Yo era Hemingway
Por David Viñas
Lunes 15 de mayo de 2023
"Me aburría Mallea. Me resultaba insípido Mallea. No creía en ninguno de sus personajes ni en sus situaciones. Todo sonaba a falso allí dentro": David Viñas escribe sobre la obra de quien fuera exitoso novelista en su época, Eduardo Mallea. De Trastornos en la sobremesa literaria (Fondo de Cultura Económica).
Por David Viñas.
No me gustaba Mallea. ¿Qué quiere decir esto? Que hace veinte años, si un tipo joven se decidía a escribir novela en este país, el sistema ya le estaba proponiendo un modelo. Hacia 1953 o 1954 el más visible, esto es, el más promocionado por el mercado local, era Eduardo Mallea: aquí está, esto es un novelista me susurraban de manera categórica o aterciopelada los diversos medios de difusión. Hubo algunos que creyeron esos mensajes. O fingieron creerlos: un modelo consagrado siempre es una garantía y sus productos gozan de la benevolencia general. Adscribirse a Mallea como modelo de novelista implicaba (de manera correlativa) la “carrera” literaria. Y la identificación con su línea, la complacencia, por lo menos de Sur y La Nación, magnas agencias de santificación entonces. Ahí anda todavía Murena que encarna esa secuencia como emergente y como matiz “generacional”.
No me gustaba Mallea. Por mucho que esos cuchicheos en letra chica siguieran insistiéndome: Ese es un novelista; Un gran novelista; El gran novelista argentino; Un valor continental; Ahí está el camino, la verdad y la vida. No. Me aburría Mallea. Me resultaba insípido Mallea. No creía en ninguno de sus personajes ni en sus situaciones. Todo sonaba a falso allí dentro: ya se tratara de Bahía de silencio o de Los enemigos del alma. Sobre todo, el uso de las palabras: ese material, a través de Mallea, se me escurría entre los dedos. O flotaba como una nube melancólica y abstracta. Incluso, presentía que me quería intimidar cuando apelaba a los Grandes Sentimientos o que ya estaba definitivamente incapacitado para dar cuenta de nuestro lenguaje. Su “argentino silencioso” no era más que el escamoteo y la justificación de su incapacidad para asumir (y elaborar) el lenguaje de nuestra comunidad. Y su “Argentina invisible”, la trasposición ideológica del cuento de la tela maravillosa: quienes no la veíamos éramos miserables o tramposos.
Por eso, Hemingway (y por eso Arlt: El juguete rabioso y Por quién doblan las campanas me llegaron juntas). Su sentido fundamental era el encuentro con novelas descarnadas y lúcidas que si de algo se hacían cargo, era —precisamente— de palabras, hombres y situaciones que podía paladear y con los que me entusiasmaba identificarme. Está claro: yo hablaba así, yo podía sentir de esa manera, yo quería conocer a una mujer como María, mi madre se parecía a Pilar, yo me veía como un hermano junto a Robert Jordan entre los campesinos españoles. Yo era Hemingway.
No a Mallea. Entendámonos: Mallea es una metáfora. Y sobre él se polarizaban y densificaban todos los valores que yo pretendía impugnar.
¿Era reactiva mi adhesión a Hemingway (y a Roberto Arlt)? Creo que sí. Me definía inicialmente por mi negatividad. Decir que no era empezar a pensar.
(Me urge el tiempo. A las tres vienen a buscar esta nota. Son las dos. Tengo que pasarla en limpio. Escribo a máquina como la mona. Me humilla escribir a máquina. Galeano me rogó que fuera moderado con la extensión. Sea.)
Aquel fue, en sus rasgos mayores, mi acercamiento a Hemingway.
Correspondería hablar de mi distanciamiento. Brevemente: poco a poco fui advirtiendo que en sus textos sus “héroes” utilizaban al “pueblo” como telón de fondo. Mejor: como soporte de su excepcionalidad. Como instauraban la legalidad, terminaban por ser la ley hasta situarse más allá de ella. De ahí que el heroísmo de sus protagonistas se construía sobre una mirada que permanentemente trazaba un movimiento de arriba hacia abajo. No autoritario, quizá: pero sí benevolente. Paternalista, al fin de cuentas, el “pueblo” en Hemingway se valida en tanto participa de los valores del “héroe”. Y si la supuesta “comunión” no es más que utilización, el pueblo apenas si resulta su base de maniobra. Como quien dice: el distanciamiento de Hemingway se me planteó a partir de su verticalismo narrativo.
Publicado originalmente en Crisis, Buenos Aires, julio de 1974.