"La escritura es pura libertad"
© Martina Bertolini
Ángela Pradelli
Jueves 28 de julio de 2016
"Algunas veces tengo la certeza de que la escritura es un camino hacia el origen", dice en esta entrevista la ensayista, poeta y narradora. Viajó a Italia para remontar su árbol genealógico y construyó un libro mestizo con cartas, poemas, voces y testimonios, inaugurando el catálogo de El bien del sauce: El sol detrás del limonero.
Por Ivana Romero.
“Qué es esta historia en la que estuve hasta recién, esta historia de la que vengo”, se pregunta Ángela Pradelli en un tramo de El sol detrás del limonero. Se trata de un libro mestizo y entrañable, donde la escritora vuelve a su origen. A través de poemas, voces familiares y, sobre todo, retazos de cartas, desanda el camino que hizo su abuelo desde Peli, un pequeño pueblo en el norte de Italia, hasta Burzaco. Ahí llegó a fines de 1923, corrido por las secuelas de la guerra, una en la que debió luchar como soldado, al otro lado del océano. El mismo lado desde el que, ahora mismo, Ángela responde esta entrevista por correo electrónico.
Está en Génova, fue invitada a participar del Festival Internacional de Poesía de esa ciudad. Durante los últimos días estuvo leyendo estos textos frente al mar de la Liguria, en el mismo puerto genovés del que su abuelo había partido el siglo anterior. Ahí estaba su familia, escuchándola. Son los que guardaron las cartas que fueron humus del libro, a quienes conoció a partir de su publicación. “Hace unas semanas fui a Peli a dejar un ejemplar en la casa donde nacieron mi abuelo y mi padre. La casa está impecable, gracias a estos familiares, quienes la cuidan y la mantienen así. Empecé a sentir que los planos se fundían: Peli, el libro, nosotros”, dice Ángela.
“De alguna manera, ésta es una escritura de recorridos. Mientras lo estaba escribiendo, el libro ganó varias becas: dos en Italia, una en el cantón italiano de Suiza y otra en Nueva York. Cuando lo terminé, recibí una invitación para participar en el Festival, donde estoy ahora. El azar tiene eso a veces, de acomodar las cosas”, dice.
El sol detrás del limonero es, además, la primera publicación del flamante sello El bien del sauce, a cargo de Camilo Sánchez.
—¿Cómo fue surgiendo este texto?
—En 2010 viví dos meses en Ginebra, invitada por la Pro Helvetia, una fundación suiza que promueve el arte y la cultura. Una mañana fui a Italia para conocer Peli, donde habían nacido mi abuelo y mi papá. Es un pueblo de la comuna de Coli, en la provincia de Piacenza, y está a unos mil metros de altura. Es tan minúsculo que no figura en los mapas. En las estaciones de trenes ni siquiera pueden decirte cómo acercarte. “Andá hasta Bobbio que es una ciudad conocida; tal vez alguien te pueda orientar desde ahí”, me dijo la mujer que vendía pasajes. Tomé un colectivo y empezamos a subir la montaña. Finalmente llegué a Bobbio, una pequeña ciudad medieval. Le pregunté a la moza de un bar si conocía a alguien de apellido Pradelli y me dijo que no. En un ángulo del bar, sin embargo, había un hombrecito delgado envuelto en humo. Se acercó y afirmó que él sí los conocía. “Los Pradelli son de Peli”, me dijo, “corra esa combi que está saliendo para la comuna de Coli, ahí le van a decir”. El chofer me dejó en la puerta de la comuna quince minutos antes de que cerrara. Ahí llamaron a Tilde, que había sido cartera durante muchos años y conocía a todos. Fue ella quien me llevó hasta Peli. Cuando llegué, nos abrazamos con mis familiares como si nos conociéramos de toda la vida.
—¿Cuál fue la importancia que tuvieron las cartas de tu abuelo para abordar este trabajo?
—Fueron el punto de partida de este libro. Son cartas escritas por un campesino, alguien que fue sólo por un año a la escuela: aprendió a leer y a escribir, las operaciones matemáticas, pero nada más. Después al campo, a trabajar la tierra. Sin embargo, me sigue asombrando la poética de esa escritura. Hay poemas del libro que son extractos a los que no les cambié nada.
—¿Cómo fue que seguiste la pista a esas cartas a lo largo de los años?
—Yo recordaba a mi abuelo escribiendo, era una escena que se repetía a diario. Cuando terminaba de hacer la quinta, se lavaba las manos y se sentaba debajo de la parra. Les escribía a todos sus hermanos y también a sus sobrinos. Es una imagen preciosa, de una situación triste. Pero nunca imaginé que esas cartas habían sobrevivido. Cuando nos encontramos, mientras hablábamos y tomábamos café, comenté eso con Rita, Gianni y Maria, que son sobrinos de mi abuelo. Es decir, son hijos de su hermano Modesto, a quien mi abuelo le escribía desde Argentina.Y Rita me dijo que ella tenía las cartas guardadas.
—Pero esta reconstrucción de la memoria se vale también de otras fuentes.
—Sí. Volví varias veces a Italia. Recorrí comunas buscando documentos, partidas de nacimiento y otros papeles. Investigué en archivos de institutos históricos, de iglesias. Algunas iglesias, como la de Bobbio, tienen archivos envidiables. Prolijos, muy completos. En otras me encontraba con carpetas debajo de las mesas, apiladas en sillas, sin ningún orden cronológico. También busqué testimonios. Además fui a los museos de inmigración de distintos países, recorrí varios pueblos de montaña donde sabía que había gente que podía darme datos, contarme historias.
—¿Cómo decidiste que el libro navegase, mestizo, entre la prosa y la poesía?
—Yo no creo en los géneros, no creo que un escritor tenga que ajustarse a reglas o formatos. Para mí, la escritura es pura libertad. En mis libros de ensayo sobre educación siempre incluí poemas. Escribí un poema para cada uno de los capítulos de En mi nombre, el libro donde reconstruyo historias de chicos y chicas que recuperaron su identidad robada por la dictadura. Y ésos son apenas dos ejemplos. La escritura es una necesidad. Yo escribo sólo cuando no puedo dejar de hacerlo, sigo ese impulso, lo que viene. Después hay mucha corrección, muchísima, pero eso es otra cosa, ¿no?
—Este libro parece hecho de palabras pero también, de silencios. ¿Hay algo de eso?
—Sí, claro. Tal vez esté equivocada, pero creo que una característica de los italianos del norte es que saben permanecer en el silencio. Es un espacio de la lengua en el que se sienten cómodos y pueden atravesarlo como si fuese una frase, una canción. Entran y salen de los silencios con todo el cuerpo del lenguaje.
—¿Por qué sentiste necesidad de indagar el origen como tema de escritura?
—No lo sé, en verdad, no tengo una respuesta. Pero algunas veces tengo la certeza de que la escritura es un camino hacia el origen.