"Las cosas geniales le pueden pasar a cualquiera"
Cecilia Pavón
Viernes 13 de noviembre de 2015
Entrevista a Cecilia Pavón, autora de Un hotel con mi nombre y Los sueños no tienen copyright, con la excusa de Pequeño recuento sobre mis faltas, libro de relatos que acaba de editar Overol.
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
Está a punto de granizar, pero nadie lo sospecha. Mientras tanto hace calor y el patio de Cecilia Pavón —poeta, narradora, traductora y fundadora, junto a Fernanda Laguna, de la editorial y galería de arte Belleza y felicidad— acaba de deshacerse de las espinas. Las ramas de la Santa Rita descansan como un animal vencido al costado de los canteros donde se agitan, apenas, manchas violetas, naranjas, corales y amarillas. Hay unas calas erguidas en el centro que parecen cisnes.
Su selva privada es un enclave en pleno barrio de Once, Buenos Aires. A esta ciudad llegó para estudiar Cine (que abandonó) y Letras (que terminó), desde Mendoza. Los veranos de la familia Pavón transcurrían en las playas del país en cuyas librerías reposa este pequeño conjunto de exploraciones de lo real por caminos inesperados, como dice Francisco Garamona en la contratapa. Era más cómodo cruzar la cordillera y congelarse los pies en el Pacífico a cambio de paisajes de película que atravesar el país para apelotonarse en la barriga porteña.
La autora de Pequeño recuento sobre mis faltas, libro de relatos que acaba de editar el joven sello chileno Overol, fumará dos (2) cigarrillos, tomará un (1) café y aceptará un (1) chicle de menta durante la conversación que sigue.
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—¿Cómo fue que salió en Chile este segundo libro de cuentos tuyo?
—Voy mucho a Chile porque el papá de mi hijo es chileno, y un día participé de una lectura y Ernesto [González Barnert, editor de Overol junto a Andrés Florit, Daniela Escobar y Mario Verdugo] me propuso sacar un libro con ellos. Les di lo que tenía. De todos modos, durante toda la infancia fui a Chile, porque la gente en Mendoza a la playa va allá, no a la costa atlántica. Chile está a cinco, seis horas de viaje, cruzás la montaña y estás ahí.
—¿Estos relatos fueron escritos todos después de los de Los sueños no tienen copyright?
—Sí. Yo siempre escribo poesía, cuentos empecé a escribir alrededor del 2008. Tenía ganas de encarar algo narrativo y me salió cuento.
—¿Y cómo distinguís cuando una idea va para un género u otro?
—No sé, no lo distingo mucho. A veces digo esto puede servir para un cuento y me termina saliendo un poema. Creo que los cuentos son más conceptuales, para mí. Tardo un montón, me llevan más tiempo; más que escribirlos, pensarlos. Los poemas me salen más espontáneamente, nunca estuve mucho tiempo pensando un poema. Hay cuentos de tres páginas, en cambio, que me llevaron un año de trabajo. Con uno de los cuentos de este libro, “Trisha Erin”, yo quería hacer una novela sobre el mundo del arte, los museos, todo eso, y me salió un cuento de cinco páginas nada más. Había escrito un montón, después lo leí y era cualquier cosa, así que corté: la verdad es que me queda mejor lo breve, lo más concentrado.
—Tus poemas también tienen una manera más bien narrativa, ¿no?
—Sí, es verdad. Muchos poemas que escribí ahora, últimos, que todavía no salieron, son más narrativos. Es como una especie de narración más rápida. Si me pongo a pensar, no hay tanta diferencia entre el poema y el cuento. Creo que en el cuento trato de, como te digo, que tengan ideas, y a los poemas los veo más como sentimentales. Algo así. Pero bueno, después son re sentimentales los cuentos y los poemas también son medio conceptuales o mentales.
—En el relato “Do it yourself”, que avanza alrededor de la escena del taller literario, aparece la idea de novela no escrita todavía como preocupación. ¿Cómo te llevás con ese género, lo intentaste?
—En ese momento que escribí el cuento me acuerdo que sí quería escribir una novela. Pero ahora no, no me volvieron a dar ganas.
—¿Y cuál es tu idea de novela? Digo, si tuvieses que pensar en qué es lo que querías, exactamente, acometer.
—No lo tenía muy claro, era más una cosa del tipo hay que escribir una novela. No, la verdad que no. Pienso que era el desarrollo o algo más largo lo que quería, pero me di cuenta de que creo mucho en el instante. En la epifanía de un momento, y que así son mis cuentos y mis poemas. En la novela no sé si me va a salir, no sé si tengo esa pulsión de desarrollar mucho las cosas. En el fondo, creo que la poesía lírica es un momento. Y los cuentos son re cortos, también: tiene que ver con eso, con elegir solo una sola cosa, un solo hecho, una sola idea, o un solo sentimiento. Y hacer todo alrededor de eso.
—¿Cómo registrás las ideas, cómo son tus procesos de escritura?
—La verdad es que no escribo nunca, no escribo nada. Escribo re poco. En este tiempo, hace más o menos un año, que me gusten he escrito dos poemas. Dos que yo los leo y digo sí. Van a salir ahora por Spiral Jetty. Espero hasta que algo me parezca convincente y me salga. No creo mucho en “trabajar”. También escribo mucho en Internet, en Facebook, antes tenía un blog. Escribía todo el tiempo en ese blog. Creo en la escritura espontánea. Ahora estoy tratando de escribir cuentos, tengo ideas, y siempre son cosas alrededor de algo que me pasa, algo de la vida cotidiana. Lo que estuve haciendo todo este año, también, es escribir un libro de poesía por email con un amigo de Estados Unidos que se llama Stuart Krimko. Él es mi traductor al inglés, sacó un libro de Fernanda y mío allá: Belleza y felicidad. En este intercambio yo le mandaba un poema en castellano, él respondía con uno en inglés, y los poemas iban dialogando: mail poema, escritura improvisada. Ahora vamos a elegir, porque son como 500, yo elegiré cuáles traducir de los suyos y lo mismo al revés. Se llama Té dulce, té amargo. Me interesaba la inmediatez del email, y tengo ganas de hacer cosas así, proyectos que tengan que ver con escribir con otros, pensar formatos raros.
—¿Él es quien tradujo tu poesía reunida, Un hotel con mi nombre?
—No, ese es otro chico: Jacob Steinberg. Él empezó a traducir los poemas por su cuenta porque le gustaban y después conoció editores y les ofreció sacar un libro. Todo muy, como pasan las cosas en la poesía, de persona a persona. Esa es la manera en que circulan las cosas en la poesía, no a un nivel institucional, sino gente que se entusiasma y hace algo. A mí siempre me pasó eso. Y es re loco lo que ocurre cuando te traducen, de repente empezás a circular en otro contexto. Es raro, sorprendente.
—¿Te sentís identificada con la escritura de Chris Kraus, a quien tradujiste?
—Sí, totalmente. La leí por primera vez en 2010, también por medio de Stuart; él me regaló un libro suyo. Me encantó. Después la traduje, la conocí y pegué buena onda. Me escribo bastante con ella; pasa eso, cuando te llevás bien con alguien a nivel literario te llevás bien a nivel personal. Ella hace una escritura re feminista, cree en una estética del feminismo, como si hubiera algo que pasa con la escritura de las mujeres que modifica a la literatura en general.
—“Cuando una mujer investiga sus emociones le dicen que es confesional”, escribiste en Once Sur, y manifestás en ese texto un interés por lo que están escribiendo las mujeres.
—Siempre pensé eso. Las mujeres empezaron a escribir hace poco, masivamente. El otro día releí a Emily Dickinson, volví a sus poemas para el taller, y me decía wow, esto es re actual. Hay una intensidad que tienen las mujeres que me interesa. Siempre leímos todo de hombres, mayoritariamente toda la historia de la cultura está narrada por hombres. Por ahí ahora es momento de un cambio. Lo de las mujeres no se conoce tanto, cómo ven las mujeres el amor o las relaciones intersubjetivas. Nunca lo supimos bien, siempre supimos cómo era el amor definido por los hombres. La mujer estaba en la casa, amaba, se casaba; eso me interesa a mí, ver cómo ven la vida las mujeres.
—¿Hay una intensidad específica en lo que escriben las mujeres?
—Sí, obvio que la mente femenina es distinta que la mente masculina. Y también las condiciones en que viven las mujeres son distintas. Hay algo que, me parece, tiene la mujer y es la capacidad de mezclar más lo privado y lo púbico. Los hombres, desde siempre, tradicionalmente tienen su casa, su familia, sus hijos y después actúan en la esfera pública, y es otra cosa. Me interesa esa literatura, lo que puede mezclar lo privado y lo público. Que, por otra parte, es lo que estamos viviendo hoy con Facebook, con las redes sociales, donde todo lo privado se muestra. Hay algo de la literatura femenina donde no hay tantos límites en muchas cosas, lo cual no quiere decir que no me encanta lo que escriben muchos hombres. Pero pienso que también tienen que promocionarse entre sí las mujeres, porque hay pocas. Siempre llegan más los hombres y la mujer es como una rareza, se las toma como cosas raras, no como canon.
—¿Creés que eso está cambiando?
—No sé, sí, ojalá. Por ejemplo, en Estados Unidos traduje a varias poetas como Dorothea Lasky, Ariana Reines y Noelle Kocot. Las tres me encantan y para mí son las más interesantes de hoy allá, de la literatura que me gusta. Y son mujeres. Hay algo con la potencia que tienen las mujeres, aunque igual, ponerse a hablar de hombre-mujer… Para mí está lo masculino y lo femenino, creo que hay hombres que escriben como mujeres. En el fondo, lo que me interesa de la literatura es la pregunta moral: cómo vivir. Me gusta leer algo que me muestre otra forma de vivir, o que me explique algo de la vida. Me parece que me gusta leer cosas femeninas porque me interesa ver cómo se les ocurre vivir a las mujeres, las quiero escuchar. Siento afinidad y me entusiasman mucho las cosas que escriben las mujeres. Siempre me gustó naturalmente más la poesía escrita por ellas. De chica leía a Gabriela Mistral, a Alfonsina Storni.
—¿Y cómo te empezaste a vincular con los libros, de chica? ¿Cómo empezaste a leer?
—Mis viejos son licenciados en economía y administración, pero siempre leyeron porque fueron parte de esa clase media universitaria que en los 60 compraba los libros de Capítulo, la colección del Centro Editor de América Latina, lo vendían en los quioscos. En mi casa estaba toda la colección, y también les copaba la poesía. De chiquita mi mamá me leía los poemas de García Lorca. Me acuerdo que una de las primeras cosas que me movilizaron, a los doce o trece, fue un libro de Silvina Ocampo, una antología de sus cuentos y poemas. Me acuerdo de uno en especial, "El pecado mortal". Yo tenía un cuaderno con espiral de tapa dura y en la mitad de adelante copiaba los poemas que me gustaban de los libros que encontraba en mi casa, del otro lado escribía mis poemas. Poemas que eran, obviamente, medio copiados. De Borges, de Neruda… Los de García Lorca me los sabía de memoria. Había mucho de poesía cubana, Guillén; era una cosa generacional. A mi papá le gustaba la poesía española antigua, pero nunca llegué a copiar uno de esos. Desde los cinco años yo decía que iba a ser escritora, y me gustaba leer, agarraba cualquier libro. Había varios, no todos necesariamente buenos. Mucho de ciencia ficción, a mi mamá le gustaban los policiales, pero con eso no me enganchaba. Pero estaban Cortázar, García Márquez, en fin: todo lo que la gente más o menos de clase media tenía antes en su casa. El boom latinoamericano fue una cosa de la que ya nos olvidamos, pero todo el mundo los leía, no era una cosa de literato. Ahora la gente común agarra, no sé, El Código Da Vinci. A mi papá le gustaba mucho leer. Dostoievski, Arlt... Al final, supongo que mi papá era medio como un escritor frustrado.
—Y en la escuela ya eras, entonces, "la nena que escribe".
—Sí, siempre me sacaba diez en las redacciones, hacían concursos de dictado y ortografía y ganaba. Me gustaban los idiomas y le pedí a mi mamá que me mandara a inglés, a francés. A los 18 empecé a estudiar alemán.
—Traducís también alemán y portugués, ¿no?
—Portugués traduje dos libros, nada más. Inglés, sobre todo. Sí, y alemán. Me mataba estudiando idiomas. Estudiaba mucho de chica.
—A Letras te anotaste convencida, entonces. Pero en uno de los relatos del libro contás que te habías anotado en cine también.
—Sí, hice medio año y me di cuenta que no. Era otra época, año 92. Creo que si hubiese empezado a estudiar cine en el 2000, por ejemplo, por ahí me copaba. Pero en la escuela de Avellaneda todos se quejaban de que no se podía nunca hacer una película, aunque los que estudiaron en los 90 son justo los que después, en el 2000, hicieron películas. De todos modos era mucho, así que me quedé con Letras. Era una época en que la facultad era buenísima. Estaba Sarlo, Piglia daba un seminario, Josefina Ludmer, David Viñas, Panesi, María Teresa Gramuglio; fue esta facultad que vino después de la dictadura, intelectuales que se reunieron para rehacerla. Y después, en el 97, me fui a Estados Unidos a hacer un máster, que abandoné porque odié la univesidad yanqui.
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Cómo es?
—Y, viniendo de esa facultad de Letras que digo, donde estaba Delfina Muschietti, por ejemplo, que te daba no sé, a Perlongher en el 90, alguien que todavía no estaba consagado, o te daba Arturo Carrera, Marosa di Giorgio, para leer… Era una facultad super innovadora, veías las cosas que estaban pasando. En Estados Unidos no. Era todo re burocrático, tenías que ir a todas las clases, veían todas cosas horribles, leían cosas que me parecían de muy mala calidad literaria. En la facultad, acá, se respetaba la idea de escritura experimental. En Estados Unidos sentí que el contenido era todo, no les importaba leer autores interesantes, sino que tuvieran un contenido histórico. Igual estuvo bueno estar allá, conocí mucho de literatura latinoamericana porque todos los profesores eran de distintos países de Latinoamérica, así que leí un montón. Las bibliotecas son increíbles allá, podés sacar lo que quieras y tienen todo. Me sirvió también para conocer cosas de teoría. Empecé a leer a Judith Butler, por ejemplo, que acá nadie la conocía todavía. Estuvo bueno ir, pero no aguanté. Pasé un año y me volví.
—¿Cuánto tenías que estar, en teoría?
—Dos.
—¿Se enojaron?
—No, no se enojaron, ni les importa. Di una excusa. Que mi papá estaba enfermo, qué se yo. Si tienen un millón de alumnos… Volví e hice Belleza y felicidad, también como una especie de reacción frente a eso.
—¿Ahí la conociste a Fernanda Laguna?
—Sí, cuando volví de Estados Unidos. Yo iba a un taller de Arturo Carrera y él me mostró unos poemas de ella que me re gustaron. Fernanda justo inauguraba una muestra en el Rojas, y fui porque la quería conocer.
—¿Vos hacías arte ya?
—No, pero me gustaba, conocía artistas, todos los del Rojas, me re interesaban. Salía mucho a la noche y empecé a conocer gente. Yo era muy amiga de Sergio De Loof y él tenía un lugar que se llamaba Café París y me dijo de hacer algo y yo la invité a Fernanda a hacer una muestra de poemas y cuadros, poemas escritos en cuadros. Eso fue lo primero que hicimos juntas. Después se nos ocurrió hacer lo de Belleza y felicidad. Pero fue muy rápido, abrimos el local, todo medio sin pensarlo.
—¿Y qué empezaron a registrar ocurría, cuando abrieron?
—Fue todo una locura. Teníamos 27 años y muchas ganas de hacer cosas. De participar y de vivir una vida distinta, no sé. De estar rodeadas de artistas. No había mucho plan.
—Decías que lo leés entonces como una reacción a tu estadía en Estados Unidos, a la solemnidad y la burocracia de allá.
—Antes de irme a Estados Unidos, mientras hacía la carrera de Letras, era muy amiga de Gabriela Bejerman. Ella hacía la revista “Nunca, nunca quisiera irme a casa”, donde tratábamos de mezclar la noche y la poesía. Nos gustaba esa idea de sacar a la poesía de la cosa solemne, académica. Así que yo estaba en esa ya, y cuando me fui extrañaba los amigos, la noche… Que la poesía fuera algo vivido y no pensado, encerrado, no sé. Yo quería escribir poemas de lo que me pasara, y que lo que me pasara fuera interesante. Y tenía, como decía, este amigo, Sergio De Loof, que fue un tipo que hizo lugares como Bolivia, El dorado, donde se juntaba la bohemia. Yo estaba allá y me acuerdo que pensaba: cómo me aburro acá. Porque en Buenos Aires, en la Facultad de Letras, podías hacer una vida universitaria y hacer una vida bohemia a la noche, a la vez. En Estados Unidos no; estás en un campus y no se mezcla, o por lo menos a mí me pasó eso. La gente de la universidad estaba en otra, no le importaba nada la vida, la subcultura. Eso: a mí siempre me interesó mezclar la academia y la subcultura. Me había aburrido mucho allá y quería hacer algo distinto. Sobre todo eso, que la gente se mezclara, que los escritores se pudieran encontrar. En ese momento también estaba Marina Mariasch haciendo Siesta, fue toda una generación... Pensándolo ahora, creo que tuvo que ver con haber tenido todos esos profesores, se trataba de pensar la literatura desde un lugar más en el momento. Delfina Muschietti daba un taller y también organizaba un ciclo, “La voz del erizo”. Ahí fue la primera vez que leí en mi vida, en el Rojas. El Rojas tuvo que ver, también, ahí estaban todos los artistas, había ciclos, cosas que estaban buenas.
—¿Con la idea de generación del 90 cómo te llevás?
—Bien. No sé, ni bien ni mal. Igual yo mi primer libro lo publiqué en el 2002. Creo que me siento parte. Me llevo bien con todos, era lo que yo leía también en esa época, no puedo negar que me re influenciaron. Creo que todo lo que escribí tuvo que ver con haberlos leído a todos ellos. No creo que lo hubiera hecho si no hubiera sentido que se podía escribir así.
—¿Sentís que seguís escribiendo igual que en esos años o que tu escritura fue cambiando?
—No sé, creo que no cambió. O sí, levemente. Creo en una poesía directa, cruda, coloquial. Universal pero local, también. Me interesa eso. Creo que por ahí muchas cosas que escribí por las puedo ver diferentes a otras de los 90 porque me intresaban otros temas, me doy cuenta que hababa mucho de dios en mis poemas, una cosa medio romántica. Muchas de las poetas de Estados Unidos jóvenes, estas que traduje, tienen una cosa con el romanticismo, con recuperarlo desde un lugar post todo, un yo romántico, y me parece que yo tenía eso, también. Y que por ahí es algo distinto a otros poetas de los 90. Lo que sí me marcó de los 90 es esta idea de hablar como se habla todos los días.
—Eso se mantiene en tu narrativa. Son decisiones que mantenés en ese otro género.
—Sí. Lo simple. Me interesa lo simple. En los cuentos también, un estilo directo.
—Otra línea tuya que subrayé, leo: “Siempre me he tomado a la literatura de manera muy superficial”.
—Eso es de Once sur, sí.
—También: “Estoy tratando de escribir un poema al instante”, “voy a saber todo aunque no sepa nada”. Me pregunto a partir de estos subrayados qué lugar le das a lo cursi, a lo leve, a lo banal, a lo superficial. Y a lo amateur; en otro texto hablás sobre un cuadro que ves colgado en una panadería, hecho por una mujer, una pintura amateur, y decís que tu poesía está cerca un poco de eso.
—Sí, en el poema “Hoy vi un cuadro”. Tiene que ver con la idea de que la poesía está en la vida cotidiana, entonces el lenguaje, para expresarlo, tampoco está muy lejos. Lo superficial igual es peligroso para ser interpretado.
—Creo que ustedes tomaron todos esos términos peligrosos con coraje. Y buscaron decir cosas peligrosas desde ahí.
—Sí, lo de coraje que decís… A mí me gusta pensar una idea de radicalidad, también. Lo femenino en esa cosa de la locura femenina, que no tiene miedo a “quedar mal”. Porque también con lo banal, lo cursi, en el fondo, siempre está esa cosa del buen gusto. De estarse cuidando. Como que una mujer siempre tiene que demostrar que es culta, que sabe, para poder hablar. Y hay algo de eso, de decir: bueno, se puede tener una intuición poética también desde lo banal, desde lo superficial. Y se puede hablar desde ahí. Ese poema que mencionaste, que dice que la literatura roza todo sin tocar nada, habla de todo sin hablar de nada: me interesa la idea de que lo superficial de la literatura termina llegando a un conocimiento por otra vía. Que es más la intuición. Por eso, no es “lo superficial” porque me quedo en “lo superficial”, sino que creo que la poesía también es una forma de conocimiento. Una que es distinta, que no es racional, que no se produce por cruzar datos, por cruzar referencias. Es experimentar la realidad o la realidad vivida del poeta desde un lugar diferente. Entonces, por ahí lo superficial también es otro camino para comprender. No es ah, qué lindo lo superficial: es la idea de entrar por otros lugares a la comprension del mundo.
—Garamona, en la contratapa de este libro de relatos, habla de lo “inesperado” en tu obra. ¿Podemos leerlo como efecto de este camino que tomás?
—Sí, también. Esa es la parte que me parece divertida de escribir: sorprenderse a uno mismo. Eso es lo que yo intento siempre, y por eso no puedo planear mucho sentarme y escribir cinco horas. No puedo porque tengo que esperar a estar en un estado medio paradójico de la mente. Y eso tiene que ver con lo que voy viviendo, no puedo planearlo. Hay un libro de Dorothea Lasnky que traduje, una parte que se llama “La poesía no es un proyecto”. Lo usé para mi taller, de título, y me encanta. Yo creo en eso. Que la poesía no es un proyecto, es algo que te sorprende. Trato de escribir así. Cuando siento que puedo empezar con algo que no entiendo muy bien y que me parece que puede ser una idea fuerte pero no sé a dónde me va a llevar, escribo. Si ya sé a dónde me va a llevar, no lo escribo. Pero bueno, no sé, mis cuentos no tienen muchas historias, no tienen trama, es lo que se me va ocurriendo. Hay muchos tipos de literatura hoy, cosas muy distintas, creo que ya no hay un canon como antes. A mí me interesa una escritura experimental, no me interesa una escritura del verosímil ni de lo “bien hecho”. Está esa frase de César Aira, “entre lo bueno y lo nuevo prefiero lo nuevo”. Yo sigo pensando eso.
—En el primer relato hablás de los talleres literarios como sesiones de espiritismo.
—Al taller lo pienso como un lugar en el que transmitir un entusiasmo, no una enseñanza, y también donde la gente se empieza a conectar y a hacerse amigos, a armar cosas y a intercambiar. Y lo de sesión de espiritismo lo pienso de toda la literatura, en general: leemos a muertos, o cuando empezás a meterte con los textos empiezan a pasar cosas que tienen que ver con el azar objetivo de los surrealistas. Ves cómo todo se conecta, también. Por ejemplo yo les iba a dar un texto ese día y los poemas que trajeron tenían que ver con el texto, millones de cosas de ese estilo, donde se empieza a perder la racionalidad. Uno se conecta con la poesía dede un lugar no tan premeditado. Creo que hay algo de lo adivinatorio en la poesía. Es muy misterioso. Es una metáfora para hablar de un espacio común donde pasan cosas de otro orden. Siento que en el taller hay algo así medio ritual, que tiene que ver con que se pierde la lógica y puede pasar cualquier cosa. Creo que la poesía también es eso, trato de escribir desde ese lugar. Para mí dar taller es poder comunicar un entusiasmo. Es un espacio distinto a la academia. Por suerte no tenemos programas de escritura creativa en la universidad, como en Estados Unidos, que es un bajón, todo re cuadrado. Acá tenemos los talleres de los escritores, que para mí son espacios mucho más interesantes que si estuvieran en una universidad. Pero bueno, aparentemente ahora los van a poner en la UBA.
—Hay uno en la UNTREF.
—Sí, es como una tendencia en el mundo. En Estados Unidos, de hecho, ya vienen de vuelta de eso. Está re criticado. Y acá estamos poniéndolo. Creo que volver la escritura creativa institucional va en contra de la escritura. Me parece que lo más interesante que todavía pasa en Buenos Aires es que los escritores se conectan de manera horizontal, a través de lecturas, fanzines, editoriales. Para mí eso es lo que hace de Buenos Aires una ciudad única. Yo en el taller trato de alentar ese espíritu, y ellos organizan después lecturas. Pienso que mientras más escritores haya, mejor. Escriban bien, mal. Viene gente muy joven a mi taller, y siempre les digo que hay que escribir, escribir, escribir. Un día te va a salir, es como estar en contra de esa idea del genio...
—¿No te interesa la idea de genio?
—Sí, me parece que hay cosas geniales, y que es real que no todo el mundo las puede hacer. Pero, y por eso lo de sesión de espiritismo, yo creo que la literatura, en el fondo, también es anular el yo, y creo que las cosas geniales le pueden pasar a cualquiera si está dispuesto a que le pasen y sabe cómo encontrarlas. No es que cualquier cosa que escribas va a ser genial, sino que pienso que cualquiera puede hacer algo genial pero tiene que estar conectado... Mientras más intentemos buscar el genio, más lo vamos a encontrar. El tema es estar predispuesto a ser genial. Creo en las musas, en la inspiración, en que hay que abrirse a la inspiración.
—¿Cuál fue la última cosa que te inspiró?
—La amistad. Darme cuenta de que la amistad y la poesía van completamente juntas.