Chejfec sobre Cantón: "No hablen de mí"
Una vida y su museo
Jueves 27 de enero de 2022
Malba Literatura edita una serie de libros breves e imperdibles con clases. Entre ellos, el que el escritor y docente argentino radicado en Estados Unidos dedicó al trabajo de Darío Cantón, poeta y sociólogo nonagenario cuyo programa literario se expande en archivos y experimentos autobiográficos: "Un proyecto que desborda los límites habituales del formato libro".
Por Sergio Chejfec.
El título de este ensayo proviene de unas palabras de Darío Canton: “hablen de mí”. No sólo por espíritu contradictor, como espero que quede claro, decidí convertir la cita en su negativa.
Poeta y sociólogo –sobre todo, acaso, autobiógrafo– nacido en 9 de Julio (provincia de Buenos Aires) en 1928 de una familia proveniente de Carmelo (Uruguay) y con raíces vascofrancesas, Canton se asoma a la autobiografía por una vía que podría decirse indirecta, aunque como consecuencia de una permanente inclinación analítica, también clasificatoria, y de una gran disposición hacia el registro de circunstancias o hechos considerados próximos y la preservación de sus pruebas.
Para hoy su cosecha autobiográfica es cuantiosa gracias a la ambición documental que la empuja, como digo, fruto de una temprana y duradera tendencia archivística. Aunque, al mismo tiempo, sus gruesos y consistentes volúmenes han adquirido, a fuerza de tamaño y materialidad, una dimensión abstracta, como si las miles de páginas con viñetas, fotografías, facsímiles, testimonios, correspondencias y documentos, en general de variada especie, apuntaran finalmente a resumirse en un deseo más intangible que lo normal, o en un aliento apenas oculto tras dos sílabas. El ansia exagerada de mostrar una vida en su totalidad fáctica, y que ese deseo permita ser abreviado en una sola palabra, las dos sílabas “Canton”.
La relevancia de su autobiografía no reside sólo en el valor descriptivo o testimonial, incluso paisajístico, al recuperar pedazos enteros de la vida cotidiana y cultural de buena parte del siglo XX argentino, sino también en las preguntas que proyecta –quizá sin proponérselo– sobre las escrituras autobiográficas o autoficcionales en general y, por encima de todo, sobre la tensa relación que muchas veces se establece entre narraciones y documentos, cuando los relatos se sirven de ellos para desestabilizar el propio estatuto discursivo. En un sentido más amplio, el de Canton se trata de un proyecto que desborda los límites habituales del formato libro porque –rehén acaso de una vanidad disimulada en el tono circunspecto del conjunto, concebido como menor– es una obra que se piensa a sí misma según un régimen más expositivo, en el sentido museístico, que textual.
En parte debido a esto la autobiografía de Canton extrema las condiciones de escritura de este género, de por sí tan proteico, empujándolo a una hipotética disolución. El dispositivo textual dominante en Canton, en apariencia de tono neutro y con rango archivístico o administrativo, cancela la posibilidad de toda reverberación afectiva o intensificación emocional que suelen modular este tipo de enunciados, como también impide estrategias de representación de la memoria y la sensibilidad más sintonizadas con 13 la introspección y el cuestionamiento de la naturaleza del propio pasado. La vida representada de Canton es una vida transcurrida en silencio, por momentos parece el relato de una vida ajena; o más bien, de una vida demasiado traslúcida cuya transparencia torna invisible la interioridad.
Según la lógica archivística en la que se apoya, la tarea autobiográfica de Canton consiste en escenas de proximidad documental. Hay una solidaridad prácticamente sin fisuras entre texto y documento. El primero señala, el segundo ilustra. La enunciación titula y comenta, el archivista desagrega y presenta como real el orden del registro del que emana la obra en tanto conjunto de pruebas, según una clave más o menos memorialista. Canton exhibe testimonios y documentos de circunstancias y objetos, con un criterio de relevancia, digamos, civil y casi notarial –nacimientos, muertes, cambios de residencia, publicaciones, separaciones, empleos, desplazamientos, vínculos, comunicaciones, intercambios, patrimonios, lecturas, ideas, creaciones–.
Lo capilar de la vida se sublima como elocuente a través del relato, que así se torna público como si ahora con la publicación recuperara una fuerza que entonces no fue advertida. Pero nunca, al contrario de lo que busca toda autobiografía, el relato del pasado se torna íntimo. El lector advierte muy rápidamente que no encontrará pasajes confesionales, no tanto por la exclusión de cierto tipo de contenidos –al contrario, lo escabroso o inconveniente está 14 todo el tiempo aludido–, sino por la aproximación distante de la misma enunciación hacia materias supuestamente propias de la intimidad, como si se tratara de cuestiones de un lejano mundo objetivo o cubierto de merecidos velos.
Mientras uno lee esta abarcadora autobiografía –¿la palabra adecuada es, antes que “leer”, “revisar”, “husmear”, “recorrer”?–, tiene la sensación de atravesar un largo segmento temporal organizado según criterios gráficos. Pienso que ese espacio ausente, aludido como construcción virtual pero no mencionado, es el del museo en general. Canton en tanto modo museo. No ya la idea de monumento, ni de icono o ejemplo, que han inspirado desde la Modernidad a buena parte de las escrituras autobiográficas, elaboradas como broche conclusivo de una vida ejemplarizante, sino un objetivo acaso más abstruso y ambicioso: exiliarse del tiempo y ser llanamente un espacio museístico de visita, dividir la vida en episodios temáticos y salones de exhibición, sustraerse del mundo profano y habitar el no tiempo que propone ese sujeto fantasma como curador de sí mismo.1
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- Para una panorámica y a la vez certera aproximación crítica a la práctica y estrategia autobiográficas de Canton, ver el artículo de Daniel García Helder, “Lectura en curso de una obra en curso”, Otra Parte, nº 10, verano 2006-2007, pp. 44-47; también disponible en la página web de Darío Canton.