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"La humanidad tiende a la mezcla"

Hebe Uhart

La viajera crónica publicó De aquí para allá (Adriana Hidalgo) donde hace un recorrido por las comunidades originarias de Argentina y América Latina: "Cuando tengo una inclinación, primero la sigo y después me pregunto por qué".

Entrevista y foto Valeria Tentoni.

El balcón que riega a diario Hebe Uhart ocupa una larga ele a nueve pisos de altura en Almagro, cerca del Hospital Italiano. Como por un estrecho jardín colgante de Babilonia, la autora de Guiando la hiedra se abre camino entre jazmines del cielo y cruza un arco de Santa Ritas para llegar a un pequeño rectángulo en el que trabaja cuando entra la luz y corre buen aire, porque con calor no puede ni quiere escribir. Ahí hay un escritorio pelado, más mesa que escritorio. Para su último libro de crónicas ―De aquí para allá (Adriana Hidalgo)―, como para todas sus crónicas, no necesitó más que lápiz y papel y algún “pensadero” de ocasión, como ser la plaza central de un pueblito o la habitación de un hotel que pueda llamar “casa” durante los días necesarios hasta completar su visita de inspección a un mundo extraño. “Los aparatos se me rebelan. Se me rebelan los grabadores, no uso. La computadora se me rebela cada tanto. Ahora no me anda el aire acondicionado, por ejemplo”, dice, ya en el comedor, cuya pared lateral ocupa una biblioteca de tablones. De ahí va a sacar, para mostrar y recomendar, Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg o Una idea genial de Inés Acevedo. En uno de sus vértices están apilados los libros que está estudiando para su nuevo proyecto, también a salir por Adriana Hidalgo, sobre animales. Ya trabajó los pájaros, por ejemplo, y puede contar cosas increíbles acerca de ellos.

Hebe Uhart cumplió ochenta años el pasado diciembre y se podría predicar de ella lo mismo que ella predica de Nápoles, una de las ciudades que más le gustó visitar: es risueña. Riendo repasa su biografía viajera, la misma que la hizo escribir De la Patagonia a México y Viajera crónica. O este último tomo, en el que visita comunidades indígenas. “Cuando tengo una inclinación, primero la sigo y después me pregunto por qué. (…) Quise saber más de aquellos que, teniendo en cuenta a la mayoría de los países de América Latina, forman más de la mitad de la población”, explica en la contratapa de De aquí para allá.

“Esa inercia que me agarra a veces, que cuando salgo quiero seguir adelante y no volver a casa”: sometida alegremente a esa fuerza, Uhart pasó por las salinas de Carmen de Patagones, fue a una escuela en Amaicha, conversó con una cacica, visitó a los quom en el Chaco, dio clases en Tartagal, esperó micros y aviones, hizo dedo en La Paz, se subió a un trole en Quito y se internó en la selva peruana.  

Sobre la mesa tiene preparadas galletitas y una gaseosa fría. Al costado, abiertos, los Cuadernos norteamericanos de Nathaniel Hawthorne: “Es raro esto. Raro. Lo voy a usar para los talleres”, dice. Hace más de veinte años que recibe a jóvenes y no tan jóvenes alumnos, y algo de esa experiencia recolectó Liliana Villanueva en un muy vendido libro de Blatt & Ríos.

Hebe sirve dos vasos de gaseosa y empieza a hablar por donde quiere, como corresponde.

 

―La gente del campo tiene una relación con los animales totalmente distinta que nosotros. Una cosa es la apreciación que tiene un cuidador de aves, y otra un ornitólogo. El ornitólogo también me sirve a mí consultarlo, pero más bien va a tender a armar clases, subclases. Mientras que, por ejemplo, en Azul escuché una conversación interesantísima de gente de campo en relación a los animales. Yo les pregunté si los animales perciben la muerte de otro animal, y me dijeron que el caballo no, pero la vaca sí. ¿Cómo es, cómo hace?, les pregunté. Y me dijeron que se ponen todas en círculo, como en un velorio, y hacen un mugido especial. Y después otra cosa interesante es el turno para beber, para tomar agua: hay jerarquía entre las vacas. Si alguna se quiere colar, la otra la topa. Tienen turnos para beber. Después otro me dijo: “Yo creo que los bichos son muy curiosos, que van más allá de las necesidades básicas. Yo pienso que nos están mirando todo el día”. Y el otro contestaba: “Y sí, si no, cuando aro los caranchos por qué se vienen a mirar, aun no teniendo nada para hacer”. Me sorprenden las maneras de vivir, las expresiones… Cuando me invitan a una cosa viajo y aprovecho para otra. A una charla o a un foro, y yo pido de ir a lugares o que me presenten personas; si no lo voy a buscar o me lo muestran, ¿cómo me entero?

―No debe ser fácil entrar en las comunidades en las que entrevistaste, ¿no?

―En la comunidad del norte de Salta que fui, ahí fui porque yo tenía una charla pendiente para División de Cultura y pedí darla en ese lugar, entonces me lo buscaron. Y fui a los wichis. Yo por mi cuenta solamente fui, de esos viajes del libro, a los otavalo, que esos son los de Ecuador, sorprendentes.

―¿Identificás que en todas las comunidades hay mezcla?

―Las comunidades no están en estado puro, están mezcladas. Por ejemplo, Teresa Catriel, de Azul, descendiente del cacique Catriel ―nada menos, gran cacique―, que está peleada con el resto de la comunidad, ella fue enfermera toda la vida, está casada con un italiano, y el hijo vive en Buenos Aires y es abogado. Después tenés la comunidad de Los Toldos que son todos indígenas. Ahí hay una persona encantadora, Don Haroldo Coliqueo, que fundó la única y primera clínica, y bueno, él es médico cirujano, se recibió en La Plata. Yo le pregunté: “¿Don Haroldo, y no lo discriminan a usted?”, y me respondió: “Acá quién me va a discriminar, m'hija, si somos todos Coliqueo y Cayuqueo?”. Es verdad, tienen calles con esos apellidos. Son médicos, veterinarios, tacheros. Están todos integrados, porque el bisabuelo de este se rindió. ¿Por qué los mapuches son más aguerridos y tienen más alas que, por ejemplo, un Coliqueo o una Marta Catriel, que ya está más mezclada? Porque en la provincia de Buenos Aires no tenían más remedio que rendirse. Por más que no hubiera tecnología en el Siglo XIX, en algún momento los atrapaban. En el sur corrían. Y hasta Chile corrían. Iban y volvían de Chile. Es distinto a Buenos Aires, porque la cercanía hacía que los fueran a encerrar. Entonces muere el abuelo de Haroldo Coliqueo pidiendo ser "cristianado", como dicen ellos, y pidiendo la instrucción, que haya escuela. Ese es el bisabuelo de Coliqueo. Entonces lo que hay que tener presente es que está todo muy mezclado, no hay en estado puro ya comunidades. Ya estaban mezclados entre ellos, los pampas con los tehuelches, los patagones, digamos, ellos mismos estaban mestizados. Tenían esclavos, también. Cafulcurá, que es de la salina grande de Carmen de Patagones, tenía más mestizos y blancos cautivos que indios.

―Y encontraste que en escuelas laicas se los hacía rezar a los chicos, o sea que todo está mezclado.

―Sí, está todo mezclado. Toda la humanidad tiende a la mezcla. Es el futuro, lo que se va a ver es la mezcla.

―A Bolivia decidiste no volver a ir para esta crónica, por la altura, ¿cómo lo trabajaste?

―Sí, el problema es La Paz, pero la altura de La Paz ya de joven me hacía mal. Yo fui dos veces. La primera vez no me acuerdo bien, y la segunda vez fui con treinta y pocos y me pegó. Le pega a todo el mundo, sentís como un aire enrarecido que está en tu cabeza. Así que dije a La Paz no voy, no, por precaución. Pero me hubiera gustado.

―Y en esos primeros viajes, en tus viajes de los 30, ¿llevabas cuaderno, diario, apuntes?

―No, no, los hice para ir, nomás. Yo antes de hacer notas ya viajaba mucho. Viajé desde los diecinueve años. Desde que me dejaron viajar, viajaba. Todos los años me hacía un viajecito.

―¿Ya eras maestra con diecinueve?

―Sí, a los diecisiete empecé. Me recibí a los dieciséis. Era chiquita.

―¿Y a dónde fuiste en tu primer viaje?

―Mi primer viaje largo fue a La Paz a los veinte, pero antes ya había ido a Usuahia en un barco de la marina de guerra, un barco carguero. Y después a las Cataratas. Y a los veinte me fui con dos amigas todo por tierra, todo todo todo por tierra en tren hasta La Paz. Son como cuatro días, íbamos parando. Cruzamos el lago Titicaca y llegamos a Puno y de Puno hicimos hasta Cusco, y de Cusco a Machu Picchu, y después a Lima. Y después volvimos por tierra todo por Chile, llegamos a Santiago, nos quedamos dos días y nos tomamos el tren. Ya no teníamos más plata. Sí, ese viaje fue largo, muy lindo.

―Pero vos ya escribías por entonces.

―Sí, pero no pensaba en escribir sobre viajes.

―Muchos de tus cuentos son como crónicas, ¿no?

―Y, algo tienen, sí, puede ser. El tema de la crónica, y sobre todo de la crónica de viajes, es que de repente vos te vas a encontrar con cosas que no se te hubieran ocurrido. Impresiones de otros sectores que no se te ocurren, que no las podés inventar. Eso está ahí, y lo que hace el cronista es recogerlo. Eso sí me interesa. El trabajo de recolectar frases, formas de ver la vida.

―Las primeras crónicas que hiciste, ¿fueron para diarios?

―Las primeras crónicas de viaje las hice para El país Cultural, de Montevideo. Yo trabajé mucho ahí mandando crónicas. Eso sí, no saqué una foto nunca en mi perra vida. Yo recorría todos los pueblos del Uruguay. Había un periodista en la redacción que le daba risa cuando yo llegaba; antes de venir a Buenos Aires pasaba por Montevideo, y yo iba a pueblos pequeños, de mil habitantes quizás, y él me decía: “No vas a querer terminar hasta que no releves la última hierba de Uruguay”. Eran textos libres, vivía [Homero] Alsina Thevenet, que era un gran editor. En realidad, yo no entré para escribir crónicas. Yo estaba en Montevideo y fui a la redacción, no me acuerdo bien, yo ya era amiga de Elvio [Gandolfo] debe ser, sí, y me dijo: “Andá a verlo a Alsina Thevenet”. Y no sé qué le conté sobre las dificultades editoriales; treinta años atrás no había tantas editoriales como ahora. Había pocas y cerraban, y todos te decían “¡Venga la semana que viene!”. Le conté y Thevenet me dijo: "¡Hacé eso, escribí eso!". Era como un maestro retador, y me acuerdo que me dijo: "¡Y no escribas malas palabras!". “¡Si yo no pongo malas palabras!”, le dije. Yo no escribo malas palabras. Y entonces ahí me contrataron para hacer los viajes. Les hice muchos pueblos... Paysandú, Tacuarembó, Rivera, Piriápolis, toda la zona que ellos llaman El Santoral, todos los pueblitos. Y eso les interesaba. De Argentina les hice el carnaval de Gualeguaychú, por ejemplo. Yo les proponía notas y ellos me decían “sí”. Pero fotos en la perra vida saqué.

―¿O sea que Argentina conocés todo, ya?

―No, no conozco Santa Cruz. No conozco Catamarca. Y no conozco La Rioja. Y no conozco, de América Latina, Venezuela. Ni Centroamérica. Salvo Cuba, no conozco nada. No conozco Costa Rica, Dominicana. Pero, salvo Venezuela, de América Latina conozco todo, así que tengo más o menos una idea.

―¿A Europa cruzaste?

―Sí, pero notas no he hecho de Europa. Sí, hice, hice: de Italia, hice. De Nápoles para abajo. Me encantó Nápoles. ¿Vos fuiste? Nápoles es una ciudad hermosa, es una ciudad que se ríe, es risueña. Los cielos, el cielo... Y la ciudad, hermosa. Hice Italia. Pero después fui a la Feria de Frankfurt y eso, que me invitaron, y no hice nota, no. Y fui a Nueva York dos veces y no hice nota tampoco.

―¿China, todo eso?

―No, no, oriente no fui. Ya me parece otro mundo.

―¿Pero te gustaría ir a China?

―Me gustaría más a la India ir, tal vez. Pero me da como miedito. El viaje es largo, pero me da miedo no entender bien. En primer lugar, yo no sé inglés, entonces no tengo una voz intermedia ni siquiera para hablar en el centro de la ciudad, donde puede haber más gente que sepa inglés. Y la cultura es muy distinta, y me da miedo de ir por el campo y no entender. Si la cultura es muy distinta, no entendés los códigos. Tenés que leer mucho antes, para ir, porque podés ver ciertas cosas pero la gente de distintas culturas se relaciona de manera distinta. Todo es distinto, y tenés que entender. Lo que sí me gustaría es el país chiquito ahora. A Portugal y a Irlanda me gustaría ir. Países muy grandes, o conglomerados de gente, me abruma. Como la Feria de Guadalajara en México. Es la más grande de América Latina. Y la de Bogotá misma también está llena de gente. La de acá también hay gente, pero acá vos estás cerca de tu casa y decís “me voy”, y te vas.

―¿Te gusta ir a las ferias y esas cosas?

―No, pero aprovecho la feria para el viaje.

―Todo lo que es "tarea de escritor" en esas ocasiones me da la impresión no te gusta.

―¿Cómo qué?

―Como dar entrevistas. Como recibir elogios, que te cambian la cara.  

―No me la creo, yo.

―¿Pero es agobiante, para vos?

―No. No, no me resulta agobiante. Quizás la entrevista me resulta algo un poco reiterativo, porque uno repite cosas, se repite. Y los foros de las ferias: qué se yo, son lo que son. Yo hago un poco el papel de payaso y trato de divertirme.

―¿Cuentos no querés escribir más?

―No sé. En algún momento puede ser... Pero viajar sí, me sigue gustando. Eso sí. Vamos a ver este año qué me depara.

 

 

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