Vivir en la rompiente
Viernes 05 de setiembre de 2014
J.P. Zooey habla de su novela Te quiero (Ed. Páprika).
Por Patricio Zunini.
Te quiero, la nueva novela del siempre enigmático J.P. Zooey que inaugura el catálogo de la editorial Páprika, cuenta la historia de Bonnie y Clyde: dos ladrones reales o imaginarios que se mueven por una Buenos Aires cada vez más hiperreal —más imaginaria. Bonnie trabaja en un Laverrap y estudia, como puede, siempre a punto de abandonar, diseño de indumentaria; Clyde es becario del Conicet e intenta convertirse en escritor —en uno ni clasista ni posmoderno. Dos adolescentes tardíos que se conocieron por chat y que, aunque hiperconectados, siempre están un tanto deconcertados. La política y la intimidad, pero sobre todo la tecnología: JP Zooey apunta a las perplejidades de los que vinieron después de la generación equis.
En esta entrevista —via correo electrónico— JP Zooey habla de Te quiero.
—Internet y las redes sociales son temas preponderantes en tus libros, pero ¿cómo es tu relación con ellas? Yo creo que te vinculás desde la desconfianza: ¿es así?, ¿por qué?
—Es una relación de asombro. Cuando conocí el lenguaje, no había Internet; le pasó a varios. Antes de que aprendiera a hablar, mi abuela, que era maestra aunque no ejercía, me leyó durante varios meses La Odisea, de Homero, mientras yo dormía las siestas. Me contaron que entraba en sueños profundos, y así ayudaba a que mis padres descansaran también. “Tiene oídos”, respondía mi abuela cuando le preguntaban por qué leía Homero para un bebé. “Tiene dos”. Mi abuelo, su marido, que era médico y un poco severo creyó que La Odisea me iba a dar un carácter blando, demasiado frágil y sentimental. Se las arregló para hacerme dormir por las noches y leerme libros y folletos de medicina mientras dormía, de cirugía general, prospectos de todo tipo de fármacos, alarmas sobre epidemias. Dicen que también con eso entraba en sueños igual de profundos. Hoy creo que lo que me ayudaba a dormir eran las voces conocidas, las voces siempre me cobijaron. Es posible que de aquella combinación entre literatura clásica y lenguaje de medicina moderna haya surgido mi gusto por la ficción científica. A mis veintidós años, todavía sin Internet, cuando tuve que leer La Odisea para un curso universitario ya sabía lo que iba a pasar, lo iba intuyendo, el libro antiguo estaba grabado en las paredes interiores de mi cráneo, bastaba leer para adentro. El efecto colateral de aquella educación estéreo puede que sea cierta propensión al insomnio, por las noches miro el mar desde un muelle y tomo pastillas como medio mundo. Internet es el mar que miro desde el muelle, a veces medio dormido, es el inconsciente colectivo contemporáneo. Pero Internet no nos deja perdernos en sueños profundos, las computadoras y sus monitores ya empiezan a quedar prendidos cuando dormimos. El sueño era el último territorio no conquistado por el sistema eléctrico. Ya no. Ha llegado la luz artificial al sueño. La situación exige un cambio en la educación, en la cría: tal vez debamos aprender a querer las formas superficiales, ligeras, acuáticas, las voces coloridas que vienen, dicen algo, brillan un instante, y se van asombrosamente.
—Hablemos de los nombres de los personajes. Los protagonistas se llaman Bonnie y Clyde, pero también están Moe! y Gordo Marxxx: ¿por qué esos nombres que se parecen a nicks? ¿Juega en algo el hecho que vos también uses seudónimo?
—Empiezo por Gordo Marxxx, es un librero nacional y popular. Con su triple x refleja el salto del interés sociológico por la distribución equitativa de la riqueza al interés sociopop por la distribución equitativa de la riqueza pero también del placer sexual.
Moe! es el director de beca literaria de Clyde y lleva el nombre de un dios. Las formas arquetípicas del dios de los escritores son el Arlequín y el Guasón y El Loco del Tarot. Moe!, como líder de los chiflados, bien podría ser otra de sus formas.
Lo de Bonnie y Clyde es una historia robada. En febrero de 2011 hice un viaje a las Islas Galápagos desde Guayaquil. Buscaba descansar, conocer esa reserva natural, y de paso investigar el imaginario natural que había llevado a Kurt Vonnegut a escribir la novela Galápagos. No encontré mucho. En cambio, di con un museo dedicado a Charles Darwin (que estuvo en las islas) en el que se explicaban fenómenos naturales pero también hechos curiosos ocurridos en las islas durante el siglo XX (con ese gusto pulp propio de los museos de concurrencia infrecuente). En la Estación Charles Darwin me llegó una historia que comenzaría a derivar hacia Te quiero, la novela que Bonnie y Clyde protagonizan. Parece que en 1987, entre dos de las Islas Galápagos (Baltra y Santa Cruz), un velero brasileño topó con un paquete envuelto en papel plástico impermeable que habría llegado flotando desde Los Ángeles. Según el cartel del museo de la Estación Charles Darwin, lo que traía el paquete adentro era dos restos escenográficos de Hollywood. Eran dos sillas playeras, bajas, sin ningún agregado. Llevaban bordados en cada respaldo dos nombres: “Bonnie” y “Clyde”. Ahora, en el museo, las sillas estaban tras una soga y nadie las podía tocar, como encarceladas. Me pareció un buen inicio para una historia romántica. Y sea quien fuere que inventó la historia, estaba inspirado.
—Bonnie y Clyde se ríen mucho de las poses de los usuarios de redes. De hecho definen actitudes de “Pibe Face”. ¿Podrías hablar un poco de esto?
—Es un pequeño chiste que los vuelve cómplices y les da un criterio para distinguir armas. Bonnie y Clyde tienen mecanismos de reconocimiento y clasificación del tipo de usuario que utiliza frases picantes y eficientes para atracar la atención de otros usuarios (la atención comienza a ser el bien más escaso y más necesario para un sistema económico dedicado a la circulación de información). Bonnie y Clyde reconocen y se burlan un poco de los casos más exitosos, los llaman “Pibe Face”. Pero creo que en la novela queda claro que Clyde podría ser un Pibe Face, y sin embargo prefiere no serlo. Elige la disposición anímica de la apatía. La abulia y el desdén hacia las formas de la excitación social son estados que trancan los circuitos del sistema y en último término dan las armas a Clyde para conquistar su libertad.
—¿Quién es el narrador de Te quiero?
—Es un sistema operativo que registra las acciones, los pensamientos y palabras de Bonnie y Clyde y del resto de los habitantes de su historia; es algo así como un radar estético que graba una a una las cosas que andan. La memoria de este sistema operativo es de muy corto plazo, la novela va grabando y debe recordarse a sí misma quién está haciendo lo que pasa. Entonces si Bonnie respiró y un momento después movió un dedo dentro de una taza, la novela graba las dos cosas y repite dos veces el nombre “Bonnie” para recordarlo, pues su memoria acumula pocas palabras por vez. El sistema operativo captura y graba los destellos emotivos y poéticos de los protagonistas. Pero la novela no está hecha para quedar en la memoria consciente del lector humano. El mecanismo no funciona para el recuerdo de frases destacables, ingeniosas, reveladoras o hechos desopilantes: la novela funciona para el olvido del consciente. Pero se desliza, eso sí, en el inconsciente del lector, en su sistema operativo. Si funciona, cuando la descarga de la historia haya sido completada, despertará una mínima sonrisa en el humano, sutil, esperada.
—Gordo Marxxx, hermano de Clyde, librero, tiene una “batalla” contra los autores clasistas y posmodernos. ¿Tendría en la mesa de novedades esta novela? Dicho de otra forma: ¿no es Te quiero una novela clasista y posmoderna?
—Gordo Marxxx lleva su batalla y es un soldado tenaz. Pero no creo que vea a Te quiero como posmoderna: la vería como una máquina sintiente que insume colores y voces, y como plusvalía brinda ilusión. Y Gordo Marxxx la tendría en la mesa de su librería si vende, si funciona, porque le gusta comer. Pero no creo que Te quiero venda mucho, si vende será por mérito de Páprika. Pero como me dijo un crítico literario español por e-mail: “Estimado J.P. Zooey: Te quiero es la primer novela de amor posthumana. No estoy seguro de su éxito comercial, pues el dinero lo siguen teniendo los humanos”. Pero, ¿no lo dijo con una seguridad binaria? En fin, ¡qué pregunta ambigua!
Gordo Marxxx, con quien también me identifico, vería en Te quiero una novela hecha para el olvido, perecedera, una golosina para una humanidad que empieza a saborear su adiós.
—¿Te quiero es una novela de amor?
—En la novela el amor es literalmente la espuma del mar. Bonnie y Clyde quieren vivir para siempre en la rompiente. O surfear la onda y volver a arribar al mundo como sus más prehistóricos antepasados.
—Es curioso, pero me da la sensación que no serías muy amigo de tus personajes. Tal vez sí de Gordo Marxxx, pero no sé del resto.
—Yo creo que mis personajes tienen vida, en sus almas se quebró el grano de arena y gritó, mis personajes también cuecen información en sus pupilas, y andan. Están en sintonía, aunque les duela un poco, militan su realidad. Mediante la meditación me es posible sintonizar la radio de los locos que transmiten bajo montañas de psicofármacos y buscan, poniendo el cuerpo, transformar realmente al mundo. Bonnie y Clyde se informan por esa radio. Quizás yo no sea su amigo, sea su camarada. Andamos buscando una visión tras la distorsión de la luz artificial.
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