“La literatura es lo radicalmente distinto de la vida”
Ph Gabriela Cabezón Cámara
Entrevista a Ricardo Strafacce
Miércoles 14 de junio de 2017
"Es difícil terminar una novela, es como matarla. Es mucho más fácil empezar una novela", dice el escritor y abogado. Blatt & Ríos acaba de publicar, después de Frío de Rusia, La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires. Gonzalo León lo entrevistó en el Varela-Varelita, un café porteño que es como su segundo hogar.
Por Gonzalo León.
La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires (Blatt & Ríos) es la última novela de Ricardo Strafacce, premio municipal de Literatura por su biografía de Osvaldo Lamborghini. En ella vuelve a tomar algunos tópicos u obsesiones de su obra: la tendencia al desmadre de sus personajes, el hecho de que estos personajes se dividan en maltratados y maltratadores, el humor y, desde luego, cierta filiación a una narrativa contracanónica -Macedonio Fernández, el mencionado Lamborghini, Copi, Héctor Libertella y César Aira-.
La Escuela Neolacaniana trata de un grupo de analistas que se reúne a discutir en un bar de Barrio Norte nuevas formas de análisis, basadas en el maltrato, cuando no en el sadismo, hacia sus pacientes. Como ya viene siendo una marca en este autor, la novela termina con un final inesperado y violento, aunque no por eso poco delirante. De hecho, podría decirse que sus finales delirantes encuentran aquí el tema perfecto.
Si bien Strafacce empezó a publicar tarde, desde hace diez años se ha puesto al día con una docena de novelas: La boliviana, La transformación de Rosendo, Carlutti y Pareja, Crímenes perfectos, El parnaso argentino, Frío de Rusia, entre otras. Strafacce es además el abogado que representa desde hace seis años a Pablo Katchadjian en la causa interpuesta por María Kodama por la supuesta apropiación de El Aleph, de Borges.
Pero no es fácil hacer hablar con este autor, básicamente porque considera que sus novelas hablan por él. Ayudó de mucho que esta entrevista se realizara en el bar Varela-Varelita, lugar que podría calificarse como su segunda casa u oficina. Con el ruido de fondo de un sábado a la noche –vasos sonando y voces hablando fuerte, y después del taller que dicta esos días–, Ricardo Strafacce se animó a contestar algunas preguntas.
En tus novelas siempre hay algo que se desmadra hacia el final, es como si los personajes reaccionaran de forma radical o perdieran el control. ¿A qué se debe?
Lo noto ahora que me lo decís y se me ocurre pensar que, salvo si vos estás en un género muy género como el policial, donde el final de alguna manera está determinado por la trama, es difícil terminar una novela, es como matarla. Es mucho más fácil empezar una novela.
Pero podrías terminar con un final abrupto o un no-final, y en vez de eso, optas por un desenlace que funciona como un pico hacia arriba, a eso llamo desmadre.
Las historias de un escritor amado para mí como lo es Mario Levrero, con excepción de La novela luminosa, podrían no terminar nunca, porque la peripecia es tan alocada que podría estar ocurriendo cualquier cosa todo el tiempo. Creo que pensé que podía terminar esta novela con cualquier otra cosa, porque lo otro ya estaba terminado de alguna manera. Ésta, por ejemplo, termina antes y lo que sigue es una coda. Se me ocurre ahora, cuando uno escribe no trama estas cosas; yo pensé el capítulo final como algo para que el lector se olvidara de la novela, como para que no le diera tanta importancia. Se mantiene de todos modos la locación, no es algo que no tenga nada que ver, los hechos son los que dieron lugar a ese último capítulo, pero poniendo foco en otro lugar. Eso lo pienso ahora, pero repito, uno cuando escribe una novela no piensa nada.
La Escuela Neolacaniana pareciera que no trata de psicoanálisis lacaniano, sino de maltratados y maltratadores, y podría adscribirse a un determinado orden económico.
O a cualquier otra cosa. A mí me contaron una historia muy breve, muy mínima, de un psicoanalista maltratador, y entonces me quedé pensando, busqué en Internet y encontré que había un fundamento teórico para el maltrato, pero más allá de eso a mí me pareció la posibilidad de un relato simplemente.
En Carlutti y Pareja también hay un maltratado y un maltratador, y creo que también en El parnaso…
Sí, lo que pasa es que si todo el mundo se trata bien no hay novela.
Pero en las novelas de César Aira, que te gustan mucho, no está tan marcado ese maltrato.
Muy cierto. Quizá a mí se me ocurre una novela cuando hay maltrato.
Hay un tono, no sé si deliberado, a Sade, y el personaje del psicoanalista más perverso (Rodríguez Malo) suena a la protagonista de La condesa sangrienta, de Pizarnik. Porque acá el pretexto de la cura es eso, un pretexto, no existe una motivación real hacia la cura de los pacientes.
¡Y por ahí no! Creo que en algún momento, cuando los pacientes se liberan, la novela dice: “A lo mejor Rodríguez Malo tenía razón: el azote produce la cura”, lo cual es una lo-cura. De todos modos en esta relación entre analista y paciente hay una sociología de Buenos Aires o, si querés, de Palermo, lo que uno conoce en este medio. En ese sentido pienso que esa una novela que sólo podría entenderse en Buenos Aires, y ni siquiera en todos los barrios de Buenos Aires, me parece. Quizá me equivoco.
En general tus novelas son así: porteñas.
Sí, yo recuerdo una novela que se publicó en Blatt & Ríos con el título Frío de Rusia; se la mostré a Héctor Libertella, que me dijo: “Estoy podrido. Todas tus novelas son en Primera Junta, yo no conozco Primera Junta, no me interesa”. Entonces trasladé todas las calles y los lugares de Primera Junta a Palermo, porque hace ya unos cuantos años que vivía en Palermo, pero se ve que los recuerdos seguían en Primera Junta, y quedó como una novela falsa, berreta, y volví a la primera versión, donde estaban situados mis recuerdos. Por otra parte, no podría escribir una novela rural.
¿Y por qué no?
Porque no tengo la experiencia.
Pero muchas veces has dicho que no es necesaria la experiencia…
Bah, con esta pavada que acabo de decir, nadie podría escribir una novela de ciencia ficción, pero bueno, a mí no me sale.
Hay una cosa interesante en La Escuela Neolacaniana, más allá de esa sociología porteña, y es lo que entendemos por normalidad y anormalidad. En un punto, los pacientes parecen tan normales o anormales como los analistas.
Nunca pensé en eso, pero lo que pasa es que la dinámica propia de un relato te lleva incluso a pensar cosas, que es algo, como te decía, que nunca hago. Vos te tomás el trabajo de escribir una novela y la novela se toma el trabajo de pensar por vos. Ahora, yendo a tu pregunta, uno supone que el analista siempre está en el lugar de superioridad, que es el lugar del padre. Pero insisto, no pensé en nada de esto de lo que estamos hablando: casi siempre la novela piensa por vos, porque el relato tiene una dinámica pensante. Y porque no podés escribir cualquier cosa: hay un relato y de alguna forma tiene que desarrollarse. Es decir, si no hay matriz real, autobiográfica o exobiográfica, el relato tiene una dinámica interna propia que te lleva hacia algún lugar, y en ese sentido no cabe cualquier cosa.
El crítico estadounidense James Wood en un libro reciente cita la clasificación de personajes que hizo E.M. Forster: por un lado están los personajes redondos y sólidos, que tienden a ser más trágicos, y por el otro, están los personajes planos, que tienden a ser más cómicos. De tus novelas se ha dicho muchas veces que son cómicas. ¿Puede ser que se deba al uso de personajes planos?
Yo pienso que los personajes son una patraña. Nadie puede pensar que el agrimensor de El castillo, de Kafka, es un personaje. Un personaje en el sentido estalinista de Lukács, por eso Lukács, un hombre tan ilustrado e inteligente, escribió siempre en contra de Kafka. Yo leo entrevistas a escritores argentinos que hablan de sus personajes como si fueran personas, y hablan de lo que haría su personaje en una situación hipotética, que está afuera de la novela. ¿Y qué es el afuera de la novela? La vida. Piensan que los personajes son personas vivas, y la literatura es lo radicalmente distinto de la vida. Y quiero completar con la frase insignia de Macedonio Fernández: “Yo quiero que mi lector sepa siempre que está leyendo una novela, no presenciando un vivir, no viendo vida. El día que mi lector caiga en esa alucinación, ignominia del arte, yo habré perdido, no ganado, un lector”. Y también cuando dice que es un delirio lo que hacen los escritores cuando van matando a sus personajes durante la novela, porque corren el riesgo de matar dos veces al mismo o a uno dejarlo con vida.
En el Borges, de Bioy, se consigna en una charla que es extravagante que se aplique el psicoanálisis a personajes literarios.
Borges no sabía nada de psicoanálisis, pero sí sabía de la literatura y está perfecto eso que decía Borges, e incluso Freud en un artículo que no se conoce mucho ha escrito lo mismo que Borges.
Y hace unas semanas Beatriz Sarlo en el Coloquio Saer decía que los críticos como ella que analizaron la literatura de Saer lo hicieron con la teoría de los personajes que ya fue. Y se preguntaba qué eran los personajes. ¿Un conjunto de cualidades?
Vuelvo a poner el acento en El castillo, que me parece la mejor novela del mundo. ¿Cuáles son las cualidades del agrimensor? ¿Qué sabemos de él? No sabemos nada. Y eso es tan genial en Kafka, porque nos presenta al antipersonaje, que incluso no tiene nombre, sólo una inicial: K. Por eso es tan grande, porque su literatura carece de personajes.
¿Y de qué forma calificarías a tus personajes?
No tengo personajes.
¿Qué opinas de los escritores que hablan de sus personajes, ya no como personas, sino como chiches?
Opino que son unos tontos.
En tus novelas siempre hay alguna clase de organización, y esa organización se ve como un conjunto de “personajes” que funciona como un solo personaje.
Tenemos la vida tramadas por instituciones, empezando por el Estado y siguiendo con el consorcio; tenemos nuestra vida tramada ahí, y tramada en los dos sentidos de la palabra: en el sentido de trama y en el sentido de que ya la tienen prevista.
En este sentido también tus historias parecen burlarse ácidamente de la burguesía, de toda clase: de los políticos, de los analistas, de los nuevos ricos, etcétera.
Esta es una cosa importante: yo no tengo ninguna intención cuando escribo una novela, ni de burlarme ni de felicitar a nadie. Salen así porque salen del inconsciente, de lo reprimido, de lo que uno no va a decir en otro tipo de discurso. Escribo novelas porque me divierte escribirlas. Digamos, solamente estoy de buen humor cuando tengo una novela en marcha, pero al mismo tiempo sólo puedo empezar una novela si estoy de buen humor. Puede haber otras cosas gratas, pero mi pasión es la literatura.
Por último, y como abogado de Pablo Katchadjian, ¿cómo recibiste la noticia de la Cámara de Apelaciones en el que se revirtió su procesamiento y decretó su sobreseimiento?
En principio es un fallo que está firme, y bueno cuando me comunicaron la noticia, sentí alegría por Pablo y satisfacción profesional.