El producto fue agregado correctamente
Blog > Ensayos > Silvina Ocampo: la locura como estética y como ética
Ensayos

Silvina Ocampo: la locura como estética y como ética

Por Natalia Biancotto

La crítica e investigadora rosarina plantea que el lugar común que identifica a la literatura de Ocampo como fantástica resulta un pretexto tranquilizador: “Los relatos de Ocampo se definen menos por los tópicos y procedimientos que involucran lo sobrenatural, lo anormal o lo irreal, que por una forma de la escritura cuyo desatino deja atónito al lector”.

 

Por Natalia Biancotto.

 

 

¿Existe el género fantástico? La respuesta, siempre supersticiosa, está en el que pregunta. Si el fantástico existe o no, eso depende del lector. Es evidente que esto significa reemplazar una creencia por otra: menos que en el género, creer en el lector tal como lo inventó Borges, en esa figura decisiva de lector. Si los modos de leer son históricos, como demostró con el Pierre Menard antes que con sus ensayos, me pregunto, con Borges, si los relatos de Silvina Ocampo (a quien, no sé si casualmente, va dedicado el Pierre Menard) aún resisten una lectura en términos de lo fantástico. 

Sobre una idea de la literatura que reconoce en el encanto de lo literario su fuerza principal se fundaron las bases para la compilación de relatos que llevaron a cabo Borges, Ocampo y Bioy Casares y que dio como resultado en 1940 la famosa Antología de la literatura fantástica, esencial para la definición del género en la literatura argentina e incluso en la historia del género latinoamericano. Que la idea del fantástico que se desprende de la compilación tiene por fundamento el gusto personal de estos tres lectores es una evidencia que el prólogo de Bioy, sumado a las numerosas declaraciones de Borges en notas y reseñas, no han conseguido ocultar. Que la identificación de la obra de los tres con el género fantástico es producto de un efecto de lectura de esa misma compilación, en el marco de una serie de estrategias de posicionamiento en el campo literario, es otra evidencia que, sobre todo a propósito de Silvina Ocampo, no termina de salir a la luz. 

La colocación de la autora de Cornelia frente al espejo en el terreno de la literatura fantástica procede menos de los rasgos característicos de sus relatos que del efecto provocado por las declaraciones borgeanas y las interpretaciones críticas de sus enunciados. En su estrategia de combate contra la novela psicológica —para ser más precisos, contra Mallea y el humanismo literario de Sur—, Borges levanta las banderas de la narración ordenada y rigurosa, haciendo creer que la identifica exclusivamente con la modalidad fantástica. En realidad, detrás de las dicotomías estratégicas entre realismo y fantástico, informidad y rigor, lo que Borges defiende es una posición ética frente a la literatura según la cual ésta debe garantizar ante todo el placer del lector. Sin embargo, Borges no incluiría muchos de los cuentos de Silvina Ocampo dentro del género fantástico, en los que el rigor formal brilla por su ausencia; brilla, digo sin ironía, como marca de estilo. 

El cuento de Silvina Ocampo “La expiación” (de Las invitadas), por ejemplo, tiene poco de fantástico en los términos en que tanto Bioy como Borges lo definen. La exigencia de que el relato no sufra ninguna parte injustificada, que para Borges caracterizaría al género fantástico, se cumple, si bien un poco más que en otros relatos de la autora, con bastante dificultad. La anécdota que se narra, de cómo un hombre entrena pajaritos para envenenar y dejar ciego al amigo, de quien tiene celos porque mira mucho a su mujer, se explica sin necesidad de recurrir a lo sobrenatural. Lo que en todo caso entraría en el terreno de lo inexplicable —¿sería lo inexplicable lo que hay que entender por fantástico?—, es la indudable locura del hombre. Las maniobras que lleva adelante, para paliar sus celos primero y su culpa, después, son más dignas de la crónica de un psicópata suelto, que tanto fascinaban a Ocampo (guardaba los recortes de diarios para escribir cuentos con ellos), que de la verosimilitud fantástica que exigen para el género. Las insinuaciones acerca de que el loco invocaría la magia negra por su aparente origen indio resultan en extremo forzadas, como si se quisiera hacer encajar al relato en el fantástico, con una explicación externa a su lógica. El muñeco vudú, sugerido en un momento, no vuelve a mencionarse, como si el texto mismo propusiera que no hace falta llegar a tanto, que no hace falta, incluso, no sufrir ninguna parte injustificada para que un relato tenga la potencia de seducir al lector, aunque sea desde la extravagancia del sinsentido. 

Sospecho que en las narraciones de Ocampo se confundió con demasiada frecuencia el fantástico con el sinsentido, cuando ni siquiera en la famosa antología consigo encontrar una Silvina Ocampo fantástica. Casi como su reverso exacto, el cuento de Bioy que se incluye en el volumen, “El calamar opta por su tinta” (de El lado de la sombra), supedita encanto a rigurosidad formal. La antología define, antes que un género, un lector. Una idea de lector fascinado, conmocionado, en la que creo que Silvina Ocampo y Borges se encuentran más cerca entre sí, y más lejos de Bioy. No es necesario pensar exclusivamente en fenómenos paranormales, fantasmas o extraterrestres, sino en cualquier posibilidad de sacudir al lector en sus modos habituales de entender lo real. 

Borges trabaja con la posibilidad de múltiples y paradójicas variantes del universo y del destino; Silvina Ocampo, con los límites de la razón, con la incesante fuga del sentido: la locura en el mundo. Sólo en este sentido de lo fantástico sería posible incluir a la obra de Silvina Ocampo, pero es un sentido tan amplio e indeterminado que resulta más bien improcedente. En una coyuntura determinada, la remisión de la narrativa ocampiana al género fantástico resultaba útil, explicativa, o, por lo menos, tranquilizadora. Ya sería hora de abandonar esta perspectiva “segura”. Primero porque ya no lo es, y segundo porque el riesgo de no pisar terreno firme parece estar más a tono con lo que esta literatura propone. 

 

La obra de Silvina Ocampo pide justamente un lector que se encandile en el placer del desconcierto. Habría, entonces, que potenciar la ansiedad y la inquietud que estas narraciones producen en el lector, en lugar de intentar explicarlas o pasarlas por alto.

La apuesta principal de la literatura de Ocampo se dirige hacia un lector que se despegue de las pautas de lo razonable, de lo concebible. La zona de su producción donde su singularidad se pone más de manifiesto (el primero y los dos últimos libros) está conformada por textos breves —fugaces—, inconexos, inconclusos. La identificación de esta literatura como fantástica resulta un pretexto tranquilizador que de algún modo domestica su rareza. 

Como afirma Judith Podlubne, desde sus inicios literarios se profundizó entre los lectores especializados la identificación de la obra de Ocampo con el fantástico: “Desde la controvertida reseña de Victoria Ocampo a Viaje olvidado, […] pero sobre todo a partir de la publicación de La furia y otros cuentos, en 1959, la inquietud y el desasosiego que provocan sus relatos encuentra una coartada eficaz en el envío de estas narraciones al acotado refugio de la literatura fantástica. El reconocimiento que este libro le depara a la autora (además de una cantidad significativa de reseñas dentro y fuera de la revista, Silvina obtiene el Premio Municipal de Literatura) no disimula la ansiedad y el desconcierto que sus historias suscitan entre los mismos críticos que la consagran”, escribe. 

Transcurrida más de media década, la idea hoy sería no intentar disimular el desconcierto y perseverar en la afirmación de esa figura de lector que su obra configura: un lector atónito, que no persigue lo fantástico, suponiendo que tal cosa existiese, si no el incesante efecto de doble faz que esta literatura provoca, un constante movimiento de destitución de sus “cabales” y de expansión simultánea de sus fronteras lógicas, en el que corren al mismo ritmo la potenciación del sentido y del sinsentido en el que éste se origina. Esto no significa recaer en el fantástico según Todorov, en el que el lector vacila entre una explicación natural de los hechos y otra sobrenatural, o en el fantástico según Barrenechea, en el que el lector tantea la oposición de lo normal con lo a-normal; en cualquier caso, si tal cosa ocurriera, sería lo de menos: las definiciones del género resultan deficitarias para los relatos de Silvina Ocampo. Como para casi cualquier literatura. 

Si existe lo fantástico en la obra de Silvina Ocampo, es una hipótesis que rara vez se comprueba si no es como desvío, como efecto de contagio. En las lecturas de su obra reaparecen tenazmente las versiones sobre el fantástico cotidiano entendido como transgresión a la norma, infracción al decoro, desafío a la convención. Si todo esto, de hecho, se da en la obra de Ocampo, es a fuerza de indiferencia. Indiferencia a la moral de la forma, a la supersticiosa moral del lector, y consecuente con la ética borgeana del lector hedonista, del lector que busca, sobre todo, el asombro como la fuerza principal de lo literario. Si para ello Borges elige el camino de la perfección formal, Ocampo elige, en cambio, el encanto del no-rigor. El encanto de la falla, de la falta, del malentendido que encandila al lector, que lo deja atónito, maravillado de aturdimiento, fascinado por no comprender.

En sus momentos más característicos, los relatos de Silvina Ocampo se definen menos por su “contenido” sobrenatural, anormal, irreal, etc., que por una forma de la escritura, una ética. Esa forma, si se la quiere imaginar, habría que situarla dentro de Wonderland, atravesada por el nonsense de Lewis Carroll y de Edward Lear; sería algo así como el resultado de escribir adentro del espejo. Para leer esta literatura en nuevos términos, pienso en el nonsense como forma del relato, un modo de uso de la locura como estética y como ética. 

El nonsense de Carroll es la locura en el mundo, dice Aira, y los relatos de Silvina Ocampo están atravesados por la locura y su reverso, la iluminación y la videncia. Con mayor intensidad en sus dos últimos libros, los personajes se hacen preguntas tan locas que parecen ingenuas, como las de Alicia. “¿Cómo se hace para saber si uno está soñando cuando todo parece tan real? […] ¿Y cómo sabré, cuando despierte, que estoy realmente despierto?”; o dicen cosas tan locas que parecen cómicas: “La miré como quien mira un detergente”, en “El rival”. El nonsense en Silvina Ocampo es un modo de ver el mundo y un modo de estar en la escritura. 

“Silvina Ocampo no acumula extravagancias para desconcertar al lector —precisaba José Bianco—, ni se esfuerza en reducir el universo a su oscuro caos primordial. De una manera espontánea, obedeciendo a una ley ingénita de su temperamento, une lo esotérico con lo accesible, y crea una atmósfera libre y poética donde la fantasía, en vez de alejarnos, nos aproxima a la realidad, y nos interna en ese segundo plano que los años, la costumbre y los prejuicios parecían haber ocultado definitivamente a nuestros ojos. Esta atmósfera propicia a la magia surte efecto desde el primer relato. El lector se habitúa a ella sin violencia, y poco después siente el mismo asombro de los niños ante las peripecias comunes narradas en los cuentos, en tanto que los sucesos milagrosos le parecen el colmo de la naturalidad”. Así escribía Bianco en su reseña de Viaje olvidado, anotando la dificultad de clasificar esos relatos dentro de un género dado. El autor de Las ratas arriesgó que algunos de ellos se acercaban al surrealismo, confundiéndolo con el nonsense, en un error frecuente incluso en las lecturas especializadas en esta modalidad literaria, pero aquellas primeras intuiciones de Bianco abrían la posibilidad de una lectura lúcida de esa narrativa. 

La potencia de la escritura de Ocampo no se reduce a impresionar al lector: convoca, ante todo, una teoría de lo real. El asombro que propicia el nonsense no reenvía a lo sobrenatural sino a lo real. Menos que a la sorpresa provocada, en el lector y en los personajes, por la irrupción de un fenómeno inesperado, el nonsense de Ocampo tiende a la frustración de las expectativas del lector por obra del despropósito, el malentendido y la incompletud como formas del relato. Lo que en cualquier caso asombra en estos cuentos es el modo en que convocan un realismo de la insensatez.

En los cuentos de Ocampo los personajes, suspendidos en una superficialidad impávida, asisten a los sucesos más extravagantes sin inmutarse, como si fueran idiotas (recordar, por ejemplo, cómo en los cuentos de Viaje olvidado las madres miran morir a sus hijos con total naturalidad). Si es cierto que los cuentos de Ocampo abundan en inversiones y transgresiones, éstas manifiestan menos un propósito subversivo o desestabilizador que una radical indiferencia por todo propósito. Se afirma en estos cuentos el desatino por el desatino mismo, o “la locura con la locura como objetivo”, para decirlo en los términos de Chesterton.

La definición que Wim Tigges ofrece del nonsense se basa en una idea de vacilación entre sentido y falta de sentido. La disolución y fragmentación de los relatos de la argentina, la constante fuga del sentido que operan, configura, contra la idea de cuento como “esfera acabada”, una suerte de acabado sin acabar, una incompletud intrínseca, como en los limericks de Lear. La estructura de los relatos de Ocampo tiende a la disolución y da curso a un movimiento inaprensible en el que, apenas se cree encontrar un sentido, éste vuelve a diluirse. Esta particularidad del relato involucra un modo de ver el mundo como un malentendido risueño: ahí radica la potencia infantil de esta literatura, en la que la infancia es un equívoco.  

El nonsense viene a decir que lo real es un despropósito. Lo real es nonsense: lo inexplicable, un malentendido, un chiste sin remate. Si algo puede ese malentendido es maravillar, conmover. Aquí se busca dejar el vacío al descubierto. Lo misterioso y equívoco del mundo, sí, pero nada más lejos de la angustia existencial. El lector de Ocampo se encuentra con cuentos anómalos, de raras formas breves, con aire de inconclusos. Son historias mínimas en las que casi no hay narración, puesto que un solo episodio ocupa el espacio todo del relato. El relato se mueve así en cualquier dirección, en cualquier sentido, en todos los sentidos a la vez. Sin final y sin finalidad, por lo tanto, sin moral y sin expectativas, el nonsense tiene aquí la forma de la aventura sin fin, y ver la vida como aventura es el hábito delirante del nonsense, que se rige según el principio de insensatez. 

Al nonsense de Silvina Ocampo no le importa encontrar el orden secreto del universo, como en muchas de las ficciones de Borges; se trata, más bien, de festejar porque no lo encontramos, o que lo encontramos pero no lo entendemos. Ocampo no busca el sentido como totalidad, busca la incompletud, o las plenitudes parciales, fugaces. Indiferentes al buen sentido, sus cuentos soportan lo insoportable: la gracia de que no haya gracia. En el hueco que abre la frustración de la expectativa, el relato se tiene a sí mismo en el aire. Pisar sin el suelo, caminar de cabeza, hacer la acrobacia, son para Chesterton los modos de andar del nonsense. Es la paradoja de la incompleta plenitud lo que singulariza sus cuentos.

El despropósito del mundo se dice en esa forma de la locura que es la lengua del nonsense. Pero es una lengua que tiende a enmudecer, como en la paradoja borgeana, una literatura que aspira a su fin: “Quisiera escribir un libro sobre nada” es la última frase del último libro de Silvina Ocampo.

 

 

Artículos relacionados

Miércoles 24 de julio de 2019
La sabiduría del gato

El texto de apertura de El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo): "La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir".

Por Marc Augé

Lunes 23 de agosto de 2021
La situación de la novela en la Argentina

“El problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales”. Un fragmento de la primera clase de Las tres vanguardias (Eterna Cadencia Editora).

Por Ricardo Piglia

Martes 16 de febrero de 2016
Morir en el agua

La sumersión final: algunas ideas en maelstrom alrededor de Jeff Buckley, Flannery O'Connor, John Everett Millais, Edvard Munch, Héctor Viel Temperley, Alfonsina Storni y Virginia Woolf.

Martes 31 de mayo de 2016
De la fauna libresca

Uno de los ensayos de La liberación de la mosca (Excursiones) un libro escrito "al borde del mundo" por el mexicano Luigi Amara, también autor de libros como Sombras sueltas y La escuela del aburrimiento.

Luigi Amara
Lunes 06 de junio de 2016
Borges lector

"Un gran lector es quien logra transformar nuestra experiencia de los libros que ha leído y que nosotros leemos después de él. (...) Reorganiza y reestructura el canon literario", dice el ensayista y docente en Borges y los clásicos.

Carlos Gamerro
Martes 07 de junio de 2016
La ciudad vampira

La autora de La noche tiene mil ojos, quien acaba de publicar El arte del error, señala "un pequeño tesoro escondido en los suburbios de la literatura": Paul Féval y Ann Radcliffe, en las "fronteras de la falsa noche".

María Negroni
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar