerca las dificultades para encontrarlo en las librerías del Distrito Federal: en la famosa Ghandi, está en la sección de “Sociología”; en las librerías de viejo se lo puede encontrar en cambio en la sección “Novela”. –Fue irreductiblemente de izquierda, marginal; incluso cuando se volvió público, no perdió nada de eso. Para él la crónica tenía una dimensión ética.

-Quizá la dificultad para catalogarlo venga de todos los elementos que hacen falta para escribir una buena crónica –sugirió Juan-Cantavella, y le dio pie a Fadanelli para intentar una clasificación de las características de Monsiváis:

1) Tenía un lenguaje barroco. Octavio Paz lo acusaba de hacer una “literatura de ocurrencias”. Era imaginativo, subjetivo, personal. Me pasaba con Monsiváis de pensar que no podría ser leído fuera de México. Pero su cultura, su erudición, su humor, lograron que en ese pantano que era su estilo, encontráramos a uno de los grandes cronistas latinoamericanos del siglo veinte.

2) Era un hombre de izquierda. Crítico del PRI, y retratista de la ridiculez y estupidez propia de los partidos. Y a Monsiváis hay que agradecerle su ubicuidad: estaba en los mercados, estaba en las huelgas estaba en las movilizaciones, siempre en el lugar de los hechos[2]

3) Su homosexualidad escondida. Yo no divido el mundo en eso, entre homosexuales y heterosexuales; hay cientos de sexualidades pero creo que en Carlos Monsiváis algo partía de allí: de ese oscurecimiento surgía un misterio.

-Quizás esta construcción que sugiero sea extravagante –concedió y culminó Fadanelli –pero hizo de él un cronista único.

Híper ficción

Tras el recuerdo a Tomás Eloy Martínez, Enrique Raab y Rodolfo Walsh, cronistas en tiempos en que nadie los llamaba cronistas, eruditos y trabajadores del estilo, atravesados “por la política argentina más dura y violenta”, a decir de Tomas, tocó el turno de hablar del periodismo punk, a propósito del taller que Robert Juan-Cantavella dio en el marco del Filba en el Centro Cultural de España en Buenos Aires.

-Bueno, al lado de los maestros de los que venimos hablando, es una tontería –dijo el valenciano; –una tontería que me inventé yo porque quería tratar de hacer un libro a lo Hunter S. Thompson. Creo que el periodismo gonzo es Hunter S. Thompson y viceversa, y el resto somos imitadores. Así que para desquitarme de esa condición de imitador, me creé mi propio reino, el del “periodismo punk”, y que en lo único que se diferencia del gonzo es que en éste no hay ficción.

En su libro El Dorado, que no ha sido publicado en Argentina inmiscuye hechos que no han ocurrido, en una abierta operación de inverosimilitud, como la aparición de tres ancianas voladoras que persiguen al narrador. “El lector sabe que eso no ha sucedido. No miento. Doy entrada a la ficción por el lado de la híper ficción.”

El tiempo se acababa, y Fadanelli no quiso dejar de recomendar un libro, para que cada uno, en casa, siga pensando en esas divisorias entre ficción y no ficción: Chet Baker piensa en su arte, de Enrique Vila-Matas. “Tengo la mala costumbre de recomendar libros”, terminó el mexicano, “lo que es un peligro, porque luego me recomiendan libros a mí”.



[1] Durante los casi noventa minutos que duró la charla aparecieron varios cronistas del costado, como Enrique Rubio, fallecido en 2005 a los 85 años, y que Juan-Cantavella está leyendo con voracidad, en especial su Timoteca nacional, donde cronicó la fauna diversa de los timadores del siglo veinte en España. Damián Tabarovsky le preguntaría más tarde por Julio Camba, nacido en Pontevedra en 1882, polizón adolescente que se embarcaría a la Argentina, y de donde sería expulsado en 1902 por anarquista; cronista de la Guerra Civil Española, simpatizante eventual del franquismo, gran narrador de viajes, y fallecido hace más de medio siglo. Juan-Cantavella diría que es tan extraordinario como inhallable en las librerías de su país, y que, desde luego, no pertenece al canon del periodismo narrativo. Tomas sugeriría a Enrique Symms, “cronista de los márgenes, literalmente”, ante quien Charles Bukowski parece “un nene de pecho”.

[2] El in situ al que se había referido antes Tabarobsky.

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