Nueve preguntas a Martín Cristal
Cuestionario fijo
Martes 26 de mayo de 2020
El autor de libros como La música interior de los leones, El camino del peyote y otras crónicas de viaje y La casa del admirador se anima hoy a nuestras preguntas de siempre.
1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?
Es un ejemplar de Los misterios del mar, un libro de divulgación científica compilado por Manuel Aranda y Sanjuán; fue editado por Montaner y Simón en Barcelona, en 1891. Me lo regaló mi papá, que durante un tiempo trabajó como anticuario. El libro remixa obras de varios naturalistas en un estilo elegante y florido. Me atrajo su deliciosa ingenuidad —como de ciencia todavía en pañales— cuando describe el comportamiento animal, en parte porque aplica esa “contemplación antropomórfica” que Cortázar razonaría en Un tal Lucas: “El pulpo decide protegerse, busca las algas, las dispone frente a su refugio, se esconde”. Solo que los ejemplos en Aranda y Sanjuán son más elaborados y divertidos. Por eso tomé de él varias citas, y las repartí como separadores para cada capítulo de Las ostras.
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?
Entre los que leí en los últimos cinco años: en la categoría novela de corte realista, señalaría Felices los felices, de Yasmina Reza; en cuento o nouvelle —y más en sintonía con el fantástico y la ciencia ficción—, optaría por El zoo de papel y otros relatos, de Ken Liu.
3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?
Lo mejor es esta forma pacífica de habitar el mundo: la lectura, que aúna placer y saber, y que se volvió epicentro de mi vida. Me brindó nuevas maneras de mirar, de interrogar y de aprender, de ponerme en el lugar de otros, de amigarme con la soledad, de divertirme y de pasar el tiempo (y luego, al escribir, también de imaginar y de dejar constancia). En una palabra: me ofreció solaz, eso que el diccionario define como un “descanso o recreo del cuerpo o el espíritu”.
En cuanto a lo peor, sospecho que algún día será la placa radiográfica de mi columna vertebral, aunque por el momento me parezca que vengo bien.
4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?
Creo que fue Seda, de Alessandro Baricco, una novela breve que puede gustar por igual a lectores frecuentes como a esporádicos, a expertos como a principiantes. Pero antes de decantarme por alguna opción todoterreno como esa, cuando regalo un libro por lo general pienso en la persona a la que está destinada el obsequio y trato de acertar con algún título orientado a su posible gusto e interés. No elijo los libros a regalar como una forma de contagiar mis propios gustos e intereses, aunque en ocasiones puedan coincidir con los de esa persona.
5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?
Mi cabeza no funciona siempre igual, así que no podría elegir solamente un disco… salvo que fuera uno largo y ecléctico como el Album blanco de los Beatles, o los seis discos dobles de la serie You Can’t Do That on Stage Anymore de Frank Zappa. Eso sí, en un plano más cercano a la memoria afectiva y desconectado ya de la anacrónica unidad disco, mi mente, al menos en sus días más optimistas y despreocupados, queda bien representada por una buena playlist de rock/pop ochentero (como la que figura en Las alegrías, por ejemplo).
6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía?
Trabajé varios años como diseñador gráfico, y desde esa práctica me convencí de que, en sí mismos, todos los colores son hermosos. Si alguno de pronto nos parece feo, es solo porque está mal combinado, o empleado en un contexto que lo desmerece o lo rechaza. Así que, si por ejemplo contestara “el profundo verde metalizado de la bici cross que me regalaron cuando era chico”, no estaría faltando a la verdad, pero sería injusto con los demás colores. Porque no fue el verde en sí lo hermoso —aunque destellara por el sol matutino que se colaba por la ventana de mi pieza—, sino la sorpresa del regalo al despertar y el amor manifiesto con que fue hecho. El verde solo era verde. Bellísimo, pero ni más ni menos que todos los demás colores. Todos los días encuentro colores hermosos en alguna parte.
7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?
¡Ah! Me entusiasmé con la pregunta a medida que la leía, hasta que llegué a las dos últimas palabras; creí que iba a terminar en “tomar un vino” o “una cerveza”. Eso sí que hubiera sido difícil de contestar. Así formulada, en cambio, la respuesta es fácil: con ninguno.
8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.
Una edición de bolsillo, en inglés, de Alta fidelidad, de Nick Hornby. Al cabo de quince años, cuando ya fue más que evidente que el libro no regresaría, volví a comprarlo en versión castellana.
9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto?
Una sección para libros en castellano y otra para traducidos. En ambas el orden interno es por nacionalidad o lengua de origen. Ya dentro de esa categoría opera un criterio, muy plástico y maleable —a veces hasta caprichoso—, que gradúa continuidades generacionales, sopesa afinidades estéticas e infiere vinculaciones afectivas. A veces quedan baches, claro, abismos infinitesimales entre dos lomos que se repelen y que claman se rellene la brecha con un tercer título conciliatorio, que eslabone a esos dos que no se llevan bien; pueden pasar años hasta que aparezca ese libro intermedio. Por lo demás, las historietas y los libros de Arte, Historia y ciencia ficción se agrupan aparte. Hay otros espacios para las revistas, y un estante, bien a mano, para diccionarios y libros de consulta sobre escritura.