"Escribir es un acto absurdo"
Pedro B. Rey
Jueves 24 de noviembre de 2016
Katsikas es el tercer libro del escritor y periodista argentino Pedro B. Rey, y el primero del sello Leteo: "Lo más interesante de escribir es cuando estás escribiendo. Después ya no te pertenece, forma parte de ese planeta medio raro de las cosas que están boyando por ahí", dice, entre otras cosas.
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
“¿Qué sería de nosotros sin obstáculos que sortear, sin cuadros o cuentitos que se nos resistan, que queden a medio hacer? Estaríamos condenados a la repetición. No se agregan cosas al mundo de manera gratuita”, se pregunta uno de los personajes de Katsikas. Es el libro de Pedro B. Rey, escritor y periodista desde hace más de veinte años, con el que Christian Kupchik y Jorge Consiglio decidieron abrir el catálogo de Leteo, su nuevo proyecto editorial. “Una torrencialidad narrativa que progresa en estado de fuerza”, define este último en la contratapa para los cinco relatos que lo componen, con dibujos de Eduardo Stupía.
En tres de ellos, el personaje principal es el que le da nombre al volumen, aunque a veces no se parezca a sí mismo. Forman parte de una serie mayor de la que todavía buena parte permanece inédita. Rey, quien también es traductor ―de literatura pero además lo ha sido, al igual que el protagonista del libro, de textos técnicos y manuales― comenzó publicando poesía y más tarde narrativa, en su libro Círculo vicioso.
―En una entrevista reciente mencionaste que la publicación tuvo más que ver con la insistencia de los editores que con vos acercando un manuscrito, ¿cómo fue?
―En el caso de este libro en particular, un poco surgió sí de esa manera, pero me parece que también es el papel interesante que tienen los editores cuando salen a buscar libros para publicar. Nosotros nos conocemos desde hace mucho.
―Tu primer libro publicado era de poesía, ¿cómo fue en ese caso?
―Salió cuando yo estaba viviendo afuera, una de las publicaciones de la revista V de Vian. Yo escribía mucho por entonces. Armé otros, pero me dio fiaca; la poesía no es precisamente fácil de publicar. Cuando era adolescente, sobre todo, me gustaba escribir poesía. Sigo escribiendo. Ese libro salió cuando yo tenía veinte; me gustaba mucho la poesía yanqui y tuve influencia de algunas lecturas que después, en los noventa, iban a ser más fuertes acá. Por entonces, el objetivismo todavía no era una palabra que se usara.
―¿Y cómo llegaste a esas lecturas?
―No sé, era de leer mucho. Yo siempre digo que le debo no poco a las colecciones de Capítulo, de Literatura Universal y Literatura Argentina, esas colecciones de historia de la literatura. Mis viejos eran jóvenes en los 60, cuando empieza a aparecer toda la literatura de kioscos, y en mi casa estaba lleno de esas enciclopedias que yo leía desde muy chiquito. Y también por esos años descubrí que estaba la Biblioteca Lincoln, de la Embajada de Estados Unidos. Te asociabas y te llevabas los libros en préstamo. Había una sede en la calle Florida y tenían todo; era súper útil, encontraba muchos escritores que no estaban traducidos, a veces. Empecé a ir a eso de los quince. También iba a librerías ―algunas de ellas ya no existen más― que tenían buenas secciones de poesía, entonces te quedabas ahí, investigando.
―¿Estudiaste Letras?
―Sí, estudié Letras, pero me fui. Estudié más Filosofía, en realidad. Pero me aburre mucho la facultad, esa idea de que uno está obligado a ser profesor o académico; y además yo tenía que empezar a trabajar, por razones de supervivencia. Empecé en periodismo y también traduciendo. Traducía cosas técnicas, que lo pagaban mucho mejor que traducir otros textos. Se armó esa combustión: no es que me fui de Puan diciendo ¡qué horror!, sino que un buen día me dediqué más a trabajar y al otro me había olvidado. Pero sí pasé por ahí y la lógica la conozco.
―Te criaste en un pueblo, ¿verdad?
―Sí, nací en Buenos Aires pero viví hasta los ocho años en un pueblo de Entre Ríos, un pueblito de alemanes del Volga. Concepción del Uruguay era como la metrópolis para mí, como ir a Nueva York; el pueblo era de doscientos habitantes como mucho. Mi papá era médico y apenas se recibió le ofrecieron trabajar ahí, en una clínica, en este pueblo justo en el medio de toda esa zona de gauchos judíos. Se fueron por un año y se quedaron.
―¿Cómo fue el proceso de escritura de este libro?
―Es que yo escribo sin pensar mucho en función de libros. Sí ocurre que se repiten personajes, hay como ecos; no diría que es solo repetirse, pero sí que se va armando una red. A mí me interesaba que esos cuentos estuvieran bien separados, los de Katsikas. Yo quería que aparecieran cada uno en un libro distinto, esa es la idea original. Finalmente, en este se armó distinto: agregamos dos cuentos más a una serie de tres que yo les había mostrado a Christian y a Jorge, con ese mismo personaje.
―En todos los relatos hay cierto trabajo con el tiempo como tema, pero además hay procesos de aceleración, donde los personajes se precipitan, de algún modo, y ahí es donde se rompen lógicas de tiempo y espacio.
―Hay una cuestión rítmica en todo. Obviamente que el tiempo siempre me interesa, y diría que de alguna manera es mi tema. Vendrá de la poesía, donde aparece todo el tiempo, valga la redundancia. Y la poesía también tiene que ver con la música, aunque busques no ser musical.
―Aparecen muchas fechas, además: hay una voluntad como de calendarizar.
―Sí, todos tienen momentos muy específicos, y cuando no está dicho se puede deducir. Soy medio maniático con eso. “Dédalo” es el cuento que tiene más fechas, y en el que hay flashbacks y flashforwards. Una de las rarezas que hay, que tiene que ver con esto del tiempo, y fue adrede, es que todo está en presente. Eso tiene que ver con una idea más zen, si se quiere, de que el tiempo es el presente. Y cuando hay un personaje en 1962, ese personaje a mí me gusta mucho más escribirlo en presente que en esa ilación que es la de la narración más común, el "había una vez". También lo puedo contar así, por supuesto, pero me gusta poner las cosas en presente: te recuerda por ejemplo que tu viejos cuando tenían 20 años eran otra cosa, otros individuos, como todos. Y acá en Katsikas está; alguna gente me dijo que parece como tres personas distintas en cada cuento. Y me parece lógico; en uno Katsikas tiene 25 y en el otro ya 40, y le pasaron muchas cosas. Es otro.
―En el colofón está indicado que trabajaste con distintas biografías, entre ellas la de Chéjov, ¿cómo armaste a Katsikas?
―Nunca me senté a armarlo. Justamente, no pienso en forma de libro, pero después sí cuando voy escribiendo voy enlazando las cosas. Fue surgiendo en distintos cuentos. Katsikas es un tipo que muere en el 85, que es cuando yo me empezaba a dedicar a leer; para mí es una época muy importante, vuelta de la democracia... Había andado explorando libros en Hernández, donde me encontré una versión de El Fiord, de Lamborghini, pero no tenía la menor idea de quién era. Yo exploraba todo el tiempo librerías y encontré eso, me llamó la atención. En el lado escritor de Katsikas para mí hay bastante de ese descubrimiento, y quizás por eso lo tuve que matar ahí; si no recuerdo mal es en el mismo año en el que muere Lamborghini. Y más o menos a la misma edad.
―El cuento “Dedalo”, uno de los que lo tienen como protagonista, recuerda a “Gelatina”, de Mario Levrero.
―Lo debo haber leído; es un tipo al que leí mucho en esa época, también. Era poco considerado en su momento. Yo lo leí bastante gracias a Elvio Gandolfo, que era muy amigo suyo. ¡Una vez lo vi en pijama a Levrero! Le fui a dejar un libro y apareció desde el fondo del pasillo, en pijama... Era un tipo muy raro. Sí, en Katsikas hay un poco de todos esos escritores que uno conoció o simplemente veías.
―Hay reflexión sobre la escritura, también, en ese cuento. Leo un subrayado: "Escribir le parece un acto sobrevalorado". Otro: "A Katsikas escribir, en realidad, no le gusta nada. Lo considera una pérdida de tiempo, otra labor milenaria destinada a la extinción inevitable".
―Bueno, es que escribir es un acto absurdo, por lo menos en el tipo de sociedad en que vivimos. A menos que hagas grandes best sellers y te den mucha plata. Pero escribir este tipo de cosas, y la mayoría de las cosas que se publican, no tiene mucho sentido. Puede ser que este libro, como cualquiera, lo lean cinco personas, y por supuesto que estará bien, no es una queja de nada; pero no cumple una función mayor que esa. Por eso, lo más interesante de escribir es cuando estás escribiendo. Después ya no te pertenece, forma parte de ese planeta medio raro de las cosas que están boyando por ahí.
―Cosas con las que vos te encontraste en algún momento y te empujaron a escribir a tu vez.
―Sí, y yo escribo mucho haciéndome chistes a mí mismo y a gente que conozco que quizás después si lo lee lo encuentra. Pero eso de que con los años no va a tener sentido escribir o que ya no va a haber gente escribiendo es algo que yo escuchaba cuando yo estudiaba Filosofía y me decían “¿y qué vas a hacer con eso?” Y bueno, después las cosas se resignifican. Curiosamente, hoy escribir tiene mucho más sentido de lo que tenía cuando yo era adolescente, por ejemplo.
―¿Por qué?
―Por varias razones. Primero porque hoy circulan muchas más cosas de lo que circulaba en aquella época, aunque parezca increíble. Cosas de afuera pero también que se producen acá. Todo el cambio que hubo en los últimos veinte años hace que las cosas circulen más rápido y también que se escriba más. Y que la gente que escribe también sea mucho más libre de explorar; porque lo podes colgar por ahí, si nadie te da bolilla, y además hay muchas editoriales independientes que, con muy buen tino, están más abiertas. Y eso hizo que las editoriales grandes se volvieran mucho más comerciales. Hoy escribir tiene mucha más salida. Ahora bien: quién lo leerá, nunca sabés.
―¿De qué escritores aprendiste cosas?
―Influencias uno siempre tiene, pero quizás vienen de quien creés no tenerlas. Me gustan muchos escritores, es difícil. Soy un fanático total de Nabokov, me lo leí de cabo a rabo. Para mí es un escritor formidable, aunque hay cosas que no me gustan. Por ejemplo, que manipula a veces a los personajes de más, sobre todo en las primeras novelas. Y después, obviamente, como toda mi generación, cuando yo era chico Borges estaba vivo. Llegué a verlo, y por supuesto me lo leí todo, desde muy temprano. Después era tratar de escapar de esa influencia, porque era demasiado fuerte: Borges te condena a ser medio un epígono, si querés ir por su lado. Y Borges habla del tiempo todo el tiempo; ¡yo hablo del tiempo pero espero que desde algún otro lugar!
―Bueno, pero el tiempo es un tema total, ni siquiera Borges lo puede agotar.
―No, claro. Y para mí con la cuestión del tiempo fueron muy importantes ciertas ideas de un poeta francés, Yves Bonnefoy, que murió este año. Lo entrevisté y fue un encuentro muy marcante, me habló de esa idea de que en lo que escribís tiene que haber una presencia de lo vivido. Como capturar algo del tiempo. Es algo más de la poesía, y en la narración es más difícil, pero sí intentar que en algún lugar haya algo de eso.
―Hay un trabajo tipográfico con paréntesis, ¿a qué obedece? ¿Son notaciones de tiempo?
―Sí, claro. Es como una interrupción de la lectura. A un lector tradicional le debe resultar terriblemente molesto, porque te obliga a parar para rearmar las frases. Es como una caja de velocidades; no es que lo piense tanto, pero está incorporado como una segunda naturaleza. Sobre todo en estos cuentos.
―Aparece Gorki; ¿cómo trabajaste esos reenvíos a personajes reales, más precisamente al universo ruso?
―Nunca estuve en Rusia. Mi viejo sí. Pero si uno no estuvo ahí, es como un espacio de ficción. Yo además tengo esta cosa de conocer gente muy cercana que formaba parte, a su manera, del tipo de costumbres y hábitos de allá. Cada vez que se comía en la casa de mi abuelo había que rezar y hacía el signo de la cruz al revés. Más allá de la cuestión personal, la literatura rusa es como un espacio de ficción total para nosotros. Sabemos de literatura rusa, pero de Rusia poco y nada. Es un reenvío más a la idea de literatura como espacio total.
―¿Cómo son tus procesos de escritura, en general?
―Soy de estar un rato largo pensando, en la terraza de mi casa, sin nada, quizás una hora. Eso también cuando escribo notas. Se van armando microcuestiones que después cuando te sentás las resolviste y ni te diste cuenta. He escrito cosas de una sentada, estos relatos no; pero sí lo que me sale es la primera versión de una. Me pone nervioso estar mucho tiempo con algo. Después sí dejo las cosas ahí, en conserva, todo lo que sea necesario, y vuelvo a trabajarlas.
―¿En cuánto te sirve tu trabajo de periodista para escribir narrativa?
―El periodismo para mí es lo contrario. Digamos, el periodismo permite escribir de muchas maneras distintas, pero hay cierto modo de narrar que yo lo asocio más con el periodismo. Está ahí: quizás algún día si uno deja de laburar en periodismo se da cuenta de que podés usar esa escritura, y en algún lado la debo haber usado ―entendiendo eso por más agilidad―, pero en algún punto lo veo como lo contrario. No en un sentido peyorativo. Quizás sí hay algo en el estilo, la aparición de datos todo el tiempo, que provenga del periodismo. Pero es una respiración al contrario. Por supuesto que ganarte la vida te quita tiempo para escribir más, pero no sé si podría estar ―de chico fantaseaba con eso― solo, encerrado, escribiendo, como un escritor yanqui, mi novela. Quizás me volvería loco.
―¿Y cómo ves el campo de literatura argentina contemporánea, lo que se está publicando?, ¿te sentís cerca o lejos?
―Me siento cerca justamente por no sentirme cerca. Me parece que eso es algo que está bueno de esta época. Además, a mí no me gusta leer necesariamente a gente que se parece a lo que escribo yo. Puedo leer a cualquiera. Hay cosas que me gustan y hay cosas que no, claro. Hay cosas que se parecen un poco al periodismo y eso me interesa un poco menos. Me parece que hay un margen de acción bastante libre. Cuando era chico tuve que leer a Sabato porque se suponía que había que leerlo. Hoy, por ejemplo, Aira: si no te gusta, no lo leés. No hay obligación, y Aira hizo bastante por eso, también.
―Última, ¿cómo fue la cruza con Stupía?
―Lo conozco desde hace mucho, cuando yo hacía crítica de cine y él laburaba en una distribuidora. Yo iba a ver las películas y estaba ahí, y estamos en la revista Las ranas, juntos. Fue súper generoso, los editores lo llamaron para ver si tenía alguna ilustración y armó una serie de serigrafías especiales para la edición, le fue buscando un rostro al personaje.