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Refugios literarios: dónde escriben los que escriben

La importancia del entorno

¿Escribió Cervantes su Quijote en la cárcel? ¿Qué tenía de particular la cabaña de Heidegger en la Selva Negra alemana? El Frankenstein de Mary Shelley, ¿se hubiera escrito de no viajar la autora a la villa Diodati de Lord Byron? Un recorrido por algunos de los refugios capitales de la literatura, por Lala Toutonian.

Por Lala Toutonian.

 

¿Escribió Cervantes su Quijote en la cárcel? ¿Qué tenía de particular la cabaña de Heidegger en la Selva Negra alemana? El Frankenstein de Mary Shelley, ¿se hubiera escrito de no viajar la autora a la villa Diodati de Lord Byron? El entorno y la comodidad (o la falta de los mismos) tienen relación directa con la obra de un artista. Esto es, el contexto y sus rutinas suman intimidad y resultan reflejo de sus personalidades.

Murakami escribió su primer libro sentado en la mesa de la cocina de la ciudad que lo vio crecer: Hyogo. A pesar de haber nacido en Kyoto y haberse instalado en su madurez en Tokyo. Haruki Murakami vivió entre Europa y Estados Unidos muchísimos años. Allí, con su folklore japonés a cuestas, se adaptó seguramente con la estoicidad que los caracteriza y dio cuenta de su maestría literaria entre novelas y ensayos. Asegura levantarse a las 4 de la mañana, escribir unas seis horas, salir luego a correr y nadar, leer algo y dormirse a las 9 de la noche. Y sin dudas que el método le da excelentes resultados.

Hemingway publicó su primera novela, Fiesta, tras su estadía en París donde se había instalado con su primera esposa (tuvo cuatro) luego de haber participado en la Primera Guerra Mundial. De ahí la inspiración para su Adiós a las armas. Decía: “Escribo desde la primera hora de la mañana hasta que quedo vacío: vacío pero lleno, como cuando haces el amor con alguien que amas. Nada te puede lastimar, nada puede ocurrir, nada significa nada hasta el día siguiente que vuelves a escribir. Lo difícil es ese tiempo hasta volver a hacerlo”.

En el libro La cabaña de Heidegger - Un espacio para pensar” de Adam Sharr, se pueden apreciar las fotografías del filósofo alemán y su esposa en ese pequeño refugio en las montañas del sur de su país. A lo largo de cincuenta años, Martin Heidegger se sentaba a escribir en esta cabaña, como él mismo la llamaba, lo que claramente le daba una conexión sentimental e intelectual con el espacio. Un libro que invita a la fraternidad y un lugar donde acudían algunas veces sus alumnos y donde sus pensamientos se tradujeron en palabras.

¿Acaso el prólogo de Miguel de Cervantes a su El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha dice claramente que lo escribió encerrado? Veamos: "Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir a la orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados por otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?". Se sabe que por motivos económicos, Cervantes estuvo encarcelado en Sevilla. Había sido recaudador de impuestos y fue acusado de quedarse con parte del dinero cuando en realidad se sospecha de errores por parte de sus ayudantes. En esa Cárcel Real, donde paradójicamente hoy se encuentra un banco, estuvo encerrado Miguel de Cervantes y es donde habría empezado a escribir la historia donde el amor y la locura son sinónimos. Actualmente existe un monumento dedicado a su figura junto al edificio donde se encontraba la Cárcel Real.

Por supuesto sentimos el frío blanco y duro de Moscú, San Petersburgo y Siberia en la obra de Dostoyevski. Por la biografía de su hija Aimeé sabemos que gustaba de escribir por las noches cuando todos dormían, y se recostaba en el sillón turco que tenía en su estudio junto a su escritorio. Obseso del orden y la higiene, tomaba un té de desayuno tras un vigoroso aseo y mandaba a la criada a ventilar su espacio así el frío más filoso cortara el aire. Sábanas y abrigos eran prolijamente guardados y llamaba a Anna, su esposa, para dictarle todo lo que había escrito por la noche. Anna era esténografa y había conocido a Fiodor Dostoyevski siendo una joven soltera que aceptó trabajar con él cuando había escrito El jugador.

Pocas noches superan el romanticismo literario como la de aquella velada de 1816 en Ginebra cuando Lord Byron y su secretario John William Polidori invitaron a Percy Shelley, a Mary Godwin (luego de Shelley), la media hermana de ésta, Claire Clairmont, a pasar ese verano boreal junto a ellos (Clairmont era además la amante del poeta y estaba embarazada de él). Inmersos en un idílico paisaje, debieron soportar días continuos de lluvia y posterior encierro. Allí es cuando Lord Byron propone a sus invitados crear una historia basada en los temas recurrentes del momento: fantasmas. Frankenstein o el moderno Prometeo resultó el producto de un sueño de Mary Shelley alimentado por el entorno. Fue tal el éxito de la edición casi inmediata de esta historia que opacó lo que fue probablemente, la primera historia gótica del romanticismo: El vampiro de Polidori.

Qué sería de Borges y Cortázar sin Buenos Aires, de Dickens sin su Londres gris, de Víctor Hugo sin París y su pobreza en las calles, ¡de Shakespeare sin Verona! O la bella Florencia del Decamerón de Bocaccio. Todos sufrimos el calor de Cartagena de Indias en Colombia en los textos de García Márquez y quisimos recorrer el río Mississippi junto al Huckleberry Finn de Mark Twain. Tal la importancia del entorno.

 

 

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