Qué es el alma según Spinoza
Por Axel Cherniavsky
Martes 15 de agosto de 2017
"Antes que Nietzsche, Spinoza habría invertido la relación de fuerzas entre la consciencia y los instintos, y antes que Michel Foucault, habría intuido que en realidad el alma es la prisión del cuerpo", dice el Doctor en Filosofía Axel Cherniavsky en Spinoza (Galerna). Aquí, un extracto imperdible acerca del pensador nacido en 1632.
Por Axel Cherniavsky.
El alma nada tiene que ver con esas imágenes incorpóreas que Odiseo ve flotar en los confines del Hades, que reproducen los contornos del antiguo cuerpo pero que como las sombras escapan a todo contacto. Nada tiene que ver con un soplo divino, principio vital o espíritu trascendente. No es otro hombre dentro de un hombre, sino sencillamente, la idea del cuerpo. Es decir que el alma es una idea cuyo objeto es el cuerpo y que el cuerpo es un objeto del que hay una idea, el alma. No quiere decir que el alma sea una idea que uno puede tener o no tener. Efectivamente uno puede tener una idea del alma, de la propia, de la ajena, adecuada o inadecuada, correcta o incorrecta, parcial o completa. Pero si uno puede tener una idea del alma propia o ajena es porque, previamente, el alma es una idea. Cada alma es una idea y de acuerdo con las necesidades teóricas de cada caso hay que distinguir la idea que uno es de las ideas que uno tiene. Puedo no tener la menor idea de lo que mi alma es;puedo no tener la idea de mi alma; puede que nadie tenga la idea de mi alma, pero aun así, ella es una idea. De hecho, al margen de la concepción del alma, conviene desde ahora tener esto presente: las ideas, tanto las que llamaríamos “almas” como las que en principio no lo haríamos, existen independientemente de que los hombres las tengan.
La primera consecuencia de esta concepción del alma concierne al cuerpo y a su mutua relación con el alma. Si el alma es una idea y el cuerpo su objeto, el cuerpo queda definido como el objeto de una idea, y su relación, como una relación de representación. Sin duda, el concepto de representación va a tener que precisarse dado que el alma no es exactamente una especie de espejo del cuerpo. Llegado el momento, quizá convenga hablar de expresión. Pero por ahora, para distinguir la concepción spinozista de la relación del alma con el cuerpo, baste pensar en que una es la idea del otro. El cuerpo no es otra cosa que el objeto de la idea que es el alma.
Si Spinoza piensa el alma de este modo es, por un lado, para eliminar toda oscuridad posible en relación con la dimensión no material de lo que somos. En el principio de cualquier animismo, de cualquier idealismo, de cualquier espiritualismo, no importa cuán inciertas resulten después sus consecuencias, hay algo muy sencillo, muy pequeño y en cierta dosis ineludible, no sólo para toda filosofía, sino para toda constitución de lo real. Es la módica idea de que la dimensión material no agota el todo de la realidad. Pero esta intuición es tan elemental como riesgosa. Casi en el momento mismo de su adopción conduce inmediatamente a algún tipo de misticismo o espiritualismo. Para evitar eso, por un lado, Spinoza piensa al alma únicamente como idea. De hecho, esta misma prudencia, esta misma agudeza conceptual lo lleva a evitar el término “alma” (anima) y hablar en general de “mente” (mens). Pero como en la actualidad asociamos la mente a fenómenos que al concepto spinozista de mens le quedan o bien grandes, como los poderes mentales, o bien chicos, como los objetos de las neurociencias, conviene conservar el término alma recordando que no es más que una idea, la idea del cuerpo.
Por otro lado, pensar al alma así, le permite a Spinoza separarse de una tradición que, en cierto sentido, desde Homero hasta Descartes, piensa el alma como el capitán de un barco que sería el cuerpo. Nada más lejos de la concepción de Spinoza,que piensa al cuerpo como un objeto que no es ni medio ni instrumento. En ningún lugar esta distancia se aprecia mejor que en la sentencia que se popularizó bajo la forma siguiente: nadie sabe lo que puede el cuerpo.
Comúnmente, la famosa frase de Spinoza se interpreta como una expresión de lo que puede el cuerpo independientemente del alma e incluso, en cierto sentido, contra el alma. Antes que Nietzsche, Spinoza habría invertido la relación de fuerzas entre la consciencia y los instintos, y antes que Michel Foucault, habría intuido que en realidad el alma es la prisión del cuerpo. Una parte de esta interpretación es cierta y otra está equivocada.
Spinoza escribe que “nadie, en efecto, ha determinado por ahora qué puede el cuerpo” en el marco de una discusión muy precisa. Sus interlocutores son la filosofía estoica, Descartes y, en general, cualquier concepción que considere que el cuerpo actúa o deja de actuar por orden del alma. Por eso, Spinoza escribe “nadie, en efecto, ha determinado por ahora qué puede el cuerpo”, y agrega inmediatamente “por las solas leyes de la naturaleza”.[1] Entiéndase bien: no es que el cuerpo no obedece a ninguna ley; no obedece a leyes que serían exclusivas del alma. Pero tampoco obedece a leyes que serían exclusivas de él mismo. En tal caso, Spinoza hubiese escrito que nadie sabe lo que puede el cuerpo por las solas leyes de su naturaleza. Pero escribió que las leyes en cuestión son las de la naturaleza. Queda claro que el cuerpo no es un instrumento del alma. Pero no debe creerse tampoco que el cuerpo contiene en sí mismo su propia legalidad y, menos que menos, que el alma es un instrumento del cuerpo. Los ejemplos lo confirman. Spinoza piensa en los sonámbulos y en los animales. ¿Qué ve allí? Ni un cuerpo instrumento del alma ni un alma sometida a un cuerpo: un puro mecanismo, las solas leyes de la naturaleza.
Ni medio ni instrumento, ¿es el cuerpo el contenido de la idea que es el alma? Tampoco esto es del todo exacto y la respuesta implica que la fórmula de Spinoza tiene un equivalente: nadie sabe tampoco lo que puede el alma, porque lo que puede el cuerpo, no lo puede contra ella y ni siquiera independientemente de ella, sino con ella.
[1] Ética, III, 2, escolio. Los números romanos refieren a la parte; los arábigos, a la proposición.