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"El verdaderamente importante es el autor"

Adriana Hidalgo es directora de la editorial que lleva su nombre y quien fuera distinguida con el Premio Konex de Platino a la labor editorial de la década en 2014. “No me gusta nada que haya trabas a la importación del libro”, dice.

Por Patricio Zunini. Foto: Cortesía Adriana Hidalgo Editora.

Adriana Hidalgo no conoció al abuelo que fundó El Ateneo —murió antes de que su madre se casara—, pero cada vez que iba a la librería de Florida y Corrientes miraba el busto que estaba en la entrada a la izquierda. Ir a la librería era como visitar la casa familiar. Hoy la librería es diferente. La cadena que la compró modificó la arquitectura y le agregó una escalera central que rompe un poco el encanto de entonces, cuando la mirada despejada podía pasear de pared a pared, con libros de piso a techo. Perteneciente a un linaje de libreros, Adriana Hidalgo no descarta en algún momento abrir su propia librería, pero por ahora lo mantiene en el terreno de las fantasías: desde hace más de quince años está abocada al proyecto editorial que lleva su nombre. Los primeros cuatro libros de Adriana Hidalgo Editora aparecieron en agosto de 1999, un dato que configura la identidad de la editorial que tiene por lema ser “la última del siglo XX”.

—Yo trabajaba en la editorial de El Ateneo —dice Hidalgo—, que era una editorial a la vieja usanza. Y cuando se vendió decidí empezar mi propio camino con los libros. Mi idea era volver a la tradición de los editores de principios de siglo, que son los que hicieron la historia. Tener una editorial con muchas colecciones, cuidar las traducciones, mantener una concepción curiosa de distintas culturas, asociar todas las literaturas posibles.

Continuando nuestro dossier de editores, presentamos hoy la entrevista a Adriana Hidalgo, una de las personas más icónicas de la industria en la actualidad. Recibió el Premio a los editores del año por la Feria del Libro de Buenos Aires en 2000, el Premio al Mérito en la Feria de Guadalajara 2012 y en 2014 el Premio Konex de Platino a la labor editorial de la década.

Adriana Hidalgo Editora lleva más de 300 títulos publicados en ocho colecciones, con temas que van de la filosofía a la narrativa, de biografías a poesía, del arte a al teatro. A fines de 2009, principios de 2010, iniciaron la colección infantil, Pípala, que hoy se maneja como un sello aparte y está dirigido por Clara Huffman, la hija de Hidalgo. Sin contar los libros de Pípala, publican 24 títulos al año.

¿Cómo hacen para alimentar las colecciones a lo largo del año?

—Tratamos de hacerlo más o menos equilibradamente. A veces nos sale mejor, a veces aparecen más libros de una colección que nos interesa. Pero lo hacemos gradualmente. No son colecciones que crezcan muy rápido porque no publicamos mucho.

La editorial tiene mucha presencia, más que otras editoriales independientes de la misma envergadura. ¿Por qué? Han traído, por ejemplo, a una escritora japonesa para un Filba.

—La idea de la editorial es perdurar en el tiempo. No lo evitaríamos, pero no estamos buscando rendimiento. Buscamos prolongarnos en el tiempo y abarcar la mayor cantidad de los mercados de lengua castellana. Esa también era una idea de los editores de la primera mitad del siglo XX: tenemos la concepción de que el mercado es la lengua y que en todos los lugares donde se hable castellano hay que estar. Eso favorece o posibilita hacer libros que de otro modo no se podrían hacer. Si nos remitiéramos a un área geográfica como la Argentina, con una población tan reducida, sería imposible hacer traducciones de ciertos libros. Duraríamos muy poco.

¿De cuánto son las tiradas?

—Depende: 2000, 2500. Cuando las cosas van bien reimprimimos rápidamente. Tenemos muchas reimpresiones por año. Sacamos 24 libros novedades más los 6 u 8 de Pípala y después hacemos unas 15 reediciones por año. Tenemos muchos libros que funcionan en el largo plazo. Esa es otra de nuestras apuestas: no tenemos ningún libro que venda mucho rápidamente.

No hay libros de coyuntura.

—No, nada. La apuesta es que los libros se vendan, se vuelven a reeditar y se sigan vendiendo. La venta se hace con el catálogo, nunca con la novedad. Como tenemos distribuidores en España, en México, en casi todos los países latinoamericanos —y si no vendemos a librerías— es muy trabajoso, no es fácil estar en todos los mercados. Para todos los libros que hacemos compramos derecho para la lengua, no compramos ninguna obra para el Cono Sur o Argentina.

¿De esos 2000, 2500 ejemplares, cuántos se venden en el extranjero?

—Sin contar ventas institucionales en México o en Chile, que también nos compran libros, hablando de la venta de librerías, más o menos debemos exportar el 30 o 40%. Para nosotros es muy importante la venta en el exterior porque uno de los problemas de la Argentina es que somos un territorio gigantesco con poca gente. Es difícil mantener cualquier producción con un mercado tan limitado y de ahí la ventaja de pertenecer a un espacio geográfico donde muchísima gente habla castellano.

Con casi uno de cada tres libros en el extranjero, ¿cómo sobrellevaron la crisis de España?

—Las crisis nos afectan, por supuesto, pero no demasiado porque tanto en la Argentina como en el exterior, estamos en el rango de lectores interesados. No son ventas muy importantes en ninguna parte. Hablamos de 2500 ejemplares que se venden en un año en todo el continente: son muchos mercados chicos. Tiene que ser una crisis tremenda para que te afecte realmente. Si uno tiene muchos libros que se venden de a miles, evidentemente una crisis va a afectar mucho más que si uno tiene una venta limitada. Por lo menos, esa es la impresión que me da, no lo tengo estudiado. Las ventas se mantienen y van aumentando con el aumento del catálogo.

¿Cómo les afectan las trabas de importación y exportación?

—Lo único que importamos son los libros álbum de Pípala que se hacen en China, pero es un número inferior a lo que exportamos, entonces tenemos cupo. Sí se complicó en el sentido de que hay muchos más requisitos. Burocráticamente se tarda más tiempo, es más complejo y demás. Igual, no me gusta nada que haya trabas a la importación del libro. El sector del libro es un sector tan sensible y además al lado de los números de la economía no debe ser nada. Deberían entrar y salir los libros con toda fluidez. Respecto a la exportación, no tenemos problemas. Pero tampoco hay ayuda. No es cómodo tener que pagar derechos de exportación por más que después haya un reintegro, porque a veces se atrasan nuestros clientes del exterior y terminás no cobrándolo.

Fabián Lebenglik es editor en Adriana Hidalgo: ¿cómo se dividen los trabajos entre ustedes?

—Fabián maneja básicamente la parte literaria. Él es el que lee todo el día. Yo soy más la obrera. Recuerdo que uno de mis sueños era que cuando tuviera mi propia editorial iba a leer todo el día, y no es tan así. Pero, yo también leo, conversamos acerca de las cosas que se van a publicar, voy a las ferias. Trabajo un poco con todo. Miro los temas administrativos, los comerciales, los editoriales, los de derecho de autor. Somos diez personas en la editorial. Cuando una editorial empieza a crecer como esta, aunque no sea geométrico en las ventas, sí es geométrico en el aumento de los trabajos. Cada libro es algo único, tiene un autor, tiene derechos, tiene agentes. Cada libro es una entidad independiente y es un trabajo enorme. Además está la exportación. Lleva muchísimo trabajo y fuimos necesitando cada vez más gente para que todo esté ordenado y podamos hacer los libros que nos gustan.

Pero la comunicación está tercerizada, la hace Natalia Viñes. ¿Por qué no hay una persona de prensa adentro? Antes tenían.

—Nos dimos cuenta de que necesitábamos a alguien que se dedicara al área comercial fuertemente y fue ahí donde vino Andrea López, que también coordina el área de comunicación. No podíamos tener dos personas. La prensa la está manejando Natalia, pero coordinadamente con Andrea. No somos ultra originales en la comunicación. Vamos a los medios, a los libreros, en algunos casos hacemos presentaciones. Tratamos, básicamente, de comunicar que existe.

¿Cómo llegó Le Clézio, premio nobel de literatura, a publicar en Adriana Hidalgo?

—Le Clézio publicaba en Tusquets; habían publicado todas sus obras hasta un cierto momento, pero él escribe muchísimo. Entonces Nicolás Costa, de International Editors, nos propuso El africano, de Le Clézio. Lo leímos y decidimos hacerlo. La Alliance Francaise lo trajo a Buenos Aires, ese mismo año lo volvimos a publicar y en octubre, en Frankfurt, nos enteramos que había recibido el Nobel. ¡No lo podíamos creer! Era una pegada única, era el único libro que estaba recién impreso. Además El africano es un libro maravilloso Publicamos varias cosas de él: Revoluciones, El éxtasis material, La música del hambre.

¿Cómo hicieron para que no se lo lleve una grande?

—Bueno, porque hacemos propuestas de anticipos como podría hacer cualquier editorial mediana. Y no estamos hablando de autores como Vila-Matas, Houellebecq o Carrère.

Pero es un nobel.

—Posiblemente Le Clézio no venda como otros autores, no es mainstream. A nosotros nos gusta mucho la literatura de Le Clézio. Juana Bignozzi estaba traduciendo el último libro que contratamos, que es Azar. Ella nos tradujo todos los libros de Le Clézio. Era una gran poeta y una magnífica traductora. A mí me hacía reír muchísimo, me llevaba bárbaro con ella. Una pena que se fuera Juana, la verdad. La traducción está ahí inconclusa, tenemos que empezar a traducirla de vuelta.

¿Qué tiene que tener un autor para que le interese a la editorial?

—No podría decir qué tipo de literatura nos interesa… Siempre es buena escritura. No solamente para la parte literaria; en Filosofía, por ejemplo, siempre son filósofos con una escritura muy literaria. Tenemos desde autores que podrían considerarse dentro de una literatura más tradicional hasta escritores como Joao Gilberto Noll, que son realmente muy contemporáneos y con una prosa muy personal. En general, buscamos que sea una literatura que se diferencie, que tenga un estilo, que se lo pueda identificar.

No es tan frecuente que los editores de narrativa incluyan poesía. ¿A qué se debe y cómo conviven poesía, narrativa y ensayo?

—La poesía es fundamental en la literatura. En la colección “La lengua” tenemos literatura, novelas, cuentos, poesía: todo al mismo nivel. Tratamos de sacar a la poesía del lugarcito donde está en la librería. Nos interesa que los grandes poetas argentinos estén debidamente publicados. En general, son poetas con una trayectoria importante y nos gusta hacer la poesía reunida y, en el caso de que sean fallecidos, por supuesto, la poesía completa. A veces nos pasa como con Arturo Carrera que queríamos tener toda la obra reunida de él y resultaron 2000 páginas y tuvimos que hacer tres tomos. O con Diana Bellessi que es un tono enorme, pero es muy lindo y su poesía es maravillosa. Nos parece que el modo de presentarlo es justamente así: todo reunido, porque eso permite ver la evolución del poeta, se puede empezar por cualquier lado y abre el tipo de lector. Hacemos la obra reunida, pero a medida que los autores tienen cosas nuevas, vamos sacando también sus nuevas obras. La idea es acompañarlos, pero al mismo tiempo dar cuenta de toda su labor hasta el momento. La verdad que funciona bien.

¿Se vende la poesía?

—Sí, de este modo sí.

¿A la altura de la narrativa?

—Sí, por lo menos de este modo. Tenemos grandes poetas en el catálogo, no nos podemos olvidar de eso. Pero la narrativa tampoco es fácil de vender. La novela no es fácil de vender. Introducir a cualquier escritor es una tarea lenta. No es fácil. Los lectores no se abalanzan sobre un nuevo escritor porque es una novela. No sé qué diferencia habría entre poesía y novela. También es cierto que estamos comparando cosas distintas porque la poesía que publicamos es de poetas muy reconocidos y en el caso de las novelas, en cambio, algunos autores están produciendo y publicando por primera vez. No es tan comparable.

¿Ustedes trabajan con un distribuidor?

—Sí, en este momento con Waldhuter. Te diría que la distribución es el problema más grave de una editorial. Primero nos distribuía Tusquets y luego Cúspide, pero cambió su foco, y ahora, recientemente, estamos en Waldhuter. Cambiar de distribución es tremendo. Hay que recuperar los libros o hacer traspasos virtuales, se pierden ventas, se pierden pasos. Supongo que la distribución es un problema en todo el mundo, pero en la Argentina lo es más por esto que hablábamos antes, un país gigantesco y hay que llegar a todos lados. El sistema de ventas de libros en firme prácticamente no existe, todo es en consignación, es muy costoso.

¿Qué considerás para elegir a un distribuidor?

—Una editorial como esta necesita un distribuidor con vendedores que sepan de libros, que sepan comunicar en la librería lo que están vendiendo. Tienen que ser buenos logistas; es difícil combinar buenos logistas con grandes lectores, pero en el ideal de los mundos debería ser así. Que lleguen rápido y que puedan reponer rápido. Y que sean buenos pagadores.

¿Qué variables tenés en cuenta para reimprimir?

—Vemos cuántos ejemplares hay en el depósito, cuántos hay distribuidos y con qué frecuencia se venden esos libros. Hay libros que se venden de a 100 por mes y entonces sabemos que en breve nos vamos a quedar sin ejemplares y los mandamos a hacer inmediatamente. Hay otros libros que a lo mejor se venden de a 10 por mes, entonces esperamos a ver si los reimprimimos el año siguiente. Y si cuando te estás quedando con pocos resulta que hay otro que se vende mucho más y también te estás quedando sin ejemplares, hacés primero ese.

Una singularidad de Adriana Hidalgo es que junto a títulos más tradicionales publican una antología de cuentos chinos o las novelas de Minae Mizumura. ¿Cómo es ese trabajo de investigación?

—Se lee mucho, se escucha a otros, se hacen redes en las cuales pasar informaciones. Con Fabián vamos a Frankfurt hace muchos años. Y vamos a España cuando vamos a Frankfurt. Allí conocemos a muchos libreros, a muchos editores. Esas redes se arman con editores que tienen editoriales parecidas, entonces van apareciendo cosas. En el caso de Minae Mizumura fue a través de Leopoldo Brizuela, que estaba en una residencia en Estados Unidos y me mandó un mail contándome de esta autora. A mí me parecía buenísimo, pero ¡¿íbamos a traducir del japonés?! Bueno, nos lanzamos y fue un éxito. Hay distintos modos de conocer. Hay cosas que pasan de largo y otras que te gustan y ahí vas.

¿Al armar una red con editoriales extranjeras pensás en traducción?

—Vamos a Frankfurt básicamente para vender a nuestros autores. También contratamos, porque vemos algunas cosas que nos pueden interesar, pero ahí ya la vimos en catálogos y demás. Frankfurt es más para escuchar y ver. Y hacemos reuniones para vender a nuestros autores, porque nosotros representamos a la mayoría de los autores argentinos que publicamos. No a todos, pero a la mayoría. Entonces hacemos reuniones con las editoriales que conocemos, tenemos citas que se repiten todos los años en los cuales contamos las novedades que vamos publicando. Hemos conseguido vender algunas obras y eso nos pone muy contentos.

¿A la editorial le queda un porcentaje de dinero por las traducciones?

—Es muy poco significativo. La mayoría es para el autor. Lo hacemos porque nos parece que es parte del trabajo. De la parte argentina de la editorial, lo que no es traducido, que debe ser un 40% de nuestro catálogo, es un servicio que se hace a los autores. Se posiciona la editorial representando autores y tratando de difundirlos.

¿Qué le da a Adriana Hidalgo Editora la asociación con otras editoriales formando Los siete logos?

—En la Feria del Libro, cuando nos distribuía Tusquets, estábamos siempre en el stand de ellos. Después, cuando ya no estuvo más la distribuidora y teníamos ganas de tener nuestro propio stand, surgió la posibilidad de estar con estas otras editoriales y nos pareció un desafío interesante. Antes que estar solos mostrando nuestro catálogo, nos gustó crear el ambiente de una librería con otras editoriales que tienen un catálogo diferente pero del mismo estilo que el nuestro, que convoca a lectores interesados. Funciona fantástico. También, junto a algunas de ellas estamos en México. Me gusta, enriquece mucho la labor.

Es la segunda o tercera vez que decís “lector interesado”: ¿Adriana Hidalgo formó un tipo de lector?

—Nunca podría decir semejante cosa. Ojalá fuera así.

¿Pero no pensás en un lector ideal?

—Cuando digo “lector interesado” pienso en una persona que tiene la lectura incorporada a su vida diaria. Es alguien que lee profusamente, que le gusta leer, y es una de las actividades que realiza cotidianamente. Como le gusta leer va a las librerías, lee suplementos literarios. No digo un lector voraz, sino alguien a quien le gustan los libros y parte de su felicidad es leer. Me parece que esas son las personas que más consumen el tipo de libros que hacemos nosotros.

Hay dos posiciones respecto al traductor: una lo considera como un prestador de servicios y otra que lo pone al nivel de autor. ¿Cuál es la tuya?

—Es una posibilidad, hay muchos países donde se hace así. Suma al engorro administrativo, porque no solamente están los autores si no que habría que liquidar a los traductores, pero me parece que el trabajo intelectual debe ser correctamente remunerado y nosotros tratamos de pagar tarifas lo más adecuadas posible. No sé muy bien cómo funciona con el tema del derecho de autor, si se paga menos al principio, no tengo ni idea. Pero habrá que seguir lo que se decida. No me pondría a discutir derechos de autor: si hay que pagarlos se pagarán. Nosotros siempre trabajamos con los mismos traductores, que hacen unas traducciones buenísimas. Por supuesto, alguien se puede quejar de alguna palabra, pero las traducciones son perfectamente legibles en todas partes. Además a mí me encanta cuando leo el libro de un mexicano que se nota que es mexicano. Siempre que no sea una jerga endogámica que te corre, me parece que hace a la riqueza del castellano.

Una última pregunta: con el resurgimiento editorial de la actualidad, ¿hay más oportunidades o más competencias?

—¿Hay realmente un resurgimiento? ¿No hubo siempre muchas editoriales jóvenes? Me parece que es de las mejores cosas que pueden pasar. Que haya mucha creatividad y muchas ganas de publicar. Las editoriales no podemos hablar de ninguna forma de competencia. Lo que hacemos en la feria del libro con Los siete logos no es competencia. En realidad los autores compiten entre sí en la misma editorial. La alegría más grande de un editor es cuando hay lectores que pueden identificar un tipo de libro con una editorial. Pero en general los lectores compran autores.

En alguna entrevista dijiste que la selección era la obra del editor, pero con esta respuesta das a entender que el lector no se fija en la mano del editor.

—El editor es importante porque pone a disposición del público la obra de un autor, pero el verdaderamente importante es el autor. Nosotros hacemos un trabajo muy lindo, que nos gusta mucho, pero al lector lo que le interesa es el autor.

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