La situación de la novela en la Argentina
Por Ricardo Piglia
Lunes 23 de agosto de 2021
“El problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales”. Un fragmento de la primera clase de Las tres vanguardias (Eterna Cadencia Editora).
Por Ricardo Piglia.
En la discusión acerca del estado de la literatura argentina actual, que va a ser el centro de este seminario, vamos a plantearnos una serie de problemas. El primero se refiere al tipo de debate que existe hoy en la literatura argentina, vamos a considerar cómo está planteado, en términos de las poéticas narrativas, después de haberse cerrado el período de constitución de las grandes poéticas “argentinas” de la novela, iniciado con la obra de Macedonio Fernández y que tiene entre sus figuras a Roberto Arlt, a Leopoldo Marechal, a Jorge Luis Borges, a Julio Cortázar. A partir de Macedonio podemos hablar de continuidad porque se van definiendo una poética y una serie de lazos y de relaciones entre tradiciones que constituyen un gran momento de la literatura argentina. Ese momento se cierra, digamos, con Rayuela o, si quieren, con el Museo de la novela de la Eterna, que se publica en 1967.
Tenemos, entonces, ese momento de cierre y el enigma que como cierre produce. Para nosotros, la cuestión va a ser cómo se empiezan a constituir otras poéticas. Así, vamos a tomar las obras de Rodolfo Walsh, de Manuel Puig y de Juan José Saer como textos centrales en la constitución de estas otras poéticas que tienen una relación de continuidad y de corte con uno de los grandes momentos de la literatura argentina.
Al discutir la situación de la novela en la Argentina vamos a tratar –y en esto también Borges nos sirve como punto de referencia– de no pensar que la literatura argentina está dentro de una pecera. No vamos a hacer el gesto tan artificial, construido y formal, de leer la literatura argentina como si nunca entrara nada ni nadie en ella y permaneciera ajena a la circulación de los debates y de las polémicas alternativas o paralelas en la literatura contemporánea. Por lo tanto, el problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales. Macedonio Fernández leía a Laurence Sterne, no leía todo el tiempo a Cambaceres. Podemos establecer una relación entre Macedonio y Cambaceres, pero esa relación no se entiende si no tenemos presente la relación entre Macedonio y Laurence Sterne.
Lo interesante es que este debate sobre el estado actual de las poéticas de la novela en la Argentina se da en un momento en que, por fin, la literatura nacional no está en una relación asincrónica o de desajuste respecto del estado de la narrativa en cualquier otra lengua. Lo que hicieron Borges, Macedonio Fernández, Bioy Casares, Marechal o Cortázar fue muy importante para que esa situación de asincronía terminara. Si pensamos este problema en términos de larga duración, o los problemas de los géneros en términos de la gran tradición, podemos decir que en más de un aspecto asistimos a una literatura que nace en una situación de asincronía entre los grandes debates de la literatura en otras lenguas y los que se estaban dando simultáneamente en la Argentina.
Piensen ustedes que Sarmiento es contemporáneo de Flaubert. Cuando Flaubert le escribe a su amante Louise Colet –en una carta privada que es un gran manifiesto de la literatura moderna y que ha sido muy citada– y le dice “Quiero escribir un libro sobre nada, quiero escribir una novela que sea solo estilo”, está proponiendo un tipo de relación entre el escritor y la sociedad. En esa carta, Flaubert plantea la autonomía extrema de la literatura, la obra de arte no debe responder a ninguna función que no sea puramente estética. Quiere hacer un texto que no sirva para nada, un objeto que tenga una fuerte actualidad antisocial, y que se oponga a las poéticas de la utilidad y a cualquier posibilidad de función. Busca el grado de esteticidad en ese vacío por el cual el texto se propone como contrario a cualquier expectativa de una sociedad que tiene a la utilidad como elemento central.
La carta de Flaubert a Louise Colet es de enero de 1852. En ese mismo año Sarmiento está escribiendo Campaña en el Ejército Grande y trata de convencer a Urquiza de la eficacia y la utilidad de la escritura como elemento central en la derrota del rosismo. Trata de hacerle ver lo importante que es la escritura en la guerra y el papel de los letrados en la recomposición de la situación política y social. Sin embargo, la distancia estética entre Sarmiento y Flaubert es menor que la distancia que hay desde el punto de vista de la posición social de sus poéticas. Sarmiento y Flaubert eran por entonces los mejores escritores en su lengua; nosotros podemos poner el Facundo al lado de Madame Bovary, pero siempre teniendo presente la diferencia de posición respecto de lo que significa definir una poética o una literatura. “¿Qué son nuestras mejores manifestaciones comparadas con la producción europea?, la suela de un paseante”, escribió Sarmiento. En “Escritor fracasado”, Roberto Arlt tematiza esa posición con lucidez y sarcasmo: percibe la mirada estrábica y la escisión como comparación: “¿Qué era mi obra? ¿Existía o no pasaba de ser una ficción colonial, una de esas pobres realizaciones que la inmensa sandez del terruño endiosa a falta de algo mejor?”. La pregunta del escritor fracasado recorre la literatura argentina. La comparación anula. Podríamos decir que la comparación es la condición del fracaso. A esa situación, en el relato, Arlt la llamaba la “grieta”.
Si tomamos ese momento como un paradigma de asincronía y de temporalidad diferenciada, podemos decir que, en el presente, esa asincronía ha terminado y que discutir hoy la poética de Saer o de Puig es lo mismo que discutir la de Thomas Pynchon o la de Peter Handke. Estamos en sincro, y Borges tiene mucho que ver con esto. De modo que cuando discutamos los problemas de la poética de la novela en la Argentina, simultáneamente estaremos discutiendo el estado actual del debate sobre la novela después de Joyce, en el presente, sin que haya demasiadas diferencias respecto de lo que podría ser un debate sobre la situación de la novela en los Estados Unidos o en Alemania. El objetivo es definir el concepto de poética de la novela en términos de los debates actuales a partir de los cuales es posible establecer la serie de respuestas narrativas que vamos a considerar: las de Saer, Puig y Walsh.
El problema de la contemporaneidad de las tradiciones nos va a acompañar a lo largo de toda la discusión y va a estar implícito en el debate sobre la tensión entre literatura nacional y literatura mundial. Es necesario definir qué quiere decir literatura nacional y cómo ese concepto está en tensión con el de literatura mundial. Muchos novelistas que están haciendo lo mismo en distintas lenguas tienden a constituir una poética común.
Uno de los puntos de este debate es cómo lograr que la novela vuelva a ganar un público que ha perdido como género y que ha dado como resultado que hoy las experiencias más renovadoras de la narración tengan un espacio entre los críticos, entre los escritores, entre los lectores “especializados”, cuando, en verdad, se trata de una forma que nació teniendo como modelo, precisamente, al lector no especializado por excelencia. En el siglo xix, el género llegaba a todos lados.
La cuestión no es preguntarse cómo cada escritor individual puede ganar un público o haberlo perdido, sino cómo la novela perdió el público. El género novela ha quedado desplazado por otros modos de narrar que han pasado a ocupar el lugar que tradicionalmente tuvo la novela, el cine por ejemplo. El relato cinematográfico ha captado el imaginario social y ha desplazado a la novela.
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