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Ficción hispanoamericana

Zorg, autor de El Quijote

Por Yuri Herrera

Leé uno de los cuentos de Diez planetas (Periférica) del editor y escritor mexicano nacido en 1970.

Por Yuri Herrera.

 

  

Cuando no estaba tocándose el tet con fruición, Zorg inventaba historias sobre mundos improbables. Hacía apenas setenta y cinco años que había abandonado el nido de sus padres y sus madres y sus tadres para gran regocijo de ellos, de los siete, y desde entonces había aprovechado la intimidad de su propio cubil para tocarse con fruición; más que movimientos extraordinarios que no hubiera ya ensayado con su garra, lo maravilloso era la confianza con que podía quitarse el caparazón en cualquier habitación y tocarse el tet y descubrir en él nuevas posibilidades conforme pasaba el tiempo, que era lo que le quedaba a gente como Zorg, que sólo tenían cinco o seis tet (Zorg decía tener siete pero en realidad sólo tenía seis). Y esa pasión por las posibilidades de la existencia fue lo que le hizo empezar a inventar historias, algunas sobre gente que conocía, que era poca, la mayoría sobre gente que quizá alguna vez llegara a existir aunque lo más probable fuera que no. 

Con el tiempo, Zorg salió por segunda vez al mundo. Comenzó, como dice el dicho popular, a orearse a la luz del tet. Relacionarse era mucho más fácil de lo que había imaginado en esos pocos años de encierro. Se amigó con gente de diversas variedades y números de tet, con las cuales le buscó el factorial diligentemente. 

Pero hubo una con quien le nació el deseo de tener más, de quedarse en silencio con ella, de que ambos se burlaran de ambos, de cantarse cancioncitas de buen humor y de ser necesario cantarse cancioncitas de sosiego. Pirg tenía diecinueve tets, diecinueve, cada uno con gracias diferentes. A Zorg nomás le había compartido siete, por razones de justa simetría. «Los demás te los tienes que ganar.» Pero no era ésa la única razón por la que amaba a Pirg, sino porque Pirg sabía entender la importancia de las historias, sobre todo de las historias nuevas o renovadas. Trabajaba en un cubil propagador de historias, pero Zorg tardó mucho tiempo antes de mostrarle una de las suyas. Se escondía detrás de las cancioncitas y de la fruición compartida.

Un día decidió mostrarle las historias que llevaba unas décadas escribiendo, eran pocas pero eran suyas. Zorg escribía historias de seres fantásticos encerrados de una u otra manera en los límites de su cuerpo, en límites geográficos, en límites epistemológicos: gente que estaba siempre batallando y estaba casi siempre perdiendo pero que de vez en cuando rompía esos límites y sucedían cosas bonitas. Todo era un poco cursi. Aunque también había escrito la historia de tres personajes que se dirigían a una especie de templo para curar a uno de ellos, y para llegar al templo debían atravesar un desierto que los llenaba de tentaciones (Zorg aún se reía de placer al pensar en el concepto «tentaciones»), y en ese camino uno de esos personajes decidía cambiar al que le correspondía por el otro. Cada cual tenía un solo tet, de ahí la decisión de quedarse con una sola persona. Era una decisión perfectamente racional, y al final todos sufrían. ¡Dramático!

También había escrito la historia de unos seres pequeñitos que encontraban la mejor manera de desarrollarse dentro de unos almohadones en los que otros seres más vulnerables ponían sus cabezas para dormir; no se daban cuenta de que eran simplemente un recurso para la supervivencia de los otros seres, más pequeños pero más evolucionados. ¡Sorpresivo!

Y cuatro o cinco más.

Pirg respondía en general con benevolencia, a veces hasta con entusiasmo, pero nunca con falsa adulación. Llegó inclusive a devolverle alguna historia sin añadir más que Mñé. Eso le dio a Zorg la confianza para mostrarle la otra historia, un poco más larga, a la que tituló El Quijote.

«Un título corto, al grano, pegador», se iba diciendo conforme se acercaba al cubil de Pirg. La encontró revisando una historia; a sus lados un par de personas le buscaban el factorial. Una trabajaba con Pirg, la otra vivía por ahí cerca, creía Zorg. Ninguna se volvió a mirarlo cuando entró.

Zorg depositó el garrascrito sobre el escritorio de Pirg y puso dos de sus brazos en jarras en actitud triunfante.

–¿Qué? –dijo Pirg, como fastidiada de que la distrajera de la chamba, o como indicándole Mira a éste y a ésta, cómo no me quitan la concentración.

Es la historia que te había dicho.

–La de uno que va por ahí y uno que lo acompaña y les pasan cosas o algo ¿no?, sí, sí, original –hizo un gesto desdeñoso–. Déjalo por ahí.

Zorg lo dejó no por ahí sino exactamente frente a los ojos de Pirg, los del frente, y esperó. Pirg repitió su gesto desdeñoso pero comenzó a leer el garrascrito. Al cabo de unos segundos dejó el desdén y leyó reconcentradamente. Luego observó a Zorg con una expresión de sorpresa y le dijo:

–Vuelve en un rato.

Y a los que le buscaban el factorial en los costados: Úshcale, anden, déjenme trabajar.

 

Zorg salió del cubil de Pirg con espíritu triunfante, pero mientras hacía tiempo empezó a acumular ansiedad y pronto estuvo preocupado no sólo de lo que Pirg fuera a opinar, sino de su propio lugar en el mundo y de la finitud de las cosas y el sinsentido de su carne y sobre cómo nada nada nada resuelve ninguna de esas pesadillas lúcidas porque luego también está ahí la infinitud de las cosas, que las empeora; hasta que reparó en que ya había pasado suficiente tiempo y regresó.

Pirg estaba explayada en el sillón detrás de su escritorio. Lo vio entrar y esbozó una pequeña sonrisa mientras Zorg se acomodaba al otro lado. Pirg no dijo nada, sólo lo observaba, parecía estudiarle algo a Zorg en la cara, algo que sabía que debía estar ahí pero no se notaba a simple vista.

No sé bien qué esperabas que te dijera –dijo al fin–, sabes lo previsible que me parece la ficción especulativa. Es formulaica, es efectista, es adolescente.

Zorg comenzó a balbucear algo con boca y extremidades pero Pirg lo interrumpió:

–Sin embargo, aquí hay algo que puede trabajarse.

Se inclinó sobre el escritorio y comenzó a hojear el garrascrito.

–A pesar de que no es narrativa seria, hay algunas ideas que son verdaderos hallazgos. Otras, como eso de la genitalidad limitada a dos opciones… Por favor. No entiendo por qué vuelves a esa fantasía, pero en fin, supongo que aun con esos límites puede desarrollarse algo de drama.

–Aún más drama –dijo Zorg–. Justamente, la escasez de recursos genitales hace más dramática su explotación.

–Mñé. Dices. En fin, lo que sí me pareció bien desarrollado fue el motivo del Quijote (ya volveremos sobre el nombre) para hacer lo que hace. Lo más fácil es decir que alguien actúa simplemente porque lo han herido o porque lo han llamado, pero entonces un personaje no es sino el ruido que produce una cosa al ser tocada, y eso qué. Tu personaje, en cambio, edifica sus propios motivos. Como cuando Sancho le dice que por qué quiere hacer locuras, si a él Dulcinea no le ha dado causa para estar celoso, y Don Quijote dice «ésa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?».

Y se rió Pirg, pero no era una risa mñemosa, como a veces se reía de inteligencia, sino una risa de puro gusto y conexión. Por un segundo Zorg pensó en aprovechar la oportunidad para acercarse y buscarle el factorial, pero intuyó que arruinaría el momento.

–No me esperaba esto de ti, Zorg, a veces me pareces muy básico –dijo ella, confirmando que abía hecho bien en mantener el tet a resguardo–. … En esa misma línea me parece bien lo de los molinos: claro, pues tiene que crear sus propios motivos para continuar, pero ¿plantearlo como locura no es un poquito conservador? Es decir ¿no sería esperable de un ser decente que trate de combatir una monstruosidad que mancilla la naturaleza? En fin, es sólo una idea.

Luego volvió al garrascrito y se puso a hojearlo como si Zorg no estuviera ahí, pero Zorg sabía que Pirg buscaba algún pasaje.

–Me gusta la subtrama con este otro personaje que está comentando las acciones en silencio a lo largo de la historia. Lo que no me convence es su físico. ¿Rocinante no debería ser como ese otro personaje que inventaste en otra historia, un «hipopótamo»? –hizo con sus garras la señal de las comillas en el aire–. Para soportar todo lo que soporta el pobre debe tener una gran fuerza.

–No creo que un hipopótamo sobreviviera en un ambiente como en el que se desarrollan estas acciones. ¿Recuerdas que necesita pasar casi todo el día en el agua? Y éste es un ambiente más bien seco.

–Bueno, pero por lo menos quítale el cuerno y el arcoíris flotante, sé un poco imaginativo, por amor del tet, Zorg, si vas a inventar cuerpos no repliques sin más los que ya conoces.

Zorg sintió una mezcla de vergüenza por caer en el cliché y de rabia porque Pirg se lo hiciera notar, pero se mantuvo impávido como si en realidad sí quisiera ser criticado.

–Una parte que me sacó las lágrimas –continuó Pirg, señalándose la parte anterior del cráneo por donde había llorado– fue ésa en la que Sancho y Don Quijote encuentran los racimos de bandoleros. Qué bonito. Me hizo pensar en el árbol donde están colgados tres o cuatro de mis bisabuelos… Ya se acerca el tiempo de la cosecha.

Pirg perdió la mirada por un rato y Zorg supo no interrumpirla. También pensó en su gente colgada que ya se iba a lograr. En general, cuando pensaba en esos temas le entraban ganas de darle al tet, pero fue un silencio tan delicado que ni siquiera se le ocurrió mover sus garras.

–En fin –dijo Pirg–, que esa escena funciona.

Le sonrió con una ternura nueva y, para sorpresa de Zorg, Pirg alargó un octavo tet por debajo del escritorio y comenzó a buscarle el factorial. Zorg lloró un poco por un lagrimal oculto que justamente sólo activaba en ocasiones de emoción púdica.

–Y es un gran título ¿no? –dijo Zorg después de que estuvieron un rato dulcemente buscándose el factorial.

–Si le vas a dejar ese nombre al personaje, sí, o si vas a centrar el título en las acciones de ese personaje. A mí la verdad me gustaría un nombre más eufónico, o un título menos periodístico, algo como «La Temporada de Descanso de Aldonza Lorenzo». O, ya que inventaste ese concepto de «viaje», pues tus personajes no pueden hacer apariciones cuánticas, podrías mencionar algo de eso. Sobre todo, recuerda, muy poca gente lo leerá, así que juega con el título.

–He pensado que podría añadirle unas cuantas naves espaciales.

–Me gusta, me gusta, el anacronismo lo acerca al realismo sucio. Ya veremos.

Y, de manera espontánea, se pusieron a cantar una cancioncita de contento.

 

 

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