El producto fue agregado correctamente
Blog > Ensayos > El miedo a la imaginación: la historia vs. los “hechos reales” en la ficción literaria
Ensayos

El miedo a la imaginación: la historia vs. los “hechos reales” en la ficción literaria

Por Betina González

"Inventar es un trabajo de riesgo. Quien se lanza a escribir ficción es como una equilibrista trabajando sin red". Un prometedor fragmento del libro La obligación de ser genial, novedad de Gog & Magog, los ensayos sobre la escritura de la autora de El amor es una catástrofe natural. 

Por Betina González.

 

La imaginación es tan parte de nuestra vida, de nuestra experiencia como lo es la memoria de los hechos vividos. La ciencia ya demostró que al evocar un recuerdo lo modificamos cada vez, que no hay nada como fidelidad a los hechos en el trabajo de la memoria. Y a la vez, nuestras figuraciones están hechas de la materia prima de nuestra experiencia. Sin embargo vivimos en una época que desconfía bastante de la imaginación. ¿Será por las noticias falsas y la circulación inmediata del chisme a las que estamos expuestos todo el tiempo?

Requiere mucho de nuestra facultad crítica interactuar en un mundo así, en el que, además, en teoría, todo conocimiento parece estar al alcance de un click. Sé que interrogar las fuentes y proteger mis convicciones y mis intereses frente a la avalancha permanente de datos, son acciones cotidianas que muchas veces me abruman.

Puede ser, entonces, que ante este consumo de historias de dudoso origen, lo que aparece como chequeado, “basado en hechos reales” adquiera interés en sí mismo. A lo mejor eso explica el auge que viven hoy el periodismo narrativo, la crónica, el libro testimonial, la llamada “narrativa del yo”. “Esto pasó”, nos dicen esos géneros (más allá de que sus fronteras son inciertas). Si pasó debe ser importante. Alguien ya lo revisó o lo vivió en carne propia: qué alivio no tener que decidir por una misma, no enfrentar la incertidumbre de lo que “podría pasar” o “podría ser cierto”, de lo que no se sabe. Leer como quien se mira al espejo: del otro lado, lo mismo, lo que ya conozco porque otros discursos (el periodismo, la ciencia) me lo contaron antes. Narrativas que actúan como confirmación de lo sabido. Incluso cuando postulan denuncias —el nuevo tema de agenda de mañana— el efecto de algunas de esas historias es el mismo: algo desconocido entra en la esfera del conocimiento gracia a ellas. Los hechos otorgan prestigio. Son “incontestables”. En el otro extremo, el texto de ficción pura, especulativo, exige otro tipo de entrega y de trabajo en los lectores.

Pensar estas diferencias me ayuda a develar la razón de un enojo en mi biografía. En el año 2006, mi primer libro ganó un premio que en esa época recibía mucha atención de los medios. De golpe me encontré en una situación para la que no me había preparado ningún saber: entrevistas en radio y televisión, fotos, absurdos del mundo del espectáculo. Durante unos meses sentí que caminaba sobre un campo minado, que en cada intervención pública destruía el animal oscuro y caprichoso que hay en mí y que es quien todas las mañanas se sienta a escribir (todavía lo siento, a veces). La cuestión es que la pregunta que más me hacían los periodistas y algunos lectores en las presentaciones de Arte menor, no era cuánto tiempo había trabajado en la novela o porqué había elegido contar la historia de ese modo, sino: “¿Es la historia de tu vida? Ese hombre es tu papá, ¿no?”. Cuando les respondía que no, me miraban con incredulidad. ¿De dónde si no de la propia biografía va a sacar una novela una chica de poco más de treinta años? parecían implicar. La insistencia en lo autobiográfico me molestaba porque sentía que negaba algo importante para mí: el trabajo de la imaginación, los tres años de ensayo y error que había pasado metida en esa novela sin saber en realidad si tenía un libro.

Inventar es un trabajo de riesgo. Quien se lanza a escribir ficción es como una equilibrista trabajando sin red: siente el vértigo, la adrenalina de no saber cómo llegará al otro extremo de la soga. Se alimenta de ella. Tantas cosas pueden fallar en el camino. Agregás un elemento y todo el edificio tambalea con inverosimilitud, seguís el hilo del pensamiento de un personaje y escribís un capítulo tan largo que destruye la armonía de los otros. Y así. Que algunos periodistas pensaran que bastaba con haber vivido para escribir una novela hablaba de un rasgo de nuestra época pero yo lo sentía como un desprecio al trabajo de la imaginación, a su inteligencia (no, no basta con haber vivido).

Por supuesto que contar la propia vida puede generar un libro alucinante. Pero sabemos que un texto de “no ficción” trabaja con las mismas técnicas que una novela. De hecho, su valor y su trascendencia estarán en el modo en que su autora las ejercite. No hay nada en la superficie textual o en esos procedimientos que garantice la verdad de lo narrado. La ficción no se opone a la verdad o a la realidad. De Piglia a Saer, muchos escritores ya se ocuparon de desmontar esa oposición y los teóricos de la narratología llevan décadas mostrándonos que la ficción debe pensarse fuera de ella, primero porque nuestra realidad está hecha también de ficciones y, sobre todo, porque nuestra imaginación es tan parte de nuestra experiencia como las cosas que nos pasan. Entonces, ¿por qué esa predilección de los lectores contemporáneos por los textos que prometen estar “basados en hechos reales”?

No tengo una respuesta, más allá de la convicción personal de que el prestigio de los hechos habla también del prestigio de cierto tipo de realismo en la tradición literaria, de cierta solemnidad para mirar y ejercer el oficio de escribir. Ursula Le Guin ya lo planteaba en 1992: “Pensar que la ficción realista es por definición superior a la ficción imaginativa es creer que la imitación es superior a la invención. En mis momentos de maldad, me he preguntado si este supuesto nunca enunciado pero ampliamente aceptado y claramente puritano no estará relacionado con la popularidad de los libros de memorias y narrativas personales”.

El juego y la fantasía a algunos lectores les resultan sospechosos. Reaparece todo el tiempo con nuevos ropajes el antiguo prejuicio de que las narrativas de la pura imaginación (en la que yo incluiría cierto tipo de realismos “desobedientes”) solo proporcionan una evasión de la realidad. No voy a rebatir ese prejuicio acá porque ya lo hacen siglos de literatura: esas narrativas son tan reales, tan parte de nuestra experiencia, como lo es nuestra imaginación y tan políticas y serias como un libro de crónicas. En el fondo, las literaturas realistas que se postulan como las únicas “serias” o “políticas” y que solo logran ser solemnes, buscan conjurar un peligro: el del entretenimiento. Tienen miedo de ser consideradas frívolas. Como si el disfrute debiera penalizarse y como si los lectores no disfrutáramos con la dificultad. Es una idea bastante ingenua y moralista (un poco puritana, sí) del lector.

Seducir o capturar —que no es lo mismo que “entretener”1 —; es una de las tantas cosas que puede hacer la buena ficción (además de interrogar el misterio de la vida y el rol que ocupamos como animales “privilegiados” en el planeta). En el otro extremo, el texto aburrido es una variante del texto narcisista: no me necesita como lectora, está cerrado en sí mismo, es un texto ensimismado. Prefiero el texto que me captura. Ahí está el punto: ¿por qué nos capturan ciertos textos y no otros?

Igual que la pregunta por el origen de las ficciones, esta no tiene una única respuesta: un texto narrativo nos cautiva por muchas razones. Por el ritmo del lenguaje, por la inteligencia con la que despliega el relato, por sus personajes, sus procedimientos, por la filosofía que lo alienta o por todo esto a la vez. Nos captura, en suma, porque pone en juego la imaginación de quien lee: la necesita. Rara vez lo hace porque toca un tema “de agenda” o sostiene que cuenta “hechos reales”. Tampoco basta con eso.

“Hacer ver, hacer creer” es, como decía Conrad, el poder de la escritora de ficción. Como todo poder, es lógico que dé un poco de miedo.

 

 

 

1 El problema, claro, es que existen libros que solo buscan entretener, pero la literatura siempre se sabe diferenciar de ellos. De Katherine Mansfield a Roberto Bolaño, hay ensayos muy elocuentes que testimonian el intento de los escritores en cada época de dar la batalla en contra del mero entretenimiento. La nuestra quizás sea una de las más complejas porque no solo cada vez es más difícil que la literatura sea percibida y diferenciada como tal sino que se espera cada vez más que las escritoras nos transformemos performers, en animadoras. El pánico frente a esta exigencia es entendible, pero eso no justi ca el volvernos solemnes. Por otra parte, a mí el deseo de evadirse de la realidad yéndose a la de un libro, me parece muy legítimo.

 

Artículos relacionados

Miércoles 24 de julio de 2019
La sabiduría del gato

El texto de apertura de El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo): "La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir".

Por Marc Augé

Lunes 23 de agosto de 2021
La situación de la novela en la Argentina

“El problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales”. Un fragmento de la primera clase de Las tres vanguardias (Eterna Cadencia Editora).

Por Ricardo Piglia

Martes 16 de febrero de 2016
Morir en el agua

La sumersión final: algunas ideas en maelstrom alrededor de Jeff Buckley, Flannery O'Connor, John Everett Millais, Edvard Munch, Héctor Viel Temperley, Alfonsina Storni y Virginia Woolf.

Martes 31 de mayo de 2016
De la fauna libresca

Uno de los ensayos de La liberación de la mosca (Excursiones) un libro escrito "al borde del mundo" por el mexicano Luigi Amara, también autor de libros como Sombras sueltas y La escuela del aburrimiento.

Luigi Amara
Lunes 06 de junio de 2016
Borges lector

"Un gran lector es quien logra transformar nuestra experiencia de los libros que ha leído y que nosotros leemos después de él. (...) Reorganiza y reestructura el canon literario", dice el ensayista y docente en Borges y los clásicos.

Carlos Gamerro
Martes 07 de junio de 2016
La ciudad vampira

La autora de La noche tiene mil ojos, quien acaba de publicar El arte del error, señala "un pequeño tesoro escondido en los suburbios de la literatura": Paul Féval y Ann Radcliffe, en las "fronteras de la falsa noche".

María Negroni
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar