Simplemente contar: leé a Margo Glantz antes de su visita
Por Margo Glantz
Miércoles 03 de agosto de 2022
"Sólo vale la pena lo que una cuenta si lo que una cuenta es absolutamente personal y por tanto verdadero", escribe la gran autora mexicana, quien visita Argentina para la Feria de Editores. Tomado de Sólo lo fugitivo permanece (El Cuenco de Plata).
Por Margo Glantz.
Una vez escribí lo siguiente, lo transcribo, es una manera de empezar a contar: ya lo había contado y escrito así en uno de mis libros, Por breve herida, aquí vuelvo a contar historias verdaderas, pero las voy a contar como solamente yo puedo contarlas. Sólo así las puedo contar, de verdad. Sí, así es, sólo vale la pena lo que una cuenta si lo que una cuenta es absolutamente personal y por tanto verdadero. Sólo se debe contar así, como yo lo cuento, no hay vuelta de hoja. Puedo asegurar que cualquier coincidencia con la realidad es sólo eso, pura coincidencia. La realidad es siempre circunstancial y esta verificación me tranquiliza: lo que cuento es una historia verdadera, pero sólo en la ficción.
Voy a mis diarios, allí aparecen esbozadas las historias. Encuentro una primera dificultad: advierto que a alguien muy cercano le he puesto como pseudónimo Orestes y ya no sé a quién debería designar Orestes, tampoco quiénes son los que designo con otros pseudónimos, Jerjes o Caín, tampoco sé por qué pongo esos nombres tan ridículos, tan pedantes, ni por qué disfrazo de esa manera a gente muy cercana a mí, o que entonces, cuando escribía, lo era. Eso me desconcierta y me causa problemas para seguir contando, es más, me detiene en seco. Advierto también que en mi correspondencia con mi mejor amigo, casi mi novio, hablo de otro novio posible (extranjero) del que me enamoro y en realidad no sé de quién estoy hablando, no sé quién es ese ser tan profundamente amado, tan cercano, no lo sé, ¿quién será? Deduzco por lo tanto que no debo de haber estado muy enamorada, pues de otra forma sabría de inmediato a quién me estaba refiriendo. ¿Es de Orestes o de otro de los que aparecen encubiertos con un sobrenombre, de quién estaba yo tan perdidamente enamorada? Y, ¿por qué se lo cuento a ese otro amigo tan querido que me ama tanto sin decírmelo?
A lo mejor lo que pasa es que sólo tomo en cuenta las obsesiones y la forma obsesiva con que se repiten: se repiten incansablemente las mismas cosas, pero incansablemente también se olvida una de que se tenía la obsesión de esas cosas que se han dejado de recordar. El cerebro parece quedar completamente en blanco, las cosas se escriben, se cuentan y se vuelven a olvidar o a lo sumo en un punto lejano del cerebro reaparecen como fragmentos, como ruinas desarticuladas que se reconstruyen a medias como las ruinas conservadas por los restauradores, dejando en blanco aquello de lo cual no ha quedado ningún vestigio. Me asombra, cuando las leo, la reiteración de ciertas cosas que se cuentan y cuentan una y otra vez y luego se olvidan por completo, se olvida por completo lo que se ha contado y lo peor es que lo olvidado es una obsesión, siempre presente en la escritura, como si una estuviera allí sin moverse, después de que, practicado un lavado de cerebro o hasta una lobotomía, el cerebro hubiese dejado de funcionar al desatarse el mecanismo de la escritura y poner en movimiento la memoria más profunda o la del levantarse en la mañana después de soñar con el recuerdo indeleble pero enigmático de lo que se ha soñado en la noche y nunca más podrá recordarse y era absolutamente visible unos momentos antes. Esa memoria que parecería que no había registrado nada, muestra sin embargo las mismas obsesiones que sólo se recuerdan cuando se las compara con otros momentos de escritura en que de manera obsesiva se pasa revista una y otra vez a las mismas obsesiones, olvidadas en cuanto se cierra el cuaderno de notas o se apaga la computadora o despierta una de un sueño.
(Fragmento:
En latín, frango: romper, quebrar, destruir, pulverizar, descuartizar, aniquilar.
En griego, klasma, pedazo desprendido por fractura).
Como si una caminase en redondo sin encontrar el camino y sin recordar en absoluto por qué camino se ha caminado. Un eterno girar o caminar para llegar siempre al mismo lugar. Es por eso que he empezado a escribir la novela o los cuentos del camino, los caminos de la vida no son los que yo pensaba, no son los que yo creía, aunque se haga camino al andar y se haya llegado más allá de la mitad del camino de nuestra vida y nunca se encuentren otros caminos por dónde caminar y recoloque las palabras en distinto lugar, porque en literatura el orden de los factores altera definitivamente el producto.