1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?

Esta pregunta me hace sentir un boludón de clase media, neurótico y sin apego pero con pretensiones. Doy vueltas por la casa tratando de detectar qué es lo más antiguo que conservo y me doy cuenta que no sabría delimitar qué es objeto y qué no; o cuál es la diferencia entre conservar algo y abandonarlo cerca tuyo. ¿Qué es más antiguo? ¿Lo que primero llegó al mundo o lo que primero llegó a mí? Podría hablar de una mesita recuperada que compré de adulto y quizás haya sido construida por un carpintero que murió. O bien, del sillón que era de mi tío, donde encontré accidentalmente dentro del tapizado, el carnet de afiliación de su padre al partido comunista. O del cassette Hitachi violeta que perdí, que contenía la voz de mi padre que borré, y hoy conservo en mi cabeza casi como un satélite que orbita en la mente y cada tanto eclipsa mi posibilidad de ver el mundo bajo leyes lumínicas regulares. Pero quizá lo que me resuena como antiguo, es la mesa sobre la que como todos los días con mis hijos y mi pareja, que es la mesa de mi infancia; o una manta rojiza que me cubría cuando era chico, y todavía a veces me cubre.

2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?  

Alguna vez me gustaría provocar en alguien lo que me provocó leer Las Doce Hazañas de Hércules, de Monteiro Lobato. Cuando terminé la última página tenía diez años y habían pasado cinco meses desde la primera. Me puse a llorar desconsoladamente. Mis viejos creían que era porque estaba angustiado a causa de sus peleas, pero yo solo pensaba la despedida de Hércules llorando junto a su centauro Medio y Medio. No volví conmoverme así con un libro. Tal vez por eso escribo, en busca de una escena que no logro recuperar. Después... me resulta fascinante y aterrador cuando un texto logra invertir la relación entre autor y lector; cuando me siento delatado por un libro en mis emociones o percepciones, en la mecánica del entendimiento, en la relación tirante que se produce entre experiencia y  elucubración. Entre otros, La Vida Instrucciones de Uso, de George Perec, Diccionario Jazzaro de Pavic, Ferdydurke de Gombrowicz, Cuaderno de un Bosque de Pinos de Ponge, el Réquiem de Ajmatova, Solo de Contralto de Irene Gruss, o El Arte de Perder, de Mirta Rosenbergrg y, particularmente, su poema La Consecuencia.

3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?

Lo mejor que me dio la literatura es dedicar una parte importante de mi vida a cuestiones inútiles. También el acto de escribir me dio la posibilidad de elaborar para no volverme loco. Para compensar, es habitual que me sienta preso de una mediación permanente, un paso por detrás o por encima de la experiencia social, como si cada pequeño hecho tuviera que motivar siempre un estado de observación y construcción ingeniosa o profunda. En ese sentido, a veces la figura del escritor se me vuelve un artificio, que se sostiene sobre una idea fallida de sensibilidad y comunión con el mundo.

4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?

Tendría que mentir para decir algo interesante, pero seguro que fue algún libro mío del que tenía varios ejemplares. Sí puedo decir cuáles fueron los libros que más me robaron, mis amigos que no leían, hacia fines de los ochenta: los manifiestos dadaístas y los Cantos del Maldoror. Los tuve que reponer como tres veces. Fueron libros que me iniciaron en la lectura y es bueno que me los hayan robado; es bueno que mientras abandonás un texto para siempre, al polvo de los estantes, alguien te robe para leer.

5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?

Me gustaría ser genial y afirmar con seguridad que mi cabeza suena como Daydream Nation de Sonic Youth. Pero probablemente esté más cerca de Mr. Bungle de Mr. Bungle, yuxtapuesto con La Carpa de Martín, que es un disco infantil de los años setenta cantado por Martín Karadagian.

6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía?

El color más hermoso que vi  es una especie de tornasolado, un glitter orgánico que va del morado flúo a un violáceo claro. Parece de otro mundo. Solo lo vi dos veces, sobre  la piel de mi hija y de mi hijo, el día en que cada uno de ells nació. Habrá sido el color de los fluidos con que los ornamentó el interior no controlado de su madre, degradado al entrar en contacto con el oxígeno y las refracciones varias de nuestro mundo.

7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?

Uy, qué difícil. La verdad es que en poesía, no creo en la figura del maestro ni en la del discípulo. Defiendo con más convicción, el rol de acompañante crítico, la figura que ayuda a poner en crisis y en relieve. Hecha la aclaración, aventuro que con Ashbery me hubiera sentido a gusto, y un poco con Robert Lowell, sobre todo para tener  a Anne Sexton como compañera. Pero me siento privilegiado por haber transitado mis primeros años en la poesía acompañado de la mirada de Irene Gruss. Haber conocido a Irene a los 19 me permitió vivenciar una manera brutal y amorosa de trabajar.

8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.

Aprovecho esta pregunta para dirigirme a mi hija. Nina: necesito que algún día me devuelvas La Ley Tu Ley de Juana Bignozzi, las obras completas de Osvaldo Lamborghini, las de John Donne, el segundo volumen de la Antología de la Poesía Norteamericana y el nuevo libro de Martín Armada.

9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto?    

En realidad la mejor parte de mi biblioteca es la desordenada, la que vaga por la casa. El concepto Marie Kondo aplicado a una biblioteca, en mi caso no puede durar más de dos semanas. Al orden alfabético tamizado por género, se ve rápidamente intervenido por la necesidad de tener a mano los libros con los que estoy trabajando y los libros con los que me propongo trabajar pero quedan en lista de espera, en pilones, sobre mesas de todo tipo, cerrados, a merced del polvo, el sol, las mascotas y los restos de Chocoarroz. Quien llegue a mi casa y observe podrá suponer a un intelectual en ebullición. Pero no vale la pena confundirse. Dicho con total humildad, es solo desorden mental e ilusión simpatética.